viernes, 29 de junio de 2012

MAZURKA op. 17. n.4., de Chopin, es la música que sustancia esta tarde para E. Ella, en ocasiones, se muestra ensimismada, con una quietud impropia. Pienso que la música es la medida en la tierra del espíritu y que así lo percibimas, como una causa original que nos pertenece, que nos remueve, que sentimos profundamente nuestra, pero de la que no sabemos predicar nada. ¿Hay algo más maravilloso, entonces, que entender luminosamente?

jueves, 28 de junio de 2012

BUSCAMOS una esencia y encontramos materia. Partimos de la naturaleza y terminamos en ella. La poesía es la tierra que se impregna en esa búsqueda de reminiscencias y bellezas. 

martes, 26 de junio de 2012

AHORA escribo en los silencios y en las pausas y nunca había escrito con tanta fecundidad. Hoy, al oler la tierra, se han venido a la memoria las voces del mundo y los ángulos de la noche. En la claridad de la noche, el hombre se ciega por completo; es una claridad que proviene de lo oculto y que anula para el poeta los límites de la consciencia, de su propia noche llameante.  

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CON E. escuchando a Mozart. Nada más, la sangre brotando por de dentro, la sangre conjunta de la vida. Respiraba con ella y la mecía en el ritmo de la música, en el ritmo de la vida y viváimos, en plural, como se contiene la aritmética del ser.

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EN la mesa los libros forman un paisaje figurado. Lucrecio, Leopardi, Rilke, Boecio, Cervantes, H. Broch y el libro capital de J.S.M. Los recojo de su solemne descanso y los abro, los avivo, los huelo como si ellos formaran parte de esa tierra humedecida dadora de lo cenital. Leo algunos versos en voz alta, los vuelvo a recitar y a memorizar. Creo en la memoria de unos versos cristalinos para cuando uno se aleja de la poesía. Son como un usufructo necesario, que debe ser almacenado dentro de nosotros en su música y en su ritmo y en su significado total. Canto en la estela de la palabra luminosa.  



lunes, 25 de junio de 2012

LOS girasoles en la retina aunando la melancolía de la tarde, como esas páginas inolvidables en que los poemas se sucedieron como un bucle de claridad. Hoy he mirado al horizonte, a la naturaleza cara a cara, he vertido una minúscula voz y he sembrado el olvido. He lanzado la consciencia al infinito de la noche para que se impregne con los colores de la noche. Y he sido tan minúsculo y tan gozoso, he vivido sin estar en mí, he tenido por unos instantes la medida inexacta e invisible de los deseos.
Todo ello impulsa la poesía y la poesía hace que la palabra reluzca; la palabra en sí misma, en la mera designación, es plana. Es la poesía la que la desbroza de su ensimismamiento y la devuelve a su origen, a la causa de su nacimiento, al lugar en que residen y siembran los poetas verdaderos y perennes.  

domingo, 24 de junio de 2012

GOLPEABA una luz al final de la tarde que nos convocaba a un diálogo. Tenía en mis brazos a E., agazapada después de unos llantos y unas quejas que no la dejaban descansar. Estábamos en la azotea y los dos respirábamos el aire que zurcia nuestros rostros al viento. Respiraba y quería respirar lo que E., quería su piel respirada para contenerla en lo profundo; al unísono trataba de mantener su ritmo entrecortado, de pulmón novísimo, de templo naciente.
Con una parsimonia insospechada, estuvimos los dos contemplando la aritmética del viento, el paso de las nubes, las siluetas al fondo de la serranía, el sol levantando sus ascuas de nuestros rictus. La seguía sosteniendo observando la llegada de la noche, del misterio del cosmos. La tenía en mis brazos como una luminiscencia que abrigaba todas las respuestas que hasta ahora he dado a nuestro paso por el mundo como humnaos, habitando la mortalidad. Porque E. ha venido a confirmarlo todo, todas las sospechas y la fidelidades y a levantar el velo de muchas otras, ahora, obviedades.    

sábado, 23 de junio de 2012

ALGUNOS me dicen, ¿ahora qué, vida o literatura? Yo les digo, no hay vida sin literatura, ni literatura sin vida. Escuchemos a Lucrecio: "Nacer, crecer y envejecer sentimos/ el alma juntamente con el cuerpo".
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¿QUÉ causa concilia los contrarios, qué origen suscita una razón que vierte desde lo interno la música del cosmos?

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 CLARO, Orfeo en un poema de Boecio. Todo va encajando. Es una advertencia hacia los que tratan de dirigirse hacia la luz, hacia el centro del bosque. La poesía es materia indudable que, sin embargo, se vuelve inferior cuando el poeta, vencido de su causa primordial, dirije sus ojos a lo efímero, especular, vanidoso. Esto último, los que ciegan su fidelidad con la turbidez de la vanidad, abunda en la poesía. No sé si en todos los tiempos, pero en el de ahora sobremanera.  


viernes, 22 de junio de 2012

TODA  la tarde con el Libro III, poema XI, de La consolación de la filosofía, de Boecio: "Quien con toda su alma busca la verdad...".

jueves, 21 de junio de 2012

EL tono de la razón poética es la luz de la palabra.

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UN centro imbuido de ti mismo, en el que te encuentras invisiblemente bello, tomado por la respiración.

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UN destello radiante de ritmos, de fecundas armonías, de la noche tomada por la noche mojada, de la soledad nutricia y del silencio contenido en el astro de tu figura.   

miércoles, 20 de junio de 2012

CASI sin posarme en las palabras, trato de respirar en un círculo profundo. La piel de E. sigue marcando la piel del mundo y su delicadas manos mis antojos y delirios. Observo con ella el mundo levantándose como del alba y cegados los dos por la incomprensión y la inconciencia sentimos puramente que compartimos la sangre. 

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E. también me lleva a la extrema selección de lecturas. ¿Tuve que alejarme de ella en algún momento? E. me deja a las claras que la lectura es un estado febril, de ensimismamiento en el otro y que no cabe concesiones momentáneas, que no cabe más que lo esencial. Así se llenará nuestra alma de sustancia fértil, de las ínclitas melodías de la aurora. 


lunes, 18 de junio de 2012

DERRAMADOS, casi creando una cabellera de oro sobre el verde, veíanse los primeros girasoles sobre los campos. Cruzaba de camino al trabajo las lomas que, durante la primavera, tan mustios y desasosegados habían mostrado su existencia. Ahora, como invadidos de una verdura insomne, los girasoles han comenzado con su discurso de luz y con ellos mi alma se vuelve envirotatad y como conmovida por un estupor que, cada año, se renueva y perpetúa en la memoria. 

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NUNCA imaginé que E. vendría a enseñarme el mundo. La observo, cada día, con estupor y maravilla y, cuando lo hago, no dejo de pensar qué nos diferencia a nosostros de ella. E. observa el mundo desde la perplejidad, sin encontrar en él ni un solo argumento que justifique su existencia. Le atraen los colores, los ruidos que provienen de no se sabe dónde, los paseos y, sobre todo, los cantos rítmicos. Bien pensado, ¿qué diferencia existe entre su vida y la nuestra?  ¿No estamos de continuo en una danza, de ritmos y silencios, quenos emboba ante su inexplicable exietencia?

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PASADOS los meses y los años, vengo a pensar que este diario se mantiene por una extraña razón de la que no conzoco su causa, de la que no puedo discernir nada más que mi fidelidad a ella. Es una consagración a la palabra, una irrenunciable manía que se mantiene viva y me mantiene vivo. Porque en cada palabra y en cada línea escucho el eco de mis pasos futoros en la memoria venidera. 

jueves, 14 de junio de 2012

EN los versos de Broch hay lo que Baudelaire llamaba correspondencias. Estas encrucijadas que lo poético establece en su cruce con el arte y la realidad. Desde la vida, desde la más absoluta convicción de la fidelidad en lo poético, el poeta llega a encontrarse en una encrucijada de cauces insomnes, de dispares apariencias. Ante esa confusión, cierra los ojos, aprieta las carnes, se desnuda, se deja embriagar por el aroma de la música del cosmos, respira, respira en lentitud la humedad de la tierra. Sin tener conciencia, siempre tuvo entre las manos un elemento luminoso que guiaba sus pasos, una luminiscencia perpetua, ajena, externamente habitada. Al final de todo, la luz reside dentro y nos dicta como un demiurgo lo que somos: el ser . Es inconfundible, clara, evidente. Es la poesía.  

martes, 12 de junio de 2012

[...]Prefiero la Estética a la hipocresía ética y a la mansedumbre de conveniencias que hoy caracterizan a nuestra sociedad. Presentándome como Lord Snoblington (es un juego que debo a Thackeray) logro dos cosas: la libertad del gusto y el rechazo (a veces el insulto) que me ofrendan los filisteos". M. Wiesenthal. 
SI callamos ante la silente eternidad, habremos conocido lo suficiente.

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TODO lo que entiendo como lo poético está poetizado en "Coplas del mismo hechas sobre un éxtasis de alta contemplación", de San Juan de la Cruz. Fue el primer texto que leí del carmelita y lo hice en Sanlúcar, junto al convento en que descansa el manuscrito del Cántico. Una tarde de junio de hace ya algunos años; la misma tarde de ayer, diría, la misma tarde de la claridad. 
El poema condensa los ideales estéticos y éticos de lo que entiendo como poesía. "Trascendiendo", oír", "entendí", "sabiendo", "profunda soledad", "ajenado", "esencia" componen la isotopía fundamental del poema. Una combinación perfecta entre gerundios y verbos que tratan de narrar un suceso por sí mismo inenarrable, un acontecimiento del espíritu en marcha, en proceso del que únicamente entendemos su pureza y su origen. . El poema ofrece, además, una reflexión sobre la insuficiencia del espíritu por entender todo ("entréme donde no supe/ y quedéme no sabiendo"), esto es, sobre el conocimiento platónico de la realidad; al tiempo que reflexiona sobre la incapacidad de la palabra por decir ese territorio ("no diré lo que sentí", "me quedé balbuciendo"). La única consciencia del poeta (y la "consciencia" va configurándose como una clave simbólica en mi poética) reside en que él posee la evidencia de no saber, no entender, no conocer, aunque, con ello, con esa huida y fuga del racionalismo aparente,  consiga  "toda sciencia trascendiendo".     
NO consiste lo poético en divisiones o creadores de una correcta dimensión, sino en la presencia de la claridad plena o de la mudez absoluta. Es así de cósmica la dimensión de la poesía, pues está unida a la respiración, a la música, a la fusión rítmica con el cosmos que nos acoge. Dante fue quien mejor nos legó la forma poética de entender la poesía y sus presencias: círculos, estaciones circulares vinculadas por una misma sustancia y esencia, pero que quedan reservada a un escaso número de visionarios. Así leídos, los cantos finales de la Commedia marcan los derroteros más luminosos de lo poético, en ellos la poesía queda reglada y fue consciente de sí misma. es luz de luz, palabra de palabra verdadera.  
De esta forma, los poetas vienen a restablecer la realidad de las palabras, la realidad conjunta de un discurso ligado a la música, que nace del seno del ritmo y, por tanto, de lo más profundo y ancestral del ser humano. Si la poesía no logra participar de esa sustancia, esa esencia que elimina todos los egos, que trasluce la comunitaria existencia del hombre, seguirá siendo como el discurso de la pubertad: mera egolatría. Es así como entiendo a los poetas artífices, a los técnicos poetas de recursos momentáneamente brillantes, a los que acuden a la ironía y a la socarronería para decir lo que no saben ni pueden decir, a los que creen que su discurso restablece la historia de la cultura con minucias y argucias mediocres, a los que se alejan de la cultura profunda porque se creen ellos, minidioses, demiurgos cegatos, con la palabra edificante y renovadora, cuando poseen la yerma melancolía de los girasoles. Todos ellos formarán una división por debajo de la verdadera poesía, para mí, la misma presencia que un libro destinado al olvido absoluto.
La poesía no está sujeta a la razón empírica y positivista, a aquella forma de erudición poética que muchos autores de la mitad del siglo XX creyeron como un cauce de distinción; la poesía pertenece a la razón luminosa y clara y poética de la existencia. Y esa luminaria verbal pocos logran prenderla.          

domingo, 10 de junio de 2012

AHORA lo entiendo, J.R.J., la mirada de un niño es la mirada de la creación pura del poeta, nonata visión dadora de nuevo conicimiento: asombro, ansia de plenitud, fábula de fuentes, delirio, inconsciencia, música dormida, afán de belleza sin entenderla.

sábado, 9 de junio de 2012

HOY he ido a recoger un pedido de libros que llevaba tiempo esperando. Entre ellos venía uno de poemas del que no tenía juicio formado con anterioridad, ni siquiera poseía una opinión pasajera, tan solo los resortes y los magníficos recuerdos de una novela prodigiosa titulada La muerte de Virgilio.  Nadie me había recomendado la lectura de los poemas de Hermann Broch ni nunca antes había oído palabras elogiosas sobre su poesía. Ahora, después de leerlo ávidamente, entiendo por qué: es un poeta de la claridad y de las razones luminosas.

Comencé la lectura de En mitad de la vida, de Hermann Broch, y debo decir que su lectura pertenece ya a ese parnaso que la memoria reserva a los poetas iluminadores, a los que provocan abiertamente un conocimiento de la realidad inadvertido.
Repleto de poemas prodigiosos, que ahondan justamente en el misterio de la vida y de la creación vividos como un todo, Broch pertenece a la estirpe de Orfeo. Esta poesía completa remite a los escritores que jamás deben abandonarse, de Virgilio a Parménides, de Dante a Rilke, de Baudelaire a Novalis, de Heráclito a Platón. Con un título poseído por reminiscencias de la obra de Dante, uno a uno, leídos los poemas supone un acto de fidelidad en la poesía, en la poesía del centro indudable, de la pureza, en la poesía que concilia los contrarios, que hace de la noche la luz cegadora, de la muerte una dádiva de la vida, como expresa el propio autor: "la disolución de lo humano-su más profunda humanidad".  
Poemas como "Misterio matemático" ( [...]Pero aunque sean innumerables las manifestaciones de la forma,/ nada puede separarlas de la unidad".), "Tormenta nocturna", "Prado en verano", "En la luz dorada, las colinas...", "El calro del bosque", "Mitad de la vida", "Adónde vamos" o "Pensar en la huida" demuestran que estos poemas fueron escritos por un poeta de verbo luminoso, que participa de la gracia mundana de advertir lo divino, que intenta agasajar en sus palabras los bordes de lo inencontrable: "Solo cuando el conocer se sobrepasa a sí mismo/ se convierte en palabra,/ solo en lo inexpresable nace el lenguaje/ en el lugar del olvido cognoscente, de donde el retorno es difícil".

Coincido en tantas cosas con la propuesta ética y estética de Broch que su lectura me ha desconcertado más de lo que preveía. Sigo toda la tarde indgando en su vida misteriosa, leyendo pasajes fastuosos de La muerte de Virgilio, estableciendo analogías entre su paso por el campo de concentración y la vida de Boecio, recitando en alto versos como los anteriores, que siguen: "y solo pocos lo logran./ Pero la creación de lo terrestre se les encarga a ellos/ que han estado en la oscuridad y sin embargo se han liberado/ órficamente para el retorno doloroso". Una minoría en retiro, en la plena oscuridad de la soledad, recluida en la tarea órfica de nombrar luminosamente el mundo es lo que propone este poema titulado "De la creatividad".

En "Paisaje virgiliano", poema en que el olivo es motivo central y simbólico, culmina con las siguientes palabras: "por la verdadera permanencia", ¿cuántas veces no he escrito que la literatura es transformación y permanencia? Y un poema tan desgarrador como "Sentido del eco", ¿no conecta con la indagación de algunas de mis inquietudes sobre la música y el eco? "La sombra de Dante", "Tercetos a la noche" adelantan el cierre del libro con "Del envejecimiento", poema que termina con unos versos con los que me he identificado en plenitud como en pocas ocasiones: "en el lugar profundamente encantado/ se extingue el ser a sí mismo:/ sigue siendo el jardín,/ pintado con los garabatos del sol,/ pero detrás de la cerca, en la suave/ oscuridad del eco, está el bosque". El tiempo de la lectura de este libro reconstituyente ha edificado una suave oscuridad solitaria que invadía el centro de un bosque luminoso en que he estado siendo por unos instantes el ser de la permanencia gracias a las razones poéticas de su palabra.

En este autor he encontrado, además de estos poemas de pleno voltaje, una armonía que llevaba dentro. El tiempo dirá por qué y cómo ha sucedido, pero Broch opina lo siguiente de la poesía: "es espera que mira en la media luz, es abismo en presentimiento del crepúsculo, es espera en el umbral, es comunidad y soledad al mismo tiempo". No es la primera vez que llego a un autor sin más mediaciones que la intuición o lo que Tzara llamaba "el azar objetivo", pero debo expresar en el diario la fascinación de hoy por un autor que será para siempre.

viernes, 8 de junio de 2012

EL cuaderno abierto encima de la mesa. Asoman unos versos escritos en Italia, hace unos años. Todos están tachados. Junto al cuaderno, al lado del bolígrafo, unos libros: Leopardi, Virgilio y Cervantes. Leo, leo con lentitud. En ocasiones levanto la mirada del libro y contemplo a E. Mientras ella duerme, las letras parecen adquirir una cadencia profunda, límpida. Nunca había leído ante una mirada como esta, ante esta desnudez, ante la mirada misma de la naturaleza; y nunca antes me había observado a mí mismo, desde lo lejos, alrededor de unos pocos libros. E. confirma las dimensiones del centro indudable, el de la razón poética que, con toda su plenitud, habita en su piel, la piel del mundo. Qué claridad tan cegadora y gozosa, qué afán de belleza tan convulsa.     
AYER, en la madrugada, subí a la azotea, pues la Luna estaba de útero colmado. Me llevé la cámara de fotos y quise acercarme a ella con el objetivo. Pude fotografiarla de cerca, con detalle, con más agudeza de lo que pensaba, pero, cuando volvía a la casa y pasaba a comentárselo a M.C. y a E., como un áspid, llegó un rubor de finitud, un alud de nostalgia incontrolada que me hizo llorar desconsoladamente. Estaba en la noche, en su infinitud, en el abismo diluido de un astro iluminado.
 

jueves, 7 de junio de 2012

COMO advierte Boecio, quien desea sembrar un campo virgen, primigenio, que brote de la pureza, debe limpiar primero la maleza de la tierra, y utilizar la hoz, y destrozar las zarzas, para que Ceres, la fecundidad, no nos llegue plagada de malversidades. Qué enseñanza más humilde y más tremenda para la literatura: antes de crear hay que abonar la tierra de la creación con lecturas que posean la semilla inmortal, que provengan del centro del bosque, porque, si no es así, el fruto será producto caduco, la palabra, hoja volandera. No de otra forma podrán brotar lo que Boecio llama los bienes verdaderos.  

lunes, 4 de junio de 2012

AQUÍ sostengo a E.en el brazo izquierdo mientras la escucho respirar. Respira, inspira con una verdad de encina solitaria: en ella el mundo se hace pulmón, con ella el mundo encuentra una forma a la que amoldarse. Luego, su aire vuelve, entregado puro, al mundo. Y quizás soy yo ahora el que respira lo que ella fue y está siendo mientras mi brazo la sostiene. Qué lecciones, cada tarde, me da E. con su presencia y con su vida, lecciones de pureza, de verdad. Así quisiera que fuera mi palabra, que brotara limpia y bella, natural, sin estridencias, solemne entre el aire sosegado, pero cargada de vida y verdad indudable. ¿Cómo trasladar todo este arsenal de pureza a la literatura?  

domingo, 3 de junio de 2012

SIEMPRE me pregunto qué obras son las que recordamos de los poetas admirados. ¿Preferimos el poema de Leopardi -que tanto me agrada- Sopra il monumento di Dante che preparava in Firenze o L`infinito? Cuando estamos leyendo "El infierno", abstraídos con la profundidad de Dante, ¿preferimos las menciones a los ciudadanos florentinos, a sus coetáneos, o los versos que ahondan en los temas primordiales para el hombre?
Cuando el lector comienza la lectura de San Juan de la Cruz, ¿qué lo precipita a la conmoción sino la yuxtaposición versal sostenida con una floresta de tropos trascendentales? Fray Luis escribió un poema maravilloso dedicado a Francisco de Salinas, su "Oda III", pero ¿no es una escusa, un punto inicial del que se desprende para entregarse a la meditación poética sobre la música y la mística y la aritmética de la esferas? Sucede lo propio con J. Manrique, en sus Coplas hay versos que sostienen la estructura de la composición, que atienden a los ropajes, las acciones cotidianas, las costumbres, pero, ¿no son los versos cristalinos, como enunciaba Octavio Paz, los que percuten sobre el tiempo y la muerte en un tono elegíaco mayor, los versos que permanecen y por los que lo recordamos? Y los versos de Quevedo, Góngora o Lope de mera circunstancias, ¿no están eclipsados por la hondura y la solemnidad de los poemas que habitan en esos temas cruciales de la humanidad? El propio J.R.J. fue consciente de este viraje necesario en la obra de un poeta que desee adquirir la plenitud de la poesía; de Antonio Machado, ¿los poemas en los que se embosca con la Guerra Civil o los que anidan en la naturaleza? Del propio Neruda, qué distancia entre los versos centrados en las lucha social y el compromiso comunista con los versos minerales que reflexionan sobre la condición humana. ¿Por qué nos siguen proveyendo enseñanzas las composiciones de Homero, Virgilio, Horacio, Lucrecio, Ovidio o Boecio?  
Podrían ser muchos más los ejemplos y he querido ceñirme a algunos casos de nuestra historia literaria, con la excepción de Leopardi,  pero la tradición, leída con la atención necesaria y la pureza debida, deja lecciones de una claridad meridiana que algunos se obstinan en alejar de la literatura porque la creen romántica, cursi, ególatra, alejada de la poesía. Nunca la poesía se ha bañado en las aguas de lo vulgar, ¿por qué Wiesenthal, en la década del dos mil, todavía administra lecciones estéticas y éticas con la recuperación de la mejor tradición europea?    
Es por ello por lo que un libro de poemas debe estar escrito como la última estación de vida que el poeta vaya a experimentar. En el poemario debe dejarlo todo, sin concesiones atadas a lo que otros desean leer, ni siquiera a lo que los otros elogian como lo mejor de los poemas. La poesía es convicción solitaria, aparece como del rayo, en soledad, en un silencio estruendoso, fecundo, como si fuésemos Boecio encarcelado escribiendo la Consolación de la filosofía, como Montaigne retirado de todo para poder nombrarlo todo en una torre o como Hölderlin recluido a orillas del Neckar o ciertamente como Rilke en sus soledad nutricia o, quizás, como un Prometeo encadenado que acaba de arrojar el fuego de la sabiduría velada a los hombres, aunque estos no sepan reconocerla. Un poema es la vida o la muerte o, mejor, la vida y la muerte en una sola canción.            

sábado, 2 de junio de 2012

NO seré yo el que dude más de la vigilia, pues estos días -en que el día y la noche son un mismo estado sin distinciones ni oscuridades, viviendo el día de continuo-, me están aleccionando sobre el concepto del tiempo. Pensaba uno que el día y la noche eran una suerte de actualización de los dioscuros antiguos, una cuestión gemelar sin origen cierto. Y esto me leva a la creencia de que los libros que descansan encima de la mesa pertenecían a la tarde de ayer, pero resulta que son ya de hoy. Por ejemplo, vuelvo a abrir Un centro fugitivo, de Á.V., publicado en Siltolá, los libros de Wiesenthal que muestran los subrayados permanentes, algunos volúmenes de Teoría de la literatura, de Lingüística, la Nueva gramática de la lengua (con todos los volúmenes, incluido el de Fonética), el libro de Baroja que mencionaba ayer, Leopardi, Petrarca y algunos otros mamotretos variados, como una silva de varia lección.  De todos, me quedo siempre con la poesía, pues hay un recogimiento en ella, una percuciente tensión que conduce a lo más profundo y permanente que nos sustancia.  
Atestiguo que en Un centro fugitivo hay poemas realmente verdaderos, que me han enseñado cómo poder expresar algunas de las intuiciones que andaban inquietas por mi mollera. Es verdad que he llegado a la obra de Á.V. como un novísimo lector, sin haber leído ningún libro completo con detenimiento, como el que llega a una ciudad bella a la que todos han viajado alguna vez. 
Esta circunstancia me ha derivado a una enseñanza igualmente nueva. Si decía ayer que el libro de poemas que leí de corrido puso en claro que los poemas llegan cuando la poesía lo decide y que no se puede forzar con otros procedimientos, este libro de Siltolá atestigua y confirma esto mismo, pues tengo la certeza y la convicción de que esta antología muestra la obra del autor ya desposeída de todo lo sobrante, de lo accesorio y ajeno al verdadero pálpito. Es pues, una antología escogida con criterio inteligente, una forma póstuma de seguir encumbrando la poesía de uno. La selección permanente, ¿no era eso mismo J.R.J.? 




viernes, 1 de junio de 2012

APROVECHO  una escapada al centro de la ciudad para visitar la librería. Hacía demasiado tiempo que no la esculcaba y tenía algunos libros pendientes que, como es costumbre, casi nunca terminan en mis manos. Uno de ellos era un libro de poemas escrito por un autor admirado; fue lo primero que cogí de las baldas y comencé a leer allí mismo. Otro de los libros que ya tengo en casa es Las horas solitarias, de Pío Baroja, cuya existencia ha sido una de esas gratas y sorpresivas manifestaciones que tiene la visita a las librerías. Con E. apoyada en mi hombro intento deleitarme con la prosa de Baroja en este libro que pretende ser las  “Notas de un aprendiz de psicólogo”.
Cuando tuve el libro de Baroja entre las manos, junto a él, estaba el ensayo que ha escrito José Carlos Mainer sobre el autor de marras. Lo hojeé, claro está, acudí a los dos o tres episodios sobre los que nunca nadie deja asentada una solución al conflicto y lo cerré en el ínterin. La prosa de Mainer resulta, en ocasiones, laberíntica y poco esclarecedora, parece que quisiera prevalecer él mismo, con estilo, más o menos acertado, sobre el propio escritor que atiende en el volumen. Suele ocurrir esto mismo en la filología española.   
No puede igualarse la lectura directa de las obras literarias con las obras de los críticos o estudiosos de la literatura. Ya lo advirtió Steiner, no hay mejor crítica literaria que la propia creación literaria. Ella es el lugar de apariciones de la tradición, de la tradición que es fecunda y próspera, inacabable. Ya lo anunciaba Bayard en un libro tan ameno como inteligente, los profesores universitarios hablan de los libros que nunca han leído. No es el caso del profesor Mainer, conocedor por lo menudo de la literatura de la Edad de Plata, pero con el tiempo voy entendiendo las claras diferencias que existen entre la lectura y la posterior exégesis individual de las obras literarias y el apoyo, en ocasiones fundamental, de la erudición. En España esta falta va unida a la preponderancia de los egos. Al final, me decidí y compré Las horas  solitarias en cuya portada aparece la Cuesta de Moyano nevada, solitaria, fantasmagórica.

Hay poetas que en sus textos consiguen un destello solitario, una concentración de lo lírico, un alumbramiento momentáneo. Sin embargo, existen poetas, muy pocos, que con todos sus versos participan de lo poético. Hay poetas que indagan, que se valen de mecanismos más o menos previsibles, que repiten fórmulas y llegan a alcanzar cierta altura lírica en su cometido, pero existen otros poetas cuya labor es lírica al completo, total, vivida al unísono. Esto que intento improvisadamente discernir para poder argumentar mi opinión, puede utilizarse para los prosistas. Uno abre el libro de Baroja por cualquiera de sus páginas y se encuentra un festín de la prosa que reverbera y estalla de continuo. En este diario que estoy señalando, la prosa acoge lo que afirma el propio autor, “la vida de ambiente en mi consciencia en el momento que pasa”. No ha ocurrido así con el libro de poemas: una colección de destellos.   

Comentaba que el poema que principia el libro de poemas al que me refiero me dejó una impresión desigual, pues no estaba a la altura de lo que, después de unos años, uno espera de ciertos autores que, continuamente, ponen de manifiesto sus cualidades. En cuanto llegué a casa, terminé con la lectura de los cincuenta y nueve poemas que componen el libro y he decir que, solo en ocasiones, me he visto realmente embelesado y conmocionado. Hay una frialdad que pertenece a la prosa, a la prosa que él maneja como nadie en estos momentos y en esta lengua. Hay mecanismos de esa prosa llevados a la poesía que no terminan de ofrecer lo que debieran. Ni siquiera los que incluyen algún procedimiento rítmico o estrófico regular se alzan indiscutibles. Muchos de estos poemas puestos en la largura de la prosa serían estupendas e inmejorables estampas líricas y concentrarían, sin dudas ni concesiones, lo verdaderamente lírico. En la elección del género y del cauce expresivo el escritor se enfrenta a la plenitud o a la medianía.
No quiero decir que en el libro la poesía sea una ausencia, sino que cada vez más, tengo por convicción que la poesía escoge a los poetas y no estos a la poesía, por muy buenos, virtuosos o inteligentes que sean. Es esta la lección novísima con un libro de poemas y es una enseñanza necesaria. La poesía es la palabra ancestral, cenital tensión con la especie que se renueva en el poema y nunca realiza concesiones. Lo poético es coto vedado para la mayoría; lo que no significa que, teniendo en cuenta el panorama de la poesía que se publica, sea un libro de lectura gratificante y de una altura destacable.