domingo, 2 de septiembre de 2012

EN el inicio de Naturales quaestiones, de Séneca, se encierra una porción suficiente e inmensa de conocimiento: "Es claro que doy las gracias a la naturaleza no precisamente cuando la contemplo bajo el aspecto que es común a todos, sino cuando me he introducido en sus penetrales, cuando aprendo cuál es la materia del universo". ¿No es esto mismo la materia de la poesía?
La "naturaleza" para Séneca está muy ligada al concepto de phisis para los griegos, sobre todo para Arístóteles. Ese origen primigenio que otorga armonía y sentido. A él me dirijo cuando escribo, sea prosa o verso y de él sé que me alejo cuanto más ligado a mí procedo con la escritura. escribo "dirijo", "alejo", en primera persona, como una especulación insondable.
El propio Séneca lo advierte unos pasajes después: "¡Ah, qué despreciable es el hombre, si no consigue elevarse por encima de lo humano!". 

Séneca no ceja de escudriñar esa materia profunda de la naturaleza, del cosmos; en ocasiones, con sus pensamientos logra acercarse a la poesía, al pensamiento que adquiere la forma estética de la belleza rítmica, acompasada. Es cierto que, cuando las ideas se expresan con belleza dicen mucho más, al menos, en principio, de lo que pudiera decir una sentencia desplegada en una enrevesada sintaxis. El pensamiento, como la poesía, debe aproximarse a la claridad de lo complejo, a la pluralidad de lo uno, a la velada luz que desprende la noche de la noche. Con Seneca, Libro II: "Todo lo que cae bajo nuestro conocimiento, o puede caer, el universo lo contiene". la poesía, igualmente, se expande como el mar, eleva el horizonte, punza como un astro encendido en la  consciencia cuando se hace pensamiento. A lo mejor toda poesía verdadera es pensamiento y todo pensamiento verdadero es poesía.   

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EN el sueño (la luz velada), con la embriaguez (la aparente oscuridad), el poeta construye un castillete al universo. 

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LA poesía va minando al poeta de resonancias y de certezas. Las resonancias son las que lo llevan, en ocasiones, a la duda permanente. Las certezas, la que lo templa con el fuego de su fragua para hacer de sus ideas estados  indudables. Cosa distinta es que el poeta se vuelva hacia sí y resuene, prendido y alado, las ecos esenciales de la materia poética.