martes, 20 de diciembre de 2011


ESTIMADO señor  Henri de Régnier. 

Me permitirá que le escriba para pedirle permiso y licencia literaria, ya que ha llegado a mis manos un manuscrito titulado La Altana. La Vida veneciana y no he podido más que temblar y emocionarme.   
El comienzo de su libro es lo que me ha motivado a escribirle, señor, pues parece que usted sabe que la palabra es dadora de realidad y belleza. Por ese motivo, desde la altana, con los ojos cerrados y en silencio, espera usted la llegada de la ciudad a sus retinas. Es el signo del silencio y la sombra, como reconoce en su llegada nocturna a Venecia.
De momento, esto es todo, si me lo permite. Le escribiré con frecuencia, con el pulso y la medida con que se hacen las cosas inolvidables. 

Gracias, señor, por sus paseos y sus palabras.

Siempre suyo, TRR. 
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VAN llegando, como del misterio, los libros de la biblioteca de Barcarrota. El último, un minúsculo libelo titulado A muyto devota oraçam da Empardeada. Junto a los otros dos volúmenes, los acumulo en una parte de la biblioteca alejada de lo mediocre. 
Cada vez que llegan hasta aquí estos libros, gracias a la gentileza y sensibilidad de E. M., me entrego a la literatura de aquellos siglos. Son tardes refrescantes, innovadoras, pues me parece que cada vez conozco menos de nada y que todo me espera para ser aprendido.

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LO primero de todo, el "Cuaderno de Leonardo". He trabajado en esos versos del ciprés y en los del olivo.  He releído lo anterior. He borrado aquí y allí, he añadido versos que, de momento, laten en la celulosa del cuaderno. He revisado el índice, pues antes nunca había escrito un índice tan extenso. He volcado mi sensibilidad, pasión y virtudes, pero qué poco resultan ante la poesía, qué minúsculo intento ante tal cauce inconmensurable. 
Para no encontrarme tan estéril, me han acompañado Corelli y los ojos de Caravaggio. Qué daría por escribir lo que contienen esos ojos con la cadencia de la música que los suena.