jueves, 26 de febrero de 2009

Vulcano me fraguó una conjuntiva.

Se me inflamó la conjuntiva y el mundo se hizo impresionista, chagalliano, turneriano. Ya que el cubismo es un desvío de la cornea. Hasta este momento no tenía conciencia del poder que posee esta pequeña parte de nuestro ojo. Un velo corría por la realidad hasta desdibujarlo todo, ahí he aplicado la imaginación. Para la anatomía, la conjuntiva es una membrana mucosa muy fina que tapiza interiormente los párpados de los vertebrados y se extiende a la parte anterior del globo del ojo, reduciéndose al pasar sobre la córnea a una tenue capa epitelial. Para mí, un adjunto de la fantasía.
Poco a poco, voy perdiendo la virtud epitelial de lanzar una mirada que tapice a los vertebrados que me rodean, que reduzca sus figuras y que extienda mi escritura hasta el registro de unos datos que falseen con sus membranas la mucosa de la vida, la anatómica literaria.

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No sé aún si en este fenómeno de las bitácoras soy, en términos de Umberto Eco, un apocalíptico o un integrado. No sé si podría crearse una categoría intermedia, que dejara en interrogantes la creencia, algo parecido al agnosticismo.

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Compré el libro de Stefan Zweig, El mundo de ayer, por el inicio: “Jamás me he dado tanta importancia como para sentir la tentación de contar a otros la historia de mi vida”.
¿Quiere decir Zweig que los escritores consideran su vida importante para contarla? No lo creo, antes al contario. Las palabras de Zweig se dirigen al problema fundamental del escritor cuando se convierte en el sujeto de sus letras. Cuando el escritor comienza a escribir su autobiografía ajena. Es un desposeído, un trasunto, un alter ego que reconoce en sus huellas los pies de su creador, nada más. El resto es extrañeza y virtud.
Inmediatamente me acordé de un libro de crítica literaria que leí en los años de la Facultad con un tremendo gozo, La máscara, la transparencia, de Guillermo Sucre. El libro recoge ensayos sobre poesía hispanoamericana, pero siempre llamó mi atención los títulos en los que se dividía, tal que “El universo el verso de su música activa” o “Lezama Lima: el logos de la imaginación”. Aún estoy resolviendo ese enigma, el logos de la imaginación.
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El mundo de ayer es el mundo de hoy pasado por el cedazo de la memoria.

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Ni la máscara ni la transparencia. El lector es un viaje. Él recoge el inicio y la llegada. En él el trayecto es un círculo, descubrimiento. Cada lector, cuando lee, es el propio lector de sí mismo.

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Todo recuerdo es el presente, dice Novalis. Leo y convierto el verbo en intransitivo. Un sueño se enciende en la fragua. Vulcano golpea el hierro. Construye una conjuntiva. Ahora el presente es el recuerdo y me preparo para contemplar el mundo bajo un velo mucoso y amarillento. Es el sol de la transparencia.

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