sábado, 30 de abril de 2011

Abre uno este cuaderno la mayoría de las veces sin brújula ni astrolabio. Es un sucederse. Un continuo reverdecimiento que florea a pesar de sus renuncias. En un diario, como hago ahora, puede uno pronunciarse sin más miramientos que los que correspondan a su estado de ánimo o que ocurran en unas circunstancias muy exactas. El peligro de establecerse en unas coordenadas reconocibles consiste en perder universalidad, cosa que sacude la literatura del momento, demasiado preocupada en sí misma y en sus cortas propuestas.

Hay que escribir como del alma. Hay que reconocerse en los márgenes de las anotaciones y para ello, para que eso sea una presencia figurada, el escritor debe hacerse invisible en su escritura. Una fantasmagoría, holograma o dicción de lo ausente.

Debería uno sentarse en el centro del bosque a respirar. A penetrarse en sí mismo para recoger en sus pulmones la respiración del mundo, la lenta y evanescente invasión del aire. Debería uno sentarse sin apoyar nada, sin dejarse caer sobre la tierra. Respirar, arrojar luz, fundirse en los vastos jardines de la aurora.

En Fiésole, con un sol iracundo y vengativo, rodeado de pinos y eucaliptos, de bambúes que soñaban con sus troncos erectos la llegada de la luz, paseamos lúcidos nuestras respiraciones. El único habitante era el silencio. Las ramas bailaban al son del viento serrano. Se movían las ramas y las hojas de las parras que asomaban sus rostros en los caminos. Las iglesias cerradas, las casas cerradas, los campos enclaustrados por el sopor del Ferragosto. Y únicamente nuestros pasos, nuestros pasos de madrugada y tanteo, de auxilio frente al Arno decrépito.

Como el Tao, lo miras y no lo puedes ver, lo escuchas y no lo puedes oír, pero, sobre todo, lo usas y no lo puedes agotar. Ahí reside la virtud de la literatura, el estado al que aspira el escritor: encontrar la franja creativa que nunca se agota a pesar de uno mismo.

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A veces, me conformo con anotar en el cuaderno unas palabras: grisura, poesía, viaje, estado, belleza, por ejemplo. Con tan solo pensarlas es suficiente, como lo es su anotación para que el alma comience a vencernos.

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Sé que estas no serán las únicas letras del día. Es costumbre que, cuanto más agitado y más ansias me mueven, antes dejo de escribir.

viernes, 29 de abril de 2011

La humildad se ha ido diluyendo en el avance de las sociedades y en el devenir del hombre.Es claramente, una virtud, digo, la humildad verdadera, la que fue aspiración de las grandes mentes y los poetas universales.
Sucede que, cuando mantengo una conversación o un diálogo con alguien, cuando este llega a su término, me encuentro con un vacío y una reflexión de tara mental. Me siento tan Kafka, tan Bernhard en los diálogos y siento tanta torpeza en mis palabras.
Quisiera, algún día, sacar las entrañas y dejarlas encima de la mesa, como el samurái que arroja sus más profundas y humanas propiedades a lo público. O dejar únicamente un verso, una refulgente verso armonioso que lo insinuara todo apuntando a la nada.

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Hay palabras que, para que aparezcan en un poema, deben estar muy bien fijadas por el poeta. Quiero decir, que el poeta hubo de haber trabajado la semántica de su poesía con un tino sobresaliente. Palabras como ardor, por ejemplo, o abigarrado. En este sentido, el trabajo del novelista es bien distinto, porque su discurso abarca una macroestructura en la que al fin, el discurso son las doscientas o trescientas páginas. Por lo que esos desajustes son meras incidencias en todo el andamiaje.
No es ese el problema de la poesía. Es de otro tenor. La poesía es la selección para el rescate de la palabra entre tanta estructura asalvajada e inane.

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Lo dije un día, -entre otras tantas menudencias-, en la barra de un bar acompañado de dos personas a las que admiro en demasía. Un verso de A.C. vale por toda la obra de L.G.M. del que solo se recordará que se equivocó de género literario en su creación y de mezclar las ideas pseudopolítcas con la literatura. Es, algo insólito, un poeta del pasado que, en lugar de ofrecer nuevos bríos, lo que ha hecho es marchitarlo todo. Lo suyo era el panfleto y el mercadeo, podrá decirse, cuando deje de ocupar su puesto de vate moderno según los medios de comunicación y editoriales. Así que escribo como de una antigualla y por eso le mantengo el respeto, no debe anudarse lo que no posee sustancia.

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miércoles, 27 de abril de 2011

Es indudable el hecho de que no existimos más que en nuestras invenciones. La memoria, el recuerdo, la subjuntiva perspectiva que acechamos. Todas las palabras son inexistentes en nosotros mismos: no viven ni en la memoria ni en el habla. En ambos paradigmas son fugitivas, acaso perceptibles. Por eso, el estado natural, lo que puede explicar esas ansias irrefrenables de volvernos ser consiste en evidenciar que no existimos, que solo mantenemos en pie el discurso sonámbulo de una sombra, de un binomio especular.

En este diario debería haber de todo, desde las más fieles manías hasta los datos más nimios. Debería uno escribir a rienda suelta, sin dejarse ofuscar sobremanera por el estilo, la adjetivación o cualesquiera de los mecanismos del lenguaje literario. Como lo hace el mar, abierto a la intemperie. Es difícil captar las frescura de ese estampa en que alguien escribe en soledad, únicamente queriendo transmitir esbozos, sensaciones, apuntes al natural de lo que aconteció en una jornada. Decía que, en ocasiones, tendría uno que soltar la mano y dejarse llevar por un arrebato repentino o un estupor momentáneo y abandonar, por ejemplo, la puntuación y las convenciones ortográficas, sobre todo para hacer del discurso un objeto singular, sin oráculos, meramente recreativo. Habría que hacerlo, porque la vida es así, imprevista, jamás reconocible pero sí dispersa, a pesar de que el escritor trate de mantenerse iracundo en un yo que hilvane sus experiencias.

Sin embargo, es la escritura la que pone en concierto esa dispersión y esa debilidad de la coherencia vital. Es ella la que reconcilia lo que formó parte de otros arenales. Es la escritura la sintaxis de lo que hace vibrar la existencia.

En ocasiones, no se atreve uno a arremeter contra lo que es costumbre y escribe párrafos por separado, aisladamente, como un archipiélago nocturno. Eso es el diario, un archipiélago que busca la unidad desconocida, una reunión de motivos que se tañen a diario para detectar las presencias ajenas.

La poesía es el género de lo cristalino.

Así, por tanto, sin atender en demasía a lo establecido por uno, a veces, revoluciona las líneas con amagos y conatos de rebeldía. Lo hace el escritor de marras para sentirse, por momentos, dueño de un microcosmos en que gravita sin consciencia.

Son los cuartetos de Beethoven los que armonizan la tarde. Qué prodigio en la composición y qué profundidad y misterio. Esta obra cumple con lo que JRJ pretendía para la poesía: intensidad, encanto y misterio.

martes, 26 de abril de 2011

Esta mañana, en Itálica. Cipreses, calzadas, tierra de antigua humedad y un vergel desde lontananza. A todo ello, se sumaban los versos de Rodrigo Caro allegados a la memoria para socorrer el bullicio que nos rodeaba. En el aire, serenos funerales por lo que fue prodigio. Es una fábula del tiempo que desafía la memoria.

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Hacía tiempo que no leía un ensayo tan enjundioso y certero como el de Paul Preston, El holocausto español. Hasta el momento, sus juicios son mesurados y están bien contrastados. Incluso en las páginas que dedica al PCE y a la Junta de defensa de Madrid, en que Carrillo tuvo tanta importancia, sale con una elegancia encomiable. No me extraña que Carrillo esté a la que salte, ya que estas páginas sobre Paracuellos y otras tantas tiranías de todo pelaje político quedan, por fin, bien trenzadas en gran medida.

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Mientras tanto, en el texto de la obra de Séneca, Hércules furens, el protagonista dice lo siguiente (así lo anoto en mi moleskine entre el gentío): he derribado la oscuridad de la noche y he visto lo que el sol nunca llegó a vislumbrar. El segundo tranco de la cita no puedo asegurar que lo haya escuchado en boca del actor, ya que pienso que lo escribí embriagado por las palabras preliminares. Ni siquiera he podido rescatarlo del texto original, probablemente pertenezcan a la invención. En estos pasajes, rememoraba el corifeo las hazañas de Orfeo en el reino de Plutón. En ese instante, Hércules, movido por la filosofía que el autor de la obra, Séneca, introduce, llega a afirmar, como si fuera un actor de Blade Runner, que ha estado en lugares que la luz no conoce, que la imaginación no ensueña. Junto a sus palabras -que edifican un mundo pasado-, Teseo asiente y atestigua, como Sancho al final de los días de su amo. Teseo como la estela del recuerdo, el vaso en que se vierten todas las melancolías del héroe.

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Hay una brasa tierna en estas tardes. El oro de la luz, el verde sacrílego de las lomas. Una brasa que rescolda la vida, la anestesiada vida con que el hombre quiere pasar su sombra. Hoy he derribado la oscuridad de la noche, he derribado la ausencia de nostalgia. Prefiero no pronunciarme cuando la realidad queda intacta por sí misma, cuando lo percibido, como en los sueños, no necesitan de balanceo verbal.

lunes, 25 de abril de 2011

El ojo que sueña no ve. El ojo que suena conoce y accede a una percepción de grandeza. Desde su prisma, el hombre se ensancha y disgrega hasta donde nunca antes había tenido conciencia. En el sueño no hay fragmentación de la realidad, hay totalidad. La pintura de Turner es de ensoñación. La poesía de Rilke es de ensoñación. Lo que se percibe es una totalidad cercana, de la que creemos formar parte con unos límites difusos y lábiles. Y no debe caer el poeta en antropomorfizar el cosmos, la armonía. Debe dejarla brotar suavemente, hasta adentrarse en sus mecanismos. En ese engranaje, deberá hacerse de su propio material ilusorio. Comprenderá, cuando la noche y el aire lo hayan inundado todo, cuando el aire haya dicho sus cadencias en la respiración que nos vincula con el mundo, qué es lo que sostiene su fidelidad al silencio.

domingo, 24 de abril de 2011

La desgracia de Orfeo es inigualable porque conoce la muerte y la vida, la verticalidad y la horizontalidad. De la experiencia proviene su afán de tañer su instrumento para vencer a las fieras. Es un acto civilizador, que origina paz y concordia incluso entre los que no son capaces de entender las dimensiones del mundo. Su armonía se origina cuando las vibraciones y las ondas comienzan a brotar por su alrededor y terminan por atraparlo, someterlo, inundarlo. En Orfeo se ofrece la imagen perpetua del hombre: es la consciencia plena de la muerte y la vida. Y en ese estado intermedio, solo la música redime, porque aúna las dos expectativas.

Es una acción que comienza en la idea de armonía y que fecunda las iniciativas materiales de la misma. Ninguna otra disciplina sobrecoge en el grado en que lo hace la música. Ninguna otra ha podido desasirse tanto del hombre desde sus inicios. La arquitectura, la escultura, la pintura o la poesía han estado permanentemente al capricho de las necesidades mortales. Pero, ¿por qué surgió la música; qué hizo que en Mesopotamia se incorporaran ajuares funerarios con instrumentos; qué Pitágoras, San Agustín, Rilke?

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La música es un fragmento de nuestro origen y por ello es irreconocible. Solo nos cabe el regocijo.

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sábado, 23 de abril de 2011

Ni la memoria es el baluarte de lo vivido ni el recuerdo. Permanezco en el centro de mí mismo, en el centro perpetuo de mí mismo, en el centro del centro de mí mismo, donde nunca antes vislumbré nada. Es la poesía la que ha declinado esta luz y su trayectoria.

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Los griegos conquistaron por entero la permanencia del ser en las palabras. Allí anidan desde entonces y es, desde ese punto, cuando el ser supo estarse en la mansedumbre.

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La cantata 140, de Bach, y la tumba negra toda la tarde; Lully, Vivaldi y Orfeo transitados. No más allá de uno mismo se encuentra el prodigio del mundo; está dentro y aúna los contrarios; lento respira el mundo en mi respiración; en el hombre nace y resuena la armonía percibida, la que anula y edifica, la que prodiga y cercena los sentidos. No hay sintaxis en su decir. Aglomeración concebida. Luz, huella, merodeo, llama de amor viva que fecunda la muerte.

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El deseante espacio que nos ambiciona surge de nosotros mismos.

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El mundo desencuaderna el principio que lo sostiene. El poeta aspira a vincularse a la luz que ciega si uno se aparta de ella, la que Dante dejó insinuada en su Paraíso, cuando ya las palabras eran falibles posiciones del espíritu.

viernes, 22 de abril de 2011

Tan vertical, tan dadivosa esta tarde. Me ha recordado a la mañana que en Perugia tuvimos que resguardarnos de la lluvia repentina. Estaba el cielo igual que ahora, pero había en el horizonte una reunión de pueblos pequeños, desperdigados por la Umbria que delataban la voluntad de la tierra. Al fondo, colocado fuera de la perspectiva, se encontraba Arezzo. Sola y reclinada. Mostrando sus perfiles entre las arboledas que parecían defenderla del tiempo. Se diría que es una reserva y además un bastión inexpugnable, pues allí nació Petrarca y allí comprobamos que el deseo es una vasta aurora que se anuncia en el silencio.

Será que el asma vuelve con sus requerimientos, con esta bronca tos y con este desangelado cuerpo, y que la fiebre lo lleva a uno a fragmentar la memoria hasta derivarla por donde nunca antes había operado. La respiración y la literatura. Es ese un binomio que los escritores siempre han tenido presente, sobre todo los escritores que consideran que hay algo mineral, trascendente, en sus palabras, como Rilke, como Baudelaire o J.R.J. Porque las palabras pertenecen al aire cuando son pronunciadas, pero también al aire y al viento y a la armonía cuando son leídas. Al suspiro y al spleen internos, a los filamentos que denuncian intangibles qué hermosas páginas o qué hermosa caída esta de la luz hacia dentro.

La respiración y las estatuas, por ejemplo, o el aire que se mueve en el oleaje que presencio desde este balcón. Un oleaje matutino, con demasiados bríos y con una música profunda, traída desde el fondo de un desconocido pentagrama.

Primero estar suspenso que caído. Qué ansia de repetirse en esto que está siendo. Qué hambre de espacio y sed de cielo, de levemente estarse sin decirse, sin pertenecer a nada, porque quien a nada pertenece a nada debe reverencia; sin estarse en nada, solo en la verticalidad, en la respiración que nos aúna con lo externo y nos devuelve a nosotros mismos, límpidos, renovados, perviviendo en el círculo que nos traza. En el trazo de este círculo especular de brisa y trino, de esperanzas fingidas en la noche del cuerpo.

jueves, 21 de abril de 2011

A veces me irrita que el advenedizo o el ocurrente o el metido a escritor y a esto de la literatura declaré sin más que tal o cual autor –sobre todo de renombre, por ejemplo Baudelaire-, no es lo que siempre se ha dicho, porque a él, el nuevo adalid de la literatura y el que ha remozado la forma de escribir y de leer, le viene en gana decir esa boutade. Piensa que su criterio se alzará más catedralicio en tanto que más famoso sea el escritor de marras. Sin embargo, la literatura siempre tiene guardado el destino de cada cual, porque ella es meramente transparente y las palabras de estos eminentes escritores quedan como un adefesio, sobre todo por los argumentos que sustentan sus marros.

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Después de leerlas, quiero decir, las líneas antecedentes, me entran ganas de borrarlas y de lanzarlas al olvido, pero será que después de terminar Apenas sensitivo, de Trapiello, entra uno en la espiral de la sinceridad a pesar de que esta pueda ser ofensiva en algún caso. Lo cierto es que la tontuna en la que estamos en estos tiempos, en que cualquiera viene sin permiso y se decide, dada su ignorancia, a decir que este poeta no significa nada o que este autor es magistral, es más común de lo habitual. Sólo eso, la envoltura de lo que se cree literario.

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Todavía en Málaga, con el cielo agrisado y con la montaña por fin a la vista, ya que la niebla ha decidido abandonar el paisaje para adentrarse hasta el mediterráneo. Estamos aquí cumpliendo lo que nos prometimos: descanso y lectura. Desde luego, las lecturas que iban en la bolsa de tela se están realizando y eso es una satisfacción que hacía mucho tiempo que no conseguía con esta plenitud. Después de terminar Apenas sensitivo y de leer y anotar varios libros de poemas, observo a M. atenta a la lengua italiana, pero sosegada y con un templanza que, para ella, era un bien necesario.

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El oficio de escribir es la de Lázaro de Tormes, estar pendiente de las vidas ajenas, pero siempre teniendo en cuenta que la propia vida, la que se disuelve en la conciencia, no nos pertenece. Como el libro de Lázaro, que no es ni diario ni novela ni vida ni adversidad, pero que podría ser todo ello al mismo tiempo. O la propia de Don Quijote, que parece más bien el simbólico ejercicio de un espíritu aventajado, el de Cervantes.

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Todo lo que uno va anotando por este trópico, en que se funden la vida y la literatura, es acaso una respuesta a las preguntas que a diario frecuento. En los poemas de Emily Dickinson puede encontrar el lector la fuerza en la miniatura, pero sobre todo una vida detrás de esas palabras que las realzan y elevan a un tono superior. Así ocurre con Rilke o con Tolstoi, son sus vidas las de sus libros o sus libros son las experiencias escritas que, como ellas, pertenecen a todos los géneros y a todas las estructuras. Quiero decir que, si este trópico persiste no es por la vida propia, más bien por la del resto que sustraigo y usurpo.

miércoles, 20 de abril de 2011

En Málaga. El cielo mantiene su perpetuo secarral de grises. Diríase que se sostiene un tono menor en estos días, una dejación de las fábulas celestiales. Con esta capota, las palabras parecen redimirse y no querer alumbrar más allá de lo preciso. Hace unos minutos, cuando en el cuarto de baño andaba lavándome las manos, he observado el remolino que se forma cuando el agua se escapa por el desagüe. Ese remolino es la vida y es este diario y acaso todo lo que fuimos deseando. Un tránsito circular, empapado de mugre y tibieza que pretende salvarse de lo inevitable.

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Apenas sensitivo, de Trapiello, va acabándose lentamente. Su lectura, como la de otros años, va fraguando una complicidad que lo lleva a uno a sentirse hospedado en un aparte del salón, a sentirse en una bancada como un espectador atento y embobado. Sus manías, sus referencias, la sintaxis que se dispone en cada página, la presencia de individuos que van citándose de continuo; el encuentro con un poeta admirado que amaba las cosas del campo, la aparición de un poeta que presentó mi libro de poesías en Sevilla y ciertas afecciones que me agradan más que disgustarme.

A pesar de que estamos en un lugar de paso, continuo con su lectura. Anoto en los márgenes reacciones ante algunos párrafos y M., muy sospechosa, me dice que este año no le voy comentando ni elogiando esos giros lingüísticos que tanto me fascinan y que en tan pocos escritores encuentro en la actualidad. Es cierto que he subrayado un buen puñado de ellos y que, cuando termine la lectura, los haré míos, como en otras ocasiones. Es el mismo ejercicio que cuando leo a Unamuno, Azorín, Valle-Inclán o Delibes, halla uno en sus páginas perlas de la lengua a las que no se me ocurre otro homenaje que volverlas a usar.

A todo esto, desde el balcón, el mar, la mar, parece que lucha en sí misma y que permanece vítrea ante el soslayo de las nubes. M. ha bajado a comprar no sé qué cosas que nos faltaban para no movernos de donde estamos tan a gusto, únicamente leyendo. Ahora, que escucho sus pasosacercándose, me he sentido como el personaje de Cortázar, perseguidor trágico, que se engola en sí mismo. Ha entrado y me ha dado un abrazo, con efusión, y en el origen de todo esto he visto un sueño del que soy apenas sensitivo.

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Así vistos, los dos, después de tantos años juntos. Todo lo que ha sido fundamental en la vida, en esta aparente vida, ha sido compartido con ella. Nos hemos confabulado, gracias a la lengua y la literatura, en una brigada independiente que ha aprendido a sobrevivir de inmediato. Cada vez me siento más compartido y menos ensimismado, más ajeno de todo lo que soy por de dentro . A veces le digo, susurrando, que quisiera poder verme en las profundidades de los ojos que me contemplan a diario.

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En una pila sobre la mesa aguardan otros volúmenes que están a la espera. Javier Marías, al que no me resisto volver a leerlo o los cuadernos de Valèry, que me traje al mar porque ellos mismos son inmensos. En la bolsa de tela que he utilizado hasta colmarla, también nos acompañan Umberto Eco, en italiano, claro está, y volúmenes de poesía y otros de ensayo. También algún libro de orden filológico y otros de filosofía.

Justo antes de partir hasta Málaga, en el salón de casa, estuve revisando la bolsa de libros que íban a acompñarnos. En esos momentos, me invade una histeria que me conduce a la hipérbole. Comienzo a coger un libro de aquí, las memorias de Casanova por allá, los poemas de Dante por otro lado, Tolstoi, Chéjov y Broch. Le siguen J.R.J y Unamuno, al que últimamente tengo en altísima estima. Cuando M. me ve, desquiciado, como un ladrón en una biblioteca, comienza a sosegarme. Piensa que…¿serás capaz?...un rosario de sentido común que me armoniza y devuelve a lo que siempre fue la vida y en lo que tanto trabajo me cuesta encauzarme.

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La poesía es lo atemporal y lo desespaciado, fenómeno en que todo se da como una totalidad sin referencias con un antes o un después, con una aquí y un allá. La poesía es total condición permanente de lo que solo podemos ubicar en ella misma. Es sin más y no conoce la eventualidad ni la sumisión. Es sin límites y en cada lectura se actualiza como el cosmos que vislumbramos solo en apariencia e insinuación.

martes, 19 de abril de 2011

Son las cinco de la mañana. La noche se muestra reluciente, acaso inflamada por las nubes de acero. Las entrañas me duelen, mas no me resigno a levantar la cabeza y observar a M. dormitando en la oscuridad. Su respiración parece la de la madrugada, la de la noche blanca, la de la noche invadida de sueños y templos, de piedras y melancólicos jilgueros.

No puedo dejar de recordar que el manuscrito de San Juan, en Sanlúcar, ya puede visitarse. Así lo han decidido las carmelitas descalzas que lo custodian desde siempre. Toda la noche pensando en este encuentro que me persigue desde que fui niño, desde que alguien mencionó su presencia no ha dejado de estar en mi vida la figura del poeta y del místico. De una u otra forma, turbado en una candente ensoñación, el mundo ha dejado de ser mundo para poder escucharlo, ha dejado sus bagajes y sus pertrechos de insólita tierra para adentrarse en mí, profundo, delicuescente, hasta decirme las palabras secretas que dirán lo que fuimos. Hoy tengo el secreto guardado de mí mismo... y sigue M. durmiendo como una música de Corelli que se pronuncia eternamente en la respiración de la noche.

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Acaso la armonía es la estancia de la palabra poética. La que sostiene la arquitectura de la belleza implícita. La armonía entendida como la trayectoria ajustada de los sonidos o las renuncias, porque en ella siguen existiendo los silencios. La armonía con su poliédrica faz, con su incalculable designio. Como una vasta aurora, nos precipitamos en ella cuando la advertimos, pero qué difícil su acechanza, qué difícil aprehenderla y decirla y silabearla.

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Libros amontonados encima de la mesa. Páginas de hombres diversos que fueron el mismo. Volúmenes que aguantan la imprudencia del deseo. Sostengo uno con mis manos y el resto los mantengo en vilo con el alma. Es tiempo ya de renuncias y esa es la vejez. Porque uno no puede escribir sus memorias en la juventud, solo le queda inventárselas, pero, ¿qué se hace en la vejez si no reinventar lo ya vivido? Al fin todo se iguala, como en los versos de Manrique, y es la edad lo que nos reconoce como hombres, la edad del espíritu, digo, la interna música que nos hace fugitivos y tiernamente muertos de antemano.

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Debe ser este cielo turneriano que observo en la desembocadura lo que me hace variar la sintaxis. La retuerce hasta que expulsa un rojo de ceniza. Incluso la semántica, esa franja de la palabra pensada, esa estancia del verbo en la idea, la reconozco impropia. Pero es necesario, de vez en cuando, airear lo que siempre decimos, porque siempre decimos lo mismo. Dar nuevos giros y bríos en la espesura de un diario. Elipsis de verbos, anáforas incesantes, oxímoros que completen el absurdo. Como ahora, que duermo en la mañana el sueño de la noche y soy el horizonte en que se vierten las miradas del que fui.

lunes, 18 de abril de 2011

Algunos me reprochan el tono de estas páginas e incluso la grafomanía que me incita a escribir a diario. No escribas tanto, no se sabes qué escribes, para cuándo la novela, deberías dejar eso del blog y dedicarte a algo más serio, no gastes las energías en esas menudencias, son algunas de las afirmaciones que algunos allegados se atreven a mencionar sin cuestionar sus repercusiones y su trascendencia en mi persona. Ya Javier Marías escribió toda una novela para hablar del caso, de esa percuciente presencia semántica de las palabras que las personas importantes pronuncian acerca de uno sin tener el más mínimo recato y sin conocer el alcance de las mismas. No sucede otra cosa ante estas circunstancias que me reafirmo y que cuando comienzo a escribir en este trópico, de cieno cervantino y luz juanramoniana, me siento pleno, satisfecho y capaz de pronunciar las sílabas que pertenecen al silencio aunque solo sea en soledad…porque la escritura pura, la que dice lo oculto y tantea el abismo, es la soledad del caminante.

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Hoy, por ejemplo, he querido retener el primer empuje y las incipientes ganas de escribir para comprobar hasta cuándo puedo existir sin ello. En estos casos, utilizar un adverbio, ya sea de tiempo o de lugar, no es lo que se ajusta más a la esencia de la escritura, pues todo esto no es más que trabajo en acción, presente sucesivo. Quizás es esa la fascinación por escribir, la de la espontaneidad y el riesgo. El ejercicio de escribir la lectura me es primordial para unir una cosa a la otra, para que lo leído encuentre asidero en lo escrito y para que lo escrito sea sustancia recreada de lo leído, para ir configurando el haz y el envés de los días.

Llevo toda la jornada leyendo distintos volúmenes. Esta mañana terminé de leer un libro de poemas en el que voy anotando las impresiones, los desajustes, lo que cambiaría si fuese mío. Lo hago con cariño, movido por la prudencia, pero ha sido emocionante entrar en la catarsis, -como un violín mojado-, y hacerse poeta en otro.

Después de eso, Trapiello, Marías, Tolstoi, Rilke, Pessoa y Virgilio. Por último, agarré el volumen de Dante y comprobé que la maravilla se mantiene intacta. En ese trasiego de lecturas, no pocas veces me vi citado por la anotación y, para ello, utilicé el cuaderno que me acompaña. Tomé notas, copié líneas, incluso comenzó a brotar los primeros indicios de un poema. Todo se anuló con los primeros aullidos de la luz penetrando por la grisura del cielo.

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Después de todo, sigo pensando que Parménides era un poeta que intentaba definir la poesía.

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En este conato de cesantía de la escritura que he perpetrado hoy, no he querido decírselo a M. Ella está aprovechando estos días de descanso para leer algunos libros en italiano. Cuando la observo reclinada en sofá, tan ensimismada, deseo que sus pupilas se claven en mí como lo hacen en las páginas y que su quietud me pertenezca a mí como le pertenece a la ficción que la sostiene. No he querido decirle que iba a renunciar a escribir el diario hasta que no lo consiguiese, pues estas horas de escritura forman parte ya de la rutina de la casa y ella, mejor que nadie, sabe que cuando comienzo a escribir no puedo hacer nada más. De esta forma, como ella es la que guarda el tiempo para que estas letras vayan fraguándose, la que otorga, no podía comunicarle la intentona que ya sabía fallida de antemano. Ahora, que está a mi lado, voy narrándole, paralelamente, qué estoy escribiendo en el momento y ella no deja de reírse de estas aleladas anotaciones de amenazas juveniles. Así, con las risas y las amenazas no cumplidas, el gris y áspero mundo, tan violento y desatinado, va encauzándose así, sin vaticinios, sin prefijos, tal y como deberíamos entendernos a nosotros mismos.

domingo, 17 de abril de 2011

Cuando alguien intenta arrimarse a la gracia sin tenerla, cuando pretende impregnar sus líneas de frescura y espontaneidad, son marros sus páginas. Cada vez creo más en el talento natural y, por ende, en el reconocimiento de su falta. Es decir, debe uno caer en la cuenta cuanto antes de que no posee esta o aquella cualidad. Forzar lo que uno no posee, en esto de las letras, es demasiado descarado, ya que la literatura otorga, pero también humilla. Solo hay que leer algún poeta que pretende convertirse en poeta o las primeras páginas de una novela que ya es mediocre de antemano. Ocurre lo contrario en los primeros empujes de una obra lograda, como en una música armónica, los primeros compases abren el alma a una cascada de emociones y de codificaciones de la belleza que nos dejan perplejos, estupefactos. O una pintura que envuelve y desconcierta, es desde la primera mirada una figuración bella del mundo.

Cuando uno lo hace ajustándose a sus virtudes es cuando se produce una aproximación a la armonía. Ese levantamiento misterioso que reúne y reconcilia lo que nunca intuimos y lo que nunca antes había pervivido ni siquiera en los sueños, en la muerte, en la vida, acaso.

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El otro día, mientras paseaba por la orilla y el río terminaba su discurso entregándose al océano, comprendí por qué lo trágico supera a lo humorístico o lo irónico. El hombre es ruego constante entrecruzado de aspiraciones infinitas, pero con material finito. Lo cómico y lo humorístico es precisamente la condición de lo efímero, porque una broma o una escena humorística o irónica se pierde en cuanto se dice, pero lo trágico, ay, lo trágico, es la sustancia que no recorre y percute de continuo. Así lo vieron los griegos, que lo descubrieron todo.

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Puede decirse que Trapiello se expande demasiado en sus escenas en Las Viñas o que sus páginas a veces parecen cansinas repeticiones de lo misma fórmula o cualquier otro argumento para renegar de la lectura de sus páginas. Sin embargo, hay una cuestión innegable. Sucede que su prosa es tan potente y abigarrada que, como con los directores de cine que son prodigiosos, uno no se cansa de ver las escenas, de contemplarlas y releerlas, porque son tan justas verbalmente, que solo cabe el regocijo.

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Con Paul Valèry me ocurrió lo que con Bach o con Rilke. Ellos, y otros tantos, abrieron tal abismo en mi vida después de la experiencia de su obra, que todavía hoy los asumo como nonatos en la experiencia. Quiero decir que la música de Bach cumple la virtud de lo divino, se renueva a cada momento. Y con Rilke, por ejemplo, no puede el hombre que lea su poesía seguir viviendo sin más después de ese trance.

Recuerda Sergio Pitol en El arte de la fuga que Thomas Mann, mi admirado Mann, esbozó una novela cuando tenía vente años, una obra que no terminó hasta cincuenta años más tarde. Claro, Doktor Faustus es una obra que otorga la inmortalidad a cualquier escritor y, por eso, la demora, los repliegues, las ausencias, las elipsis en la creación hay que tomarlas como parte intrínseca de la fertilidad. Es por ello por lo que adoro a Valèry, porque siempre tuvo presente que la prolífica obra de un autor no debe dejar de mantenerse viva, especulativa y errante. Como él dejó en sus cahiers: “Un buen poema es silencioso", y yo creo que la creación más solemne es la que deviene de la ausencia y el retiro para edificar lo que de tráfico y humano soportamos.

jueves, 14 de abril de 2011

He vuelto sobre algunas páginas de Introducción al vocabulario de Platón, de Gregorio Luri. Exactamente he releído lo concerniente a lo que el autor cataloga como “No escrito”. Luri recuerda un famoso pasaje de Timeo en que se dice: “Del principio o de los principios de todas las cosas o como quiera que tenga que llamarse eso, no diré nada”. En el momento en que he vuelto sobre estas líneas, he ido raudo a leer algunos pasajes del Tao. Las coincidencias, en este respecto, son prodigiosas. Lo que no puede nombrarse pertenece al silencio, lo que pertenece al silencio –la belleza plena, la conciencia, el amor, el conocimiento- serán siempre las fuerzas teleológicas que nos sostengan mientras nos mantengamos con vida. Por eso, cuando uno tiene conciencia, lo hace hasta los tuétanos, con el alma toda, y por ese motivo el conocimiento que puede transmitirse, de orden científico, solo es asombro, apesadumbrado, insuficiente excavación en lo inabarcable.

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Decir mucho con poco es una fórmula desafiante, pues la palabra no se conforma con su insinuación, siempre aspira a desbancar la realidad y lo innombrable. El que hace uso del verbo no sabe que la lengua es un reflejo de la mentalidad humana o que la mentalidad humana no es más que un reflejo de la lengua. La lengua aspira a todo y por todo es capaz de sacrificar la paciencia y el conocimiento del hombre.

Así las cosas, la poesía es un género de resistencia, que apacigua y medita, que mantiene y sopesa con la cadencia necesaria. Un poema no es un ejercicio de la lengua, es una pirueta de la conciencia humana, porque nunca llegará a decir lo que quiso, solo a tantear, insinuar, acariciar de soslayo. Y con eso hay que conformarse, porque el que prosigue cae en la riendas del desboque, de la inconsciencia.

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Definitivamente, los días se componen de dos o tres zamarreos que nos espabilan de repente, que nos expulsan un aliento pútrido y desasosegante. Sin embargo, a veces se cruzan otros que sin quererlo ofrecen momentáneas alegrías o conversaciones fructíferas. A pesar de que esto no sea lo común, debe uno atenderlas con esmero, entusiasmado, haciendo de la vida algo extraordinario a pesar de su ordinariez, y provocando un ictus feliz, aparentemente feliz en el devenir del tiempo, por muy poco que este valga en un reloj.

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Hoy, por ejemplo, ante la euforia de un grupo, me he sentido estepario, alejado, casi marginal. Así lo he deseado ante la festiva actitud del grupo que celebrara un acto que para mí es la vitalidad. Piensa el que no lee que cuando se arrima a un libro los demás querrán saber qué está haciendo y qué le ha llevado a ello, a esa tarea tan solitaria. Sin embargo, el lector, el lector de fondo, cuando habla con otros compañeros que comparten la misma condición, jamás pregunta sobre lo que se supone. Es poético en definitiva, la posición del lector de fuste, porque con sus elipsis, hace refulgir la acción de leer. Lo complicado viene cuando, esos que leen a tirones, obras de escaso valor literario, de vacuidades diversas, se alzan como adalides de la lectura y quieren, además, manifestarlo en público. Es ahí donde, como Borges ante el amor, tendré que ocultarme que huir, porque no tendría lugar una manifestación oral sobre qué es la lectura en ese foro.

Esta anécdota, que otras veces he referenciado, puede extenderse a otras tantas actitudes. El que no dice o habla o comenta lo que hace parece que no nunca lo hizo. Y van a ser verdad esas palabras de Orcar Wilde que decían: “Lo que no se comenta no existe”. Porque uno, que comenta poco, que dice poco, nada, en mejor decir, tiene que soportar que la mediocridad lo invada, lo embadurne y lo execre como un plancton marino que merodea por el lugar. No es así, no, pero como un verso paciente, prefiero la satisfacción personal, intrínseca, solitaria, silenciosa, a la algarabía, el guirigay y la demostración en público de mis carencias, que son todas. Sigan, pues, los mediocres avivando la llama de su ignorancia, expóngala en público, será un espectáculo patético, pero también un índice de qué está sucediendo con el hombre.

miércoles, 13 de abril de 2011

Traslado las anotaciones realizadas a mano en mi moleskine a este diario, porque allí son hojas sueltas de una emboscada, aquí, a lo mejor, hilazón de un recorrido. Son versos de distintos poetas, antiguos, los unos, modernos, los otros. En cualquier caso, poesía.

Yo había abierto mi ser a la mansedumbre,

vaga la armonía por el valle,

lo pensado todo,

silencio errante,

con todos sus ojos ve la criatura lo abierto,

el estar sobre el dorso de sí mismo.

martes, 12 de abril de 2011

Ya en los primeros trancos de la prosa de Los enamoramientos, de Javier Marías, advierte uno que la novela es otro prodigio narrativo del novelista. Uno, que lo ha leído casi todo del autor, pero que guarda con especial celo la lectura de Tu rostro mañana (quizás la mejor novela escrita en España española en el siglo XX), comienza a recuperar ecos, resonancias, melodías perdidas de esta prosa tan envolvente y majestuosa. Se ofrece en estas páginas una novela que aporta, además de todo eso, madurez en el punto de vista y virguería en el uso de los tiempos verbales. Marías es un narrador nato, no un prosista de diarios o de notas o artículos, sino un narrador como lo es Bernhard o Vargas Llosa. Los enamoramientos es un deleite para los que amamos esta prosa serpenteante, esquiva, meditadamente espontánea y condicional. Espero con anhelo la semana de descanso para poder terminarla como es debido. Felicidad. Días de novela dignas.

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La prosa es otra cuestión y en ella Trapiello es insuperable. Apenas sensitivo comienza con la recuperación de un fingimiento, el de vivir. Para ello se remonta a la inscripción que gobernaba el hospedaje de Leopardi cerca del Vesubio, sine sole sil(e)o, para advertirnos que el tiempo que permanece resguardado en las manillas de un reloj, acariciado por el minutero de un aparato incesante, no es más que el recorrido a diario de un fingimiento: nuestra vida. Apenas sensitivo es el maridaje de nuestro paso por la tierra y la conciencia que al fin alcanzamos de ella. Solo la literatura es el reducto de la memoria, pues la música es perpetua transparencia.

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Caben en mí todos los sueños, en mí todas las formas de tu ausencia. Las palabras que nunca fueron pronunciadas así como las visiones de la luz encíclica. No soy más que un recipiente ajeno de sí y que torna los mediodías en graves lamentos. Como esta luz que declina su presencia, arranco la raíz en donde fui una vez soñado.

lunes, 11 de abril de 2011

Lo primero de hoy, escribir. Es como volver a respirar después de varios días de asfixia en que no he terminado ni una sola línea, como abrir la ventana y provocar que una bocanada de aire fresco y oxigenado lo invada todo. Volver a respirar. Inspirar y espirar, espirar e inspirar. Qué palabras más envolventes y literarias, eso de la inspiración como el soplo que penetra tenue y tremebundo, pero que acaba dando los frutos inciertos de la creación. Entiendo como Rilke defendía la respiración con tanta vehemencia como territorio literario.

Ahora, en este banco del parque aledaño a la calle central de la ciudad en la que vivo, junto a la librería, leo las páginas del nuevo volumen de Trapiello, Apenas sensitivo. Me observo como una de esas cartas desbarajadas, es decir, como una de esas páginas que pudiera ser todas o ninguna, como un holograma desmarcado de la conciencia del cosmos que se evade y se disgrega sin más ni más.

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Qué bonito está el campo por estas fechas, el campo que atravieso todas las mañanas. Ya sus lomas pobladas de encendidos trigales, ya su tierra preñada de semillas apunto de bullir. Todavía queda la humedad rezagada del agua que se resiste a ser evaporada, porque la tierra la ha expulsado de su seno. La luz del sol busca rasgar el terruño como si estuviera tañendo un instrumento vaporoso. Las raíces, huelo las raíces de los girasoles, su penetrante poderío…y la aurora, pletórica y sinestésica, la aurora que amanece cada vez menos en mis pupilas.

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Esta mañana, con el profesor y escritor J.C., en Lebrija. Un puñado de alumnos habían leído su libro de memorias ambientado en la ciudad de marras y esta mañana vino al centro a tener un encuentro con ellos. Es agradable su presencia, pues otorga aires renovados y una conversación alegre y abierta. Sin saber cómo, cada vez que nos vemos hay una afinidad entrañable, sobre todo por mi parte, que se refleja en enfervorizadas conversaciones sobre libros, poemas, poetas y otras cuestiones. No cabe duda de que este profesor y poeta es un lector de fondo, bibliófilo empedernido. Hoy, por ejemplo, me ha regalado los tres volúmenes que editó junto a J.L. sobre Joaquín Romero Murube, el escritor palaciego. Cuando he llegado a casa, M.C. se ha alegrado mucho ya que ella nació en la localidad sevillana del autor de Siete romances. Realmente, no hemos podido hablar de muchas más cosas, porque mi horario laboral no me lo ha permitido, pero nos hemos tomado algo al término del acto y aún tengo la sensación de que me espera, algún día, el día que lo llame y pueda acercarme a su finca, en Lebrija, una conversación grata, culta, amena, sobre todo porque pienso que este señor es músico y poeta y en sus palabras de madurez siempre habrá, a la espera, el rayo luminoso de la senectud.

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No me interesan nada los escritores de mi edad, quiero decir, los que son de mi quinta. Sé que, algún adelantado, saldrá diciendo que es conveniente saber qué hacen los otros, qué leen los otros o qué piensan los otros. Nada. Únicamente de los que son más avejentados que yo y poseen cierta cualidad para la literatura espero algo. Solo en ellos confío el criterio y los consejos, solo en ellos. Cuanto más joven, más vanidad y menos poesía.

Hace dos días, por diversos motivos, alguien me recordó unos versos de un cuaderno que me publicaron en los años de Facultad, cuando uno comenzaba a eyacular versos sin sentido y acaso sin poesía, por el mero placer de sentirse auspiciado por la creación. Los poemas que forman ese cuaderno son nefastos, pésimos, realmente horribles, aunque formen parte de una época anterior. Por este motivo, cuando me recordaron algún pasaje, sentí un estupor y una renuncia inauditos. Obviamente fueron escritos por uno, pero eso no implica que deban ser defendidos por uno, no es ese el caso. Si algo tengo que decir de todo aquello es que fue una etapa de acercamiento, de deslumbramiento por la palabra y, en más de una ocasión, he manifestado la necesidad de cursar esa etapa por el mero juego de la palabra. Y eso es, en definitiva, lo que se ofreció, juegos y jugueteos sin más sustancia que me aburren y avergüenzan.

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Como escribió Romero Murube, en el romance del crimen: “la sombra quedó cosida/ con el cuchillo, a la carne”. Mientras, suena todo el día Debussy, las entrañas de su fauno. Ahíto por el trasiego de estos días pasados me envuelvo en la prosa lírica del escritor palaciego. Es así, con la sombra pegada a la carne, como suceden estas jornadas de incipiente calorina. Como si hubiera perdido el cielo y ya solo quedara como agua que se lo lleva la tierra.

viernes, 8 de abril de 2011

Dulce soñar y dulce congojarme. Semana de desasosiego pleno. Turbio horizonte. Deshabitada lentitud. Solo en el proceso de la escritura, en el enigmático movimiento silábico, encuentro regocijo. Regocijo de la huida, podría decirse, de la escapada a la espera. Dar cuerda a lo absurdo es peligroso, porque puede uno acabar encrespado en no se sabe qué delirio sin horizonte, los montes sonoros, la memoria encontrada en otra vida.

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Eso es escribir, la memoria encontrada de otra vida. Para esa tarea, recurre uno a la prosa almibarada de la observación. Ese ejercicio, que puede no ser siempre meritorio, merece que la prosa se revuelva y se evada como las olas irrumpiendo en un acantilado. Porque los hechos que relata serán pasajeros, de eso debemos estar seguros, y la fuerza que ensimisma la palabra solo es perenne cuando un lector las alienta. Mientras tanto, un libro cerrado, un diario peregrino, no es más que un acuerdo tácito del silencio y la observación. Quizás por este motivo la pintura esté tan presente en este diario que escribo desde hace años y que parece no agotarse nunca y no abandonarme nunca. Decía que, de la pintura extrae uno aquellos retales de la observación que predican la esencia. Un bodegón, un retrato, una crucifixión o un cuadro de Rothko terminan por convertirse en índice y paradoja que pueden extrapolarse a la prosa.

Pongo por caso esas líneas que aparecen en la llanura del folio reivindicando una reflexión sobre lo que uno dijo en la mañana o lo que opinó hace unos días o acaso advirtiendo que el libro que se lee incesante es una maravilla. Un prodigio solo para quien escribe, estaría en mejor decir. Un libro o una actitud más convenientes para el que suscribe estas palabras, pero en ningún caso para los otros que, en alguna ocasión, puedan leer estos marros que me persiguen.

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Hoy he querido verme desde el cosmos, he querido observarme desde lo más lejano para percibirme como lo más ajeno. Desde el cosmos no hay fronteras y todo en el planeta parece perecedero. No hay fronteras ni ideas que las fustiguen, como tampoco nadie vindica el amor ni la piedad. Así observados, desde la posición más alejada posible, el hombre es una mísera presencia inadvertida. Sustancia volátil, cósmica, sucedánea. Qué será de esta tierra ya caduca y qué será de los versos escritos.

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Una montaña de libros para unos niños, pasajes, libros abiertos, poemas de memoria, fragmentos de El Quijote, Picasso pintando, La muerte en Venecia, J.R.J., niños de 4 a 120 años, los libros de una vida, separadores e imaginación, palabras, reveses, pasarelas de ingratos, alguna ineptitud, silbo sin verso en cualquier caso…

miércoles, 6 de abril de 2011

Esta semana ha sido como un pasaje de novela folletinesca, cuando prefiero que las paginas de esta vida tengan el reposo de un libro de ensayos o de aforismos, es decir, que lo que suceda lo haga con mesura y haya que degustarlo detenidamente, una vez y otra, hasta que nos demos cuenta de que no somos capaces de pertenecer a su esencia.

Dentro de esa vertiginosa sucesión de acontecimientos, algunos han sido maravillosos, de los que jalonan una vida a golpes de entusiasmo y lucidez, pero entre tanta zarza, entre tanta mezquindad, estoy resguardándome. Son días de desconcierto y desarmonía. Porque la armonía es la pronunciación de la luz que nos invade y penetra hacia los días.

Ha llegado un texto que para mí supone una esperanza. Como si fuera un papel pautado en que hubieran escrito las notas de la partitura que debo hacer sonar en la vida. Al leerlas, fue como esa respiración que nunca cumplió su ciclo, que nunca terminó de abandonarme. Respiración mineral, renovadora a la que debo estar agradecido siempre.

Quizás Bécquer, poeta mal leído y reinventado, tuviera razón. Debe uno escribir en el sosiego, después de la eclosión, cuando el ser vuelve a su raíz primera. Es por eso por lo llego al diario comedido, con demasiadas reticencias para expresarme por libre, sin remiendos y por lo que estoy pensado en dejar de escribir ahora mismo. Agur.

lunes, 4 de abril de 2011

El mismo escribir pierde la dulzura. Sucede cuando la misma vida perjudica a la expresión de la vida. Probablemente, este yo que se declina en estas páginas no sea más que una proyección estética de lo que realmente soy, día a día. Me vivo, como decía Pessoa, estéticamente en otro.

En estos casos, pienso que la lógica de una vida imaginaria es la más real y placentera. Visitas de poetas, viajes a ciudades donde la niebla es una brigada de la calma, amoríos, música, piedra de cielo…que quien mejor nos conozca, si apenas nos conozca, que quien nos piense completos y entregados sientan el escurridizo siendo de nuestra vida.

Sería un triunfo de la vida poder ser contada o un triunfo del poema dejar en abierto la vida expresada. Como dejó escrito Petrarca: “Stanco già di mirar, non sazio ancora,/or quince, or quindi mi volgea, guardando/cose ch´a ricontarle è breve lóra.” Cansado de mirar pero no saciado, me volví a todas las partes contemplando tanto que no podré contarlo. Contarlo como fue percibido es una entelequia, porque la vida poética es una sucesión armónica y continua de difícil filiación y asentamiento.

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Vuelvo los ojos hacia lo profundo y solo podrán ver así. Los vuelvo hacia donde nunca tuvieron horizonte. El mundo comienza en la palabra, tiene su pórtico en sus sílabas, pero estas no esconden más que un silencio cósmico. Si alguien dejara de respirar, podría comprender qué es la poesía, porque cuando un poema arranca, cuando un poema comienza su acorde, una respiración nueva nos invade, transforma, resucita de la humillación de habernos conocido solo en la superficie. Volver a la mansedumbre de la música blanca.

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Esa mortal natura a la que se refiere Leopardi en el poema titulado "El ocaso de la luna". La paradoja humana de su naturaleza mientras la naturaleza es un ciclo de cierres y entrantes, de muertes y vidas renovadas. Los pájaros cantando, de J.R.J., el paso de la edad madura, para Leopardi. En cualquier caso, llega un punto en que el hombre deviene de su naturaleza para asimilarse a la naturaleza. En ese punto me encuentro estos meses. No desvío ni un ápice de esperanzas a la proclamación de mi vida. Más bien, la voy diluyendo entre la perennidad del que podrá mantenerse erigido más allá de sí mismo. Es este tema una obsesiva percusión de celeste timbre. Una percuciente reflexión que va germinando en poemas elegíacos que, como del rayo, han vuelto de la nada, de lo nunca presentido, para ser yo, total, enteramente.

domingo, 3 de abril de 2011

Termino de leer las últimas páginas de una recentísima Historia de la literatura porque creo que, en esas páginas que atienden a lo más próximo, es donde mejor se puede calibrar la calidad del filólogo o del crítico de turno. Digo todo esto porque escribir sobre el inicio de la literatura española a comienzos del siglo XX no deja de ser un ejercicio de recopilación, comparación y exégesis de todo un material ya ejecutado. Sin embargo, en la nuevas voces de la lírica o de la narrativa y qué decir del teatro, un filólogo se la juega con sus escritos, sobre todo si el profesional se deja llevar por otras cuitas que no sean estrictamente las críticas y objetivas.

Decía que, en esta nueva Historia, los señores que se han encargado de prepararla ofrecen no pocas páginas interesantes y renovadas sobre ciertos temas ya manidos en la bibliografía. En cualquier caso, caen en falta, en estas páginas últimas, por redomados y replegados a la pura descripción de los fenómenos.

Parece que, para esos capítulos de la modernidad y la posmodernidad y las tecnologías se han apegado demasiado a describir lo que existe en el mercado. Han reducido la literatura del momento a una simple nómina de autores que tienen, por diversos motivos, éxito mediático. Llegan a nombrar a una poeta que es tan nefasta y tan triste y tan insípida y tan poco poeta como la punta de lanza de la lírica actual. Así, por otro lado, mencionan constantemente al señor de la Nocilla y a los adláteres. En definitiva, todo el mérito que podían tener las páginas remozadas sobre Trapiello, Marías, Gil de Biedma o el postismo fondean hasta lo más bajo al término del volumen.

En estos casos, siempre recuerdo a los grandes filólogos y críticos de la literatura española que, en mi opinión, siguen sin ser superados. Pongo por caso a Alarcos, quien escribió un libro magistral sobre un contemporáneo llamado Blas de Otero; o a Dámaso Alonso en cualesquiera de sus páginas sobre la poesía de sus propios compañeros de correrías; o a Carlos Bousoño, Rafael Lapesa, Eugenio de Nora, al polígrafo Alfonso Reyes o al mismo Ángel Rama u Octavio Paz. Ellos, entre otros tantos, supieron desgajar de la literatura de sus contemporáneos lo que de profundo, novedoso y eterno aportaban. Ahora, con estos libros de filología mercantil, lo que tenemos son someros y reciclados pensamientos sin fundamento que solo pretenden asentar una historia falsa y desacreditada de lo que es la literatura.

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Ayer, por diversos motivos, estuve leyendo algunos libros de poesía mientras lo que sucedía era lo más alejado de la poesía. Para ello, decidí llevar en la maleta libros de Luis Rosales y otros tantos que habían llegado desde La Isla de Siltolá. En relación a esta última, puede decirse que la colección va tomando las hechuras de un territorio poético de calidad y bien asentado, sobre todo por libros como el de de Antonio Colinas, La tumba negra. Este tipo de publicación alza a un catálogo a cotas muy notables y provocan en los lectores las expectativas más notables. El caso es que el libro de Luis Rosales, que se publicó hace poco en Cátedra, ofrece una versión muy convincente y bien preparada de La casa encendida, Rimas y El contenido del corazón.

Agarré el moleskine que me acompaña en estas lides y quise anotar aquellos versos que podrían formar una galería de cumbres versiculares, esto es, de versos que han embalsamado la sintaxis en un solo orden. Pensaba uno que los versos serían menos, quiero decir, que terminaría por anotar dos o tres versos de relumbre, de aquellos que sacuden la memoria y la conciencia y son capaces de agrietar la sombra de una mente acomodada. Antes al contrario, tengo ahora una reunión multitudinaria de versos que serán de otras creaciones, palabras que irán acomodándose en la poesía de otro, filtrándose en el imaginario de quien escribirá, si los astros lo permiten, las oscuras procedencias de una elegía contenida.

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Después de todo, como decía Hemingway, un libro terminado es como un león muerto, deja de tener importancia, porque la preparación, el estudio, la ejecución, el disparo, el peligro ya forman parte del pasado. Sin embargo, en la poesía no existe esa linealidad de la prosa. No hay quietud en la ejecución, porque nunca el alma fue una estatua quieta, sino más bien agua cambiante, principio activo, como dijo Darío, es carne viva. Desde este perspectiva, es probable que la terminación de un libro de poemas no sea más que el principio o acaso un principio que demuestra una incapacidad, pero, cuando este último caso es el resultado, más de un poeta piensa que no es posible alejarse de lo dicho. Yo digo ahora y aquí, bienaventurado el que se aleja de lo que nunca pudo ser poesía, porque de él podrá ser el reino del silencio.

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Qué plena la mañana con las luces plantadas como un himno secreto de los árboles. Qué plena y qué apaciguada la conciencia con tan solo un silbo peregrino de algún pájaro, con tan solo una rama abisal de la conciencia. Como una llamada de tumba en lo perenne, ha escandido lo oculto su presencia entre las manos abiertas de mi boca y entre la luz apaciguada de ciencia llena.