martes, 27 de marzo de 2012


LO primero, la luz en los ojos del cielo raso y velado del horizonte. El cambio de cielo lo interpretamos como un símbolo que amparó las horas posteriores. El paseo por un dédalo ensoñado, sin rumbo; con el norteo de la poesía era suficiente. Al fondo, Platón jugaba con unas figuras: estuvimos toda la tarde siguiendo esos reflejos.

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DESPUÉS de hablar de poesía siento una irreprimible necesidad de silencio y reflexión. Enjuicio lo que dije, sopeso los errores y, sobre todo, comienzo a apropiarme de las enseñanzas de los demás, de los que cada vez son menos para intentar incluirlas en mi propio imaginario. 
La lectura es el encuentro de la enseñanza en solitario; el diálogo nos humaniza, pues necesitamos del interlocutor válido para que se produzca, nazca, el conocimiento.
En la lectura y en un puñado de individuos que se cruzan en la vida, puede uno, acaso, encontrar el fuego dialógico del conocimiento. Para ello, debe estar y ser abierto al aprendizaje, desasirse del yo, de las limitaciones del individu, pero  cuántos ensalzan su ego por encima de todo, incluida la palabra. 
Llego de Barcelona como de un trance, un pasaje fortuito, pero grato y cargado de emoción. Se esboza en mis labios una satisfacción por haber mantenido la fidelidad y el respeto a la poesía, que es la palabra en estado musical, por haber danzado conjuntamente alrededor de lo poético para celebrar su existencia. Quizás sea eso lo único que consiga en esta vida.