sábado, 31 de diciembre de 2011


LA mañana se había hecho frío. Antes de salir a la calle había leído unos versos de Tomas Tranströmer y, cuando hube puesto mis pasos en la avenida, comencé a comprender esta poesía. Los versos de Tranströmer ofrecen una visión objetivada del ser humano y, en la aparente frialdad, algunos versos laten con la extrañeza del reencuentro con lo que nunca conocimos. Por eso, cuando avanzaba por el frío rodeado de seres que deambulaban por las calles, después de haber soñado en la noche, después de que los astros hubieran seguido su curso sin contar con nosotros, después de que el alba presenciase nuestra finitud, pude contemplarme como uno más, como lo que soy, en la masa humana de las ciudades que, a pesar de sus avances y sus tecnologías, son lo mismo que hace milenios. A todos nos corona el sueño y el amor, aun cuando sentimos el deshielo a mediodía o el cielo a medio hacer.   
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UNOS versos de Miguel Hernández para la noche de ayer. Hablábamos, M.C. y yo, de nuestra hija. Y, en medio de la conversación, recordé los minerales y proteicos versos de Miguel Hernández: “He poblado tu vientre de amor y sementera”. Al quedarnos resabiados por estos versos, quise completar la escena con otro verso de JRJ que cierra su magnífico soneto titulado “Octubre”, de Sonetos espirituales, pues la plurisignificación del verso favoreció que pudiera apropiarme de él en sentido paternal. Y estas mismas palabras pueden interpretarse como una declaración de intenciones profundas, sometidas a la existencia y al devenir de los días que nos quedan. Por todo, M.C. y un servidor, fijamos esas directrices en la cúpula juanramoniana, evidente claridad: “el árbol puro del amor eterno”.  

viernes, 30 de diciembre de 2011


CON la cadencia tántrica del fin de un ciclo va concluyendo este año. Renovación, permanencia, palabra abrigada de luces y sombras, de ser y estar en el trópico de este diario.
Vida y literatura, arte y días contados. El diario conlleva un registro ficticio de una vida a través de unos días que no tienen referencia. Todo ello se mixtura en un matraz cuyas normas están condensadas en la retórica de la ficción.
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LA literatura procura una duplicidad. Un señor comienza a decir lo siguiente: “Delante de mí, quizás en los sueños,  se expande una tierra que ya no volveré a ver jamás; un vaso de agua del que nunca habré bebido; un sueño que no volveré a recordar, como no recordaré todos los versos de Dante ni toda la música de Bach; una biblioteca con libros que jamás serán leídos, páginas que no soportarán mis retinas ni el tacto de mis manos; dejaré un mundo del que conozco mínimamente su esencia; una mujer que he intentado amar como nunca supe; quizás alguna reivindicación de las artes como un subterfugio a toda esta fuga permanente. Somos formas breves en anchos caminos, mínimas conciencias en una armonía cósmica”.

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EL libro de prosas comenzó a brotar ayer por la mañana. Parece que yo iba en él, un yo escindido, del que tengo pocas noticias. Comenzar a escribir pone en evidencia franjas del ser que nos son ajenas, que creemos inexistentes.
Con la prosa debe uno adquirir el ritmo sintáctico adecuado para que las ideas se vayan acomodando al desnudo de la conciencia. Toda escritura es siempre un desajuste entre el tiempo vivido y el escrito, el que fue tomado como verdadero y el que anida dentro y nos traza en los días. La forma narrativa de una idea debe contener el mundo que sintetiza y acaso la palabra sea insuficiente para desarrollar esa trama. Así, el escritor deberá conformarse con atisbar en sus palabras lo que quiso ofrecer. Por supuesto, antes de comenzar a escribir, podrá tener presente si lo que escribe es válido para la humanidad o solo para los lodazales de su ego.            

jueves, 29 de diciembre de 2011

HOY he comenzado con las notas del nuevo libro de prosas. Es la primera vez que utilizo este método para escribir y me siento extraño e inadvertido. Aunque, al mismo tiempo, una efímera sensación de placidez, (no por lo que llevo escrito, sino por el impulso), me recorre los pensamientos. Quizás, todo esto termine en nada, pero de la nada surgió igualmente. Así que en el intento estará la virtud si es que algún día llego a atisbarla.

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TODA la tarde releyendo Cartas a un joven poeta, de Rilke. Subrayados, notas al margen, respuestas a algunos párrafos y un candente anhelo de no apartarme nunca, nunca de esas credenciales. Hoy deseo sentirme satélite del planeta Rilke. 
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ESCRIBIÓ Octavio Paz, en Cuadrivio, sobre Pessoa: “Los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía”. Por unos momentos, advierto que entre las misivas de Rilke y este aserto de Octavio Paz hay una intertextualidad profunda, pues  si Pessoa vivió en las vidas de otros, en esa confederación de almas líricas, Rilke ocupó el espacio absoluto de su inmensa y poblada soledad. Es decir, los dos poetas fueron dos seres múltiples, diversos de un mismo ser en su verticalidad.

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UNA soledad sonora polifónica, en la que resuene la melodía solista de un alma extraviada que anhela su armonización hasta confundirse en ella y perderse para siempre, para ser siempre.

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UN silencio nutritivo del alma, del abandono irremediable de lo social, que alimente la sed de espacio y el hambre de cielo, que atisbe lo uno en lo diverso y que calme, hacia la noche, la unidad convocada que nos espera. 

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LA lentitud de las cosas perennes en lo venidero necesita de la espera y la paciencia del que osara habitarla con su palabra.         

miércoles, 28 de diciembre de 2011


SIENTO una envidia incontrolable cada vez que el poeta A.G.L. me escribe.  Lo hace a mano, sobre un papel escogido y sus cartas llegan tan personales, tan suyas.
Le comento a M.C. esta circunstancia. Ella, que tan apartada está del mundo digital, asiente y su cara comienza a esbozar una sonrisa de confirmación, de cierta placidez ante esta nueva tentativa.
Dice que quiere ayudarme a escoger el papel, el tipo de sobre, la tarjeta de presentación y el pequeño ex libris que acompañará, a partir de ahora,  las misivas que envíe a los amigos y allegados. 
Serán a mano, por supuesto, pues deseo que los amigos se sientan queridos con mis torpes palabras como me siento yo, escogido, cuando el poeta A.G.L. ha dedicado unos minutos a realizar un manuscrito para que lo pueda leer y aprender de su maestría.

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COMO afirma Marcel Proust en Por la parte de Swann, primera de En busca del tiempo perdido, a la mente corresponde “encontrar la verdad”, una circunstancia que provoca  “todas las veces que la mente se siente sobrepasada por sí misma, cuando ella –la que busca- es al mismo tiempo el país obscuro en el que debe buscar y en el que nada le servirá todo su bagaje”.
Hoy, como si estuviera emulando el rescate de la memoria, junto a una taza de café, se han establecido unas relaciones literarias en que los personajes se han transformado en el mismo sujeto. Por ejemplo, el personaje de Proust, de Thomas Mann, de Rilke, de Dante, de T. Bernhard o de Cervantes. Todos ellos sufren una metamorfosis desde lo ficcional hacia lo ficcional, de tal modo que en ese ahondamiento, el ser cuaja en ellos mismos. Todos estos personajes, en algún momento de la narración o de la versificación, se despojan de sí y se convierten en seres puramente seres, en literatura con consciencia de ser literatura. ¿Podrá el hombre despojarse del ser para ser en plenitud?   

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ESA sensación es la que procura la palabra poética, la misma que sobrecogió al personaje de Proust cuando tomaba té. El personaje sufre una metamorfosis en la materia de su vida: la literatura. Al igual que el personaje de Thomas Bernhard en El Malogrado, los seres ficcionales consienten una doble transformación, pues pasan de seres creados a ser la creación misma, en sí. 
En palabras del niño proustiano acerca de la influencia de la realidad sobre él, afirma: “Al momento me había vuelto indiferente –como hace el amor- a las vicisitudes de la vida, a sus inofensivos desastres, a su ilusoria brevedad, colmándome de un esencia preciosa: o, mejor dicho, esa esencia no estaba en mí, sino que era yo”.

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ESA mezcolanza de tiempos avenidos y fusionados, ese lugar de la memoria, esa fusión y posibilidad perpetuas, es la misma que escribe T.S. Eliot en Four Quartets.
El mismo caso que ocurre en los versos de Baudelaire, en el poema titulado "Élévation", en versos cristalinos y maravillosos: “aquel cuyas ideas se elevan como alondras/, libremente hacia el cielo del claro amanecer; /-sobrevuela la vida y entiende sin esfuerzo/ la lengua de las flores y de las cosas mudas.” La clave de estos versos del escritor francés reside en el entendimiento "sin esfuerzo": es el entendimiento de la claridad, el silencio y la soledad convocados.

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QUIZÁS todo esto pueda resumirse en las palabras que aparecen en Doktor Faustus, de Thomas Mann. En esta novela prodigiosa que, con el tiempo, se va agrandando y haciendo imprescindible, puede uno leer las siguientes afirmaciones: “En arte, lo subjetivo y lo objetivo se entrelazan hasta el punto de no ser posible distinguir uno de otro. Lo subjetivo surge de lo objetivo, adquiere su carácter y viceversa. Lo subjetivo se formaliza en objetividad y vuelve a adquirir espontaneidad, dinamismo, por obra del genio.” 
Estas palabras de Adrian Leverkühn  recapitulan esa experiencia del ser que se produce en el arte. Con Antonio Colinas, creo que la poesía debe ser una experiencia del ser y de la palabra, una reflexión de la condición humana que se inserte en la objetiva armonía del cosmos anhelante desde la subjetiva figuración de la palabra. Cuando el individuo tiene atisbo de que está inserto, de que merodea, de que se acerca a esa armonía profunda y clara al mismo tiempo, queda turbado y cariacontecido, pues le viene la consciencia plena de la mortalidad de la palabra y, por ende, de sí mismo en una especular élévation.      

martes, 27 de diciembre de 2011

AL terminar de leer El amigo del desierto, de Pablo D´ors, entiende uno que el personaje que hilvana la trama (y que sustancia las páginas no con acciones sin con convicciones) comprenda que “se nace para vivir” y que “vivir consiste simplemente en descubrir lo elemental”. Estas páginas son “un éxtasis de la posibilidad” que solapan la vida real del lector con la ficcional del personaje. Uno y otro sufren una evolución hacia la nada: el único lugar en que el desierto es la totalidad. Esta lectura acciona el despojamiento de lo accesorio y conduce a la semántica de las palabras hacia una desnudez saciante.  

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AHORA, al reescribir algunas palabras de El amigo del desierto, contengo un pequeño temblor ante vocablos que brotan verdaderos. Son las palabras que utiliza el protagonista para referirse al momento en que la conciencia se ha renovado porque su espíritu acabó por encontrar el lugar del que no quiso retirarse.  Ese lugar, como toda la novela, es un estado del alma que deviene de la plena consciencia de su existencia. 
Toda la novela es un descubrimiento que no entiende de días ni de trancos temporales, es una continua búsqueda que, al ser alcanzada, renueva la búsqueda; una luz momentánea que conduce a otra luz blanca y poderosa, interminable, en donde los límites son ilimitados, en donde el ser es más ser que nunca antes y que nunca después.

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“¿Tarde? Para los hombres del desierto nunca hay tarde o temprano; todo sucede a la edad en que debe suceder y nada es puramente azaroso y arbitrario”, son las palabras con que funde la sensación y el estado de ánimo en el desierto de Tínduf.

El lector del texto se va transformando en un amigo del desierto igualmente, pues la topografía que propone, a pesar de que no hemos vivido el baño de arena ni el rescate, consiste en procurar una nueva disposición de alma. Es un texto plagado de preguntas retóricas. El desierto enseña la dimensión del silencio, de la palabra del silencio y de la soledad y, como escribí anteriormente, del gozo de lo ilimitado que habita dentro de nosotros: “Amo el desierto porque es el lugar de la posibilidad absoluta: el lugar en que el horizonte tiene una amplitud que el hombre merece y necesita. El desierto: esa metáfora del infinito.”

Provisto de esta experiencia lectora, desértica luz que trasciende, entiende el lector que el desierto es “sobre todo una nostalgia”, porque las formas del desierto proponen un paraje nunca advertido por el hombre y que está conformado con los elementos primarios de la naturaleza: el aire, el fuego, el agua y la tierra.

El personaje duda sobre su vuelta a Europa y esa duda es una metáfora, igualmente, de la influencia que provoca el entendimiento de lo humano sobre sí mismo. Cuando eso sucede,en un juego especular,  todo es una duda perenne y todo pierde su vocación de permanencia.  Sabemos que esa sensación de plenitud  ocurre cuando la libertad se distingue en ese punto en que puedes desplazarte por el mundo contigo mismo. Parece que Pablo nos dice, infiltrado en su narrador,  "el desierto, la llanura habitan en ti y no dejes de recorrerla siempre nuevamente, pues las pisadas se borran de inmediato",  (-como dice el profesor-, "puedas llevar contigo todo lo tuyo”). Por eso el personaje que somos, ya toda la humanidad, debe emprender un viaje en absoluta soledad y silencio. 

Cuánto me ha congraciado leer en este libro que el personaje, en el momento de máxima convulsión interna, necesita obrar solo, vivir solo, escuchar el silencio de las arenas interiores.
En cualquier caso, el lector va aromando su lectura con los olores del desierto interno, se va hacinando en los espejismos de las palabras que lo configuran y termina por aprender que el desierto es el lugar de la espera del tiempo infinito, el lugar de coordenadas inalcanzables. Pues el ser que lo contempla y lo inocula, lo alberga por siempre en la extensión de sus días.  

lunes, 26 de diciembre de 2011


SEA por un motivo u otro, por la alineación de los astros  o por la conjura de la naturaleza, por las lecturas cambiantes o quizás porque la vida ha renacido una y otra vez en el campo y ahora en nuestro hogar, reflexiono sobre lo escrito para transformarlo. Si es cierto, como dice Piglia, que uno escribe sus lecturas cuando en realidad está escribiendo su vida, refundar la escritura conlleva refundar la vida. 
Esa enseñanza de la literatura, -que es transformación y permanencia, centro indudable, alameda verde del día y la noche, armonía de contrarios, ética estética,- ensancha y airea la mediocridad de los días  que vivo. Porque así vistos, desnudos, sin más, los días que uno va ocupando son una fuga permanente hacia nunca parte. Por este motivo, la literatura es la que establece, en esa fuga desnortada, unas direcciones éticas y estéticas que, al menos, justifican nuestro paso. Aunque, claro está, la virtud de la literatura es que la verdad de la literatura es el trayecto en que la buscamos. Como la libertad, su búsqueda es ella misma y casi nunca logramos aprehenderla.       
Todos los inicios de año, que no es más que una raya en el agua, trato de cambiar el rumbo de navegación de estas letras. Observo, después de leer aquí y allí, que este año ha sido una introspección continua y que las páginas de dos mil once pueden considerarse una poética. No me desagrada el hecho y no he vetado ningún texto por muy repetitivo  que fuera en su momento. Leídos de continuo, todos podrían resumirse en una lista breve de sustantivos, verbos y adjetivos que han trenzado no pocas páginas escritas al desaire de la vida. Esas palabras han sustanciado la escritura y la vida, han hecho de la idea un fundamento y una creencia. Atisbo, por ejemplo, que no he tenido más remedio que entregarme a la armonía de la naturaleza para entender la condición humana. Con la naturaleza aprende uno a escoger las palabras y acaso a leer, sobre todo en la poesía, la naturalidad, la claridad, que nada tiene que ver con la sencillez.    
En el año próximo será un lustro el que he estado escribiendo en un diario. Un diario que comenzó con anotaciones esporádicas, escribiendo la lectura de otros libros, extendiendo el suelo a Francia, Italia, Portugal o Inglaterra  y que luego, toda vez que el diario comenzó a latir por sí mismo, ha ido habitando una franja y otra de la literatura y de mi existencia. En ese transcurso, las tentativas de desistir han aparecido muchas veces y he de confesar que, sobre todo en los últimos meses, un conato de abandono de lo público se ha instalado en mi conciencia. Veremos que detona esa apreciación en el futuro.   
He pretendido y seguiré haciéndolo, que estas páginas de diario sean una figuración especular del trópico de la mancha, de ese estado en que la literatura subvierte la vida y la vida comienza a regirse con los mecanismos literarios hasta que diluye sus límites y los hace desconocidos tanto para que el que los vive como para que el que los lee. Sístole y diástole de un mismo proceso coronario.   
RETENIDO por un verso de Garcilaso, pretendo concentrarme en la lectura. Junto a la biografía de Caravaggio, manuscritos, María Zambrano, Unamuno y A. Colinas. Estudio en el sótano desde hace un año. Está ocupado por una parte de la biblioteca, dos sofás, una mesa de grandes dimensiones y algunos chismes almacenados como restos de la batalla. Una mesa supletoria sostiene algunos diccionarios predilectos.
En este sitio, la música lo invade todo como un sofoco repentino. Su eco, su eco interminable produce una extrañeza a quien escucha, estos días, a Corelli y luego a Vivaldi.
Con todo, transcribo en el cuaderno unos versos de Petrarca cuyo enigma refulge en este apartamiento para iluminarlo todo: “Che fai, alma? Che pensi? Avrem mai pace?”

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VIVIR en la triste memoria del fracaso. Sea esta, quizás, la única forma verdadera de entender el mundo. Vivir en la tentación continua del fracaso para comprendernos mejor, pues la finitud es un ocaso que comienza desde que nos llega la vida.

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LA mañana. Silencio. Soledad... la plenitud indudable.

domingo, 25 de diciembre de 2011

AYER, mientras cenaba, quise imaginarme que Unamuno estaba en la mesa con nosotros. Sus gestos, sus silencios, sus palabras embadurnadas de una profunda melancolía...sucedía este sueño mientras el bullicio y el desconcierto lo inundaba todo. 
La escena había tomado en el sueño el color del tinto que tomaba, incluso las imágenes parecían tener un regusto a tinto de reserva. Esta sinestesia duró varios minutos, momentos lentos y apagados que hicieron, de la algarabía, un momento de servidumbre a la literatura. 

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EL año 2011 va cerrando sus goznes, pero en nuestra familia, es decir, en el hogar que compartimos M:C. y yo, una luz blanca que viene de lo oscuro, nos ha cambiado los cauces de la vida. en el origen de la vida, el agua, la noche, la música.  

viernes, 23 de diciembre de 2011

AL leer las palabras del músico Edgar, me congracio con el mundo: "La música es la feliz muerte de uno mismo".  No anotaré nada más por hoy; esas palabras valen por toda una teoría.

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AUNQUE podría añadir lo siguiente: en su suceder, sucedemos nosotros; en su renacimiento, renacemos, pero siempre en plural, como lo fueron los dioses para los presocráticos. Por este motivo  no podremos reconocernos en ese feliz voltaje.  

jueves, 22 de diciembre de 2011


TUMBADO en el sofá, después de unas semanas agotadoras, escucho a Chopin. Siempre he pensado que la música, sustancia órfica, conlleva una iniciación. En ese proceso intelectivo, el espíritu aprehende la realidad, -la que se muestra y la que se intuye-, con mecanismos que no son los lingüísticos. Ante esa perplejidad, pensamos en lo irracional, en lo simbólico que jalona esta interpretación. No hay tiempo en los objetos ni en las realidades; no hay trancos de la memoria en ellos: son permanentes, perduran siempre y siempre han sido siendo.

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SIN EMBARGO, cada vez más, creo que la vida verdadera, la luz inusitada, es la que reside en esa franja, en ese trópico que nos envuelve y perturba. Todo lo que se precipita y anega de verdad pertenece a lo indescifrable y, en ese aspecto,  la música es la ciencia que nos lleva a un conocimiento libertador que no podemos juzgar con palabras, sopesar con la razón de la lengua: su naturaleza reside más allá de las palabras.  
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TODO lo que se precipita hacia la luz proviene de lo oculto a los ojos.

miércoles, 21 de diciembre de 2011


UN escrutinio, un continuo escrutinio es la literatura. Detrás de las vidas apocadas y restringidas a la soledad, puede que brote una luminosa y perpetua manera de decir que perdurará como un alud de auroras. De esa luz, mientras estemos vivos, solo notaremos un reflejo, una insinuación, un enigmático anhelo de pervivencia, un leve soplo que respira dentro, muy dentro, donde nunca antes nos habíamos habitado. 
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EN Venecia, con Henri Régnier. Desde su altana, contemplando los tejados acuáticos de la ciudad. Toda ella es un dédalo, un recogimiento de una templanza móvil. Es la ciudad de la continua transformación y la continua permanencia. Ella es ella misma siempre y toda, pero siempre cambiante, transformando su figura y elevando nuestro paso en la tierra.  

martes, 20 de diciembre de 2011


ESTIMADO señor  Henri de Régnier. 

Me permitirá que le escriba para pedirle permiso y licencia literaria, ya que ha llegado a mis manos un manuscrito titulado La Altana. La Vida veneciana y no he podido más que temblar y emocionarme.   
El comienzo de su libro es lo que me ha motivado a escribirle, señor, pues parece que usted sabe que la palabra es dadora de realidad y belleza. Por ese motivo, desde la altana, con los ojos cerrados y en silencio, espera usted la llegada de la ciudad a sus retinas. Es el signo del silencio y la sombra, como reconoce en su llegada nocturna a Venecia.
De momento, esto es todo, si me lo permite. Le escribiré con frecuencia, con el pulso y la medida con que se hacen las cosas inolvidables. 

Gracias, señor, por sus paseos y sus palabras.

Siempre suyo, TRR. 
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VAN llegando, como del misterio, los libros de la biblioteca de Barcarrota. El último, un minúsculo libelo titulado A muyto devota oraçam da Empardeada. Junto a los otros dos volúmenes, los acumulo en una parte de la biblioteca alejada de lo mediocre. 
Cada vez que llegan hasta aquí estos libros, gracias a la gentileza y sensibilidad de E. M., me entrego a la literatura de aquellos siglos. Son tardes refrescantes, innovadoras, pues me parece que cada vez conozco menos de nada y que todo me espera para ser aprendido.

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LO primero de todo, el "Cuaderno de Leonardo". He trabajado en esos versos del ciprés y en los del olivo.  He releído lo anterior. He borrado aquí y allí, he añadido versos que, de momento, laten en la celulosa del cuaderno. He revisado el índice, pues antes nunca había escrito un índice tan extenso. He volcado mi sensibilidad, pasión y virtudes, pero qué poco resultan ante la poesía, qué minúsculo intento ante tal cauce inconmensurable. 
Para no encontrarme tan estéril, me han acompañado Corelli y los ojos de Caravaggio. Qué daría por escribir lo que contienen esos ojos con la cadencia de la música que los suena.  

lunes, 19 de diciembre de 2011


LA  Poesía arranca de lo humano el silencio auroral de la belleza.
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ANOTACIONES sueltas, sin preámbulos, sin marcas que descifren quién escribe. Los libros se amontonan en la mesa, creando una pila que se eleva y eleva sin más concierto que el de la verticalidad. Abro un libro de poemas buscando el sosiego y leo con detenimiento unos versos que se precipitan y desmayan sin templanza. Me acerco a la ventana y observo el ciruelo. Lo veo con los miembros sometidos y azuzados por el frío, tal que mi cuerpo estos días en que nada soy y en nada me reflejo. Atravieso el salón de un lado a otro. Lo vuelvo a atravesar, como una presencia o un holograma desnortado. 
Todo se mantiene quieto, los objetos parecen haber retenido la luz que los figura a los ojos. Un silencio rotundo continúa en contrapunto y es, exactamente en ese instante, cuando compruebo que la estética de la vida es la estética del fracaso.   
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LA biografía de Caravaggio me está otorgando unos datos que, hasta ahora, desconocía. Cuando vuelva a Florencia me enfrentaré, de nuevo, a las pinturas teatrales de este pintor prodigioso, de este creador de carne derramada como naturalezas muertas.
Hay una música en sus lienzos, una música vibrante y estática, contenida. Como una encarnadura blanca, con un cuerpo curvilíneo, los labios en sus personajes se entreabren y oscilan con el silabeo del óleo. Parece que van a arrancar de la vihuela un acorde y que  están ensayando los versos de Mudarra.
Escribí hace unos meses un poema dedicado a Caravaggio, hace bastante tiempo. Sin caer en la cuenta, el otro día comprobé que en el "Cuaderno de Leonardo" había escrito otro poema que tenía la vida de Caravaggio como eje vertebrador. Los dos son distintos, pero como su vida, lo sacro y lo profano, en ocasiones, advierten perfiles inadvertidos de la belleza.   
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UNA estética, quizás, del derrumbe, eso es. Como una ciudad saqueada, como un pueblo levantado de su tierra, como una biblioteca añeja, desvaída, maltrecha, como los árboles desnudos en sus ramas y los pájaros muertos sobre la tierra. Esa misma estética del óxido es la que me carcome en estas semanas, pues la claridad se observa en el poema después de la contemplación. Y no tengo templanza ni delicadeza ni contemplación para escribir. Soy ágrafo. No soy. Seguiré siendo como en el origen. Quizás haya que volver al origen para someter de nuevo a la palabra, quizás haya que descender, como Orfeo, hasta donde nunca nadie lo había hecho para poder traer, de lo oscuro y profundo de la poesía, la noche de la noche. 

jueves, 15 de diciembre de 2011


MAÑANA de lentitud. Niebla que densa el paisanaje. Soledad del aire ensimismado. Frío de terciopelo y una profunda melancolía que no  encuentra su origen. Nostalgia de todo, recuerdo de nada. Una alameda verde pronunciándose como una llama verde, de amor viva. Una quietud en los objetos y el alma que se concilia, brevemente, con una figuración de la claridad y de la armonía.  
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“HABLO, luego existo”, pues la palabra está latente detrás de todo tipo de razonamiento e inteligencia. Sin la palabra no hubiéramos desarrollado lo que somos hasta ahora. Sin ella, no tendríamos conciencia de nuestras limitaciones, de lo paupérrimo y minúsculo que es nuestro ser frente al cosmos.
La evolución crucial estuvo en la escritura, pues “Escribo, luego existo, pero existo en la ficción”. Y en ese proceso de ficcionalización que encontró acomodo en la verosimilitud, el escritor revive y piensa en lo terrestre, en su tiempo vivido. Lo trasciende sin conocer cómo a través de la palabra escrita y fijada en el tiempo, como quería Machado.
De la escritura, la poesía es la máxima expresión, pues está cercana a la música, más que otros géneros literarios y eso le confiere una aspiración simbólica inigualable. 

miércoles, 14 de diciembre de 2011


CUÁNTO echo en falta las mañanas en que uno llegaba al trabajo y podía estallar con R.G. en un diálogo fructífero, que ya lo justificaba todo, que sustanciaba la vacuidad y el desmán posterior.  Estos días recuerdo conmovido las conversaciones, siempre jugosas, sobre pintura, arte, música y vida. Y hoy, por ejemplo, he entrado en la sala donde trabajo buscándolo por aquí y por allí, pues llevo algunos días leyendo la nueva biografía sobre un pintor que me fascina: Caravaggio. El libro de Andrew Graham-Dixon, proyectada en tres volúmenes del que solo tenemos, hasta ahora, el primero, se titula Caravaggio. Una vida sagrada y profana (Taurus). Cuántos pasajes e interpretaciones refrescantes que han elevado, aún más, a este pintor fáustico y poderoso, visceral y tierno, apolíneo y dionisíaco. Por eso lo escribo aquí, en el diario. Lo anoto, anoto una falta, un deseo. En algún lugar su eco encontrará un tímpano donde resuene con sordina.
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ALGUIEN vuelve a preguntarme por la novela y yo lo remito a la biografía de Caravaggio. Además, me preguntan por qué no escribo algunas páginas de una novela de iniciación, que recoja las primeras influencias sentimentales y artísticas y que las dejé con forma narrativa. Ante esas pesquisas, siempre respondo que la educación sentimental no siempre puede ni debe ser relatada, que en ocasiones, esas vivencias pueden quedarse resguardada a la espera de la madurez. Y la bildungsroman añorada, a estas alturas, no puede ser más que la poesía y el Diario, a no ser que la literatura me conduzca a otro cauce del que todavía desconozco su profundidad.      

martes, 13 de diciembre de 2011

DECIDIDAMENTE, iré abandonando lo público para encontrar acomodo en lo más profundo. Este latir incesante que se mantiene desde hace casi un lustro, me ha convencido. Ya, lo que viene, es la soledad.
Como en la vía purgativa de antaño, si uno sobrevive a sí mismo, ha llegado el momento radical de desasirse.  

Será todo, entonces, una brevedad. Y este cuaderno solo ofrecerá la reminiscencia de la escritura. Lo utilizaré para presentar las anotaciones al margen de lo que verdaderamente sustancia la escritura.
Es cierto que, en este Diario, he escrito, en muchas ocasiones, que no sé cómo se puede escribir en ensayo, en entrenamiento, dejando lo trascendental para después. No he sabido hacerlo hasta que, en la voz ajena, he comprobado que la literatura debe ser un pacto secreto, urdido en la negrura de lo privado y que , solo entonces, -quizás ya sin nosotros en la Tierra-, podrá aspirar a lo público. Como San Agustín, las palabras deben ser semillas de la luz, pero no debemos olvidar que las semillas nacen de lo oscuro, lo profundo, lo abonado que aspira a mantener su cuerpo entre la oscuridad de la tierra y la altura en la lucidez del espíritu.            

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"Nunca he vivido el presente; mi vida es toda de recuerdos y esperanzas", JRJ.

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CON EL TIEMPO, he ido perdiendo convicciones y destrezas personales e incluso ciertas actitudes que creía necesarias para vivir. Hoy solo me importan, de todo ellas, tres o cuatro valores que son los que sostienen.  Antes, veía que poseía cualidades personales; hoy, esas mismas preferencias se han vuelto secundarias. Hay una personalidad, pero los fines son otros. Ya he cruzado, como decía Conrad, la línea de sombra.  
Los años también han provocado una bifurcación entre la vida en familia y la vida en literatura. Por mucho que se crucen y que se nutran, las voy distanciando a conciencia. En el hogar, propiamente un fuego, debe mantenerse el amor perennemente. En la literatura, debe ser el amor perennemente. 
Me observo como especie. Cómo vivo junto a MC, qué circunstancias vamos solventado y qué felicidades nos amparan; qué sueños compartimos desde lo más arraigado. Con eso me basta para apreciar la esencia de la vida, con eso me basta para sentirme consonante en el acorde debido.     

lunes, 12 de diciembre de 2011


VOY entendiendo lo ininteligible, a escondidas, escudriñando en el alma lo que nos sustancia. El encuentro de lo luminoso es el cantar de la poesía. Y por ese motivo, JRJ decía que el poeta es como el que va escarbando en la mina hasta dar con un pequeño mineral o piedra preciosa.  ¿De dónde procede, entonces, el fons et origo de la poesía?
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PIENSO que la tautotología debe ser el amor. El amor es origen y fuente desde nuestro nacimiento en el silencio amniótico que nos acoge. Un amor pre-existencial, que solo mantiene relación con la madre que nos anida. Así concibo al poeta, en un estado pre-visionario, pre-existencial de la verdadera vivencia. 
Latido, sonido acuático, oscuridad que rige el amor desde la fidelidad, solo desde el pre-sentimiento. Cuánto dijeron los presocráticos entonces y cuánto puede comprender uno ahora.
Así con la poesía, un estado de fe con una magna mater  de la que solo intuimos el latido alejado de su condición. A pesar de esa insuficiencia, sabemos que desde ella es el único lugar desde donde uno podrá alcanzar la luz, el entendimiento inefable. Ella es límite entre estar en el mundo y dejar de ser en el mundo, ella agota las posibilidades de la realidad para transformarla y transformarnos a nosotros mismos, como seres embrionarios que cambian a galope, entre agua, sonido y oscuridad. 
La noche es la oscuridad y el sentido auditivo, el primero que desarrollamos  desde que existimos. Las raíces del verbo emergen desde la audición de un mundo armonizado mucho, mucho antes que nosotros, que permanecerá más allá de nosotros y del que obtendremos, solo por momentos, si ocurriera alguna vez,  la armonización plena y absoluta.       

domingo, 11 de diciembre de 2011

PROBABLEMENTE, lo que dijo Mahler, "escribo para otro tiempo".

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Y ese tiempo es en el que debe incardinarse la obra: un tiempo de intuiciones, sin experiencias previas, del que nadie sabe su morfología, tan solo su ilimitado cauce. Rompió mi alma con oro, escribió JRJ. Ese oro, ese áureo encuentro poético que escribe el poeta como de un estallido silencioso es un rompimiento hacia la luz, que es tiempo, el tiempo para el que debe escribir el poeta verdadero.   

sábado, 10 de diciembre de 2011

COMO afirma Bachelard, existen una poética de la ensoñación y una poética del espacio. Creo que, de un tiempo a esta parte, la ensoñación se ha ido haciendo poética en este espacio, en este diario. Si alguna vez me pidieran una poética ad hoc, no tendría más remedio que recuperar algunas de las páginas escritas, sobre todo, en este año que va encontrando su coda. Páginas repletas de ensoñaciones, de búsquedas incesantes que serpentean entre lo sensorial y lo que intuyo más allá de las marcas del tiempo. En cualquier caso, páginas que han ensanchado las dimensiones del ser que las habita y los ángulos por los que brota la soledad en el silencio.



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REDIFINIR al hombre es redefinir sus palabras. El poeta es el que desgaja las palabras del cauce común de su pronunciación. En la rapidez, la palabra nunca halla su plenitud. Es lenta la cadencia del poeta, selectiva, apropiadamente deliberada. Escoger una palabra al componer un conjunto de versos para que funcionen como una unidad armonizadora, es demasiado complejo para que pueda realizarse sin miramientos e inteligencia.

Por esta cuestión antes nombrada, el poeta redefine, hasta donde le es posible, la palabra escogida. La devuelve, sí, como dijo Mallarmé, a la tribu, pero lo hace después de haber proyectado sobre ella una invocación profunda, quizás hasta donde nunca antes había sido sometida. Hay una conjura del poeta alrededor de la palabra que la trasciende y esa vibración, ese voltaje según Pound, es el que siente el lector si la palabra es sometida a esta redefinición en su origen.  

Cuando el poema contiene esa dimensión, el lector es capaz de, al menos, sentir la vibración interna. Y es por ello por lo que, ya con claridad, entrego mis credenciales al ahondamiento semántico y filosófico de la poesía y no a la juntura banal de palabras colocadas en renglones.



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 HAY, en las manos del poeta, un sueño étnico que deberá templar. De ese volcán podrá surgir un magma perennemente incandescente. Es el calor de lo telúrico, de lo mineral, de lo proteico lo que se devuelve al lector ensimismado. Con ello, hay un encuentro en el origen. En este caso, el escritor ha sido capaz de trasladar y redefinir en la palabra usada lo que de originario había en ella. Esa palabra, por tanto, será, en los labios del lector, como un decir nuevo, un salmo sagrado en que se refleja su condición.  Si eso ocurre, el poeta habrá cimbreado las condiciones de esta vida frugal con los ecos del verbo, habrá desnudado al hombre para ofrecerle, con la claridad y el silencio, la humanidad que nos posee a cada uno.  

viernes, 9 de diciembre de 2011

LA poesía es símbolo trascendente, desde la limitación natural del racionalismo hasta donde la palabra vuelve a edificarse nonata y nuevamente armonizada: el tañido luminoso de la noche. De ella se desprende un aroma auroral que identificamos, intuimos, como el desvelo de otro estado al que ansiamos asirnos. Asirse a la poesía es recorrer la parábola de la humanidad.  

jueves, 8 de diciembre de 2011

PERDER el mundo para alcanzar el mundo. Despojarse de lo que somos para ser en plenitud. Desgajar de nosotros el conocimiento para llegar a otro conocimiento desconocido y más profundo y vital.
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UN poema, la poesía, si lo es, es para siempre. Al igual que lo que nunca fue, no será nunca. No cabe la recuperación de la poesía que nunca fue, ni la del poeta que nunca fue. No entiende la poesía de tiempos pretéritos ni futuribles, no está a la espera: está siendo de continuo. No podemos frenarla o atisbar una proyección, nos lleva, en su cauce inmenso, imparabale.
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LA lectura de aquellos textos verdaderamente esenciales escribe en nuestra alma. Así lo pensaba Platón en boca de Sócrates, pues sabía que la lectura es un proceso del intelecto en el que la lengua llena de consciencia y reflexión interminables. Esta es una de las tesis que se leen en ese libro maravilloso titulado Fedro.
El ejercicio de la lectura conduce, igualmente, al alejamiento y a la cerrazón de aquellas palabras que no creemos llenas de sentido para que habiten, escritas, por de dentro, en nosotros mismos. Dice Sócrates a Fedro: “Me refiero a aquel que se escribe con ciencia en el alma del que aprende; capaz de defenderse a sí mismo, y sabiendo con quiénes hablar y ante quienes callarse”. Ante estas palabras, Fedro, lanza las siguientes conclusiones:”¿Te refieres a ese discurso lleno de vida y de alma, que tiene el que sabe y del que el escrito se podría justamente decir que es el reflejo?”
La palabra como un reflejo del conocimiento interior "del que sabe", un reflejo como el que procura el olivo. Y el lector o escuchante deberá atender, silenciar su verbo, su presencia, y agudizar su entendimiento ante esos sabios, esperando la fecundidad del buen entendimiento.

martes, 6 de diciembre de 2011


El “Cuaderno de Leonardo” va entrando en un tiempo de receso y cadencia. La escritura va tomando un ritmo más lento, con más pausa, amparado, sobre todo, por la revisión del magma primigenio. En ocasiones, vuelve a aparecer esa pulsión original, que retoma las pujanzas anteriores y los poemas se muestran como piedras calizas que pueden sopesarse o ser lanzadas al viento para que desaparezcan y se destruyan.       
Puede ser que esa primera  confabulación de la poesía no termine siendo nada más que humo o puede que haya dejado un puñado de poemas que delimiten una estancia del ser. Pienso que cada libro de poesía es un tramo del individuo que va hurdiéndola y que aspira a encontrar el ritmo interno de la humanidad, la palabra inefable, el estado en que nombra desde lo perenne, desde lo que no le pertenece como mortal.
Cada libro de poemas es un avance,  una escala, pero también puede ocurrir que se convierta en un retroceso que nos lleve a una pérdida del sendero que jamás volveremos a encontrar. Cada libro es un comienzo, un génesis. La transformación del poeta se produce en silencio, dentro de él, sin poder mostrarlo más que en el poema.  

Rilke paseaba por un sendero que bordeaba un acantilado cerca del Castillo de Duino. Cuando estuve recorriendo ese sendero, en Trieste,  pude comprobar que desde él jamás se pierde la vista a la figura en el horizonte del Castillo. Sabía Rilke que, aunque ese sendero lo condujera (como ocurrió tantas veces) a una exploración del ser muy profunda, jamás perdería de su consciencia la luz velada de la poesía. La poesía era ese mismo Castillo figurando, en el horizonte, la permanencia y la transformación.  
Así, interpreto que, aunque las Elegías del Duino nos conduzcan a una realidad nombrada que nunca antes habíamos contemplado en nuestro ser, tenemos la lentitud adquirida, a través de su palabra, de la verdadera estación en el centro indudable. No hay duda de que brota la poesía a pesar de la complejidad inicial de sus poemas. Quiero decir que, la complejidad se vence con la penetración y la armonización que el lector procura con el texto que lee. Algo muy parecido a la cábala, a los textos védicos y sánscritos que utilizaban la palabra como un salmo salvífico en que debemos acoplarnos. La poesía en la voz es una forma musical de respirar, como dice el poeta Antonio Colinas, "lento respira el mundo en mi respiración".      

El poema es un ente orgánico y en él ninguna de sus partes puede darse por añadidura. Son esenciales todos sus versos, todas sus palabras, todos los elementos verbales que lo configuran, así como el territorio semántico que va construyéndose en el tiempo de la lectura.  Si quitáramos un verso al leer el poema, este debería caer en desarmonía; si eliminamos un adjetivo, el poema debería mostrar su insuficiencia. Porque la poesía es palabra pensada,  procede de un torrente incontrolado, pero es sopesada, medida, para que encaje como lo hacen los adobes en una catedral, para que forme parte de un todo armónico que no puede desprenderse de ninguno de sus elementos, como una partitura que no puede ser, definitivamente, si le vituperamos un tranco armónico. Un Uno en el Todo, un Todo formado que brota de un Uno.  ¿Por qué no en la poesía?       

Paul Valéry dejó escrito en sus Cahiers que la calidad del escritor se mide en la medida en que el escritor mantiene su relación personal con la palabra.  Y la palabra es el ser. Y el ser siempre será un enigma más allá de cualquier verso, de cualquier poema, de cualquier  idea que deberá mantenernos siempre en la búsqueda continua de su discurso más exacto: el claro meditar de las encinas, el discurso bello de la transparencia.