viernes, 31 de diciembre de 2010

Todavía hay quien se atreve a decir que cuando escribe un diario o intenta escribirlo está, únicamente, practicando para algo mayor, de más aliento, como una novela o un libro de estampas cotidianas o alguna brevería que quién sabe qué contendrá. Cuando sucede eso, es decir, cuando uno piensa que está ensayando, calentando la muñeca -como suele decirse-, siempre voy a leer lo que considera de mayor entidad. Cuando lo hago ocurre lo de siempre, su obra de entrega total es absolutamente inferior a sus anotaciones de diario. Y no escribo esto pensando en J. Renard o Sándor Márai o Cheever (así lo considero, desde luego), sino incluso en algunos escritores que lo hacen en la prensa actual y que defienden que escriben ahí por necesidad económica. Algunos s´lo son escritores en esos momentos que ellos creen de poca entidad.
A estos escritores habría que advertirles que la voluntad de la escritura no entiende de prejuicios ni de géneros ni de extensiones en páginas. Habría que decirles que a lo mejor es el diario donde su prosa y su talento encuentra mejor acomodo y que su obras mayores y de envergadura quedan tan mermadas ante estas que mejor sería guardar silencio.
Estoy tan seguro de esta teoría que siempre he defendido que la obra genial de Cervantes aún está resguardada entre sus anotaciones personales, en esos papeles junto a cereales, trigo o aceites. Tólstoi no encontró jamás su tono confidencial y absoluto como en sus diarios, así como en la obra de Herman Broch cuando escribió una biografía novelada con una prosa febril y excelsa en La Muerte de Virgilio.
De todas estas manifestaciones extraigo lo valiosos de la transmutación y de la confidencia. La transmutación es el proceso por el que vida y literatura se combinan hasta diluir sus diferencias y distancias, porque la vida, cuando es anotada, es entregada a lo literario. Y es eso, precisamente, lo que vengo haciendo cada día, irrenunciablemente, entregar los dones de la vida a la literatura para poder adquirir el prisma de lo objetivo ante mí mismo. Con esa panorámica podré descifrarme como un hombre ajeno, como una otredad que me habita y nutre. Sólo así he podido renunciar a otros hábitos que pensaba beneficiosos, sólo así he vuelto a notar que la cultura europea necesita de una vuelta a lo sagrado, a la fe sin credenciales institucionales. Sólo así he vuelto a rehacerme, a convocar en mí mismo una proliferación de escritores, lectores, pintores, músicos que han tañido, todos, lo que de literario tengan estas páginas que cierran el año de 2010.

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