lunes, 7 de julio de 2008

HOY SÓLO QUIERO SER YO

Me traigo de la playa -junto a la brisa, las pisadas de las gaviotas y los cueros al descubierto- un par de libros. Seguí la costumbre de siempre, leer el primer párrafo o, en su caso, la primera secuencia. Pessoa nunca defrauda las expectativas que se proyectan cuando abrigo cualesquiera de sus libros, en todo caso las supera, las revuelve y enloquece.
Por su parte, he descubierto que Robert Walser ya practicaba un ejercicio muy similar a este de las bitácoras; así lo demuestra la publicación de un tercer volumen de escritos en prosa que evidencian que la genialidad no entiende de extensión, que la brillantez sólo es una sombra encubierta que hay que alumbrar no importa con cuántas palabras. Una bitácora desordenada, pero con la fuerza de las grandes obras.

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Dejé para el verano la lectura de dos o tres obras de filosofía porque pensaba que el apaciguamiento de los días sin clase, que las tribulaciones estivales me otorgarían muchas posibilidades en el tiempo. Nada más lejos. Cuando la cuestión es leer hay que hacerlo como si el mundo se fuera a terminar mañana, no se puede esperar el momento ni el espacio oportunos.
Antes al contrario, principié la lectura de la Metafísica de Aristóteles con la mirada puesta en el segundo volumen de Carlos Morla Lynch publicado en Renacimiento, España sufre, Madrid en guerra, con prólogo de Andrés Trapiello. Aristóteles desvencijando todos los andamiajes que socavan mi cabeza; Morla dejando al descubierto, con la franqueza de los testigos, la realidad de unos años decisivos.

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Una sorpresa mayúscula fue el libro de Robert Walser, Escrito a lápiz, Microgramos III (1925-1932), publicado en Siruela. Contiene este volumen giros extrañísimos, pero no por ellos menos hermosos y desconcertantes: “Mi pasado refulge en conjunto como un impoluto cubierto de plata. Su intangiblidad es casi inconcebible”. Qué espectáculo más grandioso son los libros de Walser, todavía recuerdo Jakob von Gunten sermoneando a los profesores o recriminando a sus compañeros todo tipo de comportamiento, qué ángulo inhabitado por escritores el que ofrece Walser.
Si uno observa la caligrafía con la que Walser escribió estas prosas en tantos folios, puede llegar a pensar que se trata de un escritor con paciencia flamenca; su prosa entonces sería como ese pincel finísimo que en Flandes penetraba hasta las costillas de los cristos.

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Gadir ha publicado un nuevo libro de Pessoa, Diarios: “El artista debe ser hermoso y elegante, porque quien admira la belleza no debe carecer de ella. Y, sin duda, causa un dolor terrible al artista no encontrar en sí mismo nada de lo que busca tan trabajosamente”. Con estas palabras de inicio, siente uno la tentación de abandonar la belleza de su prosa y de su pensamiento ya que debilita al máximo mis capacidades. Él crea belleza hablando de la belleza y con belleza; me conformo con contemplarla, en prospección etimológica.
Aunque hay un dato que me ofrece cierta esperanza, cierta sensación que solivianta mis paseos por estas páginas tan bien editadas. Resulta que el día dieciséis de marzo de 1906 Pessoa leía el Organon, de Aristóteles, y entre ese corpus cita expresamente la Lógica y la Metafísica, los libros que me acompañan en estos días junto al suyo. Cierta euforia repentina se apoderó de mí, incluso me llevó a sentimientos altivos. Una vez más él tenía mejores palabras para describir toda esta república de vanidades, escribió el veintiuno de noviembre de 1914: “Hoy, al tomar de una vez por todas la decisión de ser Yo y vivir a la altura de mí mismo, y, por esto, despreciar la idea de la llamada, de la plebeya socialización, del Interseccionismo, alcancé otra vez, súbitamente, al volver de mi viaje de impresiones por los otros, la posesión plena de mi Genio y mi Misión. Hoy sólo me quiero tal y como mi carácter innato quiere que sea.”

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