lunes, 31 de octubre de 2011


EN la mañana escribe con la mesura que no otorga la noche. Ni superior ni más compleja, únicamente estancia. 

La consciencia se encuentra todavía sin invasiones semánticas y está como desnuda. Espera  a tañer su discurso con su cuerpo rodado, con su llama encendida  en la consciencia.

Sin embargo, qué efímera  su presencia y su paso. ¡Claridad de la encina entre la aurora! 

Lo que se presentía como fusión del hombre entregado a la palabra y queda solo en aleteo, en clamor de caída   hacia el silencio.

domingo, 30 de octubre de 2011


CUÁNTO me gustaría tener ahora sesenta años para poder constar como un escritor joven. La juventud no aparece hasta esas fechas, hasta que uno no comienza a atisbar la blancura de la noche. La juventud, en la escritura, está en su final, en la finitud de la vida de un hombre y no en sus comienzos, que son turbios, inestables, demasiado vanidosos. Mucho menos en ese estado de gracia en que algunos comienzan a hablar como si ya hubieran alcanzado alguna virtud cuando más bien habitan vanaglorias.   

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UNAMUNO tradujo un poema de Leopardi titulado “La Ginestra” (La retama). Al advertirlo, me dirijo a la edición en que se ofrece la versión original del magnífico poema del italiano, pues me apetece ver cómo Unamuno solucionó ciertos pasajes. Es obvio que su palabra era la de un hombre de finales de un siglo y principios de otro. Así podemos comprobarlo en versos con giros del tal guisa: “que resuena so el paso al peregrino”; o hipérbatos como: “de antiguo al pensamiento abandonaste”. Otros pasajes ofrecen muchas diferencias con versiones modernas, con traducciones realizadas hace pocos años.
Lo cierto es que en Unamuno, a veces, el estadio de la lengua lo obliga a optar por soluciones que, en la actualidad, nos suenan al oído arcaicas y oxidadas. Sin embargo, su traducción no termina de perder el tono y el aroma de un magnífico poema que, por largo, es inmenso en su lengua original y en una buena traducción. Este capítulo azaroso de la tarde me conduce a una reflexión más extensa en que me enredo entre la universalidad de la palabra y los corsés que puede imponer su evolución, es decir, los escritores tienen que hacer de la lengua de su época la lengua de todas las épocas y por ello deberá limpiar (mundanizar no hace mucho) el acervo lingüístico con que trabaja, pues dará a su palabra la perennidad de las obras duraderas.    
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La hiperestesía es un estado demasiado frecuente. Cuando eso me ocurre, rescato de las baldas “Alameda verde”, de JRJ: “Para el artista no hay amor ni amistad más fiel que su obra”.    

sábado, 29 de octubre de 2011


UN señor llamado poeta dice que a los escritores del siglo XVIII y XIX no hay que leerlos, que en ellos no hay nada que merezca la pena. Otro señor, llamado poeta, dice que la traducción es un imposible y que no hay que leer textos traducidos. Al otro día, un señor que es poeta y profesor, ofrece una renovada y refrescante visión del los siglos XVIII y XIX, especialmente del XVIII, a través de la pintura y de un profundo conocimiento de otras tradiciones. Y luego leo que, otro señor llamado poeta escribe que este último quiso enfrentarse con Chateaubriand. Al cabo de unos minutos, recuerdo que otro poeta aconsejó a otro poeta que la cultura había que dejarla a un lado y que se centrara en la poesía verdadera…así podríamos escribir varias páginas cargadas de disparates y desmanes.  
¿Saben cuál es la diferencia que existe entre el señor que entiende el siglo XVIII y los demás? La ceguera a la que les conduce su fundamentalismo religioso.
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¿DÓNDE están los poetas? Probablemente respirando, armonizando su verbo en la soledad tañida de su noche.    
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ALGUIEN me preguntó hace unos días por qué tenía tanto entusiasmo con la poesía de cancionero y por la primitiva lírica hispánica. Le respondí que en esos versos había encontrado la música del idioma como en ningún otro periodo: una música mineral, proteica. Pasados unos días, creo que debí haber añadido a un puñado de poetas que siguieron en esa dirección en que la palabra posee, proyectada en la lírica, la música del idioma.
Precisamente, ahora que voy completando con lentitud el Cuaderno de Leonardo, me entero de que van a llevar a la National Gallery de Londres un monográfico sobre el genio renacentista. Leonardo trasladó a la pintura la naturalidad en lo sublime. Y con esos preceptos escribo a golpe de cuaderno. Quiero decir, con todo, que la tradición ofrece algo que solo en ella se encuentra, pero que es fundamental para poder tener un juicio claro sobre los poetas o escritores o artistas de la actualidad. Ese misterio, al que se refería JRJ, es la naturalidad del idioma, que no debe confundirse con un realismo burdo y abyecto. El grave problema es la sordera generalizada con que escriben los llamados poetas que solo atienden a razones cuando los convoca su vanidad más recalcitrante.  

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TÚ me escribes, yo te escribo; tú me sacas, yo te saco: vida triste de escritores. 

viernes, 28 de octubre de 2011


EL cuaderno de Leonardo va, paso a paso, completando algunos poemas o al menos recogiendo la erupción iniciática con algunos versos.  Qué mesura otorga escribir en cuadernos y qué cadencia impregna la vida cuando uno acude, en solitario, a escribir. A pesar del fracaso consabido, acepta uno ese marro como un bien que justifica nuestra existencia, sobre todo si nos rodea la mediocridad.  
Ante tanta estulticia y absurdo, acaba uno recogiendo, en dos  o tres líneas, más que todas las palabras pronunciadas en años. Es una condensación de lo que somos que, hacinada con el ritmo, recupera los compases de nuestro concierto.
Hay días en que uno necesita reivindicarse en estas manías y aquellas costumbres, aunque no terminen por alcanzar más grado que el de la satisfacción personal, pero, en ocasiones, y como ya he escrito aquí más de una vez, en ciertos ambientes soy T., nada más y nada menos, quisiera ser, pues desearía haber nacido invisible por siempre.
Así que, en estos pocos versos vertidos desde hace unas semanas encuentro más pureza verbal que en ninguna otra acción. Encuentro, sobre todo, una plácida amanecida que de tan alejada de lo banal me hace sentir, inocentemente, un personaje que escoge sus ficciones.         

miércoles, 26 de octubre de 2011

EL rugoso y amarillento papel del cuaderno me agrada cada vez más y siento, cuando estoy escribiendo en él, que alguna cosmogonía está comenzando.  Escribo con un ímpetu nunca antes advertido, pues he comprobado cómo las estéticas, en un poeta, son estados del alma y de la noche: cambiantes, divergentes, siempre las mismas. Es muy profunda la noche, la noche de la noche, noche blanca de la noche. En ella, la palabra se acomoda y gravita todo a su alrededor envuelto de palpitantes deseos. El poeta es el que toma el pulso escondido de la humanidad.  

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AYER le dije a M.C. que, después de una escritura desatada, impregnada de imágenes y oníricas  presencias, el nuevo poemario será realista. Ella, advertida ya de mis virajes estéticos, sonrió y terminó afirmando: “¿Cuándo vas a pisar la tierra de hojarascas?”. Lo dijo sonriendo, como si hubiera estado esperando ese momento hace mucho y todo terminara por ser como ella lo había estado imaginando y acaso lo deseaba, como si en su esbozo hubiera una satisfacción reconfortada por mis torpes afirmaciones, como si toda esa secuencia hubiera sido ya prevista mucho antes de que hubiera sucedido, exactamente como miran los oráculos.
Realista, quiero decir, en la noche. La poesía debe aglomerar todas las dimensiones de la realidad, pero es cierto que necesita establecer una mesurada relación de referencias y de ritmos que la hagan universal. Claro, Cernuda, en Historial de un libro, afirma (una de las pocas afirmaciones brillantes y aleccionadoras) que el poeta debe saber cuándo ha terminado un libro y un estado de escritura. Conocer el fin es algo demasiado desagradable para el demiurgo, pues sigue pensando que lo creado, hasta el momento, es tan válido como cualquier otra creación. Sin embargo, no había tenido esta claridad nunca en la consciencia y con ella, con su tenue luz de tristes palabras, he comenzado a ser de nuevo en la poesía.   

martes, 25 de octubre de 2011


LA poesía puede encontrar diversas formas de existencia, de manifestación, de aparición o de desvelo. Como afirmaba Aristóteles, la verdad puede encontrar diferentes formas de representación, cauces que no se invalidan unos a otros, sino que se complementan. Desde estos principios, alejados ya de la mímesis fehaciente, me acerco a la reflexión en que el poeta tiene que decidir entre diversas opciones lingüísticas y formales para querer decir de la manera más pura y justa. ¿Con cuál de ellas estará conteniendo más verdad; cuál de ellas posee más porcentaje de lo que nombra?
Así las cosas, he comenzado a escribir en el “Cuaderno de Leonardo” algunos versos sueltos, estrofas, apuntes e intentonas varias. Es extraño, pero  no he tenido nunca esta sensación de estar justamente en una bifurcación de mi palabra, en un magma encendido en la noche de la que no conozco su figura.  
Sin una opción evidente, tanteo con todas las formas posibles de expresión, pues los temas son inmutables y constantes como la naturaleza humana. Y me pregunto, al término de esta nota, si al final la poesía terminará por olvidarse de las figuraciones de lo real y de mí mismo y querrá encontrar, con Leonardo, la medida profunda de lo bello creado. 
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EN los años de 1976 y de 1977 puede el lector encontrar algunas perlas en Diario anónimo, de JAV. Anoto unas palabras del mes de marzo: “La poesía está hecha de una contemplación sin término de lo real y sus figuraciones”. Para ello, se vale el poeta de una imagen de Miguel de Molinos: “cuando el fuego compenetra y enrojece el hierro, de modo que éste parece ser sólo fuego.”

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TRATARÉ  que el “Cuaderno de Leonardo” se aleje de las órficas y que encuentre, en su seno, el modo en que el fuego se compenetra con el hierro y parezca todo natural, que brota justo, verdadero, exacta levedad perenne.  Muere la belleza en tus ojos con tu muerte, mas es perenne la palabra en la noche. 

LEO el poema de Francisco Brines, “Palabras a un laurel”, y no dudo del alcance y de la maestría en el manejo de un tópico tan utilizado en la tradición hispánica. Hay emoción y misterio mediante una palabra ajustada y contenida. Cosa demasiado altiva para otros poetas que no oyen el silencio universal de la palabra y que ceden a los constructos aparentemente poderosos, ante una arquitectura viciada que, de suyo, termina por aburrir y ser fallida.

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EL enigma fundamental para la filososía es la palabra, al igual que para la poesía. Sin embargo, para la filosofía el centro de gravitación de todo su interés se sitúa en las relaciones de la palabra con lo que nombra, esto es, si la palabra puede representar el verdadero ser de las cosas o si solo es nombre, realidad autónoma, sonora, ritmo desvencijado en el aire. En esta última propiedad señalada es donde la poesía comienza a principiar con sus recursos. Obviamente, al cabo de los años, el poeta se siente en una situación de liminaridad, pues cree conveniente, al igual que el filósofo, convocar esas relaciones entre palabra y verdad. El poeta concluye, si es poeta de origen, en las faldas de una expresión total, en la noche de lo inefable. El filósofo es posible que todavía persiga detonar la virtud de la palabra o bien desmembrar una cosa de la otra. Con Platón, el conocimiento de la palabra lleva al de la cosa.
Es, precisamente, esa sensación de desvelo y acontecer en la palabra cuando uno puede confirmar que se encuentra ante la verdadera poesía. Si eso no sucede cuando uno está leyendo un poema, esa poesía y, por ende, ese poeta, habrán quedado juglares, música prestada, divagación, construcción que vale poco más que cualquier otra cosa o incluso menos.
Antes de la palabra, como si anidara en el útero de la noche, en esa noche homérica de vuelos encendidos, se encuentra la música. La música no es enigma ni fundamento de la filosofía y ni de la poesía, es aspiración y ser, deseo latente, figuración anhelante, tautología del ser de la palabra. 
  

domingo, 23 de octubre de 2011

EN la esquina del cuaderno que tiene en la portada una pintura de Leonardo, tengo dos anotaciones escritas en agosto de dos mil diez, en Roma.  Una de ellas pertenece a Eclesiástico: "Ama tu oficio y envejece en él".
Junto a esta, unos versos que parecen estar arrinconados, casi desposeídos por la tinta:

La realidad más viva
habita en el poema;
reclinada en la luz está
dentro y dicta lo que somos.

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DE NUEVO, el poeta JAV llena de luz algunas horas de escritura y lluvia con su Diario anónimo. En esta ocasión, me sobrecogen algunas palabras dedicadas a los presocráticos ("Como lo divino es indiferente a la forma", Heráclito) y a la tradición literaria, a la que me referiré más tarde.  Después de leer el Diario casi en su totalidad, puedo asegurar que se trata de una de las obras más acertadas de este escritor. Así lo considero junto a Las palabras de la tribu
Escrita en septiembre de mil novecientos setenta y cuatro, dice: "Disuelta en el contenido de la tradición, la experiencia personal es anónima (es de todos los hombres). Ese punto de disolución sería el punto de incidencia de la visión particular con el potencial expresivo universal)." 

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UN yo siendo otro. Para que la experiencia personal pueda incardinarse en la experiencia universal debe contraer relaciones de transformación y permanencia. Ningún escritor que pretenda imponer su experiencia al acervo literario podrá dejar que su circunstancia más nimia prepondere sobre lo que luego será universal. Por ese motivo, la virtud mayor del escritor consiste en dejar de ser él mismo, aparcar su conciencia personal y escribir desde la conciencia universal de los mortales. Platón, Dante o Borges lograron hacerlo. 
      

sábado, 22 de octubre de 2011

NOMBRAR lo que no existe es tarea de los mortales. El poeta es la suma mortalidad.


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EL amor, en poesía, consiste en decir lo que nunca antes había dicho nadie.

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DESPUÉS de leer Vita nova, de Dante, emprendo la lectura de Il Convivio. Conocer con el entendimiento propone el libro desde el comienzo.
No recuerdo haber escrito aquí, en el diario, que el volumen que poseo de Dante es el de las Obras completas, de la B.A.C, publicadas en 1956, en la versión castellana de Nicolás González Ruiz. Es un volumen hermoso, bien cuidado, que no presenta la fatiga del tiempo. Ahora bien, como lo compré de lance, el libro proviene de la biblioteca del Noviciado de los Benedictinos de la Santa Cruz del Valle de los caídos. Desde que lo compré y pude leer el sello en sus páginas iniciales, he vertido en mi imaginación todo tipo de historias para justificar cómo llegó el libro a la librería en Guadarrama. Algunas son muy divertidas, pero las guardaré para mejor momento.
Es cierto que la versión que ofrece Martínez Merlo de la Comedia, en la editorial Cátedra, es un espectáculo y una experiencia fundamental, pues se lee en verso lo que fue verso. Pero es condición sine quae non releer el texto dantesco con la versión en italiano por delante y para poder, así, detenerse y ensoñar aquí y allí, en esta y aquella página o en algunos versos tales como estos: “O luce eterna che sola in te sidi,/ sola t´intendi te, ami e arridi!”

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En Luces de Bohemia: “El cielo raso y remoto”.



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DESDE que leí las páginas de Nosotros y nuestros clásicos, de Enrique Moreno Báez, en la edición de Gredos, no he dejado de conjeturar sobre muchas de las propuestas interpretativas que aliñan esas páginas. Algunas son de una lucidez extrema y me sorprende que, ciertos entendidos de la literatura, hagan pocas referencias a ellas. Pongo por caso, la lucidez de entendimiento sobre el fenómeno literario que se expresa en la sección titulada “Los clásicos y el conocimiento de la tradición”.

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Diario anónimo, de JAV, es sin duda, superior a muchos de los diarios que ha leído uno en los últimos años. Por encima de los que se creen diaristas y no anotadores de minucias y extravagancias que se ven publicadas por mero azar.
En ocasiones, una página sola de este Diario o las cientos de referencias a otras obras o poetas o ideas equivalen a todos los volúmenes de otros que han enjuiciado con mal criterio, y cayendo en lucha de vanidades, esta edición reciente.
Por ejemplo, después de una mención a Hölderlin, escribe a finales de 1971 lo siguiente: “La experiencia poética es la generación de un vacío, de una pasividad infinitamente activa. Creación de quietud”. Estas palabras, cargadas de profundidad y verdad, están tan alejadas de lo que acostumbra el panorama literario español, que sonrío cuando otros salen al paso a desdecir y a criticar a JAV. Parece más bien, que no son capaces de interpretarlo.
Y, en la última anotación de ese mismo año, puede el lector ensimismarse con algunas apreciaciones sobre la corrección poética. Estas notas me han recordado algunas referencias que el poeta José María Jurado verbalizó, -y escribió en Tablero de sueños (Siltolá, 2011)-, en una cena, acerca de estas acciones a posteriori. Dice JAV: “La corrección nunca es corrección de lo esencial. La corrección consiste en ajustes secundarios que la palabra esencial impone. El proceso de la corrección pertenece al orden de la retórica, no al de la creación”.



viernes, 21 de octubre de 2011


CADA vez voy entendiendo más el fracaso. Quizás esta debiera ser la única posición del autor ante su obra, lo que Ribeyro llamó “la tentación del fracaso”. Una tentación gozosa del fracaso.  
Un escritor, desde que comienza a escribir, se cree poseído por unas virtudes que pocas veces o ninguna es capaz de demostrar. Sus expectativas jamás serán colmadas y sus deseos siempre rezarán como un estado latente, inalcanzables, ensoñados. Serán siempre abstracciones y por mucho que escriba y aprenda y lea y ejecute seguirán siendo figuraciones del espíritu, tentativas que anuncian, como decía, un fracaso anunciado, un fracas cm suficiencia.
A pesar de ello, el poeta verdadero es el que persiste, el que sabe que a lo sumo alcanzará a una consciencia silenciosa en la creación, un resplandor, un vislumbre del misterio. Apenas con eso lo tendrá todo; tendrá la señal de lo que sucedió en otra dimensión interna de la que no podemos decir nada y de la que si decimos algo, siempre será insuficiente. Porque nuestra naturaleza es finita y nuestra nombra con demasiados balbuceos, entenderá el poeta que el fracaso sea un garante de su acción, de su poesía. N por ello debe abandonarla, únicamente deberá aceptar esta condición, la del que quiere escuchar la música de los astros desde la Tierra.   

jueves, 20 de octubre de 2011

COMO en el texto de George Pèrec y en muchos de Borges, a veces uno escribe por certificar la realidad, quiero decir, por el mero hecho de enumerarla y clasificarla. Sin embargo, en ese ejercicio aparentemente inútil y huero, sucede un acto intelectual muy complejo, pues enumerar la realidad supone entenderla o al menos supone intentar comprenderla.  
La realidad se muestra conformada y figurada para nosotros como un todo. Ocurre como con la música, lo que suena se adentra y lo que no está audible lo suponemos, aunque no lo conozcamos ni tengamos conocimiento previo.
Ante lo que estamos contemplando, el escritor siente la premura de dejarlo por escrito, es decir, clasificar la realidad de una forma determinada, con el fin de poder entenderla mejor. Obviamente, el escritor tiene una fe ciega en la literatura, pero, cual es la paradoja, que la literatura es el cedazo más propicio para trastocarla sin que parezca trastocada. 
En esa confusión, el escritor se siente fecundo en su intento, pues ha dado tabulación a lo que visiona con palabras. Piensa entonces, con regocijo, que ha alcanzo su fin y que la palabra se amoldó como un guante a lo que nombraba. Nada más alejado de la realidad.
Clasificar, establecer tablas, registros es un ejercicio de entendimiento. Borges, como Cervantes, supo adentrarse un poco más allá en este recurso y creó, con toda la inteligencia literaria, registros de realidades inventadas, realidades que, a fin de cuentas, son tan reales como una lista enciclopédica de cualquier disciplina, ya sea botánica o entomología. Esta idea, que fascinó a Foucault en Las Palabaras y las cosas, es la misma que ejecutó Velázquez y Cervantes.  A todos los supera Bach y desde entonces pocos han seguido edificando en ello. 

miércoles, 19 de octubre de 2011

LA lengua utilizada por los personajes genésicos en los textos sagrados era ritmada, pues la composición, ab origine, pertenece a la música. Así Adán, en el Paraíso. Por tanto, el poeta, sea cual sea su estancia en el tiempo y sus condicionantes, deberá dar encuentro a esa armonía versal y musical a la que se aproxima la palabra. No de otra forma tendrá consciencia de su escritura.

ANTE estas reflexiones, recuerdo aquel pasaje del Diario, de Kafka, en que defiende la literatura como el único movimiento existencial para salvar el mundo, en una suerte de nueva kábala: “elevar el mundo a lo puro, lo verdadero, lo inalterable”. Y creo que en ese cauce me siento prestado, pues es natura en el mortal lo efímero, lo tremendamente pasajero. Tal es así que, incluso su forma de expresión y comunciación, la palabra, es igualmente finita y corta, como decía Dante en el prodigioso canto XXXIII del Paraíso: “O  quanto è corto il dire”.
ES cierto, en Cádiz las mañanas parecen restos de un naufragio. Llegué con el tiempo suficiente para  poder pasear tranquilo por el centro y tomar un café mientras leía un libro de poemas, titulado Quietud, de Salvador Fernández (Siltolá, 2011), del que me habían atraído unos versos que, sin dudarlo, me parecen magníficos. Decía que las calles estaban encontrándose con la luz del amanecer que, en Cádiz, provienen de una letanía insospechada.  Así las cosas, me acomodé cerca de la librería de lance que se llama como una novela del XIX, “Raimundo”, hasta que abriera sus puertas.  Después de terminar de leer el libro de poemas, me dirigí  al escaparate de la librería para observar las piezas que ellos consideraban insignes para que muestren su rostro al público: libros sobre Cádiz, estampas antiguas, estampas de santos, carteles de corridas de toros, objetos de anticuario, libros de Pemán, Do Fuir, de Trapiello. Este último creo que lo colocaron sin saber muy bien quién es el autor y qué significa ese libro, más bien considero que lo aunaron a aquellos objetos primitivos porque el libro había tomado la forma de un artilugio deshuesado.
Falto de la dinámica y de la efervescencia del Rastro en Madrid, quiso uno imaginar una emboscada que el azar había preparado con el libro de A.T., pues estaba el volumen maltrecho, comido por la humedad, deslomado, cargado de pintas de óxido, como si alguien lo hubiera dejado al albur de la noche y el libro mostrase las heridas profundas del salitre y el océano. Aquella imagen, -la mañana, la luz, el óxido, los lomos de los libros- fue convocando una disposición de la realidad en la que me veía inserto, pero conducido por alguna extraña suerte. Entré en la librería y compré una edición de Fernando Quiñones y el libro de A.T.
Cuando llegué a casa, comencé a imaginar los vericuetos por los que el libro había atravesado hasta llegar de esa manera allí. Pensé, de inmediato, que si A.T. hubiera estado en mi lugar, es decir, si A.T. hubiera llegado a Cádiz esa mañana y hubiera visto su libro en la estantería de marras, hubiera comprado el volumen. El resto sería fábula o pasos del salón.
Por unos momentos, quise imaginar al propio AT allí, observando con una sonrisa esbozada, quién sería el susodicho que iba a rescatar el libro de aquel asedio de la humedad y quién sería el que daría, de nuevo, la oportunidad a un volumen en las últimas, de postrarlo en unas baldas relucientes y nuevas. Así lo imaginé mientras escribía estas notas en la Plaza de Mina, mientras unos pájaros alborotados, en brigada, anunciaban la llegada irremediable del otoño.
Ya con el libro en casa, después de limpiarlo y de adecentarlo, comencé a leer las páginas de Do fuir imbuido, cómo no, por la prosa de un señor que, probablemente, fue ajeno a todo lo sucedido, de un señor que después de escribir sus libros, poco sabe de lo que les ocurre a pie de calle.    

martes, 18 de octubre de 2011

Rilke, Cartas a un joven poeta: “Solo es necesaria una cosa, soledad. Una gran soledad interior”.

lunes, 17 de octubre de 2011


EN el centro del bosque, respirando, aprende uno  a desvencijar sus certezas. Qué minucia y qué pretenciosos somos apenas nos dejan serlo.
El diálogo consiste en que los interlocutores tengan la sensación de estar ejecutando un monólogo intenso, un concierto polifónico en el que su voz, fundida en otra consciencia, vaya tomando matices, figuraciones antes nunca advertidas. Es la sensación misma de la voz nutricia de un poeta, esto es, la candente lectura que alimenta a través de la palabra.
Por  esta causa profunda, prefiere uno tener encuentros contados, sinuosos, transitivos, con quienes pueden ofrecerle no la imposición ni la ceguedad, no la unívoca forma de la belleza quizás atrapada por los prejuicios, sino la palabra de quienes observan los pájaros en las ramas y presencian la ebriedad del cielo y la encendida casa a ras de tierra.
Los he visto como los personajes de Flaubert, Bouvard y Pècuchet, atisbando los límites del arte, las sentencias miserables de los creídos. Estos personajes de Flaubert, como las ficciones de Cervantes, se valían del humor y la ironía para entender los desmanes. Tenían la costumbre de ir anotando en cuadernos aquellas sentencias que entendían necesarias para la disputa. Ahora el caso es distinto y el poeta, por un lado, y el aprendiz, por otro, han llegado a la misma conclusión: la necesidad es la blancura y el río de sombra de un cuaderno.
Instados por los versos proteicos de un maestro vivo y actual, han pervivido en el centro del Bosque, quedamente, en una pausa transida por el gozo.
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POR el paseo, de vuelta, me quedé pensando en los disparates que acababa de proclamar. Si soy algo es incauto y además de una torpeza supina.  A veces, la mayoría, los juicios no acompañan al apasionamiento y todo queda en unas torpes y desvaídas imprecisiones. Es, en ese momento, cuando continúo leyendo con más ahínco y llego a casa sofocado, casi sin aire; M.C. me pregunta si otra vez he vuelto a mi hiperestesia. Como si habitara en un jardín inglés, cuya disposición fuera sueño y savia de encina, le contesto sonriendo.                  
       
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EN lo efímero los efímeros se regocijan.
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¿Y qué es lo perenne y eterno? Abran un libro de Virgilio. Lean a Dante y encamínense a la tumba satisfecho, a la tumba negra.
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COMPRUEBO, tras releer estas notas, que el estilo no acompaña a la emoción y que debe ser eso lo que provoca una insatisfacción aguda. La misma que mi cobardía a abandonar el blog, pues ya se acabó el juego, el tiempo del ejercicio y de la efusión, si es que alguna vez fue experimento. Donde nunca hubo literatura, ahora está instalada la verdad del que sostiene en público sus palabras. 
Considero que, en ocasiones, el abismo y la ingravidez de la plena soledad son la prueba necesaria que nos sitúa en el mundo y que nos marca si estamos dispuestos a comenzar una obra que brote verdadera. Ese abismo se consigue leyendo, la soledad es cuestión de la escritura.  
...una obra anidada en un cuaderno blanco, comprado en Italia, en el sur,  después de un año, entre órficas radiantes de luz.      


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ACASO todo sea más íntimo a todo lo vivido,  más extenso que lo que nunca advertimos; acaso la poesía sea indiferente a las formas con las que pretendemos figurarla; como las sustancias más necesarias, inexistentes para los que tratan de aprehenderla en lo más cercano al hombre. Para ellos invisibles y para todos confusa presencia. 
La poesía es caza de alcance, transformación perpetua que conduce a una topografía sin límites. Los límites del ser y de la poesía conciertan universos parejos en la belleza lejana de los astros.     

domingo, 16 de octubre de 2011

DEL coro de los ángeles hasta los serafines, de los arcángeles a los tronos. Prudencia, justicia, piedad. Contemplativos. Mercurio, Venus, Marte hasta el Empíreo…y como su verso: “Arte ni obra nunca te mostraron/ mayor placer […]”. Las horas con Dante terminan por habitar en un estado de la memoria que no se crea cuando hasta que se produce la experiencia lectora. Hay lecturas que construyen espacios en la memoria que nunca existieron y que fueron fecundadosprincipados, por una lectura. Ese es el diapasón de la obra literaria, lo demás es hojarasca  .
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LLEGA noviembre y con él comienzo a escribir poesía. Lo haré hasta mayo, probablemente, ya que, en mayo, vendrá la luz y la canción. Ocurre desde hace una década y lo acepto con naturalidad, como quien sabe que los ciclos se cumplen en una movilidad estática.  

sábado, 15 de octubre de 2011

ESTÁ el otoño detenido por las alondras. Con este sol que abrasa y desespera, intenta uno leer algunas páginas de autores desconocidos hasta el momento. Por ejemplo, estoy maravillado con Samuel Taylor Coleridge y su Biographia literaria. Desconocidos quiere decir no leídos como debe hacerse hecho: anotando, apuntando, en plena absorción.

Hago hincapié en esta acción porque en la actualidad se habla de la mayoría de los autores de pasada, de solapa, sin apenas haberlos leído y utilizando los tres o cuatro clichés que tan bien quedan en un público ávido de asombros. Sin embargo, cada vez desconfío más de los que más leen sin traer con ellos lecciones y aprendizajes, solo opiniones evanescentes.

Recuerdo, desde hace unos días, los pasajes en que relata las lecciones de aquel tozudo maestro de primeros estudios que tuvo Coleridge y cómo este maestro lo obligaba a memorizar pasajes de Virgilio, Homero u Ovidio. Al cabo de los años, Coleridge desprendía que aquel profesor lanzaba improperios sobre muchos autores y que su juicio era, pasados los años, matizable. Sin embargo, Coleridge estaba seguro de una cuestión: aquel maestro conocía de veras las obras que utilizaba.

Quiero decir que, en estos tiempos sometidos a la velocidad y al apresuramiento, termina uno por apartarse de esos grupúsculos que demuestran en público o entre ellos quién acaba de leer el libro más recóndito o al autor más exótico. Pero, ¿no sucede esto con los viajes, las publicaciones, los trabajos? El personal está demasiado pendiente de querer ser el primero en publicar un libro sea cual sea el resultado;  original, muy joven, jovencísimo, a ser posible.

De tal forma que, en ocasiones, cuando uno dice que está leyendo con un prurito de verdad la lírica tradicional hispánica o que anda entusiasmado con Galdós (del que hace un tiempo renegaba abiertamente) o con Cervantes o con Dante, la mayoría de interlocutores siempre responden como si ellos hubieran pasado ya por ese trance y como si no les hiciera falta volver a experimentarlo, si es que lo experimentaron en alguna ocasión e incluso haciñendole crees a uno que eso no lo llevará a más de lo que él pudo haber extraído. Cuando yo esto, sin embargo, atento a las lecturas de los demás, opto por el autojuicio, ¿leería con virtuds yo al autor de marras?

Siempre que hablo con alguien y aparece en la conversación un autor o una referencia bibliográfica, intento resituar mi cosmovisión como lector. Milagro, maravilla, satélite inadvertido, galaxia virgen, novísima perspectiva que se agolpa de repente ante mí, me enaniza, me destruye, me reduce al origen. Eso lo tomo como una necesidad inexcusable con la que termino desnudo y predispuesto. Adoro que los demás hablen de sus lecturas sean estas presupuestas o no, es más, prefiero que me comenten sus relecturas, porque, en esos juicios, es posible que anide sus máximas capacidades como lector. 

Así las cosas, después de estar leyendo un rato Confesión, de Tólstoi, algunos poemas de Eugènio de Andrade, de repasar las estupendas y enjundiosas páginas de mi admirado Marco Aurelio, de disfrutar con la vida de Montaigne, de escuchar en labios de M.C., -ahora Libera y Venus reunida- un cuento de Cortázar, entre otras cuestiones, he querido observarme desde fuera, desde la otredad necesaria para advertir los errores.

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NIETSZCHE escribió un aforismo –y de hecho él es uno de los filósofos que mejor utilizó el subgénero- que siempre utilizo cuando las palabras no terminan de capturar lo esencial: “Sin música, la vida sería un error”. Eso es precisamente lo que sucedió hace unos minutos, se había terminado la música.




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ESPIGANDO entre sus páginas, entusiasmado, encuentro que Nietszche supo definir con finura la posición de mal lector: “Los peores lectores son como los soldados entregados al saqueo: se llevan algo que pueden necesitar, ensucian y desordenan lo demás y reniegan del conjunto.”


jueves, 13 de octubre de 2011


LOS poemas del vihuelista Luis de Narváez, Álvarez de Villasandino, dezires, canciones, el Marqués de Santillana, Diego de Valera, poemas anónimos de los cancioneros… Esta es la poesía de los últimos días. Puros, sensibles, alejados de lo que los poetas de ahora pretenden para los versos: prostitución y panfleto. Ante estos infames podríamos decir lo que fray Ambrosio Montesino: ‘Ya son vivos nuestros tiempos/ y muertos nuestros temores’. 

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VOY sintiendo que, dentro de poco, tendré que abandonar la escritura en este formato y que esa decisión supondrá la continuación o el aislamiento. Mundo cambiante. 

martes, 11 de octubre de 2011


LLEVO unas semanas leyendo y estudiando la lírica tradicional hispánica. De entre tanta conjetura, me quedo con una reflexión: desde los trovadores, la poesía ha venido debatiéndose entre el juego formal y la profundidad conceptual. Claro que solo los que han alcanzado la armonía entre estas dos facetas han traspasado la sentencia del tiempo y han legado una ejecución validada para cualquier época. Una época literaria es, por tanto, una estación de la que debemos perpetuar lo eterno aunando lo novedoso. Discernir lo nuevo es tarea del intelecto. 
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ALGO parecido a las estaciones del entendimiento de los sufís, a las etapas y escalas de conocimiento. Una respiración que inspire, desde lo profundo y fundamental la llegada individual a lo que no podrá definirse.
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CITA J.A.V, en su Diario anónimo, unas palabras de Wittgenstein: “Todo ocurre en el lenguaje”. Me gustará glosarlas, pues, si es cierto que todo ocurre en el lenguaje, lo es  pir
 que  lo fundamental siempre le es inalcanzable. 

lunes, 10 de octubre de 2011

A PESAR de todos los referentes que uno va encontrando en las lecturas, a pesar de los intentos por encauzar la escritura con mayor o menor firmeza, de los esfuerzos desmedidos por escribir con tino, con mesura, aplicando lo mejor que pueda ofrecer uno, lo cierto es que me encuentro perdido. 
 Al final de este ciclo, la poesía va tornándose confusa y la prosa del diario embadurnándose de no sé qué ropajes. Llevo semanas con el rumbo cambiante: explorando, sin renuncias, cualquier tipo de escritura. Modos de vida, escribí ayer, y nada hay más cierto que esta aseveración de Tólstoi.   

Con el tiempo, se va encontrado uno solo ante la palabra. Todo comienza con el encuentro coral del hecho literario: palabras, sonidos, realidades múltiples a las que accedemos mediante la ficción.  Esa situación extraordinaria, que lo contrae todo y lo reduce al infinito, es una encrucijada a la que se le puede dar una respuesta: escribir o callar. El caso es que, en ocasiones, la escritura y el silencio son el haz y el envés de la misma realidad.

En muchas ocasiones, he comentado cómo Borges estaba describiendo con el aleph y el jardín de senderos que se bifurcan la condición del escritor y la escritura. Esa era su preocupación real y la que preponderaba por encima de todas las demás letras. Cervantes trasladó a su obra estas preocupaciones utilizando el humor y la tragicomedia. Añadió, a estas músicas trágicas, la evidencia taciturna de la mortalidad. No hay más mortalidad que en Cervantes.   

Ciclos, son ciclos que se van solapando como una fuga interminable que sufre variaciones en diversos tesituras. En todas ellas aparece un rostro desfigurado: somos nosotros siendo.  No sé cuál de ellas es la más verdadera porque, hasta ahora, todo es incertidumbre, por mucho que parezca que uno tiene certezas establecidas y que son estas las que guían la tarea de escribir, el modo de vida. Así que va uno conformándose con estas migajas de diario, con aquellos pretenciosos versos, con lo nimio y banal y finito que nos dice exactamente lo que nos pertenece.    

domingo, 9 de octubre de 2011

ENTRE diversas tareas, intento terminar la lectura de un libro menudo de Tólstoi que equivale a cualquiera de sus grandes producciones. En Confesión configura Tólstoi un modelo de lo que Wiesenthal proclama y anhela en sus últimas páginas: una autoridad moral. Un referente que sacuda la ética y la estética del momento. 
Puede uno espigar entre sus páginas decisiones personales, reflexiones o apuntes que se dirigen siempre a lo esencial, no a la proclama idealista. No se esconden en estas páginas un intelectual sediciente que pretende conminar a los lectores a que escojan su opción de vida. Nada más lejos, Tólstoi va argumentando con su propia vida y en eso se parece a otro autor admirado que es Montaigne. Escribe el autor ruso: “El convencimiento de que el conocimiento de la verdad solo se podía encontrar en la vida me llevó a dudar de si mi modo de vivir era el correcto”. Es esta una apología de lo que Santo Tomás pretendía para la religión y de lo que Aristóteles confería para el conocimiento tautológico de lo que se esconde a nuestro entendimiento, esto es, partir de la realidad para establecer conclusiones. Fue Galdós la pluma española quien, después de Cervantes, conmovió con su escritura precisamente porque aplicaba el verbo como un escalpelo que la levantaba y la instauraba. ese es el prodigio cervantino de la novela que ha desaparecido en la narrativa presente, la sublime manera de partir de lo que hay para llegar a preocupaciones que han atravesado las épocas de la Historia.   
Es así, además,  como podrían llamarse todos los diarios, “Modos de vida”. Porque una vida es plural y sufre los virajes que los convencimientos van apuntalando, pero, como decía mi admirado Jules Renard, “un mal estilo es un pensamiento errante”. En cualquier caso, esta obra de cámara de Tólstoi irrumpe en cualquier prejuicio demoliéndolo, penetra en lo telúrico del entendimiento y renueva, eso sí, el modo de vida que deberíamos llevar para logar ser nosotros mismos la materia del universo.
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ACABA de publicar La Isla de Siltolá una espléndida antología de Francisco Bejarano titulada Un juego peligroso (1977-2002). Uno, que vive en Jerez, tuvo la posibilidad de hacerse con las primeras ediciones de los libros del poeta jerezano que, desde hace años, parece desaparecido del mundo de los cenáculos y las sociedades literarias. Su verso es proteico y romántico, de cadencia melodiosa, pero embadurnada de una profundidad poco habitual. Si bien sus temas redundan sobre la infancia y, en general, toma la memoria como el eje vertebrador de su poesía, sus versos alcanzan mucho más, ya que apuntan de continuo a la esencia del discurso poético. Todo ello con el deleite de una ejecución impecable de donde uno puede aprender cómo se construye y escribe.
En definitiva, un magnífico libro con el que uno no duda de la existencia de la poesía en sus páginas, cosa digna de mención dado el páramo al que asistimos en este tiempo de poetas perdidos. En algunos versos me ha recordado lo que vengo escribiendo sobre Tólstoi: “Busca apoyo en lo eterno que lo efímero tiene./ Lo hermoso es el camino de la sabiduría”. 
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 MUCHOS libros encima de la mesa. Demasiada vida proyectada.

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A VECES, algunos poetas definen a este o a aquel poeta de pasada, incluso sin haberlos leídos. Por ejemplo, dicen desde antiguo que el poeta J.A.V. no es nada, que lo único que lo movía era su vanidad. Lo mismo sucede con su compañero A.S.R., de quien leo sus poesías completas y del que puedo decir que ha escrito poemas tremendos. Estos mismos son los que no han leído a A.C. y los que defienden, por encima de cualquier caso,  a M.D, de quien ni un solo poema dejaría en un numerus o cursus para la posteridad.   

sábado, 8 de octubre de 2011


DE rígida azucena contenida, del rumor trashumante de la noche provienen estas señas del prodigio de sentirse vivo. Respiro inspiro tierra humedecida por los brotes ocultos de la noche, por los salmos ungidos de la noche. Es tentación y quiero su presencia. Vienes toda de luz y de jazmines. Son tus llamas retiro y armonía de los sones profundos sometidos al alma. 

viernes, 7 de octubre de 2011


HAY un dominio que irrumpe en tus ojos, un dominio encendido en el sur de tu boca, donde existen palabras  para sentir la tierra aún. Hay un cuerpo, un cuerpo vertido a un sarmiento del cielo, donde se recolectan las aguas sobre el mar como encrespadas aves. Hay un huerto, un oscuro transitar del silencio que medita en tus párpados con aromas aurorales...y unas raíces sumergidas que devienen de donde la tierra es silencio y melodía. 
Y voy creciendo de donde nunca hubo nada, de donde nunca hubo un vértice de enjambres derruidos. Como prendida orilla con los labios calcinados, como un cáliz batiente de la profunda noche, crece en mí vertical la sentencia perenne de los días.  Hoy discute la multitud que me habita, el ágora que roza mis mejillas. Soy allí como nunca he sido, multitud, individuo laminado de ausencias y de peregrinos deseos batientes.    

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UNA de las vidas más fascinantes del mundo de las letras es la de Montaigne. Stefan Zweig le dedica un libro en que se centra en esa tendencia del personaje por aprehenderlo todo sin caer en el olvido. Las páginas de Zweig son muy enjundiosas y a ello se une la  virtuosa prosa del autor de Momentos estelares de la humanidad
Sin embargo, comencé a leer hace unos días Cómo vivir o Una vida con Montaigne, de Sarah Bakewell. motivado por la fascinación que el personaje me causa. Las páginas leídas hasta el momento me llevan a afirmar que el volumen está, sin duda, a la altura del personaje. Con una agilidad narrativa notable, la autora traza una serie de reflexiones que entroncan la vida Montaigne con la vida moderna. Para ello, comienza apuntando por la creación literaria en el mundo virtual y habla de Montaigne como un claro precedente en ese afán de contar lo individual en un foro público. En cualquier caso, más allá de esta mención, las anécdotas, los datos y las referencias que se ofrecen en este libro conducen, sin dudas, a releer los Essays, de Montaigne, con el mismo fervor de entonces. Eso, la vuelta a la lectura gracias a un libro, ya lo justifica.
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  HACER de la vida una filosofía en que la sustancia es la vida y el discurso la literatura. 

jueves, 6 de octubre de 2011


CON varios libros a la espera, me he levantado en la madrugada para comenzar a leer. Esa es la intención que me solivianta y, para hoy, no quiero otra cosa que la lectura. Poemas, cuentos, ensayos: diversidad de lo humano. Cada vez pienso con más vehemencia que los géneros literarios, como estipulaba Croce, son cauces sobrantes, que, con Valéry la literatura debe reducirse a un grupo de hombres y de obras sin más.
Debería uno aprender la lección de Montaigne: la soledad de la lectura. El escritor francés se quejaba de su falta de memoria, con lo que su obsesión quedaba justificada aunque el argumento fuera incierto en su caso.
Me construiría una torre, una torre junto al mar, y en ella me encerraría con todos los libros posibles que considero fundamentales. En ese lugar, la vida se mostraría con una plenitud asombrosa que, quizás, ni siquiera alcanzo a imaginar. Lo sueño como un oscuro dominio, como el poemario de Eugènio de Andrade: “Donde la luz cuaja/ y cesa el exilio”.
Allí, construyendo los momentos estelares de la individualidad. Porque a pesar de todo, el artista edifica su obra en soledad, en el espacio de sí mismo, sin más intervenciones ni ayudas que las de su suficiencia y sus lecturas. No puede el poeta mezclarse con el gentío, ni pertenecer a un grupúsculo: su obra  no brotará verdadera.
Múltiples moradas con la única presencia de la luz. Espacio que somete a los límites a una encrucijada. La cábala continua frente al aire, la tierra, el fuego y el agua: nosotros mismos transmutados Allí, donde las palabras no pudieran decir más que un balbuceo, más que una sugerencia o una lengua extraña a los sentidos, no al espíritu. . ¿O es todo eso aquí, sin ir más allá, como decía Santo Tomás; solo por las profundas concavidades del espíritu inmóvil?
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EN otro poema magnífico, escribe Andrade: “En el interior de la música/ el silencio/ ¿qué regazo busca?”.  
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ALGUIEN me pregunta qué estoy leyendo y le contesto: “Decameron, de Boccaccio”. En esta mañana, en todas las mañanas del mundo, me deleito con la lectura del escritor nacido en la campiña toscana. Humana cosa es sentir admiración por los espíritus elevados y lo es también el reconocimiento de la grandiosidad ajena. Por ejemplo, lo que sucedió en Florencia entre 1252 y 1345, el florecimiento de una sociedad que termina por acoger a un puñado de hombres fascinantes. Ello es la textura de las páginas del Decamerón, cuyo autor desarrolla sus virtudes gracias al aprendizaje en sus  prolongadas estancias en Nápoles, Francia y Florencia.
Hace un tiempo, cuando paseaba por los parajes de la Ninfale d´Ameto, con mi compañero J., en plena calima, pero con la ilusión encrespada, parecía que escuchábamos el sentir de los árboles, de la flora que el viento azotaba por boca de Ameto. Altas, muy altas eran unas cañas que movían sus cuerpos al son del aire y las higueras dictaban finos versículos de amor.
Las descripciones que el narrador realiza de las ninfas adelanta la concepción posterior que utilizó Botticelli. Y así, cuando entramos en la Galeria degli Ufizzi, comprobamos el estupor de la maravilla que continuaba en la pintura.
Trabó el escritor amistad con Petrarca, mas hay un pasaje que me conmueve y sacude de continuo. Boccaccio se trasladó, en 1350,  a Ravena –ciudad prodigiosa- para entregarle a una monja diez florines de oro en gratitud por el menosprecio y el desagravio de la ciudad florentina con padre quien se llevó en Ravena más de treinta años exiliado. Esa monja era sor Beatrice, la hija de Dante. 

martes, 4 de octubre de 2011

-ENCARNACIÓN de lo simbólico.

-MÚSICA y belleza.

-DESCENSO a los límites de lo mortal: conocimiento solo en la memoria, pues si hubiera podido reconocer sus pasos hubiera podido volver siempre convocando sus huellas. El poeta no conoce de una vez para otra sus marcas, sus rastros, solo le cabe tañer doloroso su lira nueva. No existe hilo de Ariadna en la poesía, no hay vuelta atrás ni amor reconciliado. Acaso un reconocimiento, una reminiscencia especular, intuida, atisbada que, entonces, lo conduce al silencio. Ya no necesita renovar su canto. 

lunes, 3 de octubre de 2011


SÉ que ya eres y con eso me basta. Me basta para entender que la finitud de la vida es lo que le confiere su esencia; sé que tu umbral pertenece a los adentros y que con tan solo soñarte permites el amor. Ya eres fin y permanencia, inicio de lo dulcemente traído por la convicción del amor. La transformación del amante, la amada en el amado transformada y el fruto cierto que prescinde de toda pereza material que nos asiste.

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TE he contemplado plural y de esmeralda, asistida por el soplo de los soles talados. Recostada, mientras tu cuerpo era cariátide de sal, mientras sostenías la vida en los azules de Estambul. He valorado todo lo que nos rodea como una travesía sin horizonte; he juntado las manos como quien solicita un imperio a sus ojos. Y nada se ha dictado a lo lejos, ha sido un áspid, una leve y brumosa melodía de astro vencido.   




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ESTA tarde he permanecido en fuga. Me he preparado un spritz y he recontado a los que, en la vida, hasta el momento, han sido dadores de emoción. Por unos instantes, me he soñado en Trieste, sentado en el café de la Plaza de la unidad de Italia, justo en el lugar en que conversé con Caludio Magris.
El colorido de la bebida quedaba fundido con la bora que brotó de no se sabe qué furia del Adriático. Nos llovió, pero no quisimos deshacernos de los ocres y las petunias.

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HE CONVERSADO con R.G. después de tanto. Lo he hecho con la emoción de quien confirma una pérdida, una ausencia en sus días. Obviamente, sus palabras eran oxígeno y los encuentros diarios otorgaban a la jornada una pátina de soportable levedad que anhelo con premura. Son seres extraordinarios, con los que pocas veces nos encontraremos en la vida.
Eso mismo me ha pasado en esta semana con alguien más a quien mantendré en el anonimato, -porque nuestro diálogo es continuo y secreto, llegó sin ser notado-, bajo el amparo de la noche de Virgilio, de la búsqueda del origen de las ínsulas extrañas y los matices como en un acuífero en que buscamos el mineral brillante de la verdad otorgada. ÁlotliS.   

Al cabo de unos minutos, me llama M.A.G.P. y me convoca con la felicidad de la noche estrellada y del canto en libertad de los pájaros. Me lo cuenta todo, -su estancia en Lanzarote-, como si estuviera narrándome un pasaje rupestre o un fragmento de una novela pastoril. Cuánto me alegran estas conversaciones esporádicas; jalonan el discurrir fracasado y sinsentido de los días, de los días que se agolpan con las voces de los seres queridos.  

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CADA vez que uno comience a escribir, debe ser un acontecimiento.

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RECUERDA J.A.V en Diario anónimo un pasaje de Platón en El segundo Alcibíades, que es inmenso: “Todo el arte de la poesía es por naturaleza enigmático”.