domingo, 19 de septiembre de 2010

Quizás escribo con la materia de los sueños, pero con el corazón de un relámpago pétreo.


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Muerte sin fin, muerte sin fin, vaso que contiene la forma de la vida, vaso que muere con la forma de la vida, con la forma que otorgan los sueños a la vida, la materia de los sueños a la vida.

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Leyendo El Quijote siente uno el alma más adentro, cóncavo en lo profundo. Al dejar de leerlo, el mundo es más ajeno a todo. Parece desgajado de sí mismo como un decir sublime que dejó de ser bellopara ser perpetuo.



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Asiento ante las palabras de Pseudo-Longino ante las disquisiciones entre lo bello y lo sublime. Luego, recurro a Kant, para darle forma a lo que intuyo. Tras leer a los dos filósofos, me dispongo a leer un poema para comprobar cómo, todas estas construcciones aledañas, se derrumban ante el acontecer de la lectura en sí misma. Cada vez creo con más convicción que la belleza es la imagen de dios en la palabra.

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