jueves, 19 de abril de 2012


CREO que a todos nos llega un momento de desasosiego con el que los actos y las palabras dejan de tener lo que creíamos que era un sentido en la vida. Y se queda uno, de repente, en un archipiélago de razones y motivos que no encuentran el elemento que los armonice. Escribe uno casi a diario, lee los más de los días enfervorizado, ama a sus allegados y amigos, ensueña la presencia de E. agazapada entre los brazos temblorosos y todo, en ocasiones, sufre una desfiguración y una extrañeza desconcertantes. Es quizás lo que considero la consciencia de la consciencia, esto es, la objetividad anhelada que se instaura en el mortal.
Si bien es cierto que estos momentos de desasosiego se hacen notar como fogonazos esporádicos, también lo es que cuando uno retorna de ese estado de aturdimiento, parece que, con Pedro Salinas, todo es más claro y todo brota con una limpia claridad y una renovada presencia. Una estación surgida sobre la que no cabe dudas y en la que uno comienza a notar cómo brotan las raíces en la tierra en la que quisiera estar enraizado por siempre.
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EL tesoro de la poesía es su secreta unidad.
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UNA correspondencia entre los seres y los mundos, la palabra poética es fundacional en tanto que conlleva a un conocimiento de una realidad análoga. Ese desvelo va unido a una disolución del desconocimiento previo. La poesía es un movimiento múltiple, rítmico, que sobrepasa los límites los sistemas de filosofía o religión. La poesía es a un tiempo sagrada permanencia y razón luminosa; es la sustancia que atraviesa a un verbo y a otro. Ese es el motivo por el que encontramos, en los textos bíblicos o védicos un elemento superior que es el que posibilita que podamos leer esos textos como textos poéticos.
Esta capacidad de la palabra poética por permanecer más allá de las formas preconcebidas, de los géneros y convenciones e, incluso, de los territorios ideológicos, como la religión y la filosofía, es lo que llamo lo poético.
De esta forma, he comenzado a valorar la escritura en prosa participa de la poesía que impregna el mundo. El mundo es un compendio de ritmos y símbolos: es un poema. Y el poeta trata de encontrar, dentro de sí, la correspondencia y la analogía que lo armonice con la realidad.  El origen está en la naturaleza; el amor es la pujanza de los contrarios. 

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HOY, sumo unos versos de San Juan a la búsqueda de la razón poética. Si el otro día hablaba del intuicionismo, ahora recojo dos versos del poeta carmelita que resumen, en verso, toda una teoría de pensamiento: 

"[...]Para venir a lo que no sabes
has de ir por donde no sabes [...]"

Pertenecen a unos avisos ("Los siguientes versillos declaran el modo de subir por la senda al monte de perfección, y dan aviso para no ir por los dos caminos torcidos") que aparecen en la Subida del monte Carmelo. El poeta, que residió y escribió en Sanlúcar de Barrameda,  prefigura, en este poema, algunas de las propiedades que consigna como "Noche del sentido", pero en estos dos versos, establece un método de conocimiento que se asemeja demasiado a la razón luminosa, el intuicionismo, el entendimiento poético de la realidad. Los leo y releo, como si en ellos anidara una verdad palpitante que tan solo percibo de soslayo; los memorizo y me quedo un tiempo pensando en la senda que marca, la senda en la que no existen certezas absolutas, la senda en la que todo se intuye, se atisba. 
"Ir" y "venir", escribe; acción verbal. "Lo", sustituye a la materia de conocimiento: una realidad desconocida en su esencia, pero presentida para poder buscarla; "donde", el camino dantesco de iniciación. ¿ Es "Lo" la permanencia y "donde" la transformación?