jueves, 8 de diciembre de 2011

PERDER el mundo para alcanzar el mundo. Despojarse de lo que somos para ser en plenitud. Desgajar de nosotros el conocimiento para llegar a otro conocimiento desconocido y más profundo y vital.
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UN poema, la poesía, si lo es, es para siempre. Al igual que lo que nunca fue, no será nunca. No cabe la recuperación de la poesía que nunca fue, ni la del poeta que nunca fue. No entiende la poesía de tiempos pretéritos ni futuribles, no está a la espera: está siendo de continuo. No podemos frenarla o atisbar una proyección, nos lleva, en su cauce inmenso, imparabale.
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LA lectura de aquellos textos verdaderamente esenciales escribe en nuestra alma. Así lo pensaba Platón en boca de Sócrates, pues sabía que la lectura es un proceso del intelecto en el que la lengua llena de consciencia y reflexión interminables. Esta es una de las tesis que se leen en ese libro maravilloso titulado Fedro.
El ejercicio de la lectura conduce, igualmente, al alejamiento y a la cerrazón de aquellas palabras que no creemos llenas de sentido para que habiten, escritas, por de dentro, en nosotros mismos. Dice Sócrates a Fedro: “Me refiero a aquel que se escribe con ciencia en el alma del que aprende; capaz de defenderse a sí mismo, y sabiendo con quiénes hablar y ante quienes callarse”. Ante estas palabras, Fedro, lanza las siguientes conclusiones:”¿Te refieres a ese discurso lleno de vida y de alma, que tiene el que sabe y del que el escrito se podría justamente decir que es el reflejo?”
La palabra como un reflejo del conocimiento interior "del que sabe", un reflejo como el que procura el olivo. Y el lector o escuchante deberá atender, silenciar su verbo, su presencia, y agudizar su entendimiento ante esos sabios, esperando la fecundidad del buen entendimiento.