jueves, 12 de abril de 2012

EN el estadio en que se encuentra la cultura es fácil dispersarse y mantener opiniones paradójicas y contradictorias, pues los artistas han olvidado que el tiempo de sus vidas no es el de su arte."Palabra en el tiempo", nos dijo Machado o "extraer el tesoro de la inmensidad y dejarlo en la eternidad", sentenciaba JRJ.  
En esta época que carece, como advierte Wiesenthal, de autoridades morales, es todavía más maleable el juicio de los que son creadores o comienzan a serlo. Estas aguas turbulentas de la cultura, que se mezclan con avidez con la vanidad y la egolatría, son un mal endémico para la creación artística.
Desde hace un tiempo, mantengo la tesis de que el artista debe mantenerse en soledad y silencio para que su obra brote, -si es que lo hace-, y edifique un mundo soberanamente propio, singular y rico. Estas declaraciones, en más de una ocasión, me han llevado a que me consideren un aislado, un impertinente o un joven que pretende desmarcarse de todo por simple afán de llamar la atención; incluso, los silencios en las conversaciones pueden ser interpretados como una falta de respeto o de ideas para mantener un diálogo. Esta idea, que para algunos puede parecer nueva, es una evidencia a poco que uno lea a los grandes autores de la tradición. Si uno lee con atención a Rilke, Tólstoi o JRJ, si uno estudia la obra de Miguel Ángel o las pinturas de Velázquez, si uno advierte la vida de Beethoven o de Bach, podrá extraer, de ese ejercicio, estas conclusiones sin demasiados esfuerzos.     
Escribo, hoy, en el diario, estas líneas, porque me parece que los intelectuales son los que aparecen en la sociedad en el momento preciso y con las palabras justas para reivindicar lo que nunca debe ser transmutado por las modas y las tendencias pasajeras que pretenden anular e infravalorar las creaciones con postulados totalmente volátiles. No existe en el arte el concepto de superación, como tampoco existe en la filosofía. No pueden ser superados los presocráticos ni los pintores flamencos; no podrán superarse las pinturas de la  Capilla sixtina como tampoco una escultra de Bernini; a los artistas se reinterpretan con nuevas propuestas estéticas que entroncan con su naturaleza original: esa es la esencia del arte, transformación y permanencia.   
Es obvio que, para poder reinterpretar y conocer la obra de un autor de otra época, es necesario un ápice de inteligencia y sensibilidad que guíe, de forma inteligente, la nueva propuesta artística. Ante este vacío y el triunfo de la hipocresía en los artistas y en el mundo que rodea el arte, ha reunido Vargas Llosa una serie de artículos que se muestran rotundos ante este estado "espectacular" de la cultura, ante esta confusión entre conocimiento y cultura.  Lo ha titulado La civilización del espectáculo y en él podemos leer párrafos como el que sigue y con el que nos sentimos identificados: "Hasta que, de pronto, empecé a sentir que muchos artistas, pensadores y escritores contemporáneos me estaban tomando el pelo. Y que no era un hecho aislado, casual y transitivo, sino un verdadero proceso del que parecían cómplices, además de ciertos creadores, sus críticos, editores, galeristas, productores, y un público de papanatas inconscientes a los que aquellos manipulaban a su gusto, haciéndoles tragar gato por liebre, por razones crematísticas a veces y a veces por pura frivolidad". Cuánto me identifico con estas aseveraciones del escritor peruano y cuánto me alegra que, de vez en cuando, algún intelectual de casta, salga a la luz pública para que, los que creen estar en la historia de la cultura, vayan tomando nota de la miseria y la penuria de sus creaciones vacuas, paupérrimas y yermas. decía antes que un intelectual aparece en el momento preciso con las palabras justas: estoy deseando terminar la lectura de este libro escrito por un hombre comprometido verdaderamente con la cultura desde que comenzó a escribir. 


Por último, no puedo dejar de señalar una sentencia que, leída con atención, resume la decadencia a la que asistimos. Vargas Llosa, quizás sin advertirlo, está reivindicando la postura romántica ante la manifestación cultural, pues distingue entre el conocimiento y la cultura entendida esta como un modo de vida, un arte de la vida. Afirma el escritor peruano: "hoy no se escribe para la eternidad". Si esta afirmación la pusiéramos en boca de Novalis o de Hölderlin, pasaría como una manifestación acorde con los postulados del movimiento romántico. Todo esto me alegra por momentos y me trae una luz y una confirmación de lo que, cada vez, va siendo más evidente, pero también una enseñanza profunda, pues hoy, más que nunca, es muy fácil caer en marros, desvíos, confusiones y prebendas que conducen, claro está, a la nada y el olvido, al reino de las vanidades destructoras de la esencia artística que solo pretenden ensalzar un yo finito y fugitivo sin más.