domingo, 9 de octubre de 2011

ENTRE diversas tareas, intento terminar la lectura de un libro menudo de Tólstoi que equivale a cualquiera de sus grandes producciones. En Confesión configura Tólstoi un modelo de lo que Wiesenthal proclama y anhela en sus últimas páginas: una autoridad moral. Un referente que sacuda la ética y la estética del momento. 
Puede uno espigar entre sus páginas decisiones personales, reflexiones o apuntes que se dirigen siempre a lo esencial, no a la proclama idealista. No se esconden en estas páginas un intelectual sediciente que pretende conminar a los lectores a que escojan su opción de vida. Nada más lejos, Tólstoi va argumentando con su propia vida y en eso se parece a otro autor admirado que es Montaigne. Escribe el autor ruso: “El convencimiento de que el conocimiento de la verdad solo se podía encontrar en la vida me llevó a dudar de si mi modo de vivir era el correcto”. Es esta una apología de lo que Santo Tomás pretendía para la religión y de lo que Aristóteles confería para el conocimiento tautológico de lo que se esconde a nuestro entendimiento, esto es, partir de la realidad para establecer conclusiones. Fue Galdós la pluma española quien, después de Cervantes, conmovió con su escritura precisamente porque aplicaba el verbo como un escalpelo que la levantaba y la instauraba. ese es el prodigio cervantino de la novela que ha desaparecido en la narrativa presente, la sublime manera de partir de lo que hay para llegar a preocupaciones que han atravesado las épocas de la Historia.   
Es así, además,  como podrían llamarse todos los diarios, “Modos de vida”. Porque una vida es plural y sufre los virajes que los convencimientos van apuntalando, pero, como decía mi admirado Jules Renard, “un mal estilo es un pensamiento errante”. En cualquier caso, esta obra de cámara de Tólstoi irrumpe en cualquier prejuicio demoliéndolo, penetra en lo telúrico del entendimiento y renueva, eso sí, el modo de vida que deberíamos llevar para logar ser nosotros mismos la materia del universo.
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ACABA de publicar La Isla de Siltolá una espléndida antología de Francisco Bejarano titulada Un juego peligroso (1977-2002). Uno, que vive en Jerez, tuvo la posibilidad de hacerse con las primeras ediciones de los libros del poeta jerezano que, desde hace años, parece desaparecido del mundo de los cenáculos y las sociedades literarias. Su verso es proteico y romántico, de cadencia melodiosa, pero embadurnada de una profundidad poco habitual. Si bien sus temas redundan sobre la infancia y, en general, toma la memoria como el eje vertebrador de su poesía, sus versos alcanzan mucho más, ya que apuntan de continuo a la esencia del discurso poético. Todo ello con el deleite de una ejecución impecable de donde uno puede aprender cómo se construye y escribe.
En definitiva, un magnífico libro con el que uno no duda de la existencia de la poesía en sus páginas, cosa digna de mención dado el páramo al que asistimos en este tiempo de poetas perdidos. En algunos versos me ha recordado lo que vengo escribiendo sobre Tólstoi: “Busca apoyo en lo eterno que lo efímero tiene./ Lo hermoso es el camino de la sabiduría”. 
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 MUCHOS libros encima de la mesa. Demasiada vida proyectada.

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A VECES, algunos poetas definen a este o a aquel poeta de pasada, incluso sin haberlos leídos. Por ejemplo, dicen desde antiguo que el poeta J.A.V. no es nada, que lo único que lo movía era su vanidad. Lo mismo sucede con su compañero A.S.R., de quien leo sus poesías completas y del que puedo decir que ha escrito poemas tremendos. Estos mismos son los que no han leído a A.C. y los que defienden, por encima de cualquier caso,  a M.D, de quien ni un solo poema dejaría en un numerus o cursus para la posteridad.