domingo, 6 de enero de 2013

EL frío en Mérida no nos hizo retroceder en nuestras pretensiones a pesar de que E., arropada hasta los ojos, me mirara en busca de alguna explicación a la dureza del paseo. Ya he dicho que E. ha venido a confirmar demasiadas cosas, la primera, la vocación literaria, si es que así puede llamarse a este impulso o arranque irrevocable de escribir. Vocación puramente interna que, sobre todo, brota al contacto con otros textos literarios, pero que, con el tiempo, se ha desplegado en las manifestaciones que a consciencia se observa en la realidad sensible. Es eso que llamo las contemplaciones, lo que personal e individualmente concibo como las contemplaciones.

E. ha venido a ensanchar los senderos de esas manifestaciones que se ofrecen a los ojos. Sus pies en la calzada romana, sus manos diminutas tocando el mármol que M.C. le acercaba como si estuviera trayendo la piedra filosofal, los ojos de E. clavados en la escena del teatro y las dimensiones de la tragedia antigua y las teselas que ofrecían una disposición aritmética que llamamos, por convención, figuras y mitos. La ignorancia aparente de E. ante las teselas, que ofrecían una imagen figurativa, es la misma que poseo yo cuando observo la noche y los astros. Teselas de mármol en la tierra, teselas de luz en el cielo. 

El que vea en un hijo un problema para seguir leyendo y escribiendo es que no estaba situado en la directriz de lo verdadero que surge desde dentro. Esa directirz es inexpugnable a cualquier circunstancia, es más, se hace fuerte y más honda cuando se encuentra achicada y asediada por el tiempo mundano. Un hijo no viene sino a confirmar la búsqueda del sentido de lo que somos. Es vida de vida, una acción que aúna lo material y lo espiritual en el hombre, entre dos hombres y que desarrolla quizás lo que nos ha vnculado desde nuestro origen: el amor. 

A partir de estos días, lo que parece en la realidad rémora para poder escribir, debo convertirlo en materia literaria. Lo que parezca un impedimento, será palanca estética, lo que remede a un lastre será brío y resurgimiento. la realidad sucede fuera de nosostros y el individuo debe hacerla llegar a su espíritu a través del alambique de la consciencia, por ese motivo todo es filtro y renuncia, excepto lo que si dejamos fuera de nosostros, lo literario, nos hiciera estallar y desaparecer,es decir, nos hiciera deja de ser.