martes, 30 de junio de 2009

Si mi biblioteca ardiera esta noche que fuera en silencio.

El título de A. Huxley es un mal sueño, Si mi biblioteca ardiera esta noche (Edhasa), pero sus páginas son como frutos caídos por la madurez. Atienden el escritor a muchos aspectos de la creación, no sólo literaria. En esos recovecos de la reflexión, se siente uno como en un pliegue interminable, cargado de lucidez y tino. Con el tiempo, este tipo de libro que no pretende ser un libro, me suscita más interés que otro cualquiera. En ellos los autores se dejan llevar por su verdaderas manías del relato, del acontecimiento verbal. No están sujetos a ninguna convención y, a pesar de que parezcan menos elaborados, encuentro en ellos más estilo y transparencia que en ningún otro. Hablo de los ensayos que se tienen como menores, verdaderos trabajos de orfebrería en algunos casos.
Decía que el título de Huxley parece que se escribió después de un mal sueño, pero realmente su biblioteca ardió. Con estas llamas recuerdo un episodio que siempre me ha parecido emocionante, un capítulo del anecdotario en que participan Vicente Aleixandre y Miguel Hernández que cuenta Miguel Ferris en su excelente biografía sobre el poeta de Orihuela, Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta (2002).
Velintonia 3 fue destruida por el bombardeo de los nacionales, que ya estaban sitiando Alcorcón, Getafe, Leganés y Cuatro Vientos. La casa de Aleixandre quedó derruida y, con ella, todos sus libros descansaban bajo los escombros. No encuentro una imagen más terrorífica que la destrucción de una biblioteca. En esos días, lo visitó el joven Miguel Hernández. Ambos llegaron a la maltrecha casa de Aleixandre y comenzaron a recoger todos los utensilios y libros recuperables de aquella demolición. Hernández participó con premura y con la vitalidad de su juventud; cargó en un carro con todos los libros y enseres del Nobel. La anécdota más curiosa es que montó incluso al propio Aleixandre encima del carro. Un carro que costaba mucho trabajo mover por el empedrado del suelo. A pesar de todo, el bueno de Hernández desplazó todos esos trastos y a Aeixandre hasta un lugar de resguardo. Según Miguel Ferris, Miguel Hernandez, con toda la gracia andaluza, acompañó la caminata con voces en alto, como si fuera un vendedor ambulante.


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Quemar un libro es quemar a un hombre. Y como digo, la destrucción de bibliotecas en épocas bélicas ha sido uno de los mayores desastres de la Historia. Porque con una biblioteca muere el conocimiento humano, el logro del hombre como tal, la perenne situación del hombre en el mundo. Y una sola página lúcida y pensada es como una vida que no deja de brotar.

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Es una desconocida, pero debería estar al inicio de cualquier conocimiento. Y, por su naturaleza, muy ligada a la creación poética. Porque la sabiduría oriental es una suerte de escrito filosófico con aroma poético. Y en su concisión, en la naturaleza de sus reflexiones, en la corta y justa palabra, en la misma disposición del verbaje que lo sustenta, la poesía debería estarse cómoda y el poeta propicio por los astros. Mirad, leo en Lao-Tsé: “Sin traspasar uno las puertas se puede conocer el mundo todo; sin mirar fuera de la ventana, se puede ver el camino del cielo. Pues sucede que, sin moverte, conocerás; sin mirar, verás; sin hacer, crearás”. ¿Qué es la poesía sino alma sin vida, exploración de lo inmóvil, velo del paisaje inmóvil, indagación en las ranuras de lo no dicho, tremenda campanada sin sonido, insólita manera de hosparse en el mundo, golpe sin eco, sueño anexo a la palabra?

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Toda la vida llevo soñando y lo que he sentido en esos sueños es lo que soy. Estar poseídos por los sueños es poseer la vida de los demás y apropiarse de lo ajeno. En lo que aparenta no ser nuestro está nuestra vida. Cuanto más distantes de nosotros, más cercanos al yo.
Por ese motivo, la palabra me resulta sospechosa. Ella es un ovillo enmarañado y tremebundo que no tiene fin. El fin de la palabra es una idea y en ella reposa su esencia. Así que su forma es un eco extraviado que proyecta no se sabe qué dictamen. En una sentencia desconfío de los verbos. La acción humana debe ser una meditación. Y en la meditación, la gramática es el silencio. La palabra es silencio en esencia, sólo su música la hace merecedora de elogio, porque la eleva y transmuta.

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