viernes, 24 de febrero de 2012


VA uno escribiendo una vida, la vida imaginaria, al estilo de Marcel Schwob y cada vez se va haciendo más vivífica y diversa. La diferencia estriba en que es la vida de uno y no la de un personaje en la que se proyectan los sucesos, los pensamientos, las lecturas, los deseos, el estado natural del mundo. 
Es por eso por lo que hoy, al estar pagando en la tienda por unas viandas, he sentido una llamarada profunda e interna que me convocaba inexcusablemente ante esta página en blanco. Ante esta página ante la que estoy sentado y en la que escribo diría que poseído por un afán o una búsqueda que todavía no he logrado descifrar y de la que pienso siempre que estaré en continua indagación.  

Consiste en salir al encuentro de la causa y de obtener de continuo las mismas consecuencias, a saber, divagaciones, tanteos, nada, al fin al cabo, que sea algo o que sea todo.

Lo turbador llega con los azares y la ficción. Hace poco le preguntaba a JMB por el profesor Mario Praz, pues me interesaba qué opinión tenía sobre sus ensayos sobre pinturas y poesía. Y hoy, en unas páginas de El amigo de Viena, de Sergio Pitol, narra el mejicano cómo acude a una cena invitado por nada más y nada menos que las hermanas Zambrano. En esa reunión, en Roma, uno de los comensales es Mario Praz.


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JOHAN Melchior Molter suena en toda la casa. Hoy, -que ni M.C. ni E. están conmigo- las recupero otorgándoles, a estos prodigiosos pentagramas, lo que Octavio Paz llamaba “la casa de la presencia”. Cuando lleguen las dos escucharemos esta música de Molter como lo hicimos el otro día con Verdi, Corelli y Bach. Aunque, al escuchar esta música, parece que los tres nos encontramos, por la gracia de la cuántica del espíritu, en un estado y un territorio compartidos.     


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MIENTRAS leo algunas páginas en italiano de Zibaldone, proyecto, junto al retrato de Leopardi, un jardín armonioso. Il giardino armónico.

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NO debería fatigarme en la búsqueda y con el trabajo diario de la palabra, a pesar de su lentitud y de sus escasos progresos. Tampoco debería entregar la voluntad de cuajo y desasirme de la intensidad y el voltaje, porque, de vez en cuando, en escasas ocasiones, se encuentra uno con la palabra de un maestro que, de pronto, arroja luz allí donde no había nada, ángulo muerto. Con este tipo de asertos entienden el lector y el escritor que la materia que precipita en las letras debe contener no los recursos ni los ingenios, no la panoplia de elementos que desde la antigüedad ayuda a mejorar la obra literaria. Hay una materia por encima de todos estos recursos para crear el artefacto, un elemento crucial que casi siempre se nos olvida y que casi nunca tenemos en cuenta. Una naturaleza que nos habita y que es difícil educar y matizar o apenas lustrar. Dice Wiesenthal: “Después de muchos años de ejercer el oficio de escritor, he llegado a la conclusión de que un libro no tiene interés si no lleva dentro una buena parte del corazón de su autor”.