viernes, 14 de mayo de 2010

Nota desaparecida.

Parece que los cantos de los pájaros me están esperando cada vez que me asomo al balcón. Comienza, de repente, un continuo de melodías que se cruzan en el horizonte y cuyo origen surge de mi perplejidad. La hermosura auspiciada en el verde de la sierra de Cádiz que se intuye, a lo lejos, donde descansan los quejigos sin estómago, pues fueron arrancados por el hombre. Unos minutos intentando localizar algún ritmo secreto que se encierre en esos timbres. Incluso me atrevo a concertar una pauta musical a la naturaleza pura. Pero qué equívoco más iluso. La naturaleza guarda secretos indescifrables, que no forman parte de ninguna razón, de ningún juicio crítico y que sólo están ahí para ser diluidos en nuestro ser, en la plena vigencia del tiempo que somos.
Y por eso me quedo, sin alas y sin cuerpo, sin asideros melancólicos que me turben, a la escucha insólita del canto del pájaro que llevo dentro, del pájaro solitario y de sus virtudes.

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