martes, 25 de diciembre de 2012

LOS contornos de los objetos contienen una exhortación para el que los contempla. Ha de observarse todo con meditada paciencia hasta la extenuación. Primeramente, acuden los pensamentos más soberbios y fugaces; luego, las reminiscencias de lo ocurrido; por último, la blancura de los contornos. Es un discurso de la realidad que no es sucesivo, que no sigue las propiedades narrativas de la palabra.

El mundo no es una narración; la narración mítica es nuestra forma de comprender el mundo. 


Las contemplaciones nos hacen desembocar con el espíritu en el misterio de la unidad. La unidad que se encuentra en las realidades materiales y sensibles, pero igualmente en las que se sitúan en la abstracción. Platón y Aristóteles estaban marcando el camino de ida y de vuelta de la misma esencia para el mortal: ir y venir, como Heráclito, en un mismo camino en que da igual por donde comenzar, lo sustancial es no apartarse de él nunca. 
En esos derroteros trazados por los filósofos griegos, el hombre tratará de llevar a la práctica el número de Pitágoras, por ejemplo, la capital y decisiva presencia de las cuatro materias o la fundamental estación de piedra que propone Parménides. Todo es lo mismo y distinto, todo uno y diverso. 


Pablo d´Ors apunta a una de las claves de la contemplación, afirma: "No aspiro a contemplar, sino a ser contemplativo, que es tanto como ser sin anhelar".