EN Literatura
universal y literatura europea, recoge Kemplerer unas afirmaciones de
Goethe que precisan lo que, en la actualidad, considero un momento de
transición para la vieja Europa: “el bullicio armónico de los pueblos”. Qué
paradoja más solemne y conseguida la de unir el bullicio que procuran los
pueblos con un armonía compartida que proviene de su propia naturaleza.
El caso es que Kemplerer hace hincapié en este concepto
hasta desembocar en otro más general y relevante. Y es, cuando llego a ese
punto, cuando atisbo que JRJ mantuvo una relación muy estrecha con Goethe, de
quien no solo aprendió a ir haciendo su palabra en lentitud, sino en el concepto de lo que Goethe
consideraba necesario y trascendental y que, los poetas de ahora, no terminan de entender,
a saber: “una armonía ético-estética”.
ENTRE una referencia y otra, Kemplerer acude al
ejemplo de Unamuno. Toda vez que termino de leer las páginas que le dedica,
vuelvo sobre un poema de Unamuno, titulado “Credo poético”, que, desde que lo
leí, me ha resuelto no pocos conflictos internos:
“No te cuides en exceso del ropaje,
de escultor, no de sastre, es tu tarea,
no te olvides de que nunca más hermosa
que desnuda está la idea.
No el que un alma encarna en carne, ten
presente,
no el que forma da a la idea es el poeta
sino que es el que alma encuentra tras la carne
tras la forma encuentra idea.
***
Es, de nuevo y siempre, la compleja claridad, la
eterna sustancia que desnuda a la noche, la que se precipita en el velado concierto
de la naturaleza, el son que tañeron Virgilio, Dante, san Juan, Leopardi, Rilke y
JRJ, por ejemplo; el que permanece ya en las raíces mismas de la poesía, en ese
estadio del que nunca debiera el poeta apartar su sombra.