martes, 12 de febrero de 2013

CREO en la verdad que se transmite más allá de la palabra. Es así porque me lo ha enseñado el ejercicio de lector, acaso la condición que más amo y a la que más debo. El lector puro no entiende de prejuicios. Le basta tan solo un breve encuentro con el texto para desestimarlo o adentrarse en el mismo. El lector no duda de su consciencia cuando realiza su acción irrevocable: leer. Antes al contrario, fluye, sintoniza, siente, experimenta, se transforma en la lectura.

No debería existir el pudor en el lector que acaba de regodearse con un párrafo o que se ha deleitado con unas palabras escritas por otro hombre. Por ejemplo, hace ya algunos años, leí la carta encíclica titulada Caritas in veritate, de Benedicto XVI. En ella, puede uno leer espléndidos pasajes que, con el tiempo, arrojan sedimentos a la memoria y al espíritu. Además, ofrece la posibilidad de entablar diálogos internos muy copiosos y profundos. Casi al final de la misma, se reflexiona sobre la influencia del materialismo y de la tecnología en la vida contemporánea. Transcribo un subrayado que, si hubiera sido escrito por Sennet o Steiner o Goethe, sería aplaudido sin remiendos: 

"El desarrollo debe abarcar, además de un progreso material, uno espiritual, [...] No hay desarrollo pleno ni bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas, consideradas en su totalidad de alma y cuerpo. [...] El absolutismo de la técnica tiende a producir una incapacidad de percibir todo aquello que no se explica con la pura materia". 

Esto mismo, trasvasado al territorio de la estética artística, es muy valioso, porque así percibo últimamente las obras literarias, pictóricas y musicales. Cuando J.R.J. señalaba el "misterio" como la esencia del poema, estaba otorgando una especial significación a la comunicación artística entendida como un acto poseído por razones distintas a la mera expresión. Es el "voltaje" de Pound, esto es, una numinosa visión que se produce cuando en la obra anida ese misterio. 

En estas décadas, se han confundido expresión y creación. Si bien es cierto que millones de personas expresan, -sobre todo en Internet-, sin más, la creación ha quedado relegada a una intelectualidad errónea y viciada, marcada por el mercantilismo del arte como producto (odio este término) cultural. Y, lo que es aún peor, esta disolución de la creación artística y de su defensa, ha provocado que hoy cualquiera que exprese se sienta creador, que cualquiera que escriba una frase ingeniosa se sienta escritor. Es así ya que la publicación inmediata, la expresión extendida a un número amplio de lectores en Internet le hace creer al individuo que su acción es completa y es cierta. Esto mismo ocurre por la falta de autoridades morales con las que poder medir las actitudes individuales. Hay una ausencia y un vacío de maestros.    

Así las cosas, los poetas de este tiempo, los escritores, los músicos, como decía, someten sus creaciones a un ajuste técnico tan profundo que dejan la obra sin el halo y el verdor de la creación primera. Tan solo hay que leer algunos poemas de la primitiva lírica para percatarse de esta desaparición del encanto poético. Puede ocurrir que habiten en las obras artística demasiada "intelectualidad", es decir, que se encuentren sometidas a la tiranía de la razón técnica y material. Si el hombre trata de explicarlo todo a través de la razón empírica, es entendible que trate de hacer lo propio con la obra artística. Creen que la explicación racional del producto es superior al razonamiento luminoso del fruto. Estamos en esa tesitura antigua de lo racional frente a lo espiritual. Y en ella, se han confundido demasiados términos y conceptos.    

En muchas ocasiones, he esrito que hay poetas que, cuando leen belleza, eternidad, silencio, aurora o noche, señalan esos vocablos como antiguallas y palabrejas que poco tienen que decir en el discurso poético actual, sin detenerse en el diálogo que pudieran estar ofreciendo con textos universales. Ellos prefieren, por el contrario, utilizar otros términos que me permito omitir, por consabidos y que por ello se les cite en suplementos, bitácoras o tertulias como el ingenioso poeta de la actualidad. En resumen, a los escritores actuales tan solo les importan ellos mismos; la Literatura queda aneja a sus vidas, es algo circunstancial, no existe en sus consciencias. 

Entre unos y otros se encontrará la virtud, pienso. Aunque, de un tiempo a esta parte, puede que haya comenzado a creer con Jung que se hace necesario el gobierno del espíritu de la profundidad para que nos rescate del espíritu del tiempo. Si esa acción de la consciencia detona en el poeta la creación verbal con insinuaciones abisales y del espíritu nunca abarcadas, estaremos renovando el discurso de la razón luminosa del verbo. 

El lector debe mantenerse en su trópico sin inmutarse. Pues hay quien elogia la lectura de un libro insustancial y condena lo que considera fruto del sectarismo y de una falsa institución. En cualquier caso, estoy con Wiesenthal: 
"Me dolía en el alma comprobar que mis contemporáneos hablaban de Tolstoi como si fuese un rastro arqueológico perdido en la oscuridad de los siglos. [...] Me daba cuenta de que, en el escaparate del mundo materialista moderno, hay expertos en ensombrecer y ocultar. [...] Creo que los jóvenes del siglo XXI ya han tenido tiempo suficiente para descubrir la falacia de aquellos vendedores de plástico que querían sustitutir la literatura por juegos de palabras y pretendían transmutar los valores a base de devaluaciones. [...] La paideia antigua, al valorar a los clásicos, influyó decisivamente en la formación de lo jóvenes europeos, conviertiéndonos en hombres de carácter; más preocupados por la autoridad moral y el destino de nuestra cultura que por las modas y las experiencias oportunistas del mercado del arte contemporáneo. Afortunadamente teníamos a los viejos maestros para darnos cuenta de la exigencia de formación, paciencia y trabajo que reclama el oficio intelectual.[...]".  

Me pregunto, como joven del siglo XXI, ¿dónde han quedado los maestros sino en la antigüedad; quién la autoridad moral más allá de los escritores antiguos?

Concluyo estas líneas escritas en la madrugada, con la voz de mi querido Wiesenthal, siempre tan incisivo y contundente: 

"Hemos creado un mundo capaz de globalizar una enorme riqueza material, pero somos incapaces de globalizar la infinita riqueza moral y espiritual que tenemos en nuestra ciencia y en nuestra cultura".