miércoles, 15 de agosto de 2012

EL de Steiner es un libro de prodigios, pues sus referencias se dirigen siempre a los presocráticos, a la lectura de los textos presocráticos sin interpretaciones ni filtros de épocas pasadas. Ante esos textos, Steiner nos devuelve las palabras y los conceptos en claro. Es constante, además, la imbricación entre el aparente raciocinio de los milesios con la razón de la poesía. Eso sobrecoge mi atención y la punza de lleno, como si hibera en estas páginas un código del que no hubiera interpretado rectamente sus dimensiones.  
Así, la lectura del libro vale por un tratado de poesía moderna. No en vano, son frecuentes las referencias, cómo no, al Renacimiento y al Romanticismo. Ante estas referencias me persigo, pues no he dejado de leer a Parménides y a Heráclito en toda la tarde como autores contemporáneos aún en el olvido para los poetas.

En alguna ocasión, en una que otra tertulia, han mencionado el pensamiento de los llamados "presocráticos" como un terreno conceptual ya superado. Con Gadamer, con Martíenz Marzoa, con Vernant y con el propio convencimiento personal siempre he pronunciado que el concepto de superación en el pensamiento filosófico es una rémora de la prosa que nos hace expresarnos en equívoco. Los conceptos abiertos a la trascendencia, las ideas rotundas y perpetuas, ejecutadas desde la metáfora y con el advenimiento de la fecundidad, permanecen inalterables en su esencia. Sus tranformaciones son las tranformaciones de la humanidad.

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¿SER alguien es replegarse al infinitivo primero. Con eso basta. Pero creo que en esa verbigracia del entendimiento, "alguien" sustitye a la humanidad. Quiero decir que cuando un poeta es "alguien" siempre lo es momentánemanete, lo es en la Humanidad. Deja de ser anécdota para participar de la categoría, para serlo todo: sin nombres, sin experiencias personales, tan solo entregando su voz a la corriente inmarcesible?