viernes, 2 de septiembre de 2011


COMO no he podido dormir en toda la noche, decidí que era un buen momento para releer a Petrarca. Los Triunfos me han dado unas horas de lecturas soberbias, sobre todo porque Petrarca es un autor de una sensibilidad moderna. Supo agarrar en su cosmovisión todas las posibilidades de expresión de eso que luego hicieron Rilke o JRJ, esto es, verbalizarse en lo inefable. Sabía el de Arezzo que solo cabía la evocación musical de lo pensado y es por ello por lo que insufló en toda su obra un pensamiento profundo y trabado con mesura. En Triumphus tempori entiende uno todo el arsenal interior que poseía el poeta, pero en Triumphus eternitatis se deja uno embridar por entero en el canto proclamado con la cadencia del ángel.
No en vano, Petrarca va advirtiendo, poco a poco, a los lectores –y pienso que sus imprecaciones se las dirige a él mismo- de la evanescencia de las cosas terrenales: “y vanidad terrible me pareció aferrarse a las cosas temporales”, en un exquisito y melodioso:  “E parvemi terribil vanitate/ fermare in cose il cor che´l tempo preme”.
A continuación,  me detuve en unos versos de John Donne. Para ser más exactos, en dos fragmentos de dos poemas inmensos. En uno, A lecture upon the shadow, puede leerse: “ Love is growing, or full constant light;/and his first minute, after noone, is night”. O lo que viene a ser una reminiscencia de los versos que acababa de leer del poeta italiano. Entre tanto verso esencial, no tuve más remedio que comenzar el proceso de escribir la lectura. No solo abrí el cuaderno de notas y comencé a esbozar unas impresiones generales sobre estos versos y poemas, sino que añadí, al nuevo poema que va construyéndose, ecos, referencias veladas, la música añadida de los genios.
En otro poema, Aire and Angels, Donne apunta lo que luego edificó Rilke, lo eterno en la trasnparencia respirada: “so thy love may be my loves spheare; “, así sería tu amor de mi amor esfera. Ese es la esencia del ángel que Rilke asimila en Las elegías de Duino, una figura que condensa la esfera que nos aguarda y que es pura, transparente, liminar, fronteriza y que puede ser respirada en el interior y expulsada hacia donde nunca sabremos habitar como mortales. De aquí a JRJ, “no entiendo ya hacia fuera/ mis manos. Lo infinito/ está dentro. Yo soy/ el horizonte recojido”, con término en Antonio Colinas: “Tiembla el álamo. Siento sed de duda./ Se alzó ya el sol sobre el otero, canta/ la piedra, y se enciende, y se desnuda./ Este aire limpio sabe a muerte santa.”
¿No son estos versos, acaso, siglos después, triunfos del Tiempo y de la Eternidad  que Petrarca mostró en su poesía?