jueves, 30 de julio de 2009

nada descansa más allá de la palabra.

Con Scardanelli

Nada descansa más allá de la palabra.
Ninguna cosa sea en ese límite
en que vertimos lento nuestro canto,
porque el canto de un hombre es una especie
de colectivo meditar,
de trastorno insondable ante su misma vida,
ante el amanecer de un discurso indescifrable.

Como una música callada:
la palabra desnuda y taciturna,
un fugitivo tramo del olvido,
los ecos recorridos en silencio
sobre el candente rostro de la muerte.

Con la palabra un mundo se levanta,
un mundo en que el deseo es lo decible.

***
Puestos a escribir, qué poco somos. No hay más que leer el cuaderno de algún grafómano para caer en la cuenta de que los temas son los mismos, de que, a lo mejor, siempre está uno escribiendo la misma página. Últimamente tengo esa sensación, la de escribir siempre la misma página. por eso hoy quiero desvincularme de este cuderno y pensar que estoy escribiend en otro lugar, sobre otra persona, con las cualidades de otro.Aunque es cierto que cada día lo recorro como un acantilado del que desconozco su medida.
Empiezo el día escribiendo, casi silabeando la llegada de la luz a las retinas. A partir de ese momento, imagino que todo lo que sucede forma parte de una ficción y que, después de meditarlo, la literatura es una conversión. Esta conversión establece que la vida fue creada a partir de la ficción y que, todo lo que sucede en ella, es materia de los sueños. Ves, ahora no puedo hacer otra cosa que nombrar a Pessoa, con el desasosiego de saberse mutable en lo aparentemente inmutable. Casi sin darme cuenta y al escribir estas notas, el que escribe forma parte de ese auspicio literario que tanto me agrada y que tanto zarandea mi entendimiento.
Hoy me comporto como un personaje rebelde y cuando acometo las acciones pienso que están escritas. Para desviar esa escritura, cambio el orden, trastoco las acciones y, después de lo acometido, me río profusamente. A pesar de esta circunstancia, me guardo los secretos que nadie jamás podrá sonsacarme, ni el autor de esta letras, ni siquiera el lector más agudo. Porque un personaje debe poseer, al menos, un par de secretos para confirmar que la realidad siempre está adjunta al deseo. Cuando llevo unos minutos riendo, me doy cuenta de que esa risa forma parte de otra trama en la que participo: la irónica manía de leer la realidad.

***
Me faltan muy pocas páginas para terminar el libro de Kertész. Ay, Imre, tus páginas son maravillosas y yo no puedo más que escribirte, así, sin rumbo cierto ni prospecto alguno. Dices que los protagonistas verdaderamente buenos de las novelas tienen sus propios secretos y que lo guardan ante sus lectores y ante el autor mismo. He pensado en Alonso Quijano, en Ulises, en K., en Lázaro, en Bovary, en los Buendía y los Aurelianos, en Montano, en Deza, incluso en un ser transparente como Raskolnikov, en Hamlet, o en el propio Edipo. De todos tengo la sensación de que sus secretos aún perviven a pesar de los lectores, a pear de haber sido inventados.

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