sábado, 20 de octubre de 2012

HA SONADO Beethoven en el cielo de la mañana. La versión de Giuliani, con los fraseos parangonables a un crepúsculo cayendo hacia dentro, me demuestra que en el arte existe una conexión interna, profundamente interna, entre los creadores y los transmisores.Cuando se produce esa conexión, la obra alcanza una dimensión insospechada.En la música, la heterodoxia es el axioma. 
Me pregunto cómo sucede esto en la lectura y resuelvo el asunto creyendo que si el acto de creación se produce en soledad, el de recreación es, así mismo, soledad pura. El lector, resguardado del mundo, arrinconado por las fuerzas telúricas de la palabra, se deleita en soledad. Y su expresión, más allá de anotaciones y subrayados, es el silencio sonoro en su interior.
Es así como escribir la lectura lo concibo como la interpretación, o mejor, el canto con  aquellos textos armónicos a los que puedo dar una respuesta verbal establecida desde la bóveda de mí mismo. O, en mejor decir, dejando de ser yo mismo al dictado de esas letras, pues tengo por seguro que cuando el lector está acogiendo la palabra poética (que incluye a la prosística) deja de ser él para ser él más que nunca. Se convierte en un corifeo en que su palabra es arrastrada por el fluido de las voces plurales. Así, la voz se hace indidtinguible y se mixtura con la del creador en un diálogo, en la forma en que Platón concebía el bien para el hombre. Cuand se produce, comienzan las mayúsculas: Justicia, Bien, Belleza y Amor, términos que traslucen en la obra poética la dimesnión inmarcesible de un texto por siempre para los hombres. 

***  
 
DECLARA Alfonso X, en la ley XI de las Partidas, que el saber y el querer saber están ligados a la naturaleza del hombre. Así, en el deseo de razonar el mundo y su realidad, en el afán de pensamiento y de actuación a partir del mismo, afirma el ínclito rey: "sabiduría, segunt dixieron los sabios, faze venir a omne a acabamiento de todas las cosas que ha sabor de fazer e de acabar". Qué directriz tan diáfana y tan certera sobre la naturaleza del saber en los hombres. Me recuerda a lo que Leopardi dice en Zibaldone e, incluso, a lo que leí, antes de entrar en la noche, de Novalis en el poema "Astralis:

"La señal del origen marca a todos los seres,
cada cual sueña y se entrega al poder del verbo;
la gran alma universal
por doquier vive y se expande".

Las palabras de Alfonso X se dirigían a ese espacio compartido y connatural de los hombres que ceden su espíritu para establecer el espíritu de la especie.Una señal, una marca perenne para todos y no siempre en los hombres individuales.  

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Y Novalis, en ese mismo poema, -magisterio para el lector-, escribe:

"todo debe encontrarse con el otro,
[...]
así puede refrescarse el ser
y abrir su pensamiento a novedades infinitas"