jueves, 16 de febrero de 2012


HONDAMENTE agradezco sus palabras, señor,

mas con la sinceridad de la poesía, considero que ninguna de las mías valgan más que estas sonatas de Scarlatti que escucho recogido en la soledad, ni que un aria de Donizetti basada en la novela de Walter Scott, ni que uno de los azules del cielo de Estambul, ni que un olivo solitario y macilento, ni que un solo verso del poeta en la alameda del silencio, ni que una encina o el mar en lucha. Es, con ellos, con quien debe rendir cuentas, no con los mortales, no con los que siguen vivos, tan solo con quienes dejaron su vida edificada en su obra, tan solo con ellos. Porque su tiempo no nos pertenece ni nos es inteligible, solo la Obra podrá abarcarlo. Perdóneme, señor, si soy insensato o infame, pido disculpas si llegara a ofenderle. 

Es el tiempo sostenido que nuestros ojos no verán nunca, pues pertenece al paisaje futuro del que jamás tendremos un recuerdo. Vaya con ellos, señor, camine con ellos en la hondura del mar y dialogue, dialogue con las sílabas prendidas de las razones luminosas. Si existe algo irrenunciable, realmente impune a nuestro juicio, que la Obra, sola, se incardine en el tiempo de la palabra perenne. Estoy seguro que todo parte de la duda y es por eso por lo que siente el frío ancestral del miedo, pero debo decirle que sea con ellos y que en ellos sea su obra.

LA gracia y la coherencia pertenecen a la claridad y no es virtud mantenerse en su reino, no es virtud postrarse ante la fábula y la razón. Por ello pido que no sean tenidas mis palabras por más que melancólicos gajos de la clarividencia de alguien mediocre, obstinadamente confuso y sometido al claro decir de la fontana en la tarde.