lunes, 15 de noviembre de 2010

La plenitud de un poema se alcanza en el vislumbre de su terrena secuencia.



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La extrema luz del rayo fugitivo, la argenteada parábola de la noche, los brotes que cercenan y ensimisman, las presencias distantes y el prodigio de contemplar cada mañana la serena y tácita luz en las campiñas.

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