domingo, 24 de abril de 2011

La desgracia de Orfeo es inigualable porque conoce la muerte y la vida, la verticalidad y la horizontalidad. De la experiencia proviene su afán de tañer su instrumento para vencer a las fieras. Es un acto civilizador, que origina paz y concordia incluso entre los que no son capaces de entender las dimensiones del mundo. Su armonía se origina cuando las vibraciones y las ondas comienzan a brotar por su alrededor y terminan por atraparlo, someterlo, inundarlo. En Orfeo se ofrece la imagen perpetua del hombre: es la consciencia plena de la muerte y la vida. Y en ese estado intermedio, solo la música redime, porque aúna las dos expectativas.

Es una acción que comienza en la idea de armonía y que fecunda las iniciativas materiales de la misma. Ninguna otra disciplina sobrecoge en el grado en que lo hace la música. Ninguna otra ha podido desasirse tanto del hombre desde sus inicios. La arquitectura, la escultura, la pintura o la poesía han estado permanentemente al capricho de las necesidades mortales. Pero, ¿por qué surgió la música; qué hizo que en Mesopotamia se incorporaran ajuares funerarios con instrumentos; qué Pitágoras, San Agustín, Rilke?

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La música es un fragmento de nuestro origen y por ello es irreconocible. Solo nos cabe el regocijo.

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