jueves, 24 de noviembre de 2011

RECOGE Kemplerer, en Literatura universal y literatura europea, unas palabras de  Goethe a Eckermann que deberían estar grabadas o esculpidas en cada libro que se precie de querer orbitar por donde la literatura lo ha hecho siempre: “Cada vez más me doy cuenta de que la poesía es un bien común de la humanidad, que se  manifiesta en todos los lugares y épocas […]”. Hasta aquí subrayo estas declaraciones y comienzo a pensar, de continuo, en esos parámetros que han hecho de cualquier hombre todos los hombres.
Si la poesía sustancia la existencia de todas las épocas, sucede porque la poesía es connatural a los sentimientos más puros, primitivos  y perennes del hombre y no a las extravagancias modernas o los accidentes sucedáneos, que tanto gustan ahora a los que parecen centinelas sin luz. La poesía será, por tanto, si lo es verdadera, discurso del ser.

Goethe va más allá y trasciende estas declaraciones que apunta a aspectos generales de la condición humana. A continuación, dice: “Hoy en día la literatura nacional ya no quiere decir gran cosa. Ha llegado la época de la literatura universal y cada cual debe poner algo de su parte para que se acelere su advenimiento”. Estas declaraciones van, como un salmón, a contracorriente en estas décadas de vacío poético y de escasa pertinencia de lo ético.
Es por ello por lo que los poetas que se han mantenido en esa órbita, como A.C, o lo que fueron inexcusablemente hacedores de esa corriente infinita y eterna, como JRJ, se hacen todavía más grandes, gigantes enormes, entre los que presentan una obra no ya de límites estrechos y mutilados, sino de ínfima palabra, de desagravio a la Literatura.