domingo, 4 de diciembre de 2011

AFIRMA Sennet que lo público ha modificado la intencionalidad del artista contemporáneo, que ha ido alterando la dignidad interna que debe detonarse en todo aquel que decide dedicar sus días a la creación con la palabra, la música, la pintura o la escultura. Es por eso por lo que quiero apartarme de todo, únicamente por humildad, modestia y moral.
El escritor no se conforma con ir macerando su obra con la lentitud requerida para que el resultado, al menos, no se presente grotesco y fatal. No se conforma con la satisfacción íntima y personal, que solo habita en los límites de su vida, sin que ello deba obtener el reconocimiento público. Estas condiciones, las entiendo  como los cuidados mínimos que la consciencia procura para la  creación artística, en esa consciencia en la que lo público solo debe venir como añadido, como un colofón nunca buscado, solo sobrevenido, a posteriori.  Sin embargo, la pauta es la contraria, es lo que Curtius llamaba “el mundo al revés”.
Esta característica de lo contemporáneo sucede porque existe un vacío moral en que nadie actúa como autoridad o modelo y en que nadie busca una autoridad de la que ir tomando ejemplo en la ética estética. Esa circunstancia provoca que los egos se disparen y se crean con las virtudes suficientes de cualquier otro escritor, al punto, que esa falta de referentes, lleva a que todos quieran apropiarse de lo que no les corresponde o que se crean merecedores para situarse ahí, en la ejemplaridad, en lo que Sennet llama  lo público.
Es habitual observar cómo la canallesca casta literaria de este país va agrupándose alrededor de una propuesta estética (si es que algunas llegan a alzarse como estéticas) o a un señor que tiene poder en los medios de comunicación o a un señor que tiene influencias para poder editar a un amigo o a un ser que puede llevar nuestra palabra a un soporte público. ¿Cuántas veces no leemos la crítica de un libro que ha escrito un amigo y, al tiempo, observamos que el otro amigo hace lo propio? ¿Cuántas veces no lee uno palabras benevolentes que se enlazan al lugar en que ese amigo las lanzó? ¿Cuántas veces no comprueba uno que alguien se dedica a reseñar los libros de unas editoriales concretas y que, al tiempo, ese señor termina editando en esa editorial? Y bien, ¿qué tiene que eso de Literatura?
Quiero decir que la mayoría de los escritores actúan amparados por una relación de causa con la que intentan aupar y alzar su voz en lo público, sea cual sea su obra y sin tener en la mollera que lo público es un espacio del imaginario que no les pertenece, sino que solo puede ser invadido por lo genial, singular, ejemplar, extraordinario o magistral. Pienso que la escritura en Internet ha ayudado a expandir este imperio del ego que sobrecoge la creación literaria y a principiar estas posturas tan infames.   
Aborrezco esta vanidad descontrolada y la denuncio abiertamente, a pesar de que sea ya tan antigua, y comienzo a pensar detenidamente en cómo hubieran actuado Rilke o Tólstoi en estos años y así tengo por seguro que sus denuncias y sus actitudes hubieran sido, siempre,  ejemplares, de eso no cabe duda ni sospecha.