jueves, 5 de abril de 2012

CUANDO me preguntan por un poema moderno, en ocasiones, respondo El Cristo de Velázquez, de Unamuno. Esta tirada de versos endecasílabos contiene todas las características con que los autores contemporáneos alardean de modernidad. Aunque, claro está, hay versos de Unamuno que resumen toda la obra de cualquiera de estos poetas de actualidad. Creo que, si alguien se instala en la tradición de la literatura, puede entender el momento que le tocó vivir, incluso puede llegar a comprender la altura de la literatura actual. Alguien que haya leído a los autores que son la literatura, podrá comprenderla, atisbarla, sea cual sea el año de vida que llamamos contemporánea. No así al contrario, hay quienes pretenden llegar a la literatura desde los autores actuales. Es un ejercicio imposible desde sus principios.
Estas notas tienen un claro resumen, el escritor se va haciendo mediante sus lecturas y su escritura, pero, dadas las circunstancias, considero que el escritor se la juega, sobre todo al comienzo, en la selección las lecturas.

Uno debe conducir su criterio de la forma más solitaria posible, pues los grupúsculos terminan engreídos y aparnasiados ellos mismos. Al final, los grupos o tertulias o cenáculos lo que hacen es leerse a ellos mismos o a los escritores afines a sus idearios. Nada más lejos de lo nutricio. Una lectura atenta, en soledad, descoloca al escritor de su posición y lo hace dudar ante sí mismo y sus creencias estéticas. Comienza, entonces, el estado de creación: la duda, la búsqueda, el tanteo, la mixtura de tradiciones.

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GRAN parte de los poemas escritos por Unamuno fueron concebidos durante viajes en tren, como el propio poema señalado, que lo escribió, en parte, cuando viajaba entre Oropesa y Navalmoral. Esta curiosidad la anoté hace algunos veranos, cuando cruzábamos Italia, en tren, desde el norte hasta el sur. En el tren encuentra uno un almacén de vidas y circunstancias agolpadas por el azar que alimenta, las más de las veces, un extrañamiento en el poeta. No olvidaré el vagón del tren que nos condujo a Trieste cargado con dos o tres mochileros que recitaban, en voz alta, poemas y versos de Rilke. ¿Qué sucedió aquella noche de tormentas para que aquella estampa se confabulara ante nuestros ojos?


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SUBRAYO, esta mañana, un pasaje de Leopardi que se suma a los de María Zambrano, JRJ o Novalis sobre la razón poética. ¿No es una confirmación, acaso de todo?

“La stessa essenziale inimicizia della ragione colla natura, la pone in necessità di perfettamente conocerla, il che non si può senza sentirla. Come può ella combattere un nemico que non consca punto? Ora la natura in quanto natura è tutta quanta essenzialmente poetica. Da che natura e ragione sono nemiche per essenza, l´una depende o è legata essenzialmente coll´altra, come lo sono tutti i contrari: e non si può considerar l´una isolatamente dall´altra”.

En este pasaje maravilloso, Leopardi escribe sobre la fusión de los contrarios. En este caso, los supuestamente contrarios son la naturaleza y la razón. Leopardi lleva esta disputa filosófica al terreno de la poesía y lo hace con el magisterio con que nos tiene acostumbrados: “la naturaleza en cuanto naturaleza es toda esencialmente poética”. Y esa naturaleza lo que otorga es un entendimiento razonado de la naturaleza y, por tanto, de lo poético. ¿No es todo, en definitiva, la razón luminosa, la razón poética, la razón de la palabra poética; no estaban, desde Platón, indagando en la misma esencia a la que se refiere Leopardi?
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EL poeta no escribe para los lectores de hoy, el tiempo de la poesía no es el de la vida, aunque se nutra de ella como hombre mortal.
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SI alguien leyera solo a Platón, durante toda su vida, podría crear una obra literaria inmensa, bella, diversa. ¿Con qué otros autores o creadores sucede eso?