domingo, 30 de enero de 2011

Hay que levantar las miras para hacer algo grandioso, hay que atender a las convicciones y no a las sucedáneas disposiciones. La literatura no puede, como la ciencia, andar a hombros de gigante, es decir, comenzar donde otros lo dejaron, pero sí puede surgir desde donde todos comenzaron, desde donde el hombre es uno, en plenitud, completo, con todas las virtudes que lo atraviesan y todas las manías que lo conforman. En ese espacio comunitario de la especie es de donde la literatura, y en especial, la poesía, comienza a urdir una obra trastocadora, porque cuando las palabras que nos hacen desde lo profundo son reformuladas, nos estamos rehaciendo a nosotros mismos al completo. Decir de allí, en ese espacio, es decir lo que fuimos siendo en el será.
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Le envío un libro a un poeta admirado. Por unos momentos, todo se envuelve en una ajenidad que no me pertenece, no sé si rubor o derrota. No soy poseedor de esas palabras aunque las envíe como si fuese su mentor. Fue otro que habitó en mis pupilas, que desgranó sus inquietudes con el dígito permanente de la transformación. Ahora entiende la sucesión que fuimos y que nos hace.
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Exactamente lo que preconiza El libro de las mutaciones, el milenario volumen que tantas enigmas espirituales plantean desde comienzo: “El curso de lo creativo modifica y forma a los seres hasta que cada uno alcanza la correcta naturaleza que le está destinada y luego los mantiene en concordancia con el gran equilibrio”. Estas palabras, referidas al primer signo, Lo creativo, sostienen algunas de las cuestiones sobre las que escribo hoy. La creación como un inicio de lo correcto a través de la perseverancia. En esa perseverancia, el creador alcanzará, si su virtuosismo lo hace posible, un equilibrio perpetuo, una armonía con el mundo. Estamos ante una de las definiciones de qué es la poesía más prodigiosa.
Por otro lado, el efecto de ordenar el espíritu y el mundo que sucede en el exterior debe obtener su resultado en el mundo interior del escritor. Asimilado el orden del mundo, es posible hacerlo de uno mismo, pues tendremos conciencia de que pertenecemos a una esfera superior, a un orden extraordinario que nos acoge. Somos una nota en el pentagrama, un sonido que encuentra su armonía, una estrella que pertenece a una galaxia. Desde la conciencia de la mortalidad y de la finitud, podremos alcanzar con la literatura la grandeza de las palabras que nunca deberán pronunciarse.

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