sábado, 7 de marzo de 2009

La primavera del patriarca.

Los escritores hispanoamericanos de la novela de la dictadura demostraron que el tiempo que le corresponde a una dictadura es circular y mítico, un anillo en que se repiten los actos siempre en la misma dirección. En todas estas novelas -Yo, el Supremo, de Roa Bastos, El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias, La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes y El otoño del patriarca, de García Márquez, a las que sumamos La fiesta del Chivo, de Vargas Llosa, y otras más recientes- se le a tribuye al dictador, al tiranuelo, la capacidad de destrucción del mundo que le rodea en pos de salvaguardar su propia permanencia en el poder. Es lo que le ocurre a Cara de ángel, en El Señor Presidente, por ejemplo.
En Cuba, la pérdida de las libertades se precipitó allá por los inicios de los años sesenta. Y fue el caso Padilla, el caso de un poeta que tuvo que redimirse de su escritura, el que detonó que la mayoría de los intelectuales que había apoyado a la revolución cubana, dejara de hacerlo a través de un manifiesto. El poeta Padilla fue acusado de antirrevolucionario y por ello tuvo que negarse públicamente y, además, imputar a otros compañeros escritores. En otras palabras, tuvo que cargar con una culpa que no le correspondía para lavarle la cara a la revolución.
Hace unos años tuve la oportunidad de viajar a Cuba. El viaje fue mágico, bien es verdad. Pero la actuación del totalitarismo se dejaba notar en la miseria flotante que se cría en Cuba. Por esas fechas, había un grupo de nuevos políticos que estaban logrando la simpatía de Fidel Castro y del partido, y sus caras aparecían en la mayoría de los carteles propagandistas que recorren carreteras y caminos, calles y plazas.
Esta semana, esos mismos que habían sido el nuevo aliento de la Revolución y que estaban ocupando cargos muy importantes en el “gobierno” cubano han dejado de pertenecer al mismo, porque ahora son considerados peligrosos. Felipe Pérez Roque, ex ministro de Exteriores del gobierno cubano y Carlos Lage Dávila, exsecretario del Consejo de ministros, han escrito al diario Granma una carta admitiendo sus errores y responsabilidades después de que Raúl Castro los destituyera. El propio tirano moribundo los llamó “indigno” y “ambiciosos”. Una decena de ministros han sido cesados de sus cargos por Raúl Castro en las últimas semanas a favor de militares. La dictadura tiene patas de humo; Padilla sobrevuela en estas actuaciones. Mientras todo esto ocurre, el mundo calla. Yo denuncio y así lo hago saber. La libertad siempre.

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