lunes, 19 de marzo de 2012

AIREAR el diario con otras inquietudes y alejarme de donde nunca debiera alejarme suponen un esfuerzo y una deseo que aún no tengo como primordial. Así, cuando comienzo a anotar algunas líneas, que menudean en la consciencia, o a dejar por escrito alguna impresión de lo vivido, no puedo más que abocarme al espacio de lo poético. 
Creo, además, que durante un tiempo, he estado escribiendo sobre la poesía: qué es y para qué existe en esta vida nuestra. Considero que mis palabras han sido, en la mayoría de los casos, marros y equívocos, desaciertos que poco han sumado a dilucidar nada más que lo que pienso íntimamente. Inicio, tanteos, sugerencias que tendrán que seguir afinando su sentido y ahondando en lo que no tiene fin. 
Incluso tengo por seguro que he nombrado equivocadamente la materia de marras, pues no he escrito estas semanas sobre la poesía, sino sobre lo poético. Lo poético entendido como una sustancia que traspasa los géneros literarios y las convenciones formales; lo poético como una esencia que impregna la literatura en cualquiera de sus manifestaciones, aunque, a decir verdad, es, en la poesía, en donde mejor sucede y es.Lo poético no se identifica con esa búsqueda formal que los estudiosos han querido verter sobre las palabras. Lo poético sucede únicamente en cada individuo y aquel que no logra hacerse bóveda de lo poético, bóveda interna, acaso jamás comprenderá la salida de la aurora. El don de la palabra es el don del silencio y la palabra poética, la que razona lo poético en los actos concretos, solo puede mostrar una leve página del himno, una lábil mención de esa inmensidad, una diminuta porción de la grandeza interna a que somete la naturaleza recobrada y originaria de lo poético. 

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AL borde, la palabra, el sueño creador. La duermevela de la que hablaba Bécquer. Es, desde esa limítrofe estación del ser, desde donde la palabra puede ser reveladora, donde la palabra encuentra un lugar de apariciones apropiado a su naturaleza trascendente. Esas palabras vienen cercadas y nimbadas por juegos de sombras; las figuras no encuentran sus contornos; todo parece ser aun siendo en su absoluto. 
Si esa palabra es pura y se pone en los labios y se escribe como del alma, brotará incandescente, alada, musical. Recogerá, ella misma, lo que fue y está siendo en el futuro, pues pensaremos que de ella vivimos y en ella somos; y el lector, al leerlas, al recitarlas, las vivirá de nuevo como puras y no tendrá duda de su naturaleza, no tendrá dudas de su necesidad de existencia, pues habita, por instantes, en el centro indudable de la poesía que otorga lo poético.