domingo, 15 de julio de 2012

AYER, con I., volvimos a tratar el asunto de la literatura. Los dos tenemos asumidos que la ausencia de un manejo consciente y estético, por parte de los autores, de la materia orgánica de los textos, esto es, la lengua, es una de las pobrezas que minan la literatura actual. Más allá de que seamos filólogos, de que tengamos por presupuesto, notamos una dejadez y una despreocupación por parte de los escritores. Entender la lengua como una mera y frugal circunstancia de la creación literaria es un índice claro de la paupérrima concepción de la literatura de estos días.


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PARECIERA que Leopardi había leído algunos fragmentos del Tractatus, de Wittgenstein que afirma: “Nuestra vida es tan infinita como ilimitado es nuestro campo visual”.


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LOS poetas que reniegan de la eternidad, de la búsqueda de la infinita presencia de la consciencia poética; los que reniegan de la presencia de palabras como belleza, armonía, soledad, infinito, aurora o claridad en la poesía, deberían volver a resemantizar qué entienden ellos por eternidad y por espíritu, pues, de tan entendidos y de tan eruditos conocimientos, han llegado a la mentalidad decimonónica de los escritores. Solo hay que leer a  Wittgenstein para, al menos, plantear de qué hablamos cuando hablamos de eternidad y para caer en la cuenta de que es uno de los asuntos capitales y de las dificultades entre el poeta, lo poético y la palabra. Dice el filósofo en el Tractatus: “Si por eternidad se entiende, no una duración temporal infinita, sino una intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente”.    



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ETNESERPRESENTE:  



AZELLEBELLEZA,

DADINRETERNIDAD,

OTINIFNINFINITO…



¿grafías de la consciencia o formas de expresar lo inefable como un todo, continuo?