domingo, 5 de agosto de 2012

HACE un lustro, comencé a escribir un diario o un cuaderno de anotaciones sin tener consciencia de qué motivo me había llevado a ese ejercicio de la escritura reservado a unos pocos autores admirados y que tan alejado tenía para mí. Todavía sigo en esa inconsciencia que me llevó a escribir, pero, con el paso del tiempo, siento cada vez más pudor ante la acción de la que siempre renegué. Yo no quise escribir nunca, porque hacerlo era invadir el espacio de los autores que admiraba y era querer alzar el ego por encima de la  comprensión.  
Así es después de tanto. Me considero, por encima de todo, un lector, y así he querido escribir, -con todas las torpezas asumidas-, como un lector que, empujado por causas literarias, dejaba constancia de sus impresiones. El diario lo titulé Trópico de la mancha, pues el territorio de la mancha que había construido Cervantes es, precisamente, el de un lector que lleva a su vida los libros que ha leído hasta hacerse, él mismo, una ficción más. Era el cruce de la literatura y de la vida que aún permanece en compenetración imperturbable, es el resultado de vivir literariamente. 
Un arte de la vida que conlleva una metamorfosis de la que, si es verdadera, no puedes revocar su naturaleza. Me siento como un extraño en una tierra ajena, como si estuviera atravesando un espejo o un país en que las realidades carecen de nombre; en que eso no es más que eso, en que las realidades quedan siempre cuestionadas por sus propias palabras. Cargado de reminiscencias, trato de encontrar el concierto de ese mundo en formación del que jamás tendré una idea figurada. El diario quiere ser páginas de esa búsqueda.  

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LLEVO dos días leyendo sin cesura El sueño del Rey Rojo. Lecturas y relecturas sobre las palabras y el mundo, de mi admirado Alberto Manguel. Estos son los libros que considero puros y limpios de la miseria actual en que ha caído el mercado literario. Libros como este privilegian la naturaleza del lector y pone en advertencia que la categoría de lector debe ser tan poliédrica como la de escritor, tan múltiple, como las ficciones mismas, tan difícil y virtuosa como otra creación más.   

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EL colmo del prodigio es La poesía del pensamiento, de George Steiner. Tengo los márgenes de las páginas repletas de ideas, anotaciones, respuestas, títulos o conclusiones personales. es un diálogo la propuesta del libro. Es un libro de una trascendencia para mí, en estos momentos, crucial, pues en pocas ocasiones puede uno leer en claro lo que leva en sus adentros. Leer este libro es leer la propia consciencia.