jueves, 15 de diciembre de 2011


MAÑANA de lentitud. Niebla que densa el paisanaje. Soledad del aire ensimismado. Frío de terciopelo y una profunda melancolía que no  encuentra su origen. Nostalgia de todo, recuerdo de nada. Una alameda verde pronunciándose como una llama verde, de amor viva. Una quietud en los objetos y el alma que se concilia, brevemente, con una figuración de la claridad y de la armonía.  
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“HABLO, luego existo”, pues la palabra está latente detrás de todo tipo de razonamiento e inteligencia. Sin la palabra no hubiéramos desarrollado lo que somos hasta ahora. Sin ella, no tendríamos conciencia de nuestras limitaciones, de lo paupérrimo y minúsculo que es nuestro ser frente al cosmos.
La evolución crucial estuvo en la escritura, pues “Escribo, luego existo, pero existo en la ficción”. Y en ese proceso de ficcionalización que encontró acomodo en la verosimilitud, el escritor revive y piensa en lo terrestre, en su tiempo vivido. Lo trasciende sin conocer cómo a través de la palabra escrita y fijada en el tiempo, como quería Machado.
De la escritura, la poesía es la máxima expresión, pues está cercana a la música, más que otros géneros literarios y eso le confiere una aspiración simbólica inigualable.