sábado, 12 de noviembre de 2011



PASADOS unos días, revisa uno los versos del “Cuaderno de Leonardo” esperando encontrar en ellos algunas reminiscencias  que le recuerden la efusión y la entrega del momento justo de escritura, del sentir con que fueron concebidos.  
Relee los esbozos, los versos que apenas asoman sus miembros por entre el ritmo -como una metamorfosis de Ovidio- y es cuando comienza la realidad de la palabra, cuando la medida de la creación toca la realidad. En esta consciencia de la propia mediocridad, es cuando la criba es absolutamente necesaria: hay quien piensa que lo que ha creado es de altura; otros no se conforman hasta que la música sea evidente. En este segundo grupo pretendo asentarme.  
En esos repasos y en esas relecturas, cae uno en la cuenta de que apenas pudo decir lo que quiso y que apenas la palabra nos deja decir qué somos, quién somos. Es, además, el periodo en que me pregunto si aprendiendo de las otras artes podré mejorar la palabra y es, por supuesto, cuando tengo más evidencia de lo  poco que he leído y de lo mucho que me queda por leer.   
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TIENE uno conocidos de hace unas décadas, -de los años universitarios, de la infancia-, de los que, de vez en cuando, me llegan noticas.   Al cabo de unos meses o de unos años, obtiene uno noticias de estos susodichos conocidos y cae en la cuenta de que la mayoría sigue siendo la misma, de la misma catadura moral y personal. Muy pocos sufren un distanciamiento de lo que fueron, muy pocos adquieren con los años un distanciamiento de la persona que fueron, de sus vicios y adversidades. Y, cuando le comento estas ideas a M.C., que siempre es más benévola que uno, me dice que nosotros también seguiremos siendo los mismos a pesar de todos los cambios y de todo lo que pensemos. No lo creo, repito, ¿cómo puede un hombre seguir siendo el mismo después de leer a Dante o a Virgilio, de fusionarse con Rilke o de leer a Platón? Hablamos de literatura, le digo demasiado serio. Ella, para colmo, me lee unas páginas del Tao Te Ching en voz alta: " Las cosas del mundo nacen del ser y nacen del no-ser. Retornar al principio, he ahí el movimiento del Tao". 
Obviamente, estas reflexiones conducen a un estado mayor de la conciencia, que necesita de más profundidad para su análisis; incluso no faltan los ejemplos que se contraponen a este aserto que acabo de escribir.
Sin embargo, a pesar de esta cortedad de ideas, sigo pensando que el que concibió la Literatura desde sus inicios como tal, sin ambages, teniendo claros la sacralidad, la música, el ritmo, los autores que la habían reverenciado con su obra, son y serán incapaces de caer en falta ante ella. Por otro lado, existen los carroñeros, los que nunca entendieron la Literatura sino la literatura ,-no tienen la inteligencia  ni la sensibilidad-, a pesar de constar como literatos o de querer ser literatos a costa de envidias, vanidades y camorreo de alcoba. La diferencia entre unos y otros reside en que los primeros anteponen la literatura a sus vidas y a ella la entrega; los segundos colocan sus vidas por encima de todo, incluso de la Literatura, a la que consideran una ramera.
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ME persigue, desde hace unos días, una sensación muy extraña con Escribir la lectura, el libro que la editorial La Isla de Siltolá me ha publicado con algunas entradas, que poseen cierta unidad, de este diario. Sentimientos encontrados, incredulidad, descreimiento e insatisfacción ante la prosa que se ofrece. Releo algunos pasajes y me son tan ajenos, estoy tan distanciado ya de esos días con Renard, con Kertész, con Márai. Bien pensado, fueron años, sobre todo el 2008 y el 2009, muy fructíferos en lecturas y en escritores de otras lenguas que fui descubriendo y acomodando en mi memoria.
Pienso en la influencia de los escritores de otras culturas y que escriben en otras lenguas que no son la nuestra. La música del idioma, la que entiendo que anidaba hace unos siglos en la creación lírica de forma permanente, y muy rara vez en escritores contemporáneos,  no puede conseguirse en este tipo de textos, a pesar de las magníficas traducciones. El italiano, el polaco o el inglés funcionan musicalmente con sus virtudes. Sin embargo, en la lectura de otras lenguas puede ensancharse el ser de la realidad, las dimensiones morales de la realidad y el perímetro de la comprensión de la realidad.