domingo, 31 de mayo de 2009

Las formas quedan, la materia pasa.

El problema de la cita literaria no es la cita en sí, sino el uso que se haga de ella en la obra literaria. Si la cita, como en la Edad Media, por ejemplo, es un recurso de autoridad, entonces la literatura flojea, disminuye sus latidos hasta desustanciarse.
Sin embargo, la cita es sangre nueva que brota en la creación de otro. Es una transfusión y como tal debe ser bien asimilada por el organismo nuevo, tanto que, al final de los días, parezca sangre natural. Todo lo demás, la superficialidad, es ignota y termina por ser un cuerpo extraño en uno mismo. Citar, por lo tanto, es un ejercicio de consanguinidad.

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Al final de Los días contados deja Juan Gil-Albert una reflexión con la que llevo toda la mañana arrancándole a las neuronas su descanso de fin de semana. Ocurre a menudo que uno lee unas palabras o escucha alguna entrevista en la radio o lee un artículo en el periódico o en un suplemento cultural y ya no puede desasirse de esas palabras que lo tienen atrapado por completo. Ayer, cuando leí el artículo de Andrés Ibáñez sobre la literatura y los signos del zodíaco me quedé con cara de bobo y en medio de una tontuna que ahora ya ha desaparecido. ¿Cómo es eso de que los Acuario están predispuestos a una literatura distinta a la que se inclinan los Tauro? La teoría, que yo pensaba irónica, se ha convertido en una propuesta tan seria como la estilística, el formalismo o cualesquiera de las teorías literarias de la antigua centuria, porque, al fin y al cabo, nadie puede decirle a otra persona que está leyendo, por ejemplo, Paradiso, que Réquiem por un campesino español es una obra maestra. Hay tantas literaturas como personas, afirma Ibáñez. Y eso que me parecía un chiste y una provocación humorística, ya no lo es.
Sin embargo, recupero, para terminar, las palabras de Gil-Albert: “Las formas quedan, la materia pasa”. Y si las formas quedan y la materia pasa, la literatura, la pintura, la escultura o el pensamiento quedan y los hombres, la materia, pasa. No hay por tanto una literatura en referencia a los hombres, hay unos hombres en referencia a la literatura. Así que, amigo Andrés, no hay tipo de lectores y una literatura para ellos. Hay una literatura a la que se acercan, a la que acceden los lectores. Cada cual que coja lo que pueda del fuego primigenio de la razón. La litertura está hí y son los lectores los que van en busca de ella.

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Se confirman mis sospechas. Márai ha entrado en esa dimensión esférica de la vida en que todo se ve desde la muerte. La vida es esférica, entonces, y la virtud consiste en seguir sintiendo la viveza de los sentidos a pesar de la vacuidad. Dice Márai que la idea de la literatura lo hastía. Eso lo dice mientras coge tres libros para leerlos antes de quedarse dormido: Sófocles, Cervantes y Arany. A partir de este momento, de estas coordenadas que establecen la sístole y diástole de su vida, sólo le queda la reflexión: las palabras no sirven para nada más que para esconder la realidad.
La realidad queda escondida para Márai detrás de las palabras porque ya no le hacen falta para vivir. Esa realidad a la que se refiere, la escondida realidad, es la que está sintiendo en su alma. Y ahí, en ese tramo que Bolaño, Cervantes, Dovstoievsky o Mann conocieron, la virtud se sirve en forma de conocimiento. “La realidad es otra cosa. A veces vislumbró el nihil”, termina el 24 de enero sin saber que él era el nihil encarnado.

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Hoy debo escribir unas palabras de mi admirado Márai que las he tomado con la paciencia de un entomólogo que arroja con las pinzas los restos de un prodigio. En el mes de febrero, Márai sigue atento a las novedades de los suplementos culturales. En uno de ellos, lee una afirmación de un autor joven que no deja de sorprenderle. El húngaro creyó conveniente contestarle en sus diarios a sabiendas de que el joven escritor –quién sabe si no- nunca leyó sus consejos.
El escritor joven venía a afirmar que ya había encontrado el gran tema de su literatura y que sabía ya sobre qué escribiría. Márai no amaga en ningún momento y dice literalmente: “Lo realmente arduo no es saber sobre qué escribir, sino saber, de una vez y para siempre, cómo escribir”.

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¿Cómo escribir? Grave problema cuya solución es definitiva.

viernes, 29 de mayo de 2009

Ráfagas.

Pasar sin ser notado, escindirle una lasca al silencio, construir con ella la casa del ser. Contemplar la engolada caída de los días a raudales, de los días que son uno, únicamente. Eso es la vida entre zarzas, entre pérfidos aullidos de un final que se acerca irremediablemente, avenido de no sabemos qué paraíso inhabitado.


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Márai comienza el año de 1989 afirmando que está sólo en el mundo. Lleva algunos meses recluido en su casa, sin ser notado, sin mantener relación alguna con nadie. Su vida es en sí y eso le basta. Sólo se arrima a la muerte con la cadencia de un torero que danza él solo, en medio de la plaza, con la potencia de su palabra. Dice que sólo escribe de vez en cuando en su Diario, por lo que leemos nosotros ahora es el único latido conocido de Márai. “Espero poder irme en silencio”, sentencia el húngaro. Me levanto de la silla en la que escribo diariamente y dejo escrito esto en un folio. Sólo quiero que la nada lo contemple.

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Estarse es quedarse, pura falacia.

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Ser es querer ser. Y mientras escribo esto, no logro querer escribir más.

jueves, 28 de mayo de 2009

¿El arte del movimiento ordenado?

Cuando termines de leer estas líneas, mírate el dedo índice, verás una i encarnada con tres lomos.


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Jean-Pierre Vernant cuenta en el prólogo de El universo, los dioses, los hombresEl relato de los mitos griegos-, (Anagrama), cómo y por qué lo escribió. Recuerda el erudito francés cómo su nieto Julien, antes de acostarse, lo llamaba: “¡Jipé, el cuento, el cuento!". Y cómo él le leía un cuento todas las noches. Vernant trabajaba por entonces en el sesudo estudio de algunos mitos y tiraba de ahí, de su conocimiento próximo para contarle al niño un cuento. Dice que desnudaba las historias y las despojaba de las dificultades añadidas. Le contaba un cuento, érase una vez…sobre el universo, los dioses y los griegos. Quería sumarse con ello a la tradición oral que viene de antiguo, de las fábulas de nodriza ,entre otras vertientes.
Hoy, en el trabajo, he leído en voz alta una parte de esos relatos, "El astuto Prometeo", y en la cara embobada de algún alumno he querido ver, en un juego cíclico, al niño Vernant sentado en la escuela bajo el hechizo de la palabra.

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Ayer compré uno de esos libros de los que me agrada todo: el título, la edición, el autor y el contenido. En una bella edición, El Acantilado publicó el año pasado un ensasyo de esos que escasean por la monumentalidad del proyecto. Es un ensayo sobre la música como fenómeno cultural vinculado a muchísimas ramas modernas como la psicología o la antropología, pero al mismo tiempo, unida al nacimiento de la cultura como tal. Especiales son los casos de su relación con la literatura, la pintura o la filosofía.
El mundo en el oídoEl nacimiento de la música en la cultura-, de Ramón Andrés, es un libro de profundidades, pero escrito con una amenidad deleitante. Sigue al pie de la letra aquello de docere et delectare de Horacio. Al mismo tiempo, el libro es un repaso por las culturas antiguas más destacadas. Luego de los dos capítulos que sirven de introducción, se va el autor a Mesopotamia, pasa por Israel, Egipto, Grecia y termina, de nuevo, con dos capítulos más libres y generales dedicados a Orfeo, Pitágoras o Lesbos y disertando sobre el amor de los filósofos por la música.
El primer capítulo, "El origen del sonido", comienza, cómo no, haciendo una mención a San Agustín. El santo se preocupó por la música y dedicó varias obras a esta disciplina. Sin embargo, no llegó más que a definirla como "el encuentro del alma con la igualdad y la semejanza", que no es poca cosa. Es decir, en palabras de San Agustín, la música es la identificación plena del alma, la anagnórisis perfecta, el desvelo de lo que somos. De ahí su fuerza e incomprensión, su inasible medida en esencia.

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Rápidamente pongo encima de la mesa el libro de Eugenio Trías, El canto de las sirenas, (Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores) del que ya hablé en este cuaderno. En unos de sus argumentos musicales leo: “Los números matemático-musiclaes con que fue creada toda alma en el Timeo, y que pueden descubrirse por la vía de la reminiscencia, permiten la sintonía del alma y cosmos".

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Rápidamente, abro las páginas de La República, Libro VII, de Platón, y veo que hace unos años subrayé: “Parece que los oídos están hechos para los movimientos armóniosa, y los ojos para los astronómicos; y los pitagóricos dicen que estas doscientas son hermanas”. Y traer aquí el subrayado de hace ya algunos años me ha producido una suerte de satisfacción armónica, de lección última con el orden de mi vida. De mirada especular.

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El 28 de noviembre de 1986 murió el hermano menor de Márai, Géza. Y esta muerte suena a vacio, como el verso de Neruda, a lamentón de la muerte buscando la muerte por el suelo.
Yo, con él ,estoy en el derrumbe, ya sólo quiero que su relato cumpla las expectativas creadas, las ilusiones perdidas dejaron de ser ilusiones. Está aislado del mundo y me vienen las ganas de llamar a su casa y hablar con él, intentar convencerlo de la continuación. Pero esa imagen me sabe inútil. Ya Márai es un sueño en mi lectura, estoy viendo las encias de la muerte a cada página. Y no me inmuto.
Por si acaso, dejo cincuenta palabras encima de la mesa. Nunca se sabe.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Antes de que acabe el día.

Hay días que pasan como una línea, pero con la perennidad de un siglo.

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Tengo miedo a decirte las cosas con palabras, a hablarte con este verbo insostenido de un diario, a contemplarte aun sin conjunciones que aseguren nuestra adversidad; pero debo decirte que vistes de girasoles los campos de la mañana y que con ese amanecer enracimado en pétalos amarillos otorgas los dones de la claridad. Y eso me basta, como me basta el olor de un cuerpo desnudo que amo.

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Un decir es una báscula de la emoción.

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Búscate y hablarás.
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Me quedan cinco minutos para escribir, antes de que acabe este 27 de mayo de 2009, las palabras diarias que le dedico a Márai. Sólo se me ocurre repetir en voz alta aquella sentencia que repetía, una y otra vez, la mujer de Márai durante su enfermedad: "Que lento muero". Y sólo se me ocurre, de nuevo y de momento, decirle al vacío que Márai escribió su diario cuando su vida era el punto final de un texto rebosante de humanidad.
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Un diario es un punto y aparte con aspiraciones de punto final.

martes, 26 de mayo de 2009

Los trazos del hogar en el firmamento. Los girasoles.


En poesía, la sílaba es una afirmación esdrújula.

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¿Se puede leer una casa? Según Gaston Bachelard la casa posee una poética que ofrece un diagrama sentimental del escritor. Asimilando estas palabras, me he tomado unos minutos para observar el orden de mi casa, que es el orden de mis libros. Y me he acordado de la casa de Lezama Lima, en Cuba, cuya disposición influyó sobremanera en la escritura de Paradiso.
Observo mi casa y contemplo la tarde. Hoy he visto cómo estallan los girasoles en si heliofilia de primavera, cómo los campos son fecundados por el verde, asfixiados por el calor sofocante del sur. Y en mi casa el orden es intacto. Levantar un libro de su estante es detonar la fuerza del universo.

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El año pasado, por estas fechas, ya teníamos preparado el viaje a Italia. Por supuesto, compramos libros relacionados con el viaje y uno de los que M. leyó fue Venecia, Tintoretto, de Jean-Paul Sastre (Madrid, Gadir, 2007). Urgo en las líneas del libro en busca de un subrayado, de una pista que ella haya querido dejarme a sabiendas de mis manías. El libro contiene dos ensayos, uno dedicado a Tintoretto, titulado "El secuestro de Venecia" y el segundo, dedicado a la ciudad, "Venecia desde mi ventana". Completan el libro unas ilustraciones con cuadros de Tiziano, Tintoretto y Veronese.
Me he quedado leyendo el libro un buen rato. Lo he leído como un rapto en el serallo, como una novela policíaca repleta de psicología: el secuestro que perpetró Tintoretto sobre Venecia. Ella es su museo, ella le pertenece, todo el que quiera conocer su pintura no puede más que desplazarse hasta la ciudad italiana.
El libro, al abrirse, remoza un aroma de salitre, de mar antiguo: el fiero aliento de las sentencias de Sartre.

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¿Posee la muerte un momento exacto de aparición? Pongamos por caso que asistimos a unas clases de suicidio, que participamos en unas sesiones teóricas y prácticas de lo que sería el buen morir o el morir efectivo. Pongamos el caso de que participamos en unos cursos que nos enseñan cómo disparar nuestra pistola para que no falle a la hora de ejecutar la última voluntad, como si la voluntad hubiera estado alguna vez enumerada o como si tuviésemos al morir conciencia de esa voluntad. El 18 de junio, Márai se dirije a las afueras de la ciudad, a un campo de entrenamiento. Está aprendiendo a disparar para no fallar en el intento.
Obviamente, me quedo perplejo ante esa paciente actuación del escritor Húngaro. A estas alturas, se sabe de antemano que va a disparar su pistola, ¿cómo Van Gogh, saldrá al aire limpio del campo americano a pegarse un tiro en el pecho?
A pesar de su senilidad razonada, Márai siugue leyendo El Quijote. Y, a veces, pienso sobre qué fragmentos pudo haber leído en esos últimos meses de su vida. ¿La cueva de Montesinos, el galope imaginario sobre Clavileño, el espisodio de los galeotes, acaso releyendo la muerte de Don Quijote mientras Sancho le impreca para salir al campo disfrazado de pastores?
De cualquier manera, días más atrde, el 4 de julio llega a afirmar: “Creo que no existe un momento exacto en que uno deja de existir. La muerte es un proceso acompasado que cuando ya parece haberse producido, sigue ocurriendo”. Y ahí cierro el libro, como el que se ha tomado un vaso de absenta y comienza a tener alucinaciones.
*Ilustración, Tintoretto, 1545, Venus, Vulcano y Marte.

lunes, 25 de mayo de 2009

Los días azules, el trigo de la soledad, el sol de la infancia.

Hay artistas que crean por parto natural, otros por cesárea. Sendas categorías anidan en la genialidad. Velázquez y Goya son artistas del parto natural. Picasso, Van Gogh, de cesárea. Las ideas engendradas no encuentran el trayecto adecuado en las formas naturales. De ahí, el parto alternativo, la pincelada alternativa, paródica, deformadamente bella como una tripa rajada.
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Un compañero del trabajo recordó hace unos días la pintura de Van Gogh. En su vehemente defensa, destacó la aportación conceptual de su pintura, muy por encima de su capacidad técnica. Lo dijo en varias ocasiones, con una insistencia que me dejó en aviso.
Desde entonces no he dejado de mirar cuadros de Van Gogh en busca de los conceptos visuales que perpetró en sus lienzos. En este sentido, la genialidad es mayúscula y sorprendente, porque a falta de una capacitación técnica, amoldó y adecuó sus trazos a las ideas. Sus ideas eran más potentes, sus conceptos más rotundos y perfectos y Van Gogh no dudó en sublevarse ante tamaña evidencia creativa.
Pienso que, si algunos escritores reflexionaran más y desde esta enseñanza, de seguro que nos ahorraríamos la mayoría de las publicaciones. Porque, en el fondo, el escritor no solo piensa su obra, sino que debe crearla y para ello necesita elegir el mejor formato y el que mejor se avenga a su concepto. ¿O es en el ejercicio cuando la idea toma su forma ineluctable?
De un tiempo a esta parte, digo que algunos escritores se equivocan de género. Leo a escritores que se aventuran en la poesía, cuando sus ideas no están preparadas para encarnarse en el lenguaje poético. Escucho a novelistas explicando sus obras de ficción como si fueran una película, cuando, en realidad, lo que deberían haber escrito era un ensayo o un cómic o un guión de cine. Y leo diaristas o ensayistas que se dejan llevar por el torbellino de un diario y allí las formas son como un campo de trigo extenso, inabarcable, tremendamente adecuado para la soledad.



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El 27 de julio de 1890 escribió Van Gogh la última carta a su hermano Théo. No llegó a terminarla, estaba poseído por una crisis de las que lo frecuentaban en los últimos días de su vida. Se la metió en el bolsillo. Salió corriendo a los campos de trigos que rodeaban Auvers y que tantos conceptos le había otorgado a su sesera. Toda vez que pasó por ellos como un niño desesperado, sacó el revólver que llevaba en el bolsillo y se disparó en el pecho. Irremediablemente han acudido a mi memoria dos secuencias. La primera, el verso que se le encontró a Antonio Machado en el bolsillo de su gabán. La segunda, Sándor Márai recontando las cincuenta balas que tenía sobre la mesilla de noche.


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En el gabán de Antonio Machado se encontró un papel arrugado y humedecido. En él había tres anotaciones: “Ser o no ser…”, “Estos días azules y este sol de la infancia” y cuatro versos de Otras canciones a Guiomar:
Y te daré mi canción:
Se canta lo que se pierde
Con un papagayo verde
Que la diga en tu balcón.


En la carta que llevaba Van Gogh y que nunca entregó a su hermano, escribió: “ la verdad es que sólo podemos hacer que sean nuestros cuadros lo que hablen”. Y creo que es la totalidad del ser humano lo que invade la mente de estos creadores. Un estado de anestesia creativa, de resignación involuntaria a su natural condición de creadores. Son demiurgos caídos que rememoran sus temas al fin de sus vidas. Como una música que va acallando sus notas para dejarlas resumidas en un eco, que es la posteridad.

No me extraña que Márai, en el mes de junio de 1986, esté escribiendo cosas parecidas a estas reflexiones. En esos días, el 15 de julio, se entera de la muerte de Borges en Ginebra, a quien dedica elogiosas líneas (“un talento original de este siglo”). Por suerte, estos papeles nos han llegado como un boceto del otro costado. Dice Márai: “Un hombre es la totalidad. Cien mil hombres es meramente una cifra”.


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La vida, en ocasiones, posee la trayectoria de una bala.


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La claridad de la muerte es tan breve como una vida.

domingo, 24 de mayo de 2009

Ante la orilla, con los pies desnudos.

Es difícil y obsceno dejar en los diarios la constatación de lo sucedido. Se parece a esa aspiración que tienen nuestras pisadas en la arena. Ellas solas no bastan, necesitaríamos de otros utensilios para conseguirlo. Y algo parecido le ocurre a la vida, ella sola, ella misma, no es suficiente para escribir un diario. Por lo que un diario es la escritura de una vida que no es tal vida en puridad. Ante esa imposibilidad, pienso que la escritura sólo tiene la alternativa de la mixtura entre realidad y ficción, entre recuerdo verificable y verosímil. En las páginas de un diario todo puede ser un invento del diarista, absolutamente todo y aún algunos lo darán por cierto. Sólo basta utilizar la verosimilitud en las dosis adecuadas para conseguir tal logro, porque la vida se le presupone a todos y, lo que se cuenta en un diario, posee el pacto tácito con el lector: consiste en la relatadura de la vida de alguien.
En estas circunstancias, creo que una novela se vuelve incapaz de explorar los límites del diario y por ello la incluye en su seno y por ello la engulle en su mecánica. Creo, sinceramente, que al contrario hay más posibilidades y que aún nadie las ha terminado de visitar y devolver a los hombres como un fuego robado, como una luz de la evidencia. Es decir, la escritura solipsista del diario es la fuerza proteica mayor. En ella no hay prejuicios genéricos ni estéticos, se configura al hilo de su creación.
No estoy apuntando a la disolución de la ficción, antes al contrario, defiendo la ficción sin ambages, sin la necesidad de demostrarle al lector que está leyendo una novela y que, como tal, todo puede suceder. No, más bien estoy defendiendo la encarnadura de la ficción como el envés de la vida, porque toda vida recontada a través de la memoria es materia de la ficción.
Hace poco alguien me pregunto por lo que escribía de ficción, "algún cuento tendrás por ahí... le contesté que la bitácora es pura ficción. Y si no lo cree, entonces estoy ante la mayor victoria del escritor.


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Ayer paseé por la Feria del Libro de Sevilla bajo la sombra de Jaime Galbarro. Digo bien bajo la sombra, porque una conversación con él es un eclipse: todo se enmudece y ahuma cuando me lleva al siglo XVI ó XVII, a los intríngulis de sus labores editoriales o a sus tareas de investigador de las retóricas antiguas: “Ni uno sólo nombra a Cervantes…”, exhala excitado.
En las ferias de libros no me gusta comprar libros, porque los que se exponen son los que más se venden y ese no es mi mercado. Por ello, nuestro circuito estuvo vertebrado por las librerías. Y eso era una paradoja, indagar en los fondos de las librerías mientras en la Plaza Nueva todo el mundo se amontona en la Feria.
Mi compañero de cata compró una edición de Baltasar de Alcázar, Obra poética. Edición de Valentín Núñez Rivera. Madrid, Cátedra, 2001. Nos sorprendimos con la existencia de una Enciclopedia Cervantina publicada en Castalia desde 2005 y dirigida por Carlos Alvar, nos detuvimos ante algunos libros recentísimos minados de erratas, igualmente nos alimentamos de las referencias de la Biblioteca Castro, leímos un poema de Umbral y nos morimos en sus luces de bengala como dos párvulos.
Por mi parte, cansado de novedades y ahogado en el ansia renacentista de mis últimas tentativas, compré De los nombre de Cristo, de fray Luis de León, en una inmejorable edición de Javier San José Lera y con estudio preliminar de Lázaro Carreter, Bacelona, Galaxia/Gutenberg, 2008 y Los huérfanos de Petrarca (Poesía y Teoría en la España renacentiosta), de Ignacio Navarrete, Madrid, Gredos, 1997. Desde ayer por la tarde no dejo de leer las vicisitudes de esos huérfanos petrarquistas, pero me sobrepasa la obra de fray Luis: un monumento de erudición de la europa renacentista. Creo, ahora que la agarro con templanza, que esta obra contiene la potencia de la obra poética de fray Luis.




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La mayor de la veces leo con reticencias la obra de Márai. Me da miedo continuar la lectura y acabarla con un la muerte del escritor. Las páginas, toda vez que avanzo, se van convirtiendo en un monódico resumen de un final. Una vida abstraída de la vida que aspira a la muerte. Y la muerte se cuela por las rendijas de su nihilismo y lo abarca todo y los trasciende todo; todo excepto el recuerdo de su mujer, L.
Esta tarde he estado varias horas frente al mar y me he acordado de Márai, de sus interminables horas hechizado por el aroma marino de su mujer hecha cenizas. Llevaba los Diarios de Márai en la mano y los agarraba como un amuleto salvífico. Entonces se acercó un conocido que frecuenta ese mismo paseo. ¿Qué es eso?, me preguntó. Y yo, que acababa leer la entrada de su Diario del 29 de mayo le respondí: “Nunca preguntes qué es… sólo qué significa”.
Al decir de estas palabras, en mi mollera se levantó una imagen como un eco interno que me ató al mástil de la literatura. Y ya sólo, me dije en un susurro: “la ficción es el puente entre lo que es y lo que pretende ser”.

sábado, 23 de mayo de 2009

La indiferencia de la existencia desesperada.

Volví a leer el artículo que le dedicó Javier Marías al mundo de las bitácoras (que no blog; tú vendrás a llamarte bitácora, nombre alto, sonoro y significativo…). Su descontento con el fenómeno estriba en la costumbre mayoritaria de contar cosas o escribir acerca de o relatar sucesos realmente nimios y cotidianos, sin mayor preocupación que la de salir a la luz pública a exponer nuestra vida, como si ella fuera singular o digna de exposición. Se suma a este argumento, que tal circunstancia puede darse en un bar, en el parque o en la cola de un supermercado con tanta trascendencia como en la bitácora. Reprocha, por último, la natualeza de algunos comentarios enmascarados en el anonimato o bien que desprecian sin medida la creación por diversos motivos.
Cuando leí el artículo hace unos meses, me distancié de las observaciones de Marías. Sin embargo, cada día me siento más cercano a sus impresiones y eso se debe a varios motivos. Hay bitácoras que uno iba a leerlas exaltados de emoción en busca de la ingeniosidad o la recomendación literaria o el poema o la sentencia o las lecturas posibles, pero muchas de ellas se han convertido en puntos de encuentro para contar las batallitas de la noche anterior o la legaña que ha invadido su ojo por la noche. En este sentido, algunos han dejado de escribir lo que realmente siempre han necesitado escribir, para presentar en su bitácora entradas que saben que van a tener mayor número de comentarios. Y los comentarios, poco a poco, van devorando la bitácora hasta convertirla en un rengue medio rociero de aplausos a la más necia de las palabras. Vamos, que algunos escriben pensando en los comentarios que les van a dejar.
Igualmente, algunas bitácoras han derivado a un sucedáneo de cuaderno literario en que lo que menos importa es la escritura y en que las referencias a otras bitácoras o a sus propios libros o a sus propias publicaciones ocupan mayor espacio, por lo que la bitácora se convierte en un pequeño escaparate personal, en un mercado de creaciones.
No hay nada ilícito ni reprochable para estas acciones, ahí está el formato para lo que uno quiera, pero me temo que con estos agravios los enemigos de las bitácoras están ganando puntos en sus argumentos.
¿O no?

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En el libro de Louis-Jean Calvet, Historia de la escritura, se dice que la palabra fue antes que la escritura. Y eso me llama mucho la atención y lo subrayo y lo releo. En poesía pocas veces se habla de la escritura poética, antes al contrario, es común afirmar: “la palabra poética…”. Incluso, si hacemos un pequeño repaso de las sentencias o versos de algunos poetas, podemos observar cómo siempre se refieren a la palabra como la unidad fundamental y fundacional de la poesía. No cabe otras latitudes léxicas ni sintácticas para disertar sobre la piedra de toque de la poesía. Sin embargo, la novela o los géneros narrativos siempre están más apegados a la escritura: el novelista escribe todos los días como un condenado y en eso verbo parece adosado el sustantivo escritura. ¿Origen mágico de la poesía, apego a la palabra divina, surgimiento de la poesía como oración, lamento o rito iniciático? El misterio poético es inherente a la palabra y la palabra es anterior a la escritura. Por tanto, la poesía es anterior a la escritura, originaria acaso de la belleza literaria.

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Márai, como un Quijote, se dedica a leer los Diarios que su esposa escribió, por lo que uno lee los Diarios de Márai al mismo tiempo que los de su mujer. Se unen los pensamientos del húngaro a cada línea y los lee, tengo la sensación, como quien reza en silencio, como el hombre solo que espera hablar a Dios un día. Y se asoma a observar el mar en que fueron depositados los restos de L., a contemplar el mar y su fusión en el horizonte con el sol, la noche y la luna. En ese ciclo, quiere inmiscuirse Márai y plantarse como un héroe derrotado en busca de su esposa. Todo lo demás es viento hueco, llamada al vacío, desesperada estancia en la vida: “La indiferencia de la existencia desesperada”.

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Me sitúo enfrente de la parroquia mayor del pueblo y me da por escribir…eres un llanto erecto, tanto como un puñal lanzado al vacío. Tu puerta neomudéjar, el reloj de sol que mide las estancias de lo eterno entre tus grietas. Y callo porque un pájaro cruza en volandas y en su vuelo nace tu rostro y tu rostro es bello.

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Es (esencia primigenia, sustancia del mortal)
cri (grillo enrabietado, canto hueco, lengua vuelta)
tu (el otro, la vida plural, el nacimiento del olvido, la proyección de nuestros deseos).
ra (racimo postrado de la nada, canto sin dientes).

jueves, 21 de mayo de 2009

Recolección y cuajada.

Este blanco es una nieve; estas letras, unas pisadas.

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Al decir de los días, todo pasa de largo excepto la muerte.

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En la noche ahogo mis comas.

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Hay días en los que bostezo y escupo sílabas.

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En ocasiones, cuando leo el pasaje del Quijote a lomos de Clavileño noto un balanceo que proviene del sillón, aunque todo lo produzca la lectura.

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La u es una calle sin salida que provoca susto.

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Déjate decir y acabarás siendo un libro.

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Márai recurre a Cervantes en esos días de trasiego trágico. Llega a afirmar: “Cervantes, Don Quijote, la novela más hermosa de la literatura mundial”. Siento un regocizo inesperado y preñado de condolencias. Incluso me entran ganas de decirle a Márai que la mayor locura es morir sin más ni más, pero me doy cuenta de que él no se dejó morir así, que él se enfrentó a la locura escribiendo.
El Diario de Márai es un registro patológico del pensamiento. Leerlo es interpretar un lenguaje cifrado en las postrimerías de una vida. Es incapaz de desmemorizar las palabras de su esposa, “Muero lentamente”, las únicas palabras que considera más unidas que ninguna a un pensamiento. Quizás, interpreto, en esas cuitas el pensamiento cuaja en las palabras definitivamente.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Ese yo que nos acompaña.


Hoy la clase se muestra alborotada e inquieta, demasiado inquieta como para explicar nada, como para exigir de un joven extrahormonado que acuda a mis explicaciones con la tranquilidad necesaria. Toca J.R.Jiménez. Eso me tiene intranquilo, porque J.R.R siempre me pareció el autor más alejado de las aulas por mucho que se quiera pasear a lomos de Platero.
Comienzo la clase llevando a mi boca unos versos. Lo hago suavemente, piano. Recitar en voz alta y de memoria un poema es un ejercicio que les sorprende. Al realizar este ejercicio de asedio al ruido siempre tengo que volver a repetirlo para afianzar más la atención. He recitado ese poema que comienza: “Yo no soy yo, soy este que está a mi lado sin yo saberlo…”. Algunos han gastado bromas -sí, míralo, allí va-pero la sensación es otra. Como un poema mágico y doliente me he visto a mí mismo recitando, como otro, unos versos, alguien que habla por mi boca y que dice cosas que yo diría, alguien a mi lado sin saberlo. Agarro el moleskine y escribo este episodio, en presente, como si esta extirpación a lo cotidiano me atreviera a colocarlo en lo sucesivo.

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Después de todo, un alumno me pregunta cómo es eso de la cosa misma. Y mí a se me ocurre otra cosa que leerle unas palabras de un libro de Castilla del Pino que llevo en maleta. Lo saco, con parsimonia, y voy pensando la explicación posterior a esa dureza conceptual de Teoría de los sentimientos. Lo primero que hago es preguntarle si cree que es posible establecer una teoría, un sistema o un orden de los sentimientos. Lo segundo, leerle lo siguiente extraído de un apasionante capítulo que se titula “El discurso verbal en el universo sentimental”: “Los sentimientos no se dicen: se muestran. Esta afirmación representa una idea generalizada acerca de la incapacidad o de las limitaciones del lenguaje verbal para transmitir los sentimientos. El lenguaje emocional –se afirma- es sobre todo extraverbal”. El joven queda anonadado (yo también) y algo traspuesto, pero ante la situación actúa a la defensiva y vuelve a preguntar: “¿ Y qué enfermedad es esa de la incapacidad de expresar los sentimientos?”. A lo que le respondo que (a)lexitimia. Le vuelvo a leer otro subrayado del libro: “Se denomina lexitimia la capacidad del sujeto para traducir en palabras sus experiencias sentimentales”. Luego, -aserto- esa deficiencia es alexitimia. Claro, no me había dado cuenta de la grieta que había en el discurso y cuando creía tener la batalla controlada, afirma concluyente el joven: “…al fin y al cabo, los sentimientos se traducen en palabras…es decir, se traducen, pero no son la cosa misma como quería Juan Ramón”.

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En otra entrada insistí en el parentesco entre la escritura de Márai y la pintura de Goya y cuantro más avanzo en sus Diarios, más conforme estoy con lo que dije. Su visión de la vida es visión, es decir, toma la realidad desde un asidero visual. Y en tanto que visualidad, la vida es desmerecedora de halagos y poseedora de sombras y luces multiformes que dependen del vigoroso modo de establecer el volumen de la realidad. Los sueños, entonces, proceden de un territorio irreconocible y se produce esa mixtura, esos monstruos de Valle-Inclán cuyo origen está en el los sueños de la razón.
Ese estadio del pensamiento ante la muerte es desconcertante, porque creo que nunca antes el ser humano lo conoce e interpreta. Alguien que va a morir es alguien que convive consigo mismo, no que intuye, desea o sueña o tracuce como el poema de Juan Ramón Jiménez. Márai, 28 de marzo de 1986: “El rostro del moribundo lo ilumina todo: es la gravedad que surge del ser todavía vivo en el que se está apagando la energía vital. No hay nada que se parezca a esta expresión, que ha eludido la capacidad de los mayores pintores o escultores”.

martes, 19 de mayo de 2009

Ráfagas glaciales.

A los que están siguiendo este anejo festín creativo podrán entender que el declive llegó hace unos días a la vida de Márai. Su Diario solo atestigua tal acontecimiento en la vida de un escritor húngaro que vive, desde hace cuarenta años, en San Diego. El hermano y la esposa del escritor, únicos habitantes a los que amó, se han muerto. Él acaba de comprar una pistola y cincuenta balas. También murió, según una declaración el 17 de marzo, su hijo Kristófka. Y así lo afirma el mismo día: “Agotamiento total. Ganas de morir”. Su sintaxis se va recogiendo como un susurro mortecino, como una noche que va desplegando sus velas al viento. Sus palabras trazan una música que recuerda una danza macabra.

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El 25 de marzo siente un miedo atroz. Está perdiendo la visión del ojo izquierdo, el ojo que veía con perfección. Su único temor, el que desprende el prendimiento de su obsesión, es no encontrar la pistola en el cajón de la mesa: “¿seré capaz de encontrar la pistola en la mesa?”. Para entonces, sus lecturas son Voltaire y Boswell. Debido a su escasa visión, lee deletreando, como un niño que aprende las vocales. ¿Qué azar impulsa estos ciclos, qué halo, que moira terrible nos interpreta esta tragedia griega que es la vida?

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Parece que los escritores, al final de sus vidas, tienen el compromiso de escribir o dejar al mundo una obra total o summa de su creación. Algo parecido estaba haciendo Benedetti, ahora que lo recuerdo. Márai piensa sobre esta cuestión y escribe unas palabras que me vienen al pelo para entender los debates políticos que se están desarrollando en nuestro país. Aviso para navegantes: “Yo no sé nada sobre summa vitae y mi filosofía se resume en lo siguiente: es mucho menos peligroso un malvado que un imbécil. Y los imbéciles abundan sobremanera. Ellos sí que son peligrosos”.

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Cuando escribo en este cuaderno me escribo, pero como Valéry, no termino de escribirme nunca. Cada palabra es una arteria de un cuerpo indescifrable que se transmuta en el otro, en el lector. Y toda palabra es una anestesia a los sentidos y toda palabra una invisible llama que nos ciega del resto.

lunes, 18 de mayo de 2009

Nunca nada es definitivo.

Benedetti no podía morir sino en la esquina rota de una primavera.


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Cuando Márai mira el rostro de su esposa ya moribunda, acierta a descifrar un enigma: “Parece saber algo que hubiera callado toda la vida”. Y sus sueños son macabros y desfilan por la noche caricaturizando su muerte: ¿un tiro en la sien o en la boca?, se pregunta, ¿tumbado o con la boca abierta? Sus palabras, hoy que escribo en el útero de la noche, son demoledoras porque ya las estrellas se apagaron y sólo me queda un verso, el que arrastra al poeta sin tregua al abismo. Nunca antes había pensado con tanta vehemencia en Goya como al leer la entrada de Márai.

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Todo lo que escribo en estos cuadernos tiene el carácter de no querer ser nunca definitivo, de creerse desprovisto de verdad alguna. Todo lo que escribo, como decía Valéry, no intenta agradar a nadie, oh, marine, oh, boy. Distinguir el ser del estar, instalarse en la duda perpetua de las inquisiciones, mantenerse en vilo a pesar de las victorias sentidas es el sustento del cuaderno. La escritura de estos cuadernos es un dibujo en la noche, un invisible suicidio de las estrellas que caen como tinta sobre un folio; que gimen como perros lobos en el precipicio de un bosque inhabitado. Porque este cuaderno nace inhabitado y sólo consiente la convivencia de quienes lo leen con la extrañeza de un encuentro fortuito.
Como la vida, nunca un cuaderno puede aspirar a ser definitivo, a concluir en el último renglón de sus folios. De lector en lector, como la abeja que liba en el jugo de las flores, el texto se esparce y desordena. Y entonces la finitud ya es imposible a no ser que se acabe la especie.

domingo, 17 de mayo de 2009

Todo es siempre de otra manera.

Esta mañana de domingo, en que el sol de bajura anuncia el incipiente verano, se muestra como un camino de perfección. En ese sendero nunca nadie dejó escrito una palabra. Un camino en blanco y tremebundo que sólo permite la observación y el análisis. Hay mañanas en las que escribir no es más que traducir un vacío, un extraño e inabarcable vacío que se ahueca a pesar de las insinuaciones.
En muchas ocasiones, tengo en la cabeza dos o tres ideas que se conjuran con la necedad de mi prosa y brotan. Entonces entiendo que la voz es de otro y de mí mismo y que escribir sin tener nada que escribir es una desvelación del conocimiento.
Leo al mismo tiempo que tú, no intuyo lo que terminará hacinando este texto y estas palabras. Sólo asisto a una vigilia en silencio y a solas. Un diario es un confesionario en que los pecados no nos pertenecen.

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Acabo de enterarme de que Sartre leyó, con no poca ofuscación, el Diario de mi admirado Jules Renard. Según José Antonio Marina, en Elogio y refutación del ingenio, Sartre se escandalizó al leer que Renard proclamaba que todos los caminos están cerrados y que escribir es una opción cerrada; cuando el filósofo francés proclamaba justo lo contrario, esto es, para escribir y para pensar hay que comenzar cada vez de nuevo.Uno y otro, están defendiendo la misma idea. Sartre mutila el resto de opciones al elegir una. Renard ironiza sobre las posibilidades de la literatura reduciéndolas a cero.
Porque al final, la escritura es una y es muchas, es un libro y son muchos libros, es una opción que puede llevarnos a otras opciones, una melodía que encaja en una composicón polifónica, una letra extraviada de un alfabeto que reproducimos, una elipsis del alma que deviene en materia, una evidencia de la forma que aspira a su contenido, un contenido que asimilamos de una forma.

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Al leer hoy a Márai, se me ha venido a la cabeza unas palabras de Fernando Osorio, el protagnista de Camino de perfección, de Pío Baroja. "¡Qué barbaridad la lucha por la vida! ¿Pero para qué pensar en ella? Si la muerte es depósito, fuente, manantial de vida, ¿a qué lamentar la existencia de la muerte? No, no hay que lamentar nada. Vivir y vivir… esa es la cuestión”. Al transcribir estas palabras las he ido leyendo en voz alta. M., al oír tal algarabía desde el salón, me pregunta qué diantre estoy haciendo. Le digo que consolando el espíritu. Y ella sonríe y asiente con la paciencia de una enfermera veterana que conoce estas batallas de la razón. Sin embargo, coge el libro de Márai y lo mira sin discrección alguna, como culpándolo del vocerío que acabo de proferir. Lo mira, lo abre, lee algunas líneas y me dice. ¿Se le murió la mujer, no, lo escribiste ayer? Y de pronto se marcha. Yo me quedo moribundo y afónico.
Márai, el 18 de febrero se compró una pistola con cincuenta balas. Un poco más tarde, el 20 de febrero, escribe: “No quiero morir todavía. Pero he dejado el revólver en el cajón de la mesita de noche para tenerlo a mano si llega el momento en que desee morir. Aunque cabe la posibilidad que al final ocurra de otra manera”. Y yo me asusto y cierro el libro con violencia, como si hubiera escuchado un disparo tras mi nuca. El disparo del suicidio próximo que no quiero leer y escribir.
*Ilustración, J.P. Sartre en la Plaza de San Marcos (Venecia).

sábado, 16 de mayo de 2009

En la cara la vida es un delirio.

Esta tarea diaria que termina en una forma breve. Este arte de la fuga, esta sazonada trabazón del pensamiento en palabras, en terribles palabras como odio, muerte, amor o virtud. Esta sucesión sintáctica de emociones.
La vida es un cuarto de hotel al que nada ni nadie le pertenece. Unos entran y salen, otros jamás nos visitan. Ni siquiera los objetos que nos acompañan son perennes, ni siquiera la costumbre es la misma. Somos un factor de la vida, ésa es nuestra posición. ¿A qué se pertenece, entonces, si no se posee nada, si no se posee más que un amor, unos libros y algunos hábitos?
Y siempre la oralidad. Escribir es dotar de sintaxis a la oralidad, pero no destruirla. Un buen texto consiente la lectura en voz alta al igual que una buena historia contada es apta para ser escrita.

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Hay rasgos en la cara de un muerto que sólo le pertenecen a la muerte: la palidez, la verdad, el recogimiento. También hay rasgos, como un maquillaje, que sólo le pertenecen a los vivos. Pero los vivos dejamos, hace tiempo, de hacer honor a nuestro estado. Con el tiempo, los rasgos han ido equiparándose y ya poco se puede decir de poca gente. Sólo hay un puñado de virtuosos y, cuando hablamos con ellos, notamos que su rostro encierra una secuencia extraña de la condición humana, que sus gestos, sus palabras y su templanza ante la vida, parecen que nos hablan con una claridad meridiana: la claridad de saberse vivos. Esa pertenencia a la vida es fruto de la conciencia y la conciencia deviene del pensamiento.
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Sólo una mente pensante adquiere el color de los vivos, que es el color de los muertos en vida.
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Durante el mes de febrero de 1986, después de la muerte de su mujer, Márai sólo reflexiona sobre estas veleidades de la vejez. Está triste, deprimido, profundamente apenado. Asiste a la incineración de su mujer con la carga moral de un vencedor. Tal la inhumación, tal el arrojamiento de las cenizas al océano. Un acto de recogimiento oceánico es la muerte para Márai, un ir y venir entre las aguas. Márai: “Como si todo el maquillaje de la vida –ira, dolor, alegría, tristeza-, todo lo que reviste el rostro humano, se hubiera borrado. Sólo capté en ella la serenidad y la nobleza, dos rasgos que siempre quedan ocultos en la cara de los vivos”.

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La muerte de una persona amada supone la muerte de la pluralidad que nos configura. Porque somos en el otro y no llegamos a ser sin el otro. Como escribió Octavio Paz en Piedra de sol, voy por tu cuerpo como por el mundo, el mundo nace cuando dos se besan… y en ese nacimiento también hay una separación, en ese deambular por el mundo hay un extravío. El mundo se vuelve singular, se percibe desde la primera persona, cuando uno muere. Y la viudez es el estado del alma del solitario, del que sólo vierte en la realidad la mirada de uno.
El Diario de Márai está escrito ahora por una persona rabiosa, desquiciada, que busca la muerte con el tatuaje de su ira. Y entonces habla y escribe, se aísla del mundo como un astronauta que ha perdido la gravedad. “El dolor, como un perro rabioso, me asalta inesperadamente en la oscuridad, me pega un mordisco que me arranca un grito. Después desaparece y otra vez se instala la indiferencia ante el mundo”. Es el nihilismo figurado en el rostro de Márai el que le otorga un color, el color de un estado inhumano.

viernes, 15 de mayo de 2009

El viento en la mano. La terrenal morada.


Hoy ha muerto Carlos Castilla del Pino (San Roque, 1922- Madrid, 2009). No puedo más que dejar aquí constancia de su nombre y de mi recuerdo. Es lo mínimo para un autor que era una referencia ética e intelectual en esta provincia gaditana. Jamás olvidaré las deslumbrantes páginas de Teoría de los sentimiento, en ese libro encontré un acercamiento a la sensibilidad rayana en la poesía. Pretérito Imperfecto (1997) y Casa del Olivo (2004) son dos excelentes libros autobiográficos, configurados con la fuerza del recuerdo. Autobiografías válidas para el retrato del hombre español de los últimos cincuenta años.
Su muerte me provoca tristeza y nostalgia, un halo de melancolía cercano a la última estancia de un ser digno de esta especie. Un metasentimiento que, en estas circunstancia, se ha más claro: "Si todos los objetos provocan un sentimiento, y el sentimiento puede ser un objeto cognoscible, entonces un sentimiento puede provocar otro. A este sentimiento segundo le llamo metasentimiento: 'Me molesta la repulsión que M me inspira' . El envidioso odia al envidiado, pero odia sentir envidia y no quisiera envidiar.

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¿A qué existencia apagada se referirá Márai? A veces tengo la sensación de que la proximidad a la muerte provoca la aparición de una nueva voz narrativa para la vida o, en mejor decir, un nuevo enfoque heterodiégetico, acaso. Es más, en esa existencia todo se vuelve grotesco y absurdo, deforme. ¿No consiguió Valle-Inclán ese mismo enfoque privilegiado?
Márai: “A ella le quedan tal vez unas semanas, pero no serán ya de vida, sino de esta existencia apagada, inconsciente. Para mí este año significa el final, por más que logre sobrevivir a él”.
Estas palabras las escribe Márai el 1 de enero de 1986. Su Diario no vuelve a tener vida hasta el día 4 del mismo mes. Me quedo pensando en eso de la negación de la vida. Si no son años de vida, entonces, ¿a qué responden esos precipicios últimos del derrumbe físico?

4 de enero de 1986. Márai: “L. ha muerto”. 14 de enero: “Ha sido incinerada”. En ese silencio que presupongo entre una fecha y otra, arrojo mi responso. Un réquiem templado, como un paréntesis en el alma.

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Tengo una costumbre que algunos tachan de ociosa. Consiste en comprar libros para dejarlos en las baldas aun ni hojearlos ni leerlos. Dejarlos ahí para un encuentro futuro. Convivir con él sin conocer su mensaje, sólo acusando la benevolencia de su presencia. Me ha pasado, por ejemplo, con libros como la poesía de Rilke, la obra de Aristóteles, las novelas de Marías, las ediciones de fray Luis o los libros de historia de Braudel. Me ha ocurrido ahora con Robaiyyat, de Omar Jayyam (Hiperión, 1993). Estos cuartetos, escritos en los siglos XI y XII, me dejan estupefacto, deslumbrado. Transcribo dos poemas. El primero pertenece al ciclo titulado “El misterio de la creación”:

1.
Aunque es mi rostro hermoso igual que el tulipán
y soy alto y esbelto lo mismo que el ciprés,
no se sabe, en la alegre y terrenal morada
para qué me formó el pintor primigenio.

El segundo pertenece al ciclo titulado “Que nada es”:

106.

Ya que no es cuanto existe sino el viento en la mano,
Ya que hay en cuanto existe defectos y fracasos,
supón que cuanto no existe en el mundo, existe,
cree que cuanto existe en el mundo, no existe.

jueves, 14 de mayo de 2009

A punto de muerte.

El mes de diciembre de 1985 es un infierno para Márai. Su mujer está entrando en el terreno de ultratumba manteniendo las fuerzas escasas para seguir viva. Márai se derrumba, piensa en el suicido de los dos, en la nulidad que le va a alcanzar en cuanto L. esté muerta; en el sinsentido de la vida. A pesar de todas estas rémoras, que hacen su vida difícil, mantiene el escritor húngaro una postura estoica ante la muerte. Tanto la ha visitado, que la ha absorbido con la cadencia de una acción doméstica. Ha domesticado a la muerte porque la conocía de antemano, no le sobrevino de pronto. La muerte en el cuerpo del otro, de su esposa, es para él la muerte de una unidad que comprende el amor como un estado de vida bilateral. Todas las referencias de los últimos días de diciembre giran entorno al mismo asunto: el estado decrépito en que está sumida L. Márai: “A veces me avergüenza estar vivo”. Amada en el amado transformada...
Cuando un escritor accede a esta perspectiva ante la vida, la de escribir en la muerte, se suceden sus páginas más memorables, sus reflexiones más descabelladas y geniales. Ya no escriben desde el latido constante de la vida, escriben sin latido alguno: la escritura es el circuito arterial. Bolaño, Cervantes, Galdós, Unamuno o el propio san Juan de la Cruz son ejemplos de escritores que adquirieron esa sensación de escribir desde la nada y para nadie. El 31 de diciembre escribe: “Nunca habría imaginado semejante infierno de dolor y sufrimiento”. Su mujer se retuerce en la cama, le tienen que poner calmantes, el carcinoma va en aumento y la probabilidad de que siga viva es ya una entelequia. Con estos mimbres construye Márai su diario, cada una de las frases que lo completa es un intestino sobre blanco.

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Después de leer las últimas redacciones en el diario, me levanto a observar los títulos de los libros que reposan en la biblioteca. Repaso con la mano los lomos que se asoman como un cifra misteriosa de no sé qué mundo. Por momentos me parezco a un pianista ensayando una melodía insonora. M. entra en la habitación y me observa queda, conteniendo en los ojos una pregunta. Llego al final de las baldas y repito la acción en sentido contrario. Caigo en la cuenta de que este ejercicio tiene música y que los lomos son teclas de un instrumento que contiene una melodía infinita. Aún sigo pensando que vivir es como ese ir y venir por los lomos de los libros. Los títulos y sus páginas, los colores y los tamaños, el volumen y el olor...

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Ya Adrian Leverkhün, personaje central de El Doctor Faustus, ha tenido su encuentro con el Diablo. La secuencia faústica ya está desarrollada. Ahora queda lo mejor: leer cómo la vida de un músico genial queda rendida ante la imposibilidad del paraíso. Mientras tanto, pienso, ¿dar las horas a la lectura no es un pacto? ¿No es un pacto escribir sin falta a diario, dejando a un lado cualquier otra tentativa o cualquier otro compromiso? ¿De qué naturaleza está hecho ese pacto, el pacto de las letras? ¿Con quién?

miércoles, 13 de mayo de 2009

Derrumbe y descomposición, piezas de una melodía sin mundo.

Acabo de abrir un sobre que descansa ya saqueado sobre la mesa. En él venían dos libros que compré, en Internet, hace tiempo. Uno de ellos es Seis Calas en la expresión literaria española, de Dámaso Alonso y Carlos Bousoño. Era este un libro que había manejado habitualmente en la época de la Facultad y que, como gran parte de la colección de Gredos, se resistía, por inencontrable.
El segundo es un libro curioso, raro. Un mundo sin melodía
–Notas de un viajero sentimental-, de Agustín de Foxá, con prólogo de Luis Calvo. Lo he encontrado en una primera edición, 1949, en Imprenta de Prensa Española. Una primera edición a un precio demasiado barato cuya portada escaneo para que ilustre este texto.
El libro es una recopilación de artículos periodísticos de Foxá que tiene como eje central los viajes que realizó el Conde. A pesar de todo, me sorprende la agilidad de su prosa,el uso sorpresivo de las imágenes y metáforas y la sencilla manera de discurrir de sus palabras que, cuando te das cuenta, te han llevado a Marruecos o a Finlandia. Aunque, a veces, el viaje es una visita, una visita al Museo del Prado que bajo la tutela de las tres horas de D´ors, nos deja con una melodía acompañando al análisis de Velázquez, El Greco o Rúbens, con la sonrisa pintada.

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El 9 de mayo de 1899, Unamuno recoge en Diario Íntimo un suceso que quiero traer a colación. Escribe: “¿Qué es eso de que de pronto, estando estudiando, se sienta un apetito de rezar. He tenido que dejar el libro e ir al cuarto a recogerme en breve oración”. En este sentido, cuando el apetito me atosiga y me malea, no puedo más que obedecer y actuar. Pero que diferencia, que distancia y que juntamiento… mi necesidad, hasta el momento, no es de oración, sino de escritura. Escribir, desde ese ángulo, es una oración que aspira a la palabra.

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Estos meses de 1985 compartidos con Márai son duros, ya que el escritor se dedica a acompañar en el Hospital a L. La dureza, de todas formas, sólo le hace reflexionar sobre el fin de los límites. Y ahí, Márai, es un cirujano preciso que extirpa todo conato de maleza. Sigue leyendo por las noches y escribiendo en los diarios. Ese trabajo es inexcusable y, a pesar de que no lo declare, creo que fueron los que mantuvieron con buen latido su vida de entonces. La vida, entonces, para Márai no era nada, un suceso extraño que lo contenía y atosigaba, una bifurcación de la muerte, una estancia, un apeadero.
L. ya no ve, no oye, no escucha, ni siquera reconoce a los que la rodean. Le acaban de diagnosticar que tiene un carcinoma.
Con este paisaje, Márai se siente un extranjero: ya no existe para su mujer, ya no existe, por lo tanto, para nadie. ¿Para qué vivir? Parece que dicen sus silencios en los diarios. Márai: “Aunque marcharme me parece una cobardía, por primera vez en mi vida hoy he sentido que ya nada me retiene aquí. Sería tranquilizador saber que aún puedo disponer mi propia muerte y que no estoy obligado a someterme al proceso de de la impotencia y la descomposición. Pienso en la muerte con sosiego, como el último gran regalo”. Escribo estas palabras con los dedos temblones, como si transcribir este párrafo fuera un anuncio, un anuncio inevitable y certero.
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Escribir un eco antes de música es un mundo sin melodía en que la verdad ya viene rebelada.

martes, 12 de mayo de 2009

De raíces y asombros.

Me llegó rePublicanos -Cuando dejamos se ser realistas-, de Fernando Iwasaki. Este libro ganó el Premio Algaba de ensayo en 2008 y lo he leído con gusto y deleite. Lo leí con deleite y comprobando cómo los temas que han perseguido al autor peruano vuelven a encontrarse y a ramificarse ahora con el temple de la madurez. En este libro ha volcado sus inquietudes como historiador y algunas de sus virtudes como escritor (no olvidemos que Iwasaki dio claes de Historia en la Potificia Universidad Católica del Perú y que es autor de Extremo oriente y Perú en el siglo XVI). Sus obras de ficción siempre han presentado, como si fueran un tapiz, las hilachas de la historia atravesándolas. Desde Tres noches de Corbata (1987) hasta Neguijón (2005), desde Inquisiciones Peruanas (1994) -nueva edición en Páginas de Espuma- hasta Ajuar Funerario (2004). En todas estas obras y en sus artículos la Historia está presente, a veces transmutada en materia de ficción, otras siendo el eje central de las mismas.
En rePublicanos arranca el autor desde la Modernidad y desde los conceptos claves de la Ilustración y Siglo de las luces. Lo hace deslizándose por la Independencia Hispanoamericana y señalando, al mismo tiempo, los vínculos que unen a la Península con las antiguas colonias. A ello suma un análisis del caudillaje en tierras hispanoamericanas como fruto de las condiciones singulares de la tierra sureña americana. Sin embargo, el apartado que quiero señalar es el reservado a la literatura.
El libro lo cierra un capítulo dedicado a las relaciones e influencias de la literatura hispanoamericana y la peninsular. Para ello divide entre Prebom, protoboom y posboom y viene a decirnos que la influencia total de la literatura hispanoamericana sobre la peninsular se produjo, con notable ahínco, en la poesía.
No puedo estar más de acuerdo. Y termino estas menciones con una afirmación: nunca se produjo en la lírica española una renovación en la que no estuviera implicado un poeta hispanoamericano; desde Darío, pasando por Neruda, hasta Huidobro y Vallejo, terminando con Paz y Borges. Este ensayo, escrito por autor entre dos aguas, define a la perfección los vínculos especiales que se ha producido entre las dos tierras desde la conquista. Y ello se narra con afán literario, con pretensión estilística. Un testimio del trasvase de culturas entre dos tierras hermanads por la paradoja de la conquista.

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Con una palabra basta…


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Unas palabras memorables de Juan de Mairena: “-Hay hombres, decía mi maestro, que van de la poética a la filosofía; otros, que van de la filosofía a la poética. Lo inevitable es ir de lo uno a lo otro, en esto, como en todo”. Y me gustan mucho dos palabras: poética (y no poesía) e inevitable.
Una palabras memorables de Antonio Machado: “Poeta ayer, hoy triste y pobre /filósofo trasnochado, […]”. De lo uno a lo otro, esa es la sustancia de lo inevitable.
Más tarde vuelvo a leer en Juan de Mairena: “Pero el poeta debe apartarse respetuosamente ante el filósofo, hombre de pura reflexión, al cual compete la ponencia y explanación metódica de los grandes problemas del pensamiento. El poeta tiene su metafísica de andar por casa, quiero decir el poema inevitable de sus creencias últimas, todo él de raíces y de asombros”.
Nunca había leído nada que dijera que la poesía posee las raíces de las creencias y las hojas de los asombros. Así vista, la poesía es crecimiento, experiencia y asombro, perplejidad ante el mundo. Y, de nuevo, inevitable. Esa palabra capital en la poesía poca utilidad tiene en la filosofía y creo que por eso la utiliza Juan de Mairena.
Lo inevitable es escribir poesía y con ellas las raíces y con ella los asombros.

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Todo se va tamizando de una pátina indecible en los últimos días de noviembre para Márai. Son días de hospitales, achaques tremendos en el cuerpo de L., de sufrimientos mortales que dejan su cuerpo cercano a un estado vegetal. Márai piensa en la maravillosa mujer que es L., que era L., que será L. en su futuro recuerdo. La muerte es inevitable como la poesía.
Y lo hace tentando a la nada, desde el sillón insonoro de un cuarto de hospital rodeado de libros. Y en esa estancia de acompañamiento, puede más la necesidad de la huida que la permanencia: “Quedarme, ayudarla hasta el último momento, hasta que, resistamos, ella y yo. Después estar atento para irme a tiempo”. En ese tiempo de convivencia con la muerte, cuando ella llega con sus patas de caña, la vida ya es plural cuando el amor anida en ella. Y llegar a la muerte es cuestión de latidos y llegar a la muerte es una cuestión de espera.

lunes, 11 de mayo de 2009

Ficciona y musiquea.

Un óvalo, un arco mudéjar. La mañana era una charada y así la acepté. Un acertijo que abrigaba una palabra. Pienso, cada día, cuando contemplo los campos que atravieso para ir al trabajo, que la luz y los campos, el viento y la tierra se renuevan y se vuelven únicas y ellas mismas propugnan su diversidad y su dimensión. La estrategia de la naturaleza es mantener su estado a pesar de su cambio, mostrar sus lomas aceradas de trigo, la luz bañando las buitreras y el verde, ay, el verde, tapizando la retina que se asoma. En esa disposición, estoy seguro, se guarda el semántico sexo de una verdad.

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Las dolencias y la decrepitud están minando la salud de L., la esposa de Márai, desde el mes de junio. Su situación es crítica y eso provoca que Márai se convierta en un enfermero perpetuo. Deja el escritor para las noches sus lecturas y su escritura, pero al terminar de pasar a máquina su novela policíaca, dice que ha puesto punto final a la Literatura. Por otra parte, sigue leyendo, en esta ocasión, Ethics, de Spinoza, así, en inglés.
En esas circunstancias la literatura se va convirtiendo en una ensoñación y poco a poco va existiendo más en el mundo del sueño que en el del trabajo en la mesa. El sueño lo invade hasta reemplazarle la realidad, pero a pesar de ello no deja de decir la escritura, de entregarse a la Literatura. 17 de octubre de 1985: “No escribo ni leo, pero a veces sueño que sí lo hago, y las líneas se van sucediendo como los subtítulos de una película”. Está en el trayecto de la nada a la nada, en un periplo en que una palabra, un concepto o una variación sintáctica es una luz impoluta, una charada destinada a descifrarse.

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Consiste en ese estado en que todo es palabras. Y la realidad se calla.

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Este Diario está cada vez más desfigurado. Su anatomía es irregular. La sustancia que lo recorre no deja de ser más que una veleidad inoportuna y sin sentido. A veces me pregunto si escribir no es más que testimoniar nuestro ateísmo de la realidad, nuestra incredulidad encrespada.
Una negación de las virtudes de la realidad, del mundo, como diría aquel. Y en su lugar otra cosa, otro artefacto, verbal que, mal que bien, sólo imita y mezcla, ficciona y musiquea.
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En la placenta del proceso de escritura debe existir algún mecanismo de insatisfacción, es cierto, pero, igualmente, de suma placidez. Negar y convertir, atesorarnos de lo impropio.

domingo, 10 de mayo de 2009

Huerto de ronsard y apolíneo sacro coro.

Hay recuerdos que insisten y percuten en la memoria como una nota musical contrapuntística. Imágenes que desvelan las más de las veces un tiempo que ha sobrevenido hasta ahora caduco y pendenciero. Los recuerdos tienen algo de ajuste de cuentas, de acción inacabada que aspira a su perfección. Algo así como una forma en potencia. Por eso considero que Proust dio carta de naturaleza a la memoria vinculándola con el tiempo recuperado o perdido, el tiempo anestesiado que aguarda, como un arpa en el ángulo oscuro, que una mano lo taña.

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Escribir sobre uno mismo es tañer el recuerdo.

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Márai lee por cuarta vez La Eneida en el verano de 1985 en una traducción del húngaro de Baróti Szabó. Termina, además, la novela policíaca que estaba pergeñando. Piensa que es su última obra literaria. Entre tanto, no deja de leer poesía húngara, las Tragedias, de Edipo y la vida de Shopenhauer. Todo este trabajo lo realiza cuando L., su mujer, se queda dormida por la noche, después de estar a su cuidado durante todo el día. Lee y escribe hasta las dos o las tres de la mañana aun a sabiendas de la nula finalidad que lo contenta. Para mí es un ejemplo de compromiso literario e intelectual, una manera de resistir hasta las últimas consecuencias a la vida. Una extraña forma de enmascarar el fracaso: “Me gustaría sentir nostalgia por algo…por un paisaje, por un viaje, por una ciudad, por alguien. Pero ya no puedo permitirme el lujo de ser nostálgico. ¡Me basta con ser!”.
Hay recuerdos que insisten y percuten en la memoria como una nota musical contrapuntística. Esa nota va apagándose y disminuyendo en su fuerza, se acerca al silencio, se agota, se disuelve. Tras ella sólo queda el recuerdo, su eco. Y entonces el hombre entra en la vejez con la música en su interior y ya nada queda y ya nada es más que un compás de espera.

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Muchas veces los escritores tienen la costumbre de otorgarse padres literarios o de autoenraizarse en tal o cual corriente literaria, sentirse hijos de un autor. Lo hacen, por lo demás, sin ninguna salvaguardia ni reticencia y por ello escucha uno atónito, en ocasiones, que un poeta se reivindica continuador de Cernuda y Gil de Biedma; o que un narrador cree adquiridas las virtudes de Faulkner; o que un traductor considera que hasta entonces la obra en cuestión había sido mal tratada; o que un joven que comienza a publicar (escribir es otra cosa) afirma que su obra es una ruptura y que como tal es una genialidad compuesta por un púber que a partir de ahora participará en todos los congresos, en todos los suplementos y en todas las manifestaciones pseudoliterarias que ocurran en el país.
Cansado de tanta indecencia y prebenda uno no toma en cuenta más que a los antiguos. Y ahí aparecen Unamuno, Valle-Inclán, Cervantes, fray Luis, Juan Ramón Jiménez o César Vallejo. Percibo que estos escritores, entre otros tantos dignos de elogio, han sido solipsistas en extremo, creadores individuales que han decepcionado a los que intentan agregarse a la causa generacionista o política, en cualquier caso, extraliteraria. Con ello tomo unas palabras de Márai que sirven de diapasón: “En la literatura no existe la democracia; sólo hay solistas. El escritor que decida cantar en un orfeón descubrirá que su voz no se distinguedel coro”. Me acuerdo, de repente, de dos versos: “ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar”, de A. Machado y “gloria del apolíneo sacro coro”, de fray Luis. Y me quedo instalado en el mutismo y las perplejidad, en los sonorosos miramientos de la sinrazón.

sábado, 9 de mayo de 2009

Inalterable secuencia de la muerte.


Llevo algunos meses sin releer nada de Vila-Matas. Suelo desarrollar ese ejercicio cuando considero que la inventio cayó en desmayo, cuando tengo la impresión de que escribo sólo para tomar notas, como un preso que graba su nombre en una celda, como un loco enamorado que dice en los muros de una calle "Te amo". Desde que las leí, siempre tengo en la cabecera de la escritura unas palabras de Dietario Voluble que funcionan como brújula: “Uno no empieza por tener algo de lo que escribir y entonces escribe sobre ello. Es el proceso de escribir propiamente dicho el que permite al autor descubrir lo que quiere decir”. Esta teoría desmonta la tomada por presupuesto por muchos otros creadores, a saber, el escritor es un ser rebelde que necesita expresarse. La escritura es la forma de esa expresión.
Ante este jardín de senderos que se bifurcan quiero optar por la siguiente afirmación. Estamos ante el problema del lenguaje y el pensamiento y estimo necesario comenzar a escribir para saber qué vas a escribir y cómo se rebela el pensamiento en la escritura. El pensamiento puede ser novela, poesía o, simplemente, escritura, la que me parece una manera más extensa y oportuna de llamar a los libros escritos. Desde esta perspectiva, nada como un Diario para amortiguar todas las funestas pretensiones de la novela total y de otras imaginerías de la crítica. ¿Qué más cercano a la dinámica de la vida que un diario? Un diario es la novela total, entonces. Pero un diario no tiene por qué aspirar a la anatomía de la novela. Y en ese desplante están las discusiones.


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El 10 de abril de 1985 cumplió Márai ochenta y cinco años. Todo en su vida ha sido testimonio y eco. El testimonio de la desaparición de su vida y de todos los referentes que la sujetaban. Eco, porque decidió convertirse en escritor, a lo mejor sin más remedio, y decirlo todo, hasta lo indecible. Márai entendió desde el principio que la libertad es un asunto privado y que sacarlo a la luz pública es entregarla en bandeja de plata: “La libertad es un asunto privado, no existe la libertad institucional”.
Por estas fechas, tiene que cuidar de L. día y noche y para él la enfermedad se convierte en volumen, se escapa del horizonte que el tiempo esboza en su vida. Lee, cuando llega a la cama, a Sófocles y me sorprende que coincida con la misma visión que tiene García Márquez de Edipo Rey: es la primera novela policíaca. Márai dice al respecto: “Cuando Edipo quiere averiguar quién es el culpable de la peste que asola a la población actúa como un detective”. No hay que olvidar que el escritor tiene una novela policíaca guardada en el cajón, ya va para casi un año. La está preparanbdo con el ahínco que tuviera un preso que pretende escaparse de una prisión, arañando los recovecos del tiempo, pensando en la estrategia para engañar a los años sin caer en el intento. Márai: “Me limitaré a tomar notas, como el preso que graba señales en la pared”.

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Las reflexiones de Márai poseen algún espíritu arquitectónico que las estimula, porque para hacer del sentimiento una concertada sucesión de declaraciones, es necesario esa perspectiva. Y acudo, por ello, a Casa de misericordia, de Joan Margarit, el poeta arquitecto. Leo en un poema titulado "Unos Dietarios" (1937-1944): “He leído las páginas, hoy secas y amarillas, / de las agendas de esos años […]”.


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Unos diarios tienen
la insoslayable
textura del olvido,
la inalterable
secuencia de la muerte.

viernes, 8 de mayo de 2009

El mamífero vertical, un hombre nada humano.

Acaba de publicarse una magnífica edición de Parerga y Paralipómena, de Arthur Shopenhauer (Valdemar, 2009). Esta edición se suma a la también estupenda edición que elaboró Pilar López de Santa María para Trotta en el 2006. Mientras escribo estas referencias recuerdo que dejé a Márai leyendo una biografía del filósofo alemán.
Del 15 al 28 de marzo lee con vehemencia la biografía de Hübscher incluida en la obras completas y eso le desagrada en algunos momentos, sobre todo cuando se trata de la recelosa relación que mantuvo con Goethe. A pesar de todo, estima en alto grado al autor de El mundo como voluntad y representación, sobre tdo el aprovechamento de Platón y Kant. En todo caso, Márai contraviene en algún aspecto al alemán y le replica en su Diario a sabiendas de que poco eco tendrán sus palabras, al menos hasta su muerte.
A veces los hechos contiene las ideas y creo que la vida de Márai, la de aquel entonces, se parecía, en su comportamiento, más a un aforismo, a una parerga (resto, producto, secundario) que a la gran obra voluminosa de su juventud. Así que en su vejez vejez hace que su vida sea una parerga y su diario paralipómena. A veces, en los hechos, repito, se concentran las ideas. Ideas que no necesitan más palabras. Con que las nombre un sólo hombre basta.

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Cuando Edward W. Said escribe en El mundo, el texto y el crítico que la novela de Thomas Mann, El Doktor Faustus, está construida con la técnica de montaje y eco siento la satisfacción de comprender esa afirmación con toda plenitud. Y es que el eco, en ocasioes, le roba la esencia al sonido y lo arrastra hasta disolverlo. En la repetición está la negación o la posibilidad del genio. Un genio percibe que la repetición es la base de la mediocridad y por ello establece una nueva forma. Claro, para ello ha debido de participar de la misma repetición.
Lo que para algunos es un bucle indestructible, para otros es una lanzadera, la catapulta a la genialidad. Huidobro quería que su verso abriera mil puertas y para la llave, el verso debía ser amante de la versatilidad.

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Quiere Unamuno hablarnos del hombre de aquí y ahora, de carne y hueso en Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. No el hombre como categoría o condición, sino el mortal bípedo de este tiempo, que come y ríe, que llora y fornica. A vueltas con la humanidad y con la concreción. Estas displicencias me distraen y turban y a lo mejor, a lo largo de la historia del pensamiento, sólo hemos hecho repetir la fórmula de Platón y Aristóteles no como algo contrarias, sino complementarias. Y en ese vicio circular se ha condensado todo el pensamiento, en decirnos que somos hombres de ahora que pertenecen al hombre de siempre. Mientras tanto, Márai debe cuidar de su mujer porque se desmaya a cada instante, Unamuno debe cuidar sus palabras en el Paraninfo de la Universidad delante de los militares golpistas, Miguel Hernández debe pedir ayuda a Romero Murube para resguardarse en el Alcázar de Sevilla porque lo persiguen. ¿Será nuestra condición un desconocido y por eso Pessoa se sabía otro y era otro quien escribía por él y con él?

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La humanidad sobrepasando al hombre, como la mar a los ríos.
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En eso, en la escritura, un diario debe ser como un oleaje: una quietud en movimiento.

jueves, 7 de mayo de 2009

Todo más claro.

Cuando Paul Valéry declara en sus Cuadernos (1894-1945): “Lo que oscurece casi todo es el lenguaje”, entiendo que se refiere al desposeído sentido de la claridad. Creo que algún traicionero devolvió el fuego robado a los Dioses, que desmereció la hazaña de Prometeo.
La claridad. Un sentido al que la poesía atiende con demasiada infrecuencia. La poesía clara, pura, no pretende describir, ni recrear. En ella se concentra el pensamiento que la impulsa y sólo hace señalar, acercar una intuición pasajera, tan pasajera como el número de sílabas de los versos que la configura, ay, esa claridad. Así visto, en la poesía, el ritmo está sujeto a un valor numérico que es, a su vez, el poder musical de que se impregna. Como un aroma de cuyo origen nada sabemos, tal se percibe la poesía: un rumor oculto que se nos hace vida.

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Como la música, el silabeo de un poema es susurro de la nada.

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El 7 de febrero de 1985, Márai presiente el aroma de la muerte, que es tan vertiginsoso como la cadencia de un poema total. Ante esa sensación: “Malestar general, olor a muerte. Indiferencia”, el escritor opta por la indiferencia. En esa disyuntiva que provoca el dolor de la muerte... En esas fechas, el 9 de febrero, se muere el hermanio menor de Márai, Gábor. Todo lo que le rodea es decrépito y está enroscado en la finitud. Carácter es detino, pregonaba Cernuda. Y Márai parece que entendió que en la resistencia y la perseverancia está la virtud, acaso la virtud con que nos encontramos en la vida. En la suya, el compromiso diario con la escritura. Y con estas palabras pongo en duda mi futura actuación, ¿seré capaz de resistir?
El 9 de marzo, la mujer de Márai, L., cuando se está cortando las uñas y debido a su ceguera, se hace una herida que no termina de cicatrizar. Van al hospital para que le hagan un drenaje. Al volver a casa, la mujer se desvanece y con ese desvanecimiento irrumpen insolentes los fantasmas del llanto. El matrimonio habla sobre lo que harán cuando uno de los dos falte. Y leer estos episodios tan emotivos es como pronunciar una palabra prohibida en la boca de la muerte.
Me resulta muy curioso que, para esos días, Márai comience a leer una biografía de Shopenhauer. ¿Querrá encontrar un modelo de eneterramiento en vida, de desposesión de sí mismo?

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Hoy dejo anotado en este cuaderno que he leído lo que dice Harold Blom en Genios sobre Thomas Mann. Quiero masticar las palabras para mostrarlas en su forma más idónea. Pensar es un ejercicio que cotiza poco en los tendidos urbanos de la actualidad. Pero a ello me agarro como el niño de Proust a la higuera.

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Sólo la escritura contiene lo que fuimos.

miércoles, 6 de mayo de 2009

La tarde plata.


El mes de enero de 1985 prosigue igual para Márai: aversión a la vida, displicencia, arrebato de vacuidad. En cualquier caso, no deja de testimoniar con su Diario la sacudida que la muerte parece imprimir en sus huesos. Su mujer, L., comienza a tener mareos y desmayos con bastante frecuencia y eso lo siente el húngaro como un cortocircuito en que la melancolía, el recuerdo y el otro que fuimos comienzan a alzarse como una figura de barro y argamasa: “La vida es casual, no tiene sentido ni utilidad alguna. La muerte es la consecuencia inevitable de la casualidad, y tampoco tiene sentido ni utilidad”. Y recuerdo el instante en que Tristam Shandy escribe sobre los recuerdos antes de su nacimiento. Me levanto, me dirijo a la balda en que tengo colocado el libro de L. Sterne, con la traducción de Javier Marías, y leo el subrayado que resalto para este texto. Es el inicio de la ¿novela?: “Ojalá mi padre y mi madre, o mejor dicho, ambos, hubieran sido más conscientes mientras los dos se afanabn por igual en el cumplimiento de sus obligaciones, de los que se traían entre manos cuando me engendraron”.
Sterne se siente como un recuerdo de sí mismo, se proyecta en el momento anterior de su nacimiento y eso es una toma de conciencia antes de que la conciencia comience a funcionar. Dotar al no-tiempo de un estado de conciencia desde la razón es una sobresaliente manera de decirles a los lectores, desde el comienzo del libro, aquí os muestro la potencia de la ficción.
Al desgaste físico de Márai se une el mental y dice a finales de enero: “A veces me siento como un recuerdo de mí mismo” y yo leo eso mientras compruebo que el recuerdo, en la música, es un eco y que el eco sólo es remembranza.

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Sólo la ficción desmiembra el estado del no-ser.

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Trapiello, El arca de las palabras: “La plata tiene dorados que el sol no entiende”. Y todo es plata en esta tarde. Y todo es plata en esta tarde, hasta las muelas de la mar.
Quiero que sea la tarde como una plata esmaltada de amapolas. Como el inmisericorde estanco de los atardeceres que el viento pregona estacionando sus virtudes. Levante el tremolar del horizonte sus espuelas de la mirada que lo contempla: la quietud no es propiedad de lo divino. La literatura depende de las relaciones íntimas con el lenguaje y en estos tiempos la lengua se convertido en un ramal desnudo que nadie comprende. Entender la lengua es entender el mundo y la literatura brota de este mundo como un canto de sirena. No hay más remedio que atarse o echarse al mar.

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$, horca moderna americana.

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#, un sostenido embemolizado.
*Ilustración, "Lluvia, vapor y velocidad", W. Turner.. 1844 - Londres, National Gallery.