lunes, 9 de marzo de 2009

El fruto maduro de lo visible. Mnemosyne, de Mario Praz.

Para el escritor, la realidad es un fruto maduro. Un fruto cierto -como adjetiva Alarcos la obra de fray Luis- que se deja tomar con facilidad de su tronco, pero que tiene agotada la vida. La vida agotada de vida. En ese ángulo muerto, del salón, debe surgir la múscia que despierte las palabras y las posicione hasta crear literatura. Entonces el fruto visible se hace invisible, entonces el arte se ha apoderado de tu vida.

***
*Pintura de Salvator Rosa, XVII.
Del libro de Mario Praz sale uno sobrecogido, de tanta erudición, y excitado. Pareciera que se ha terminado un paseo por un extenso museo natural, una exposición de palabras y pinturas, con música al fondo, mientras alguien recupera para nuestro entendimiento los vínculos entre las artes desde la época moderna.
Mnemosyne, de Mario Praz, es un compendio de relaciones y de paralelismos que han mantenido la literatura y las artes visuales. No deja sin referencias al mundo de la música y, en buena medida, Stravinsky, Beethoven, Mozart o Bach hacen acto de presencia entre estas páginas que salpican las virtudes del óleo hecho palabra.
Son muchas la páginas que pueden subrayarse, sin embargo, me voy a limitar a señalar los acertados apuntes que nos ofrece Praz al inicio del libro y al final, cuando hace referencias a la invención del paisaje Romántico.
Se habla de James Thompson como el fundador del paisaje romántico, pero Praz señala que los cuadros de Claude Lorrain (ilustración a continuación) o de Salvador Rosa, en el XVII, fueron las fuentes de inspiración para el escritor.
Toda la pintura del XIX se analiza en referencia a la literatura del XIX; los paralelismos entre las obras de Flaubert, Stendhal o Victor Hugo son estudiados teniendo muy cerca la creación pictórica. Es cierto, por otra parte, que Praz parte de las teorías literarias de Wellek y Warren, Teoría de la Literatura, en las que se afirma que cada una de las diferentes artes posee su propia evolución, caracterizado por un ritmo y una estructura interna que le son propios. De esta manera, la evolución de las artes sería un todo en que cada disciplina es un eslabón, una forma autónoma integrada en un sistema global y artístico que desarrolla el “espíritu de una época”.
Son deliciosas las páginas vertidas sobre la poesía de Eliot, de la narrativa de Joyce o de la pintura de Picasso; los vínculos entre Kafka y Brecht con Stravinsky y Mondrian, etc.
Quiero terminar esta pequeña estampa indicando la vinculación entre Paul Klee y Rainer Maria Rilke. Parece ser que Rilke encontró en la pintura de Klee una solución al problema que lo carcomía en sus adentros, necesitaba relacionar los sentidos y el espíritu, lo externo y lo interno. Las Elegías del Duino poseen la fuerza simbólica de las pinceladas de Klee quien, no en vano, sirvió de ejemplo para que lo simbólico no se estableciera con los elementos de la realidad, sino como un mensaje cifrado, propio, creado ad hoc. Praz pone el ejemplo de las estrellas en la Décima elegía como un paralelismo entre el pintor y el poeta y cita una carta de Rilke, dedicada a Sophy Giauque y escrita en referencia a la poesía japonesa: “Le visible est pris d´une main sûre, il est cueilli comme un fruti mûr, mais il ne pèse point, car à peine posé, il se voit forcé de signifier l´invisible”. [Se toma lo visible con mano firme, se lo coge como un fruto maduro, pero su peso es nulo, porque apenas colocado se lo obliga a significar lo invisible”.]

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