jueves, 18 de noviembre de 2010

Una tarde de agosto, cuando el sol se declinaba por la desembocadura del Guadalquivir con el desmayo de la calima, escuchaba la música de Corelli. En esos años fue cuando comencé a leer poesía. Recuerdo a Rubén, a Machado, el romancero. Mi padre, que a pesar de no haber estudiado en su vida y de no haber contado con una formación adecuada, siempre ha entendido mi posturas ante la vida. Creo que sintió, desde el comienzo, que mis ojos se desorbitaban cuando me dejaba dinero para comprar algún libro. Mi padre me daba setecientas o mil pesetas para que yo, imberbe, suministrara el capital en libros. En esos inicios, sin concierto ni criterio orgánico, leía a Neruda junto a los que he nombrado. Luego, en el instituto, cuando se convocó el primer premio de relatos, escribí un cuento sobre un músico que escuchaba la música de Corelli cuando llegaba la noche. Era un músico con las características oraculares de Laoconte. El premio consistía en unos libros de Garcilaso, Lope de vega, García Lorca y Unamuno.
Esta tarde, que vuelvo a Corelli, como de la marisma, se ha venido este recuerdo peregrino. Junto a él, la profesora, Manuela, que nos leía los versos de Machado, de los Machado, en mejor decir, ya que con ella fue cuando escuché la música de Manuel Machado, sus razas y sus morerías. Por aquel entonces, la vida era una dilatación continua, una expectativa rotunda, alargada, que se iba cargando de árboles frutales, colmado de semillas en la negra espalda del tiempo. Las he recordado con los compases del Concerto grosso. No. 1, y con el alma en vilo, porque se van avejentando, los recuerdos como las hojas caducas sobre el asfalto.

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La poesía es la unidad inaprensible.
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De estas anotaciones de diario poco quedará, acaso un temblor de sombras acurrucadas. De estas líneas, que fondean en lo ágrafo, que no sostienen armonías ni causas, sólo defectos de un hombre invisible... De estas anotaciones, que vuelven a tañirse sin ellas mismas, que son el hueco sucedido de la nada, la esfera luminosa de nadie, sólo diré que jamás fueron escritas.

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En el volumen que siempre manejo para leer poesía de trovadores, trouvères y minnesinger anoto la gracia y la virtud de los poetas y cantores. Hay versos realmente prodigiosos escritos a mitad del siglo XII, desprendidos de retoricismos y prebendas a la palabra inválida. Escribe, por ejemplo, Peire Vidal de Tolosa: “Ved cómo es el mundo/pues a quien más lo sigue, peor le va”. Peire Vidal fue hijo de un peletero, según las leyendas, y a quien un caballero de San Gil le cortó la lengua por estar engañándolo con su esposa. Algo más tarde Uc dels Bauls lo sanó. Cuando esto hubo sucedido, se embarcó a Ultramar, se casó con una mujer griega de la que decían que era sobrina del emperador de Constantinopla, por lo que el loco músico y poeta creyó que debía heredar el imperio. Por estos motivos, cuando uno lee El Quijote y ha leído estas historietas que trazan la vida de estos ministriles, dudo mucho de que Cervantes no las hubiera tenido en cuenta para forjar su personaje.

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