lunes, 19 de diciembre de 2011


LA  Poesía arranca de lo humano el silencio auroral de la belleza.
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ANOTACIONES sueltas, sin preámbulos, sin marcas que descifren quién escribe. Los libros se amontonan en la mesa, creando una pila que se eleva y eleva sin más concierto que el de la verticalidad. Abro un libro de poemas buscando el sosiego y leo con detenimiento unos versos que se precipitan y desmayan sin templanza. Me acerco a la ventana y observo el ciruelo. Lo veo con los miembros sometidos y azuzados por el frío, tal que mi cuerpo estos días en que nada soy y en nada me reflejo. Atravieso el salón de un lado a otro. Lo vuelvo a atravesar, como una presencia o un holograma desnortado. 
Todo se mantiene quieto, los objetos parecen haber retenido la luz que los figura a los ojos. Un silencio rotundo continúa en contrapunto y es, exactamente en ese instante, cuando compruebo que la estética de la vida es la estética del fracaso.   
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LA biografía de Caravaggio me está otorgando unos datos que, hasta ahora, desconocía. Cuando vuelva a Florencia me enfrentaré, de nuevo, a las pinturas teatrales de este pintor prodigioso, de este creador de carne derramada como naturalezas muertas.
Hay una música en sus lienzos, una música vibrante y estática, contenida. Como una encarnadura blanca, con un cuerpo curvilíneo, los labios en sus personajes se entreabren y oscilan con el silabeo del óleo. Parece que van a arrancar de la vihuela un acorde y que  están ensayando los versos de Mudarra.
Escribí hace unos meses un poema dedicado a Caravaggio, hace bastante tiempo. Sin caer en la cuenta, el otro día comprobé que en el "Cuaderno de Leonardo" había escrito otro poema que tenía la vida de Caravaggio como eje vertebrador. Los dos son distintos, pero como su vida, lo sacro y lo profano, en ocasiones, advierten perfiles inadvertidos de la belleza.   
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UNA estética, quizás, del derrumbe, eso es. Como una ciudad saqueada, como un pueblo levantado de su tierra, como una biblioteca añeja, desvaída, maltrecha, como los árboles desnudos en sus ramas y los pájaros muertos sobre la tierra. Esa misma estética del óxido es la que me carcome en estas semanas, pues la claridad se observa en el poema después de la contemplación. Y no tengo templanza ni delicadeza ni contemplación para escribir. Soy ágrafo. No soy. Seguiré siendo como en el origen. Quizás haya que volver al origen para someter de nuevo a la palabra, quizás haya que descender, como Orfeo, hasta donde nunca nadie lo había hecho para poder traer, de lo oscuro y profundo de la poesía, la noche de la noche.