domingo, 12 de diciembre de 2010

Work in progress. La escritura se hace en su presente. La escritura se conforma en su formación. Es roca ígnea en un ciclo ínfimo, calcificación de lo acuático y fluyente. Débil insinuación de la mirada.

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Hace años, encrespado en las ambiciones académicas, pensé en hacer una tesis sobre la obra o algún aspecto de la obra de Vargas Llosa. Como era un aspirante ridículo y verderón a nada, esas ansias se diluyeron entre tanta estulticia y palabra huera del entorno. Es ahora, cuando se confirman algunas de las intuiciones que tuve, cuando me alegro de no haberla hecho, ya que estoy seguro de que no hubiera estado a la altura de todo un Nobel.
Preferí dejar a Vargas Llosa como un maestro de lo literario antes que como un fantasma que me persiguiese hasta que me dejara extenuado. Porque Vargas Llosa es como ese Flaubert que grabó en la cabecera de la cama “leer para vivir” y que leo con tanto gozo en Bouvard y Pecuchet, su obra maestra. Esa es la melancólica circunstancia a a que me incita la figura de Vargas Llosa, a leer y luego a escribir como la condena de un pez en el agua, contra viento y marea, con la travesura del sueño de un corazón en tinieblas.

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