sábado, 28 de febrero de 2009

AICULADNA

Un juego, palabra reversible. La reflexión es la misma siempre que viene al calendario un día de celebración de este jaez. Y escribo “jaez” -vocablo árabe- porque designa un adorno de cintas con que se entrenzan las crines de un caballo. Eso es, un adorno en la trenza de los días, un añadido me resultan estos días de celebraciones nacionalistas. Pero llevo un tiempo intentando regalar mi empatía a todo aquello que no puedo procesar por mi razón o con aquellas personas que no comparten mis posturas. He de darles la palabra, ¡ahí la tenéis, hablad por ella!
Surge una circunstancia que poco a poco va desmoronando mi escepticismo andaluz. El caso es que siempre que se habla de Andalucía o que algún niño quiere hacer un trabajo sobre Andalucía, surgen las voces de los poetas, la poesía, los poetas mismos. Entonces, cuando alguien quiere construir un ideario, y echa mano de la poesía, comienzo a diseccionar en mi mollera eso de la identidad, de las geografías sentimentales y las alabanzas populares.
Andalucía es un recuerdo, porque no es nada sin la palabra de los poetas. Una entelequia árabe que recorre el alambique de los ríos hasta la alhama de las palabras. En ese trazo de la poesía se esconde un misterio, un oscuro misterio que se asemeja a la profundidad de un desierto en la noche. En el desierto uno no encuentra la luz más que en el cielo, la claridad, como dijo Claudio Rodríguez, siempre viene del cielo. Así es Andalucía, una inmensidad negruzca en que se encienden las luces cósmicas de los poetas, de los escritores. Ellos son dadores de identidad.
Luis Cernuda descansa en Méjico, pero nos legó “las playas parameras/ al rubio sol durmiendo/, los oteros las vegas/ en paz a solas lejos,/los conventos, ermitas/ tan tristes al recuerdo…”, ésa es la manera de encontrarme con Andalucía: una playa paramera a la que acudo en busca de su luz, de su carácter, de su ritmo arabizado, de sus callejuelas tentando a los océanos y los mares.
Un niño viene a pedirme consejo para hablar de Andalucía. ¿Tienes campos? Sí. ¿Tienes animales? Sí ¿Un burrito? Sí. Nos vamos los niños y yo al campo. Respiramos, recito un par de poemas y les doy una vuelta a lomos de un burrito. La sonrisa de esos niños fue Andalucía. Si es así, bienvenida.

jueves, 26 de febrero de 2009

Vulcano me fraguó una conjuntiva.

Se me inflamó la conjuntiva y el mundo se hizo impresionista, chagalliano, turneriano. Ya que el cubismo es un desvío de la cornea. Hasta este momento no tenía conciencia del poder que posee esta pequeña parte de nuestro ojo. Un velo corría por la realidad hasta desdibujarlo todo, ahí he aplicado la imaginación. Para la anatomía, la conjuntiva es una membrana mucosa muy fina que tapiza interiormente los párpados de los vertebrados y se extiende a la parte anterior del globo del ojo, reduciéndose al pasar sobre la córnea a una tenue capa epitelial. Para mí, un adjunto de la fantasía.
Poco a poco, voy perdiendo la virtud epitelial de lanzar una mirada que tapice a los vertebrados que me rodean, que reduzca sus figuras y que extienda mi escritura hasta el registro de unos datos que falseen con sus membranas la mucosa de la vida, la anatómica literaria.

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No sé aún si en este fenómeno de las bitácoras soy, en términos de Umberto Eco, un apocalíptico o un integrado. No sé si podría crearse una categoría intermedia, que dejara en interrogantes la creencia, algo parecido al agnosticismo.

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Compré el libro de Stefan Zweig, El mundo de ayer, por el inicio: “Jamás me he dado tanta importancia como para sentir la tentación de contar a otros la historia de mi vida”.
¿Quiere decir Zweig que los escritores consideran su vida importante para contarla? No lo creo, antes al contario. Las palabras de Zweig se dirigen al problema fundamental del escritor cuando se convierte en el sujeto de sus letras. Cuando el escritor comienza a escribir su autobiografía ajena. Es un desposeído, un trasunto, un alter ego que reconoce en sus huellas los pies de su creador, nada más. El resto es extrañeza y virtud.
Inmediatamente me acordé de un libro de crítica literaria que leí en los años de la Facultad con un tremendo gozo, La máscara, la transparencia, de Guillermo Sucre. El libro recoge ensayos sobre poesía hispanoamericana, pero siempre llamó mi atención los títulos en los que se dividía, tal que “El universo el verso de su música activa” o “Lezama Lima: el logos de la imaginación”. Aún estoy resolviendo ese enigma, el logos de la imaginación.
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El mundo de ayer es el mundo de hoy pasado por el cedazo de la memoria.

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Ni la máscara ni la transparencia. El lector es un viaje. Él recoge el inicio y la llegada. En él el trayecto es un círculo, descubrimiento. Cada lector, cuando lee, es el propio lector de sí mismo.

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Todo recuerdo es el presente, dice Novalis. Leo y convierto el verbo en intransitivo. Un sueño se enciende en la fragua. Vulcano golpea el hierro. Construye una conjuntiva. Ahora el presente es el recuerdo y me preparo para contemplar el mundo bajo un velo mucoso y amarillento. Es el sol de la transparencia.

martes, 24 de febrero de 2009

Punto y Aparte. Italo Calvino, lector e insecto.

¿Para quién escribimos? Cuando se piensa en la escritura de un libro tendríamos que imaginar una estantería en la que colocarlo y un lector que lo coloca allí, y que se propone leerlo, imaginarios. Ese lector y esa estantería suponen dos elementos contrapuestos: la estantería es la estática relación del libro con otros libros; el lector, el activo enlace que teje en su casa la tela de araña que une un libro con otro, un libro con otro.Ergon y energeia. De esta forma, el lector es un insecto que teje y cruza las páginas de los libros que ha leído. Un insecto, el lector. Gregorio, la familia Samsa en manos de Kafka.
Esa estantería, inventada por Italo Calvino en Punto y Aparte, está vertebrada por la siguiente afirmación:
“La labor de un escritor es tanto más importante cuanto más improbable sea aún
la estantería ideal en que quisiera situarse, con libros que todavía no están
acostumbrados a estar colocados juntos a otros y cuya proximidad podría producir
descargas eléctricas […]”.
Decía Valle-Inclán que su máxima ambición era escribir dos palabras desconocidas entre sí, unir dos palabras que jamás se hubieran relacionado para conseguir un significado nuevo. Por eso considero que la literatura debe ser siempre un misterio que hay que resolver; la literatura no puede dejarse acariciar por la facilidad del mercado, por las trampas y moldes de lo vacuo. Dejaría, en este punto, de proyectar la biblioteca imaginaria y sólo sería un producto disecado, insípido, vegetativo.
Punto y aparte, ese es el proceso de la lectura. No dejar nunca de inventariar una estantería sin límites cuyas baldas, macizas y repletas, nos digan que nuestra miseria descansa, al menos, en negro sobre blanco. Un testamento es una biblioteca, el legado de un insecto que fecunda la nada.

lunes, 23 de febrero de 2009

TU ACORDE PURO EN NUESTRO CANTO SUENA. A. Machado, Juan Rejano y la poesía.

*A. Machado, camino del exilio, en la casa Santa María, en Raset, aldea próxima a Cerviá de Ter (Gerona).

Varios días llevó su maletín como un encabalgamiento dilatado hasta el caminar de sus versos. Hoy lo tengo entre mis manos. He intentado soñar sus papeles, he decidido escribirlos sólo para mí, para que el fango y las aguas por las que anduvo, sólo sean los surcos de mi mano. Una maleta con los papeles del alma, con el sol revocado de la muerte, con el azul como tinto en el gañote.
Escribe Ian Gibson que Antonio Machado llevaba, ya en la escapada desde Madrid, una maleta. Piensa el hispanista que en esa maleta se acumulaban papeles personales: poemas, borradores y cartas de amor a Pilar Valderrama. En casa Santa María pasan cuatro largas jornadas después de haber atravesado con una furgoneta carreteras comarcales. Llúcia Teixidó recuerda, como administrativa de la finca, que Machado le pidió con encarecimiento que le guadara el maletín que traía consigo.
No se sabe hasta dónde los dejó, a los Machado y a otros acompañantes, el vehículo que los llevaba. De cualquier forma, cerca de la frontera, al menos, así lo asegura, Joaquín Xirau. El frío era tremendo, los dejaron sin dinero, en medio de la carretera y con una lluvia desconcertante. Cuarenta personas en total era el número de expedicionarios del exilio.
Probablemente después de abandonar Portbou, afirma Gibson, después de atravesar una empinadísima loma en Els Balitres, llegan al paso de la frontera. Una pendiente atroz para terminar la vida, una silva interminable de ritmos empedrados de ripios y zafiedades.
El maletín nunca volvió a las manos de Machado, se quedó con el resto de equipaje en la camioneta. Como si las palabras valieran lo que vale un pingajo. En ese maletín se quedó la vida de Antonio Machado, en él, desaparecido y oculto, estaba el rumor de la inocencia que lo invadía, el del amor en carne cruda, el del auspicio de la verdad trémula y cercenada. El odio por los hombres quedó en ese maletín, sólo un hombre bueno levantó las piernas hasta desfondárselas, las piernas del alma, evidentemente.

***
Se publicó hace poco un libro que recoge buena parte de la producción poética de Juan Rejano, La tarde y otros poemas, 2008, en la editorial Cátedra. La edición, a cargo de una especialista en el autor, Teresa Hernández, conjuga de buena manera la selección de textos y la edición anotada.
No había leído nada de Juan Rejano, su nombre lo tenía tabulado en esa lista de poetas exiliados al rebufo de León Felipe, Emilio Prados o Cernuda, de hecho, descansan sus restos en el Cementerio de los Españoles en la capital de Méjico.
La tarde, libro que se recoge íntegro, es la mejor muestra del quehacer poético de este autor cordobés. El resto de libros muestran la diversidad versificadora que poseía el poeta y la profunda sensación de exilio que padeció.
Hay un poema elegíaco dedicado a Antonio Machado, que pertenece a Canciones de la paz, titulado La respuesta. En Memoria de Antonio Machado (1956). De él rescato los primeros versos:
“Me nutrió tu palabra, desnuda y verdadera,
y he crecido a tu lado como un árbol sonoro
al pie de una montaña.
Desde la infancia tengo
Los labios rezumando tu savia humilde y buena.
No te siento: te llevo dentro de mí, lo mismo
Que el rumor enclaustrado de un caracol marino.
Solitario viajero de los ríos
Patriarcales
Y los páramos tristes de Castilla,
Quisiera
Rodear tu memoria de sonidos
Esbelto
Responder a tu augurio y a tu amor
A los hombres
Con el acto tranquilo de mi fe
En la mañana. […]

sábado, 21 de febrero de 2009

PROVERBIOS HUMANOS

Venía alicaído. La mirada rastreaba por el suelo sus pisadas. En la mano un libro y era costumbre que, tras leer algún volumen, se llevara toda la tarde hablándome de esas páginas que tanto le habían gustado o que tanto le habían decepcionado. En esta ocasión, el libro era de poesía, y me extrañó que el Licenciado hubiera escogido un libro de Antonio Machado. Sorpresa, porque se conoce de memoria casi libros enteros. En esas tuve la primera lección.
-Viene usted con la poesía en las manos, ¿tan mal está como para releer a Machado?
-Ay, ay,…la juventud ciega las evidencias, joven. Debe usted medir sus palabras, no las deje tan sueltas y tan llanas.
- Voy a pedirle un vaso de manzanilla, verá como las silvas asonantadas de don Antonio se convierten en seguidillas y alegrías.
- No me pida nada, hoy no me apetece el mundo. El mundo ha dejado de ser un proverbio humano.
-Pero, ¿cómo es posible que usted me diga que no le apetece nada, ni siquiera un caldo fresco? Usted, Licenciado, me regaña cuando me dejo llevar por las cosas insignificantes y me dice, vamos, ¡y me riñe!, con esas palabras tan suyas y que tan bien recuerdo: “Usted en su vida no es nadie para contradecirla. Así que no se deje apenar por ella”.
-Lo sé, ¡y lo mantengo, pardiez!, pero llevo unos días atravesando un desierto. En esas arenas he visto que los hombres han abandonado el conocimiento y la cultura, los valores y la ética a favor de las maldades. Fíjese, ese joven que ha asesinado…esos amigos que lo han ayudado… ¡Esa conducta es una muestra!
- ¿Piensa usted que conviene la antigua moral, la que reprochaba las conductas inadecuadas con fuerza y determinación?
-Admitirle eso es dejar de creer en la libertad de crecimiento y, por lo tanto, en la especie. A lo mejor ya no creo en la especie.
- Parece Shopenhauer, Licenciado, defenestrando la especie humana. A lo mjeor lo que debe es cambiar su voluntad para cambiar la representación.
-Ay, joven, báñese en esa agua, ya no volverá a sentirla.
Mientras tanto, me he levantado y he ido a la barra en busca de dos gorriones de manzanilla. El Licenciado se lo ha embuchado de un solo movimiento. La sonrisa ha vuelto a sus labios. Abre el libro y me recita, casi en silencio. Luego, me dice que le lea Campos de Castilla. Siga, joven, siga.

jueves, 19 de febrero de 2009

ESCRIBIR DESDE LA NADA.

Suele ocurrirme en las conferencias, seminarios o encuentros en los que todo de lo que ocurre no merece mi atención, siquiera oírlo. En español decimos nada de lo que ocurre levanta mi interés. nada cuando decimos todo, ay, José Hierro. Cuando detecto, con unos síntomas claros y evidentes, que la nada pretende que la inocule, me pongo a escribir como un poseso.
Escribo para luchar contra la insidia y para acorralarme entre tanta vacuidad. Difícil trabajo, colosal tarea esta de escapar de las tripas de la nada. Ahora, en este momento, una señora lee unas cuartillas sobre la obra de un autor que está a su lado. Jerez de la Frontera, Cádiz. El escritor calla y asiente con lentitud. La sala se inunda de tos. Ella no cesa de leer, de hacer una referencia y otra, una y otra. Escribo, escribo.

***
No estaría de más hacer un registro, una topografía de aquellos lugares en que concurren unas circunstancias benefactoras para enfrentarse a la nada. En las que no queda otro remedio que escribir. Es decir, en las que no me queda más remedio que atacar el papel con el lápiz. Cómo se hace una nota puede ser un buen título para ese catálogo. Posible lista:
1. Seminario, encuentro, simposio o congreso de literatura en los que los participantes hacen todo lo posible por exhibir sus naderías.
2. Una clase de la facultad (preferentemente de Filología).
3. Un viaje en tren, autobús, avión o barca por el mar.
4. la plaza de una ciudad.
5. la playa, la desembocadura del Guadalquivir.
6. París.
7. Un claustro de profesores, una sala de profesores.
8. Una biblioteca.
9. St. Sulpice, St. Germain-des-Prés.
10. La consulta de un médico.
11. Un café.
12. La plaza de San Marcos, en Venecia.
En estos sitios se vislumbra la candidez de una sintaxis descarnada, el usufructo fonético de lo cotidiano, la semántica altiva de la ficción, las vocales desmayadas de faringe.

lunes, 16 de febrero de 2009

En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano.

Louki, Jacqueline Delanque, la obsesiva protagonista de En el café de la juventud perdida, me espera sentada en el Le Condé. En ese bar, donde los parroquianos suceden como rimas sueltas, hay dos puertas. La más estrecha es la que llaman la puerta de la sombra. Es la puerta por la que acostumbra entrar Louki y es un acto perfectamente establecido para la naturaleza de esta criatura de Patrick Modiano, su umbral de paso: Louki es una suerte de entelequia fonológica, un eco en busca de su sonido.
En el café de la juventud perdida, Modiano escribe utilizando varios puntos de vista (tercera y primera persona) para ofrecer una perspectiva caleidoscopica de la trama. Pero este libro, que no tiene trama más que el deambular de Louki por el París de los 60, se convierte en una factoría de la sintaxis escueta, del estilo recortado y aséptico, de la palabra misteriosa que insinúa, indica, sugiere y nunca maldice.
Un juego de espejismos cuyo corte convexo lo otorga Louki, ella vertbera la imagen: su vida y sus recuerdos son los dos extremos de dicha mirada cristalina. Existe, además, un personaje que puede emparentarse con Perec (últimamente todo lo veo con la mirada de Perec). Bowing, uno de los cafeteros de Le Condé, se empeña en registrar todo lo que ocurre en el bar: quién entra, sale, cuántas veces, qué bebe, etc. Apuntes y notas que completan eso que él llama su Libro de Oro.
¿Quiénes son los habitantes del café perdido? Louki, Babileé, Adamov, el doctor Vala, Tarzau, Jean-Michel, Fred, Houpa, Boeing, Casley, Maurice Rápale, don Carlos, Bob Storms, Mireille y Annet. Bohemios. Lectores, alcohólicos, editores, escritores. Un corifeo alrededor de Louki que viene a decirnos “si toda aquella época sigue aún viva en mi recuerdo se debe a las preguntas que se quedaron sin respuestas”. Todos hablan, opinan, consideran la palabra un artilugio de conocimiento. Porque “Vivimos a merced de ciertos silencios”.
La búsqueda de Louki, una joven que se sitúa entre los límites de la vida presente y los recuerdos, hace que su búsqueda se convierta en un tránsito por los deseos perdidos. Ella estuvo casada con un hombre que nunca amó, su madre era trabajadora del Moulin- Rouge y sus pasos estaban marcados por el barrio y las calles en las que se desarrolló su infancia. De esta forma, este mapa sentimental es un verter de confusiones a la memoria en el presente. Su único refugio es el bar, sus verdaderos inquilinos, los residentes de sus sentimientos, digo, son los cafeteros del Le Condé.
La idea del Eterno Retorno toma desde el principio a un protagonista como vocero. Roland, el personaje que emprende la búsqueda por los parajes con los que anduvo repleto de ilusiones junto a Louki, espera el Retorno y está convencido, al mismo tiempo, de que esa vida que vivió le vale para justificar todas las vidas posibles. Louki y, en parte, Roland, vivieron una vida que se les antojaba ajena, pero que asumieron como propia. En esa dicotomía en que se baten el pasado y el presente está la escritura de Modiano.
Le Condé termina por desaparecer. Los personajes del café pertenecen a la galería de los estantes perdidos. Y Roland, cuando pasea por L´Odéon en busca del café, se encuentra con un palimpsesto y con una evidencia: los recuerdos tienen la vigencia de la fugacidad.
Y ése es el mayor logro del libro de Patrick Modiano, ofrecer en un mapa mudo la presencia insustancial de un personaje que se busca a sí mismo a través de la mirada de los demás. Porque el recuerdo es un filamento de la utopía.

domingo, 15 de febrero de 2009

Kind of Blue at 50, de Miles Davis. El sonido.

M. lleva todo el fin de semana escuchando Kind of Blue (at 50) o, lo que es lo mismo, el disco que revolucionó el jazz en el año 59. En ese año, Miles Davis, John Coltrane, Cannonball Adderley, Bill Evans, Wynton Keily, Paul Chambers y Jimmy Cobb (qué pléyade, qué nómina de cítaros geniales) se reunieron para explorar hasta dónde el jazz podía extender los límites del pentagrama. El resultado es una obra maestra, un azul mudo que representa el sonido de un rey que trompetea y establece el abismo de la música.
Los temas: So What, Freddie Freeloader, Blue in green, All Blue junto a dos cedés, uno deuvedé, que incluyen documentales, ensayos y comentarios de otros músicos. Esta grabación remasterizada conmemora estos cincuenta años de jazz porque sí, de jazz en estado visceral.
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M. lleva todo el fin de semana escuchando la melodía de la eternidad. Una nota sostenida entre el alambique de la trompeta. Un alquimista, Miles,el sonido, Miles, en busca del sonido que da cuerda al mundo. Miles, y se repite su nombre, y So what, como un centinela que percute incandescente sobre los tímpanos de dios. Un demiurgo que arranca de un instrumento el fuego de los hombres; que prende, con la melodía, el rayo órfico que nos posee en estos días largos de música. Porque los días en la música son infinitos, carecen de cronología.

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En la trompeta de Miles suena una música de agua. Como en los Sonetos a Orfeo, de Rilke, “tú les levantaste un templo en el oído”. Lo demás es silencio. Y callo, mudo el entendimiento. Todo comienza a vibrar como un árbol que se levanta, como la trascendencia, que se levanta; música, en Rilke fue verbo, respiración de las estatuas, silencio de los cuadros. Tú, música, lenguaje donde todo termina. Sólo la poesía es capaz de hablarte. Jaime Siles,
“[…] Sólo el nombre
que tu lenguaje escribe
en tu silencio:
un idioma de agua
más allá de los signos”.

sábado, 14 de febrero de 2009

La selva de la caligrafía. El discurso vacío, de Mario Levrero.

Me impongo la abstrusa manía de escribir diariamente. Lo he decidido como una acción -vida en acción, la lucha por la vida- que en ningún momento debe sublevarse a otra actividad. Escribir todos los días, una consigna que he establecido para que alguien como yo, para esa persona que me habita, no deje de tentar la caligrafía de su vida.
Es cierto. No he dejado de escribir, pero tampoco de leer. Estos ejercicios se convierten, en ocasiones, en caminos que se bifurcan, porque cuando se está escribiendo no se considera momento de lectura. ¿ O sí?
Así es que cuando abandono un libro sobre la mesa y considero que deseo y quiero escribir algo, motivado por la voluntad y la conciencia de mi ego, caigo en una depresión inmediata que me recorre de una parte a otra. ¿Leer o escribir? Sístole y diástole de un proceso coronario.
La escritura en un diario es un discurso vacío, que se configura con los años, que se convierte en una mácula imprecisa que destiñe sobre los días la incierta sensación de continuidad. Pero hoy digo que el discurso de un diario no es más que la sucesión de fantasmas que habitan al escritor; la continua procesión de incertidumbres que tientan el abecedario de alguien que parte de la caligrafía para alcanzar la sustancia de un no sé cuál embrión literario. Escribir un diario es testimoniar los días de alguien que desconocemos.

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Los días de descubrimiento debo anotarlos en algún sitio. Ayer fue uno de ellos. Una tarde, en una librería que frecuento mucho, menos de lo que deseo, ciertamente, leí unas páginas de un autor desconocido para mí, pero que guardaba en su obra algún motivo, alguna estrategia, un resultado próximo a lo que busco en la literatura.
Mario Levrero (Jorge Varlotta) nació en Montevideo en 1940 y falleció en 2004. Después supe que no sólo era escritor, sino guionista, fotógrafo, librero, etcétera. Las páginas a la que me estoy refiriendo forman parte de una trilogía, Trilogía Involuntaria. Luego tuve noticias de su Novela Luminosa, obra póstuma, y de algunas narraciones más. Levrero pertenece a los llamados “raros” por el crítico Ángel Rama, aunque para mí los raros como Felisberto Hernández han formado parte de lecturas prioritarias.
Compré El discurso vacío (Caballo de Troya, 2007) y su lectura es grata y está repleta de hallazgos. Levrero cultivó una literatura en que se mezclan los géneros: el ensayo, la narrativa, el cuento o la reflexión. Abandonó su primera época de narrador puro para adentrarse en los confines kafkianos y musilianos de la literatura como vida.
Me impongo la abstrusa manía de escribir diariamente y comprendo que una obra literaria es un discurso vacío, como una caligrafía ilegible, y comprendo que la claridad viene del cielo y que escribir es la parábola de esa búsqueda. Escribe Levrero: “Cuando se llega a cierta edad uno deja de ser el protagonista de sus aciones: todo se ha transformado en puras consecuencias de acciones anteriores”.
Una respuesta, escarbo como un animal en busca de una respuesta, porque no me hace falta llegar a cierta edad para sentir que he dejado de ser el protagonista de mis acciones. Yo es otro, un sucesor honorable, compuesto de mí mismo.
*Imagen: Mario Levrero.

viernes, 13 de febrero de 2009

ESCALA NATURAL

Para ordenar mi literatura escribo en el moleskine:
1. Disposición natural.
2. Aprendizaje.
3. Vida y lecturas (mudanza sucesiva).
4. Conocimiento.
5. Intento de decirlo todo a través de la verdad intuitiva.
6. Verdad o aspiración de verdad revelada, innombrable.
7. La palabra.

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Si el hombre se ha hecho a sí mismo, entonces es posible explicarlo. A lo mejor la literatura es la tesis principal de ese entendimiento.


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Cuando habita la noche en tus aguas y queda agasajada en el trigo; cuando la mañana, el último otoño, un canto perdido de la tarde reptan hasta los tuétanos...


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Todo realismo utiliza y se vale de una teoría, de un concepto de la realidad. La abstracción es el vacío o la inexistencia de concepto. Así la realidad es incognoscible para el hombre, acaso absurda. La literatura se debate entre el nombramiento de la realidad y la creación de una realidad. La literatura es dadora de verdad.

martes, 10 de febrero de 2009

TEORÍAS DE LA RELATIVIDAD (POÉTICA).


¿Pertenece el silencio a la poesía, o es palabra pura, sin más ni más?

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Para un escritor, ser escritor consiste en cederle el espacio al silencio en el momento oportuno. Visto de esta manera, no es el poeta el que escoge la palabra que nombre la cosa misma, sino que elige el silencio mismo, resguarda a la cosa misma de ser tocada por un nombre que no le corresponde.
En este sentido, cabe preguntarse ¿deja un poeta de serlo por dejar de escribir o la condición de poeta sobreviene a la época silente? Si no es así, entonces el poeta sólo es poeta cuando escribe, por momentos.

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¿No es el poeta el que lucha constantemente entre el silencio y la palabra?
"Contra el silencio
Y el bullicio
Invento la Plabra,
Libertad que se inventa
Y me inventa
Cada día".
Escribe Octavio Paz estos versos para esclarecer tal relación. Pero propongo una nueva lectura de los mismos: “Desde el silencio…”, no contra el silencio. ¿Qué ocurriría si la palabra se edificara desde el silencio, como la vida se empeña en la muerte o la poesía en cantar lo eterno? “En el silencio…invento la palabra”; silencio y palabra entendidas como complementarios cuyo compuesto se expresa en la forma Libertad.

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Hay una parábola entre el sol de la nada y la oscuridad de la palabra. Un arco que une el mundo de ultratumba en que nada puede ser nombrado. Unos pasos atraviesan el páramo, huellas sonoras que han sobrevivido. Un poeta no puede volver la vista atrás y regocijarse en la escritura: su encuentro está en lo no dicho. Lo demás es piedra en las retinas, lágrimas de Orfeo.

***


Dice Heidegger que el ser es un don que otorga la palabra. Así lo dice el poeta, Hölderlin: “Ninguna cosa sea donde falta la palabra”. Por lo tanto, es un arqueólogo en la mina del silencio en busca de la sílaba escondida. Nadie como un poeta debiera conocer el silencio, sus límites, sus pasadizos, sus vértebras.

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Las vértebras de la nada tienen que oler a naftalina.

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Para el poeta, todo decir del silencio es poesía.


*Il poeta, de Gian Paolo Dulbecco (La Spezia, 1941).

Transfuga de la noche.

Antes de que mi cuerpo se entregue al derrumbe del sueño, necesito escribir. Escribo y no sueño. La noche es un arco insondable. No sé que quiero dejar escrito; tampoco si es moral hacerlo ahora: la moral del escritor es una solitaria que sobrevive en los intestinos.
La noche es ahora un huidero insoslayable. Todo es apéndice. El universo un dédalo de luces y algoritmos.
Mihi quaestio factus sum, digo con San Agustín. Sí, estoy hecho un enigma. Un aire distinto me respira. Me siento en las branquias de la noche.

domingo, 8 de febrero de 2009

Cómo se hace una novela, de Unamuno.

Leer a Vila-Matas es no dejar de leer nunca. Como un centón, como un tapiz al que se le ven las costuras y los hilos que lo sostienen, podemos trazar -o escribir en mi caso- todas las obras que aparecen citadas. Tengo la costumbre de anotar los títulos y los autores en las últimas páginas de los volúmenes con la intención de hacer un registro (y esto es una manía de Pérec: registre la realidad, es lo que le queda) de un universo literario. Por lo tanto, leer un libro de Vila-Matas se convierte a posteriori en el intento de registrar un universo. Un universo literario. Cosa extraordinaria que me implica hasta la extenuación, porque cuando tengo la lista escrita, el paso siguiente es leer a todos los que están allí. Sin embargo, me acaba de ocurrir un hecho que trastoca todo este mecanismo que ya daba por consolidado y que resumo como unas instrucciones: 1. Leo a Vila-Matas. 2. Saco el destornillador (véase lápiz) y escribo. 3. A continuación, leo a los escritores citados. 4. El paso último es escribir la lectura, como acontece ahora.
Todo esto se ha trastocado y me ha dejado otra enseñanza, una lección. Aunque debo dejar claro que la sorpresa se ha dado cuando la literatura y la vida han cruzado sus coordenadas.
Lección. En las primeras página de París no se acaba nunca aparece citada Cómo se hace una novela, de Miguel de Unamuno. Obviamente, estaba escrita en mi registro, pero la tuve como una obra que no había marcado en exceso la creación de la obra parisina.
Se acaba de publicar en Cátedra (2009) la edición de Cómo se hace una novela a cargo de Teresa Gómez Trueba. En la magnífica introducción del libro, hay un punto dedicado a la relación de la obra de Unamuno con las novelas que se escriben actualmente y la sitúa como un claro antecedente de la novela degenerada, esto es, aquella que ha invadido las sucursales genéricas de otras formas de escribir.
La conclusión a la que llega la editora, y con la que estoy en acuerdo, es que la obra de Unamuno ha pasado inadvertida hasta ahora en nuestra tradición hispánica. Tanto su ejecución como su poética han lanzado una propuesta que algunos autores han recogido exitosamente. Uno de ellos, claro está, es Vila-Matas. En resumidas cuentas, la nivola de Unamuno ha sido rescatada en la “no-vila” (término acuñado por Jordi LLovet), por lo que la lección ha sido a la inversa. En esta ocasión, voy a leer a un autor de otra época, un precedente, un prototipo de lo que Vila-Matas escribió.
La lección: el escritor es un lector privilegiado que husmea por donde los otros no vieron nada; que recoge lo que otros no intuyeron como materia de la ficción y que, además, lo engulle en forma de escritura.

sábado, 7 de febrero de 2009

Silencio en el foro.

Este artículo no puede ser esta semana más que papel mojado. Papel mojado por muchas circunstancias. La primera, la cantidad de agua con la que nos está regando el ciclo de la lluvia. La segunda, porque todo lo que uno escribe sobre la crisis, sobre los hombres o sobre cualquier materia, por muy sustancial que esta sea, termina en nada. Por eso mismo creo que estamos en un Teatro, asistiendo a la representación en directo de una obra que tercia la comedia con la tragedia –como La Celestina-; un espectáculo en que los actores principales son los banqueros y los políticos, es decir, los dos personajes más zafios y rufianes de la historia de este teatro moderno. Cosa parecida ocurre en otros aspectos: el trabajo, la familia, los amigos. ¿Cuándo estamos fluyendo con sinceridad y cuándo bajo el velo de la estupidez? Porque hay posturas que exaltan la incoherencia y otras que recrean la estupidez misma. “Hola buenos días, vaya usted con dios”, ¿me estará condenando al infierno y por eso me quiere con esa compañía?
El Gran Teatro del Mundo, eso es, una interpretación. Cuando Calderón de la Barca escribió el auto sacramental que utilizaba personajes alegóricos, es decir, personajes que representan más allá de lo que son, símbolos escondidos de lo que el mundo muestra, estaba trazando el futuro. Acertó de lleno. Ése es nuestro sino, enmascararnos en un personaje.
No en vano “personaje” significa “individuo de la especie humana” y proviene del teatro griego -etrusco y latín-. En eso nos ha convertido esta sociedad devoradora de individuos. El individuo ha desaparecido, es una entelequia, sólo queda la alegoría de lo que fue: el trabajador, el esposo, el alcalde, el estudiante, el parado, etc. Una galería de protagonistas descabezados y desprovistos de cualquier efecto personal. Quien anda sólo termina perdido, quien pretende transitar por su decisión se precipita al contragolpe social.
Un Gran Teatro del mundo en que juegan con nuestro dinero hasta desplumarnos. Una pose, en último estado. Una palabra de los políticos;pobres diablos, a los políticos ya sólo les queda las palabras en la mentira, vuelven a sus instintos.
Mientras tanto el mundo se convierte en una aldea global, pero de analfabetos envejecidos. En una pandilla, mejor, juveniles ritos de violencia.
A la postre, poco importa haber leído nada, haber estudiado nada, haber escrito algo, ser un hombre machadianamente bueno. Poco importa haber levantado una vida y defenderla. El Teatro sigue y cambia de función. Los asistentes ya sólo asisten. Dormidos, impávidos. Ni un aplauso en el foro. Más bien el silencio, como en La casa de Bernarda Alba. Silencio.

jueves, 5 de febrero de 2009

Luz no usada.

La lluvia comenzó a tocar mi cuerpo. Con cada gota, mi piel se desnudaba. Alcanzó un trazo de infinito.
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Ocurre con fray Luis lo mismo que con san Juan de la Cruz, se leen los poemas en voz baja, rayano en el silencio. Y eso, a fin de cuentas, me parece lo más cercano a la poesía. La poesía debe rugir en las entrañas, pero decrecer en las palabras. Debe tildar los armónicos que subyacen con su creación, pero con la humildad y la gravidez que produce estar escuchando una fuente en medio de la naturaleza.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Jardinero de la revolución.

Me han divertido mucho dos pasajes del libro sobre la vida de Azaña. El primero detalla las tribulaciones del joven Manuel entre los frailes de El Escorial. Después de un paso mediocre por el antiguo bachillerato, como lo atestigua el aprobado en el examen que realizó en el Instituto del Cardenal Cisneros, su abuela, Concepción, le expetó lo siguiente: “Tú vas a ir con los frailucos, nieto”. Una vez instalado con los agustinos, las asignaturas que tuvo que cursar en el preparatorio a las facultades de Filosofía y Derecho son las siguientes: “Metafísica, Literatura General y Española e Historia Crítica de España”. Tengo para mí que estas asignaturas marcaron, a la postre, la personalidad del político, el escritor y el metafísico.
Uno de los profesores, autor de una voluminosa Historia de la Literatura, Francisco Blanco García, impartía dos de las asignaturas, Literatura e Historia. Un religioso que, como cita Juliá, consideraba a Pereda “príncipe de los novelistas españoles contemporáneos” y a La Regenta “monstruoso feto, verdadera pelota de escarabajo, amasada sin arte alguno con el cieno de inverosímiles concupiscencias”. Lo cierto es que este fraile no dejó indiferente al joven Azaña, como tampoco Azaña pasó inadvertido para el fraile quien, en un alarde de apadrinamiento intelectual, comenzó a recomendar al joven lecturas, títulos, nombres.
Este personaje quedará retratado en una novela que Juliá califica de “folletón”, pero que en mi juicio está tremendamente bien escrita. El jardín de los frailes es un sucedáneo de libro de memorias o novela autobiográfica que recoge, mal que bien, estos años iniciáticos de aprendizajes varios y lecturas cientas.
El segundo pasaje es un episodio irisorio, pero de tremenda tragicidad (hay términos que no existen en el diccionario, pero que debieran: tragicidad, epicidad,…). Pegamos un salto en la vida del personaje de marras, a aquellos años convulsos de 1930 en que se produce la insurrección , “el asalto a la monarquía”.
Finales de los años 30. Los militares a la calle y los obreros en huelga era el panorama que se proyectó para el 15 de diciembre. Azaña compró entradas para la representación de Boris Godunov en el Teatro Calderón. En uno de los entreactos se le acercó Pedro Rico, delegado de Madrid en la junta de Alianza, para decirle que la orden de detención de los miembros del comité revolucionario y firmantes del manifiesto llamando a la revolución ya había sido cursada y que la policía andaba buscándolo. Azaña no tuvo más remedio que desaparecer, huir del teatro. La única manera que tuvo fue a través del foso y por una puerta trasera. Por la noche se hospedó en casa de Martín Luis Guzmán; luego a la casa de Sindulfo; después a un hotelito cercano al hipódromo y, por último, a casa de su suegro en la calle Columela, donde se sabía protegido.
La respuesta de Azaña, movido quizás por su añoranza escolar y por sus afanes literario, fue encerrarse a escribir. Comenzó un proyecto literario, una novela, que se iba a titular Fresdeval, pero la política se lo robo a la literatura, no sé si en un favor o en una desgracia, pero al final la asignatura de Historia lo engulló hasta despojarlo de Metafísica y de Literaturas. Un jardinero de la revolución, Azaña.

martes, 3 de febrero de 2009

Azaña, el Ingenioso, en el café de la juventud perdida.

Salí sin ser notado. En la bolsa de la librería llevaba mi caza. La caza de amor, con Gil Vicente, es de altanería, pero la zaca de libros es de majaderos. al fin y al cabo compramos libros que jamás leeremos, libros que en ocasiones regalamos y libros que se esconden por la vergüenza que provoca su presencia. Una caza es una estrategia para derribar a una presa y un libro, cuando se persigue, se convierte en una obsesión que dura toda una vida. A un lado la caza y en carnes las presas. Decía.
A pesar de todo, necesitaba establecer alguna razón que vinculara los tres volúmenes que llevaba aquella tarde en que la lluvia resbalaba por los raíles de la monotonía. Al llegar a casa abrí la bolsa y los dejé encima de la mesa del salón. El primero que pude vislumbrar fue el de M. Azaña y por ese motivo lo coloco primero en esta recensión de libros encontrados. Vida y tiempo de Manuel Azaña 1880-1940, de Santos Juliá, Taurus, 2008, es una voluminosa biografía escrita por un especialista en la materia que ha tenido acceso a los documentos desclasificados. No en vano esta obra casi coincide con la publicación de las nuevas Obras completas del mencionado político que igualmente ha editado Santos Juliá.
En el café de la juventutd perdida, de Patrick Modiano, Anagrama, 2008, estaba en la repisa esperando que mis garras lo atrapasen. Fui a leerlo recién llegué de París, en diciembre, pero se cruzaron Savater, Conan Doyle, Chesterton, ... ya saben, esos invitados que acuden a ocupar la lectura de los otros y que son interminables.
El último libro que dejé sobre la madera fue Elogio y refutación del ingenio, de José Antonio Marina, Anagrama Compactos. Cuando llegué a la librería abrí por casualidad una de sus páginas. Bien adentrado el libro, decía en una suerte de paradoja: “No se puede ser creador buscando la originalidad, no se puede ser creador sin buscar la originalidad. En conclusión, no se puede ser creador”. No pude más que leer el libro entero para descifrar aquella tautología sobre los creadores.
Ahora que lo recuerdo todo -el paseo a la librería, la satisfacción de encontrar libros nuevos, ideas que motiven la lectura, párrafos desafiantes sobre política, etc.-, lo que más me preocupa es encontrar aquel principio que me llevó a adquirir estos libros y a hacerlos coincidir en el tiempo. En el tiempo cronológico y en el tiempo de la escritura, como sucede ahora. Incluso en la propiedad de tu tiempo como lector: tú mismo has hecho que coincidan estos libros y no otros al leer estas líneas.
¿Un arjé? Me parece ridículo e insustancial establecer un arjé para la compra de libros. Tal vez, sumados ya todos los volúmenes que hemos adquirido y amontando en estantes, debiéramos buscar unas líneas que parecen prefigurar algo, algo que Borges llamó rostro, algo que me convence y que llamo vida con todas las certezas de la nada.

***
Estoy seguro de que Manuel Azaña transitó por los lugares en que sucede En el café de la juventud perdida. Sus cafés, Saint-Germain, el jardín de Luxemburgo o cualesquiera de los grandes boulevares. Así que me imagino a Azaña recorriendo la ficción de Modiano, habitando los sueños de Modiano coomo un personaje que cambia de nombre, de época, de ambición. Así que cuando comienzo a leer el libro, me encuentro con el rostro de Azaña recitando unas letras de Guy Debord. Para colmo, caigo en la cuenta de que el título de Marina, tan sugerente e ingenioso, nace de unas palabras de Valéry. Valéry soñaba con un libro que fuera la historia del ingenio; y creo saber en estos momentos que todo ello lo soñó en el café de Le Condé, donde Azaña invade los cafés de Modiano y donde Modiano intenta establecer el itinerario de su juventud.
El ingenio no es una cuestión de perdiciones -me afirmo- sino una procesión de la inteligencia a la largo de la vida. En todo caso, el libro de Marina es, quizás, el manual con el que debo entender que la vida (Azaña) y la escritura (Modiano) son el elogio y la refutación del ingenio.
Con estas letras edifico un timpo de la ficción para Azaña, Modiano y Marina. Tres personajes que coexisten gracias a la prematura ambición de la lectura. Porque la lectura aspira a enredarnos entre los espacios que nadie invadió jamás; en otro sentido, nos ofrece la tierra que nadie quiso habitar y en la que nos encontraremos con el mundo deseado. La ficción puede ser pensada. La ficción puede ser escrita. La ficción, por tanto, es real.