lunes, 16 de marzo de 2009

Un poema de Julio Aumente.

El poeta Julio Aumente (Córdoba, 1921-Madrid 2006) fue el más joven del grupo de poetas de Cántico. Formó parte del Grupo desde el primer momento junto a Bernier, García Baena, Ricardo Molina, Mario López, Ginés Liébana y Ginés del Moral. En la primera etapa de Cántico, Aumente publicó tres poemas y en la segunda, ocho, entre los que se encuentra un poema titulado "Paseo marítimo".
No terminan de convencerme los prólogos que Luis de Antonio de Villena dedica en Visor a los poetas de Cántico. El de García Baena está, además, repleto de erratas y da la impresión de que fue ejecutado con todas las prisas del mundo, como si ya estuviese cobijado tiempo ha en un cajón, expectante para el momento. Algo parecido le ocurre al prólogo que dedica a la Poesía Completa de Julio Aumente: su visión privilegiada termina en prepotencia erudita.
Claro, luego viene la poesía y toda muda, se trastoca. Después de los sonetos barroquizantes y gongorinos de El Aire que no vuelve (1955), puede leer uno El Silencio (1958). Aunque cambiante, la poesía de Julio Aumente empieza a contener desde este libro los temas que le preocuparán siempre. Me detengo en este libro porque habla de la soledad y la desolación, temas que lo acercan a Cernuda y a Machado. Articula su poesía alrededor de la dicotomía cernudiana de la realidad y el deseo, de los ambages y límites que impiden fecundar la plenitud del deseo. El deseo es el único que permite aspirar a la plenitud.
Quiero destacar un poema titulado "Paseo marítimo", por su métrica, la adopción rítmica de los temas mencionados, por la sensibilidad exquisita y refinada de este poeta cordobés. Estas cuartetas asonantadas de versos heptasílabos, la isometría de sus versos, la independencia sintáctica, la asonancia de los pares, el matiz fónico del primer verso que hace que los acentos recaigan sobre la vocal a ( mar, está, lejano)... :

Un mar está lejano,
acaricia arrecifes.
Pez o rojo coral
en luz clara reviven.

Doras con tu presencia
el tibio, el puro, el cálido
dulce y húmedo viento.
En tu cuerpo descanso.

Tus ojos son el mar,
el mar eres tú mismo
-bronce aún débil-, un cielo
pesa en tus hombros, vivo

cuerpo amado. La arena
-luz que se entrega atodos-
sobre las piedras blancas
reverbera sus oros.

La luna en su menguante
roja se nos ofrece
como fruta lejana
que estrellas paladeen.

Tú estás allí y el mar.
Yo aquí frente a la tierra
con su forma tangible
que nos separa espesa.

Nos desune, gravita
lo sólido. Interpone
su densidad, distancia.
Nos va borrando nombres.

Oh, dulce amor, recuerdo
para siempre. Qué limpios
los que el aire me trae,
memoria sin olvido.

Viento de aquella mar
salado en nuestra sangre,
déjame en el presente.
Calla el alma. No sabe.

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo con lo que dices sobre los prólogos en Visor de Luis Antonio de Villena. Sufrí el de García Baena.
    El poema, ¡qué ritmo!

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