domingo, 8 de enero de 2012


REVISANDO un texto de Azorín, recojo unas anotaciones de aquel lector que, hace ya algunos años, leyó enfervorecido  los pasajes de La voluntad. Aquella lectura  fue resultado de un impulso por conocer la afamada revolución de la novela en España a comienzos del siglo XX. El primer texto que leí, después de  Sonata de otoño, de Valle-Inclán, fue el de Azorín.  Guardo tan grato recuerdo que, hoy, al abrir sus páginas, he confirmado la dimensión de este memorándum tras comprobar que la anotaciones –garabateadas en los márgenes- son todas elogiosas. En uno de los recovecos de la novela tengo subrayado lo siguiente y aquí lo traigo y recupero para una relectura feliz: “Cuando yo muevo mi pluma para escribir una página, ¿puedo asegurar que esa página es mía y no de las generaciones y generaciones que han inventado el alfabeto, la gramática, la retórica, la dialéctica?”
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UN corifeo de pájaros nos saludó al asomarnos a la puerta de la casa. La puerta de la casa contenía un sol de lumbre templada. Esa lumbre palpitaba por el ramaje del limonero. El limonero tenía la hechura de una melancolía ensoñada.
Creo que los pájaros habían entendido esa circunstancia y que cantaban, -solemnes, revueltos-, la dimensión de la tarde. Quisiera para mi canto esa naturalidad con que los pájaros ofrecen los vítores a la tierra.