lunes, 31 de agosto de 2009

La experiencia literaria.

La obra del polígrafo mejicano Alfonso Reyes siempre atrajo mi intención por la singularidad de sus análisis y por agudeza de su escritura. Sus obras completas, una summa inabarcable para cuya lectura es necesaria veinte años ininterrumpidos, siempre fueron y son un sueño inalcanzable. Me conformo con leer algunas obras que han salido publicadas desgajadas de algunos de los tomos reseñados. Un caso particular es Una experiencia literaria (Bruguera), un libro que me ha acompañado en esos ratos en que uno decide qué libro leer, en que uno apela a la intuición para entregarse a la lectura. Compré el libro cuando comenzaba a explorar las librerías de viejo en Sevilla y llegaba a ellas en busca de algunos volúmenes comentados en las clases o referidos por un algún crítico o, simplemente, indicado por un compañero. En esos días, me hice con la primera edición, ahora reeditada, de Historia de un deicidio, de Vargas Llosa, un libro repleto de míticos comentarios, ya que el peruano se encargó de prohibir la reedición de ese libro durante décadas. En sus obras completas, Galaxia/Gutenberg, decidió publicarlo en un gesto que le honra, porque su análisis de la obra marquiana es sobresaliente. El libro me costó pocos euros y fue un hito para mi biblioteca, que comenzaba mal que bien, a ramificarse. También encontré un libro maravilloso de Rodríguez Padrón, América en sus novelas. El libro está en un estado magnífico y pude comprarlo a pesar de mi economía de estudiante.
Como estos libros, han sido, a la postre, muchos otros. Pero siempre tiene el del Alfonso Reyes desprende una lectura grata, una frescura necesaria, una inteligencia en sus páginas fuera de lo común. En un libro de Alfonso Reyes puede uno leer una oración de este calibre: “la idea es abstracta; la palabra nace concreta” y entonces pensar que está leyendo un bello libro de sentencias o que su autor está construyendo una novela en que los géneros se amalgaman en la hilaridad del narrador. Un libro que describe ese combate de Jacob con el ángel, lo que A. Reyes llama “continua victoria de la conciencia sobre el caos de las realidades exteriores. Lucha con lo inefable es la literatura”.

***
En la mesa, unos libros
afilan el trinar de la mañana.
La vida que discurre entre estos libros,
tan ajena a mí mismo,
tan descarnada y poderosa, late
guardada en el silencio,
como el cantar desierto de una plaza.

domingo, 30 de agosto de 2009

Sobre estos campos
el horizonte es solo una promesa
de pájaros cruzados.
Una luz los invade
marcando un sendero entre sus grietas:
son lomas los deseos de esta tarde.

Como el destello de la vid
que redime su caldo entre las viñas,
como el saliente claro de un deseo
que confisca la estancia de los días,
como el verdeo en la mañana
que tañe entre la tierra
las profundas raíces que vienen delirando
con el canto secreto de los círculos,
las palabras revisten el sonido
de antiguas profecías de los hombres.
Es el oscuro hueco de la nada.

¿Qué música ternaria te proclama,
qué incipiente desasosiego
te desgaja del ritmo de la noche?

sábado, 29 de agosto de 2009

Senecadas con calima.

La calima de estos días y cierto efervescente revolver de lo cotidiano, me llevan a que abra un libro de Séneca. No sé por qué motivo, desde que escuché por primera vez el nombre del cordobés, siempre lo he vinculado con el sofoco y la dilatada morada del verano en agosto. Parece que, en mi entender, se conjugan perfectamente las palabras del estoico con esta sobreexcitación veraniega. A lo mejor, todo proviene de la sonoridad del nombre, esa reminiscencia o eco al secano; o de ese busto de un hombre con mirada torva y con el flequillo empantanado por el calor.
Al abrir alguna página de sus tratados morales y recordando con una sonrisa en los labios su supuesta disposición al suicidio, leo en un escrito dedicado a Paulino y que versa sobre la brevedad de la vida: “lo cierto es que la vida que se nos dio, no es breve, nosotros hacemos que lo sea”. Ah de la vida...
Esta sentencia sacada del libro de Séneca me parece que encuentra analogía en la literatura, en la concepción de la literatura. No es extraño que leyendo un tratado moral, que tiene a la vida como epicentro, observe ángulos aprovechables para la literatura. La literatura en la vida es un espejo cóncavo, es cierto,que la refleja deformada y que la engulle y trastoca, pero también es el material del espejo. Quiero decir que el tiempo en la literatura es una cuestión capital, tanto como en las cuestiones vitales. Por este motivo, cuando Séneca sostiene que la vida en sí no es breve sino que nosotros la hacemos breve, encuentro una lección vital esclarecedora: tu comportamiento, tus actos o tu pensamiento hacen de la vida un compuesto breve. ¿Qué hay más parecido a la literatura?
En literatura, el tiempo es el material de las páginas, la intrínseca sustancia que sostiene en pie toda la significación. No hay un tema mayor que el tiempo o, en mejor decir, del uso o de la concepción que el escritor propugna de él. La lectura es una edificación avocada a la destrucción, aun así los lectores son insaciables. ¿Qué es Faulkner, Joyce, Kafka o Shandy? Trapecistas del tiempo. Sus obras hacen de la literatura en sí un nuevo axioma y con ellos surge la genialidad.
En algún momento, pensé en comenzar estas líneas con una pregunta, pero creo que la pregunta encontrará mejor cabida en otro texto. Ya con el que lees el tiempo ha engullido a toda cuantificación de escritura. Una vez terminado un libro, se desprende éste de todo amarre: con abrirlo, las manillas de la conciencia individual comenzarán a brotar, como mariposas disecadas que alcanzarán la vida de nuevo.

***

¿Será la genialidad una consecuencia de la incapacidad? Montaigne no fue capaz de escribir un libro de filosofía con la sistemática escritura de los filósofos. Para entonces, con sus escritos, fundó una nueva manera de escribir: el ensayo. ¿Sería incapaz Rilke de escribir un poema al uso y se entregó por ello a la rotunda esencia de los ángeles? ¿Quiso Cervantes parodiar porque no fue capaz de escribir una novela de caballerías?
La última pregunta lanzada fue, por unos meses, motivo de discusión con unos amigos de la Facultad. Yo mantuve, con seriedad y vehemencia, que Cervantes quiso escribir, en realidad, un libro de caballeros andantes, en serio, con todas sus señas de identidad, pero que, ante su incapacidad, prefirió parodiarlos. Ahora, con el tiempo, recupero otros escritores que quisieron hacer justo lo contrario porque eran incapaces. Creo que Proust escribió En busca del tiempo perdido porque jamás saboreó una magdalena. En ese caso, la literatura es una papila que segrega incesantemente una sustancia. Proust la transformó en literatura.

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El 30 de agosto de 1942, Cesare Pavese dejó escrito en El oficio de vivir: “Amor es deseo de conocimiento”. Estas palabras aleccionan sobre el continuo discurrir de uno en el otro. El curso de una vida puede explorar, por sí misma, los límites de su individualidad. El amor ensancha, todavía más, esa exploración: la conduce al otro, en donde somos más yo que nunca. Recuerdo a Juan Goytisolo asertando sobre las otras realidades que nos configuran. Siempre acudía a una idea que vertebraba su tesis: no terminamos de ser nosotros mismos sin los otros”. Estas divagaciones me traen a la memoria a Octavio Paz, Piedra de sol. El poema no cesa de interpelar al lector en la creencia de que parte de nuestra existencia está en los ojos, las palabras, los pasos o la concepción de los demás sobre nosotros. Ahora bien, el amor es la única vía en que podemos acercarnos a la sincera existencia de uno en el otro. Ya sobre la mesa, preparado, san Juan de la Cruz.

jueves, 27 de agosto de 2009

Canto y desilusión.

Nombrar lo que no existe
es tarea de los mortales.

Quebradizo sendero,
¿qué azul es tu locura?
¿Conducen tus relámpagos
a las estancias del olvido,
a las mareas de la muerte;
qué meditar propones,
un canto de amanecida en la noche?

Canto girado, danza de la piedra,
este cuerpo que reposa como un claustro
cruzado por el llanto
de un millón de ángeles muertos.

Estática viudez, rama desnuda
y verdadera,
desnuda por la gracia de los astros.
Un son de capiteles se pronuncia.

El tiempo te atraviesa:
Bérgamo, Nápoles,
Milán, Venecia, Roma,
aquel atardecer en Trieste.
¿Cómo nombrar al ser que ya es vigilia?

La poesía, donde nombrar lo que no existe
es naturaleza de lo uno en lo diverso;
encarnadura del mortal entre las aguas
estancas por el tiempo, por los dones
de la palabra
que son los de la vida.


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Cuando uno termina la lectura y escritura de un libro como el de Kertész, siente que un hueco se precipita sobre los días para ocupar, por un tiempo, el lugar de la lectura. Sucedió lo mismo con Márai, con Pessoa o con Jules Renard. Ahora es Kertész quien se me ha muerto en las retinas.
Es cierto que el recuerdo nos procura para las letras una realidad, pero el desflore, la frescura diaria de la genialidad, quedan vituperadas por la ausencia de ese libro. Ya no habrá más galeras, ni diarios encubiertos para ser recitados con el susurro del viento. Habrá que esperar a que el tiempo borre y difumine las huellas de la lectura para que, al comenzar, todo huela a tierra húmeda, tierra transitada por el otro que somos.

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Escritores. Veo la literatura actual cada vez más obsoleta, menos encendida, más entregada a los sones del mercado, a los halagos de los amigos, a las cuadrillas de políticastros metidos a poeta, de tontos apoderándose de las tertulias, de zotes lameideas que poseen sus tribunas sociales, editoriales y premios. Con ella, los escritores se interesan por los regocijos de sus publicaciones, por escribir el libro por encargo, por inventarse un membrete y lanzarlo al aire para que haga fortuna.
Algunos tienen la posibilidad de escribir en los suplementos literarios de más difusión y por ese hecho, se sienten portadores de la razón y el juicio necesarios para opinar sobre la literatura. Realmente, algunos escritores que dejan sus cuentos en los periódicos nacionales son pésimos, aun así publican en las editoriales del ramo. Ni siquiera los articulistas se esmeran en dejar perlas en miniatura con la que poder paladear alguna reminiscencia literaria; igualmente los grandes del momento, se entregan a las siglas de los partidos políticos como rehenes bajo una coartada o terminan en el observatorio vaticano con la mano diestra lanzando azotes como si fuera un vate de la moralidad. ¿Será la publicación la esclavitud del escritor del siglo XXI?

Merodeadores del fenómeno. Los críticos y el mundo universitario van a la deriva. La escasez de lucidez, de profesionalidad, de verdadera vocación por el fenómeno literario hacen que la Universidad sea un ente que no produce nada ante la sociedad, un círculo cerrado y endogámico. No puede suceder que la Universidad española deje a la deriva y en el olvido la literatura europea simplemente por el descomunal desconocimiento de los profesores. ¿A qué viene enseñar la producción de un escritor de medio pelo que correrá el sueño de los justos, cuando no se dice nada de Thomas Mann, Kafka o Joyce?¿Hasta cuándo los papeles de hace décadas seguirán siendo el guión de las clases de aquellos profesores enamorados de los congresos, los simposios y las estancias, las becas y los jolgorios extraliterarios? ¿Cómo puede enseñarse qué es la literatura mediante una novela en la que es difícil encontrar alguna muestra literaria y dejar a un lado a Homero o a Proust?

Libro electrónico. Nunca leer más ha sido signo de mejora para el acercamiento a la literatura, por ese motivo cuando hablan del libro electrónico siempre argumento que a la literatura no le viene ni mal ni bien. El libro electrónico es una cuestión del mercado editorial, un cuento chino de los editores, un reflejo del afán de almacenamiento masivo del hombre actual que suma y sigue sin la más mínima conciencia ni reparo.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Con Dante y Rafael en Italia.


Oscuro, precipitado por la confusión, solos en medio de la nada. Esa condición, aun cargada de cualquier moral antigua, es la perfecta analogía del hombre en todo tiempo. La desaparición de hombre a través de los rasgos de la humanidad. Si Kafka utilizó el paradigma de un castillo, si Borges vio en Piranesi una arteria de la condición humana, si Cervantes instaló en la ficción el territorio de la mancha, si Shakespeare congregó todas las vertientes del hombre en la literatura, Dante ofrece una exploración antigua sobre un asunto nuevo.
Puede decirse que Dante relata una aventura, una odisea medieval arraigada al espíritu.
Recuerda Bloom en Genios que Benedetto Croce dividía en dos las formas de leer a Dante: la moral o la genial. Obviamente, él prefería la genial. Croce viene a decirnos que Dante fue el hombre de su tiempo que buscó con más ahínco conocer todo lo cognoscible y esa extravagancia de los hombres es una tendencia de los genios.
En todas las ciudades que he visitado en Italia hay una plaza Dante: perpetua, como una comedia humana. Una estatua, recuerdos lapidados de su paso por distintas ciudades en las que estuvo residiendo, exiliado; alguna que otra Via conmemorativa, versos enroscados en la pulcritud del mármol. Con todo, al volver a deslizar mis manos por los lomos de los libros, rescaté la Divina Comedia. Aquí leyendo la Divina Comedia Italia se me hecho de ficción así como los recuerdos que florecen sobre sus imágenes.
En el Vaticano, en la Stanza de la signatura de Rafael. Destaco la testa de Dante en el cuadro El Parnaso. Por lo menudo, deberíamos señalar la mandíbula prominente y la nariz rotunda del florentino. Está coronado y su cuello sostiene el rictus de un poeta que ha descendido hasta los círculos de la literatura. Sigue a Virgilio en señal de fidelidad a los clásicos de la antigüedad. Su gesto es una concesión de un hombre de su tiempo a la tradición más venerable.
Quiso Rafael que Apolo maneje en la escena una lira de braccio, lo que supone un elemento que pertenece a otro tiempo llevado a las manos del dios. Un anacronismo. Con esta juego histórico, abre la posibilidad de introducir, junto a los poetas antiguos, los modernos maestros de las letras. Entre ellos, por supuesto, Dante. Apolo rodeado de las nueve musas. Dante, Homero y Virgilio flanquean al dios de la poesía. Virgilio parece conducir a Dante a la fuente simbólica de la que brota la clara emanación de la verdad. Entre ellos, Homero: un clarividente anciano que tantea con su mano derecha los confines del hombre.
Virgilio quiere conducir a Dante al manantial, pero su rictus es de sospecha. Su cuerpo hierático, las manos recogidas delante del torso, el laurel que lo corona es una tragedia, el rojo de su túnica, los pasos de la pérdida. El semblante de austeridad que suscita su ingravidez. Su mirada parece una sentencia del purgatorio.
El cuadro parece la corriente infinita de la poesía y el conocimiento. Un parnaso que circula en los brazos de Safo, que descansa al final de la escena, casi invadiendo el espacio del espectador. Música, naturaleza, poesía.

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Siempre he pensado que, como Cortázar entendía la literatura, el escritor no hace más que jugar, jugar en el lato sentido del término y de sus consecuencias. Por ese motivo, cuando paseábamos por Venecia, sobre todo por los campi, rodeados por unos carteles que anunciaban la celebración de una especie de congreso o simposio que versaba sobre el arte. Su lema no dejó de suscitar en nuestras charlas todo tipo de insinuaciones. M. llegó a decir que se trataba de una broma de propia de los serios artistas del arte para que los viandantes dejarán aparcadas sus reservas veraniegas a las aguas frescas de la literatura. Il gioco serio dell´Arte, rezaba con solemnidad. Seriedad y juego n son más que el haz y el nevés de la misma creación. Cervantes supo de esta cualidad al final de sus días. Y Joyce vislumbró el serio juego en Trieste. Un lector no es más que un dado en la partida.
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Al llegar al café San Marcos, inflado por las páginas de Microcosmos, de Claudio Magris, bajo la calima de agosto y la bora azotando mis nalgas, solo pude comprobar que estaba cerrada, chiusa per ferie.

martes, 25 de agosto de 2009

Ajenidad.

Después de muchos días alejados de los objetos comunes y, más aún, de las actividades diarias, emprende uno la vuelta con una prístina melancolía del espíritu. Parece haberlo dejado uno todo al desvarío de los días, pero, en el retorno, el resultado solo hace confirmarnos que el tiempo es un capricho de la sangre. Todo sigue en su sitio, con otro olor, con otra textura, con la entrega a la soledad.
Había dejado por unos días la escritura, la lectura y quizás otras tantas manías que hasta el momento las tomaba como honrosas mediciones de mi vida. No lo había hecho por descansar en las vacaciones o por darle un respiro a la incesante cita con el diario. La escritura es la renovación del diario, el diario la laguna de la escritura. En alguna ocasión me pregunta si escribo. Con mi respuesta nada queda satisfecho. Doy por descontado que, según los estancos sociales, un escritor es aquel que escribe una novela, un libro de poemas o una obra de teatro. Siempre digo que escribo a diario, que en esa puntualidad está lo que puede llamarse escribir. No quedan satisfechos y me dicen que debo escribir una novela o algo parecido. Una vida contada es una novela, con sus desvíos y sus misceláneas, no hay una autoridad en la vida que ponga orden, por supuesto, la literatura así entendida es la vida reemplazada.
Basta con retomar a lo lejos, con revisar con templanza, con asir los textos y acercarlos a los ojos para darse cuenta de que una vida debe entregarse para ser escrita. En Italia, durante unos días, he querido aprender los artificios de otra lengua, las costumbres de otros hombres, el arte que invade el recorrido sentimental de los habitantes de otras tierras.
He visto como un hombre no es más que un hombre, como la literatura es una y en ella se proclaman los literatos, como la vida, la voz, la palabra, los atardeceres, el grito de un niño es uno, uno original, verdadero, secuenciado entre las cavidades de la humanidad. Como todo sólo puede decirse desde la convicción de la piedra: casa de tiempo y silencio.

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No nos realizamos nunca, ni dejamos de ser nunca. Somos un estadio en el abismo. La literatura, que surge y mana de la vida, termina por habitarla. Todo más claro, a pesar del abandono de la carne. Thomas Mann vino a decirnos en Tonio Kröger que para ser escritor es fundamental deshacernos de nuestra vida, por ese motivo los escritores de la desaparición son mis predilectos. La desaparición en literatura tiene un territorio: la metamorfosis. Cervantes y Joyce, Kafka u Ovidio, Shakespeare u Homero, se han valido de esta tremenda virtud para enseñarnos que el canto a lo cotidiano es una grito perdido, madera hueca.
No somos más materia que la difunta, hilván de la memoria.

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Acabo el libro, Diario de una galera, de Imre Kertész. Lo vuelvo a abrir por la primera página y vuelvo a escribirlo, a escribir después de leer, claro está. Este libro es una evidencia: el yo es una condición de la creación. Si el estilo literario es una variación de la genialidad, la construcción de un yo ajeno es el fundamento del estilo. En cualquier caso, pudiera decirse, en algún momento, que, tal vez, un estilo es la melodía de un yo o que si un escritor nunca consigue un estilo es el equivalente a decir que jamás existió.
Kertész: “Cuando estés muerto disfruta del silencio”. En ese silencio proclamado en la muerte debería haber apostillado Kertész que la vida es un preludio en el que el silencio produce las estancias del tiempo.

lunes, 24 de agosto de 2009

No hay permanecer en parte alguna.

Como Ulises, después de un viaje -qué es la vida- soy Nadie. Así me doy al mundo, como una rúbrica indescifrable, alimento de los sueños, remiendo de las letras, articulada secuencia de la literatura. Nadie, por falta de tierra, por ausencia de palabras. Nadie. Sine die.
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En Trieste, después de remontar el sendero por el que Rilke paseaba cuando el Castillo de Duino se le hacía canto mudo, vuelvo la mirada al propio Castillo en busca de una plenitud irreconocible. Y los senderos, como los ríos, son recorridos de precipitada eficacia para el caminante. No conducen a nada, pero te alejan del todo. En el trayecto debe uno cuidar cada pisada sobre la tierra para guardarse del riesgo de verse con un hueso roto o con su cuerpo arrumbado y maltrecho. Por eso la elegía atrapó a Rilke: poesía en el sendero; cada paso, como cada verso, debe costarnos la vida o la muerte.
Con la lluvia, con la poesía, el rastro del camino en la tierra se pierde, así como los pasos de sus caminantes dejan de imprimir en las piedras la trama del paseo. Vuelve la naturaleza a recomponer sus espinas y la disposición del campo vuelve a abrirse a un rito genésico. Con Rilke, “no hay permanecer en parte alguna”.
Al fondo, ya alejado, a las espaldas, siempre el Castillo, como una locura precipitada al Adriático, como una elegía dictada por un ángel en un paraje de vocales arbóreas.
A mitad del sendero, noto que mis pasos se solapan con otra melodía, como una música inalterable que acuña las extremidades de mi discurso. Sondeo la intrincada ruta y me desvío con voluntad de pájaro. En otros caminos, en esos inciertos ángulos de la nada, vislumbro entonces un perfil tallado en el silencio. No lo dudo y me entrego. La mano de un ángel arruga mis certezas.

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Manejo mis días con la agilidad de un fauno. Entre mis dedos, el tiempo es una posibilidad del infinito. Uso las palabras de otros hombres para hablar de mí, para acechar al verbo que descubra mi existencia.
La literatura es la manifestación de que existe una vida de la que brotamos todos, una sola existencia de la que manan los hombres como arañazos sobre un muro. He comprobado que el hombre es mísero y uno. La literatura es la fisura que ausculta los latidos de la verdad camuflada. Esa vereda que incita al fusilamiento de la carne. Dice Kertész: “Siempre he tenido una vida secreta y siempre ha sido la verdadera”.

martes, 4 de agosto de 2009

Luz de vísperas.

Luz de las vísperas, ancho salón del presentimiento, futuro decir, arrepentido regreso. Mañana, pasado el mediodía, llegaré a Bergamo. Por unos días estaré atravesando algunas ciudades italianas. No sé si, de esa experiencia próxima, surgirá algún texto, alguna parrafada estrambótica o los mimbres para una narración extensa o siquiera las protuberancias de unos poemas o -a lo sumo y como casi siempre ocurre- ideas fugitivas que terminan en migajas de un diario.
A decir verdad, nada de eso hace falta para escribir, pero el estímulo es notable. Las ciudades me esperan con la cadencia de unas páginas en blanco, con la apertura de un puente que aproxima a otra orilla. El amanecer, las noches, las miradas ajenas sobre nuestro rostro, el candor modelado por una tierra, un lugar en que el sol aplica el amor a los desterrados.

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He querido esta tarde terminar la lectura de Kertész. Cosa imposble. Su profundidad y genialidad hacen que uno no arranque de un impulso más de dos páginas. Con esta lectura aprende el lector que la literatura es el comienzo de una postura frente al mundo, una postura profunda y radical. Descreo de los escritores que dicen que necesitan contar historias o de aquellos que argumentan que la poesía debe estar a pie de calle. Pienso que nunca lo ha estado, al menos, en épocas modernas y si lo ha estado fue bajo unas circunstancias muy determinadas.
Sin embargo, la narración ha sufrido un cambio en la relación con la sociedad. Su sitio es otro. Kertész: “Piensa mal del arte quien considera que transmite sentimientos. El arte transmite vivencia, la vivencia de vivir el mundo y sus consecuencias éticas. El arte transmite existencia a la existencia. Para ser artistas, hemos de sustanciarnos en existencia, igual que el receptor, que también ha de sustanciarse en existencia. No vale conformarse con menos; y su algún significado posee este rito, únicamente se puede buscar aquí”. Me van a perdonar la extensión de estas líneas de Kertész, pero el párrafo es de un calado en que la glosa o la respuesta se diluyen en esta sintaxis galérica.

lunes, 3 de agosto de 2009

Entre el cielo y la tierra.

Cuando escribo me preocupan más las palabras que dejaré sin decir que las mencionadas; la realidad guardada en estas últimas más que la que intento desvelar.

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En ocasiones Kertész me deja encallado en una galera de la que tardo unas horas en salir. Desde luego, pocas palabras bastan para dislocar la sensibilidad o desvanecer los criterios que uno pretendía mantener erectos frente a las tempestades. Rodeado uno de esas condiciones, resulta todo una bella dispersión de pareceres y mejunjes de la conciencia. Kertész: “Nuestro condicionamiento metafísico depende, en gran parte de nuestro condicionamiento terrenal”.
El observatorio es la cualidad de la literatura, el alambique en que se vierten memoria, deseo, realidad y ficción. Cuál sea su resultado depende de las manos de un hombre, del alfarero meditabundo y sostenido. Leer el moldear el barro, escribir crear su sustancia.
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Sólo un hombre contiene la verdad, aunque toda verdad es manifiestamente humana.

domingo, 2 de agosto de 2009

La poesía, ramaje del olvido.

El discurso de la memoria no basta para desmembrar los recuerdos. La ficción es un mecanismo autosuficiente, tanto que invalida los límites entre realidad y ficción. De un tiempo a esta parte, no hago más que distribuir mis energías entre el amarre a la realidad y el impulso a la desaparición que, en puridad, consiste en convertirse en personaje de ficción.
No creo que el grado cero de la escritura consista simplemente en hacer desaparecer al autor y dejar que el texto sea por completo. Más bien considero que el autor debe aparecer y desaparecer en el texto, hacer como el que escribe y dejar de escribir al público cuando de verdad trenza su obra. Debe ser su figura como una presencia fantasmal; como el padre de Hamlet, conviene que parezca que algo se nos ha aparecido y nos ha dado la anatomía de una realidad desconocida. Sólo el escritor entiende que debe escribir esa realidad, aunque sea inexistente, aunque todo parta de la imginación.
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¿Qué innombrada verdad dejará de ser dicha
cuando los hombres mueran?
¿Cómo será el sonido
de la palabra última
sobre la tierra?
¿Qué sentencia, qué olvido
vendrán en esa música
cautiva,
en el canto rodado de una luz
que en sus senos trasluce una danza;
la danza de la vida
sobre la muerte,
el decir transparente de lo oculto,
el sonar mismo de los pasos
como una fuente que se agota,
la cadencia de un hombre inhabitado
por la virtud de la poesía?



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Sanlúcar dejó de ser, desde hace mucho tiempo, un lugar de partida, para convertirse en un territorio de la llegada. A esos espacios hay que dejarlos respirar, que recuperen las virtudes que robaremos con nuestra presencia. Decía Cernuda que las ciudades, pasado un tiempo, dejan de decir la realidad, se agotan y que, entonces, conviene marcharse de ellas para recuperarlas con el paso del tiempo.
Con Sanlúcar sucede ese mutismo con frecuencia, aunque cuando la naturaleza se conjura sobre su piel, nada más sublime ni más olímpico. Ayer mismo, intentando pensar en la secuencia de mi infancia, sumando los olvidos, vertiendo los acuíferos del sol batiendo sobre el coto, no pude más que escribir. Es la escritura la respuesta sincera que puedo lanzar a ese periplo estanco de mi vida, a ese espacioso meandro de mis pasos.
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“La memoria es ya un rastro sobre el mar”
J.M. Caballero Bonald
Tan firme como un trazo imaginario
así te inventan mis recuerdos:
volcada toda en la impostura
de un horizonte paramero,
de un mirar de marismas coaguladas.
Pusiste límites al hospicio
de un niño sin fisuras ni lamentos,
detuviste al mismo océano en sus manos,
infantes ramajes de esqueleto.
Y lo dotaste de absoluto fingimiento marino.
Todo pasa. Otra banda
en su lengua te tornaste
y tus orillas, tu piel negra,
la inalterable argónida
hecha de verbo y ramajes.

Un ave sobrevuela el firmamento.
Las branquias de un poema me respiran.