miércoles, 31 de diciembre de 2008

UNA INDAGACIÓN SOBRE LO QUE ESTÁS HACIENDO AHORA, LECTOR.

Del silencio, una vez que me despojo del ruido de la calle, proviene una voz, la voz de un libro. Sospechosa, atemorizada, acaso. Con un silabeo atenuado irrumpe en la biblioteca la voz de los libros. Acomodado en un sillón recuerdo efusivamente las teorías de Edmundo O´Gorman sobre el descubrimiento de América; todavía me resultan legítimas e incluso necesarias para imprimirle a la escritura que practico un velo de escepticismo y perversidad.
¿He descubierto la escritura? O´Gorman presenta una tesis sólida: el descubrimiento de América es una invención en tanto en cuanto es una interpretación a posteriori de un hecho bien distinto: Colón creyó que había llegado a una isla que pertenecía a un archipiélago adyacente al Japón.
No pretende O´Gorman poner en tela de juicio la empresa de Colón, sino de dilucidar en las entrañas del hecho en sí. Por ese motivo me pregunto si una vez que he llegado a la lectura y a la escritura puedo malinterpretarlas a la postre. A fin de cuentas, los escritores juzgan en cuanto pueden su propio trabajo y sus propias lecturas. “Sí, leí desde joven novelas de Salgari”, o bien, “mi padre me puso en las manos las novelas de Mann”. ¿Y qué si tu padre o tu hermano o un profesor te indicaron un libro, un autor; y ¿Qué, por qué interpretamos que la literatura se alimenta irrevocablemente de lecturas, ¿Estaremos ante una invención de la lectura?
No quiero caer en la tentación de saberme en un continente cuando estoy navegando entre las aguas de un pequeño archipiélago.

***
La literatura como un continente inmenso, desbordante y aún por descubrir. La literatura como una reunión de archipiélagos que lleva implícita una búsqueda personal y necesaria. La escritura, entonces, es el mar por el que navegan los lectores intrépidos. ¿Se imaginan escribir un océano?

***
Las categorías para la lectura siempre han levado a una clasificación de los lectores. Esa idea, obsesiva en los críticos y presente desde la antigüedad, me fascina. Movido por ello, esta tarde he ido merodeando por aquellas páginas en las que me esperaba alguna referencia a los lectores sin orden ni concierto. No debo callar que las sorpresas han sido fastuosas. He anotado algunas oraciones de distintos libros hasta conformar en un papel medio moribundo un puñado de frases arracimadas en torno a un tema. Son doce cápsulas que pienso marcar en la piel de los últimos segundos de este año.
1. “lector suave…”, Prólogo, Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes.
2. “El lector adicto, el que no puede dejar de lee, y el lector insomne, el que está siempre despierto, son representaciones extremas de los que significa leer un texto. Los llamaría lectores puros; para ellos la lectura no es sólo una práctica, sino una forma de vida”, El último lector, de Ricardo Piglia.
3. “El texto prevé al lector…un lector modelo”, Lector in fabula, de Umberto Eco.
4. “Lector de medio pelo…andan por los museos viendo no los cuadros sino los letreros de los cuadros”.
5. “El semiculto, el pedante con lecturas, el anfibio que se acuerda de autores, no de libros”.
6. “El mal bibliófilo, sólo aprecia ya en los libros el nombre del editor, la fecha de impresión, el colofón, los datos de la tirada, el formato…”.
7. "Los apresurados. Van sobre el libro en volandas y, sin embargo, no puede negarse que no lean a fondo, ¿Menéndez Pelayo?”, La experiencia literaria, de Alfonso Reyes.
8. “Conjunto de interpretaciones de un texto… El archilector”, de M. Riffaterre.
9. “Las mejores lecturas del arte son arte. La lectura es la obra misma”. Presencias reales, de George Steiner.
10. “El lector arqueólogo…”, La arqueología del saber, de Michel Foucault.
11. “No existe poesía mientras el lector no acepta el contenido anímico contemplado y propuesto para la comunicación por el poeta. El lector es coactor”. Teoría de la expresión poética, de Carlos Bousoño.
12.“El primer conocimiento poético es el del lector en quien el autor se perfecciona. Todo lector es un artista, término necesario de la creación poética”. Poesía española, de Dámaso Alonso.

martes, 23 de diciembre de 2008

AQUÍ, PARÍS.

Cuando estés leyendo estas líneas, yo estaré en París. Viajo por una cuestión de míticos encuentros y porque considero que los viajes no hacen más que ensanchar los espacios para la memoria. Esos míticos encuentros no son más que juegos de la fantasía que me ocurren con mucha frecuencia. Es bien sencillo, consiste en recordarme a mí mismo callejeando sin rumbo por la piedra lunar de la capital del Sena. Me imagino un viaje en que me encontraré con Tomás atravesando el Pont des Arts y leyendo junto a M. las primeras páginas de Rayuela, de Julio Cortázar. También me imagino a Tomás sentado plácidamente en las Place des Vosges agarrado a un mate argentino mientras corretean a su lado las catacumbas de su infancia. Igualmente, me encontraré con Tomás sentado en un cafetín de Saint-Germain-des- Près mientras sonríe junto a unos amigos al hablar de literatura, de la vida, de los deseos y de las realidades. Cómo no, iré en su busca a la Place de Saint Sulpice, justo en el llamado café Pérec. Allí me lo encontraré dialogando con Enrique Vila-Matas y con un libro de George Pérec abierto entre sus manos y subrayado hasta el exceso, mientras Vila-Matas agarra su Dietario Voluble, le arranca un puñado de páginas con mucho enfado y anota unas palabras secretas que jamás leeré en su libro. Para entonces, La vida instrucciones de uso se habrá convertido en una declaración de derechos universales para los escritores.
Por las mañanas me acercaré a la Place de Contrescarpe, en pleno Bario Latino, para asediarlo -a Tomás, digo-, mientras él cree que se encuentra con Hemingway y que escribe allí mismo, bajo los efectos de un cognac, las quinientas palabras con que el americano daba fin a su creación diaria. Ya lo veo con unas barbas de varios días, con un moleskine negro, pensativo y meditabundo, mientras vuelca su estilográfica sobre la cuadrícula de sus ensoñaciones.
Todos estos detalles los escribo desde una plaza, la Plaza del Cabildo. Para este artículo, que cierra el año, he querido traerme el ordenador portátil a este centro de las letras. He abierto el ordenador a pesar del frío, he pedido en la taberna un gorrión de manzanilla y he deslizado, tecla por tecla, las palabras que pretenden imitar una fantasía que he querido compartir con vosotros. Au revoir, me voy. París, una fiesta. Vuelvo a las filtraciones del pasado, me hago otro y convengo que los espacios para la memoria hay que recorrerlos. Allí os espero.

viernes, 19 de diciembre de 2008

SON DE MAR.

Esta semana escribo bajo el signo de una petición. Hay imágenes, sonidos, objetos o palabras que, por sí mismos, encierran la cifra de un mundo pasado, una evocación de un tiempo irrecuperable en que sólo opera el recuerdo, la memoria. Pero la memoria tiene inclinaciones y preferencias motivadas no sabemos por qué causa remota o inconsciente. Lo cierto es que un sonido puede despertar en uno los más inasibles deseos, las aspiraciones más infantiles, las aprensiones más satisfactorias y los más nefastos de los días.
Unas copas de manzanilla sobre la mesa, una familia enfervorizada por las virtudes del vino y unas acedías pendulares, curvilíneas, revolviendo la cola como un pequeño dragón, un uroboros, que desea estirarse hasta engullirse a sí misma. Ante este paisaje me imprecan a escribir un artículo -éste que lees- para reclamar el sonido de los barcos al entrar por el río, al acercarse a la costa manzanillera.
Al principio me muestro reticente y distraído ante la propuesta, pero los deseos del contertulio no cesan en un punto, es más, se avivan y extienden incluso hasta la representación sonora del hecho: “¡buu, buu!, el sonido de un barco, que recuerdo hace años, al entrar en un pueblo de la costa, no debería perderse..”, me dice.
Vuelvo a repetirle que en alguna ocasión he escuchado ese sonido vacilante ante las playas de este pueblo, pero cuando termina el día, las copas, el pescado, las revueltas dialécticas, esa propuesta se queda enredada en las mallas de mi propia memoria como un langostino de trasmallo que hay que desligar de las redes con las manos. Eso trato con estas palabras: establecer una relación entre ese sonido marítimo y sempiterno en los muelles con la pérdida de la memoria. Seguramente, la función de ese soniquete característico venía motivado por los intereses que creaba la llegada de un mercante o de un buque a cualquier costa. Pero en esta costa, pródiga en piraterías, los sonidos del mar son otros. Ese sonido ha dejado de pertenecerle y como un olvido hay que aceptarlo.
Y eso quiero decirle después de una semana: los sonidos del mar son otros, cada mar tiene una música, una melodía propia, un paisaje que lo acompaña como un lazarillo a su amo. Y en esa presencia actual hay que degustar las aguas como un sorbo de caldo, respirándolo por la boca hasta las fosas de nuestras vidas. * Ilustración, pintura de Turner, siglo XVIII.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

UNOS LIBROS SOBRE UNA MESA SON LA CIFRA DE UN MUNDO.

Sobre la mesa una pequeña pila de libros que reposan desde hace varios días. Los agarré con la intención de elaborar una entrada para esta bitácora que se está convirtiendo en un diario alimentado de los duelos y quebrantos con los que se sustentaba el personaje cervantino. Suena extraño, verdad, atribuirle a don Quijote un padrinazgo. Por sí solo se ha convertido en un personaje cuya vida ha traspasado y borrado la de su demiurgo. Algo parecido le ocurre a Hamlet.
Dámaso Alonso, Carlos Bousoño, Ricardo Piglia… Don Quijote de la Mancha, Una historia de la lectura, de Alberto Manguel, Lector in fábula, de Umberto Eco y La invención de América, de Edmundo O´Gorman. Todos los volúmenes están abiertos por las páginas en las que tengo aquellos subrayados electrizantes y que me movieron a responderle al autor, a esas letras sobre negro.
Leo de nuevo cada uno de esos subrayados con la intuición aminorada de que hay una secuencia secreta que se forma entre todas ellas, como si el subrayado estuviese motivado por la imantación secreta y forzada de la literatura. Les sigo el rastro, las vuelvo a anotar y a reescribir, como un detective que anota la trayectoria de una marca de sangre. Las leo al revés, les cambio el sujeto, el verbo. Incluso proyecto una pequeña lupa sobre ellas, de escaso aumento, para comprobar simplemente que la calidad del papel es paupérrima.
A continuación, escribo en una libreta las frases subrayadas seguidas unas tras otras, sin concierto alguno, sólo el que impera en la búsqueda de lo desconocido. Un párrafo de Cervantes da inicio al nuevo trabajo. Con ese material orgánico comienzo a introducir mi lápiz: cambio una coma, transmutación en nueva literatura.
Compruebo que la línea de sombra que separa la escritura de la lectura es mínima. Sólo un lector, el último lector de esa obra, es capaz de transfigurarle el rostro a las huellas geniales de los autores.

domingo, 14 de diciembre de 2008

IMPOSTURAS

Por estas fechas, ya se sabe, la tiranía del calendario nos arrima a los excesos. A los excesos, digo, en las tasas de pobreza en el mundo, a los excesos cojitrancos, de ricos llenos de mierda. A una numerología que estudia las muertes como una estadística disecada y maloliente, tan molesta para los capitales, como un lastre para una navegación. Y seguimos sin hacer nada serio en el mundo por los que mueren, al contrario de los socorros que arrojamos como puños a las inmobiliarias que han pertrechado nuestras vidas de hipotecas y ruinas morales. A los bancos, que lo pueden todo y lo consienten, a esos ladrones de zurrón deshilachado, Siguen saliendo al paso de los malhechores que desvencijaron los umbrales, a los que paseaban sus billetes como estampas de santos, santos del euro envirotados hasta la coronilla. ¡Para qué tanto dinero si las molleras están más huecas que una barrena seca!
En estos días he dado con un músico genial que me ha despertado algunos instintos adormilados. Eli “Paperboy” Reed, el músico, canta en su The True Loves como un ángel taimado caído de tiempos remotos, tiempos en que la música poseía la capacidad de trazar una línea sobre el agua y marcarla en tu espíritu. Un tamiz, la música que impregna las posturas ante la vida y ante los conciudadanos con una parsimoniosa y delicada estructura insobornable. Por eso escribo en crudo sobre los excesos, sobre estos días de mentiras enqistadas en las verdades de los niños; por eso me levanto y grito contra estos tiempos de eufemismos e insinceridades, en estos días en que las calles se llenarán de una felicidad infundada y mustia, como una flor de un día que jamás fue flor, como una caída del sol hasta la garganta ronca de los mares.
Un último tiempo para este trópico -lastimero acueducto de mis banalidades más remotas-, que no se acopla a los días de navidades y fiestas, villancicos y tremebundas pamplinas de la Navidad. Un grito con la garganta limpia, con la voz pura, colmada de tierra y luz, para estos días en que lo único que me apetece es no vivirlos de esta manera. Por eso corro, huyo, desespero. O escribo y te lo cuento.

jueves, 11 de diciembre de 2008

PASAJES CON EL PADRE BROWN.

Colijo un par de pasajes de Góngora y Quevedo y espero que las ideas cojitrancas salgan al encuentro de esta disposición. Recuerdo, en principio, Inquisiciones, de Borges: “Hay la aventura personal del hombre Quevedo: el tropel negro y desgarrado que eslabonaron con dureza sus días, el encono que hubo en sus ojos al traspasar con sus miradas el mundo…”. El hombre-Quevedo, así escrito, con una soga lanzada por la “e” hasta la “Q”; el hombre apoltronado en la cima de los versos, que hospedaba su mirada en la vulva religiosa y pacata, a un tiempo, del Imperio que contemplaba desmoronado. El mundo por de dentro, como un practicante que hacina la exudación de los hombres -ah, de la vida...- en un siempre fue jamás.
Leo los Sueños, de Quevedo: “Los sueños, Señor, dice Homero que son de Júpiter, y que él los envía…”. Le doy cierre a las páginas del libro de Quevedo y a continuación abro la edición de Góngora y el Polifemo, de Dámaso Alonso, concretamente el tercer tomo de esos tres libros rojos, de tamaño pequeño y que tanta placidez han dispuesto a mis días de estudiante y aspirante a filólogo. En ese libro, en la estrofa cincuenta y uno, lo siguiente: “Del Júpiter soy hijo,[…]”.
Góngora, un sueño unifocal, como un Polifemo; Quevedo, un Júpiter cristiano.

***
Cada vez tengo más claro que el lector es un detective en busca de la verdad literaria. Un detective afilosofado, pertrechado con las retinas afiladas y con la sed de espacio y de infinito, como el verso de Darío. Un lector nunca prevee sus lecturas: siempre se atraviesa alguna disquisición que lo extravía y distrae, que lo conduce a otras bifurcaciones en la propia bifurcación. Algo así como un Holmes o un Dupin que llega a un piso sin ningún prejuicio, sin ninguna estrategia preconcebida a la espera de comprobar que, el cuerpo muerto que yace tendido, es el inicio de una trama que todavía está por nacer.
Evidentemente, el espacio de acción del lector es una biblioteca. En ella husmea, olfatea y vislumbra la caza mayor de un volumen que sólo puede ser catado en sus inicios.

***
Ayer fui a una librería como un lector de esa ralea, sin concesiones de ningún tipo a suplementos, críticos y modas varias que, en buena medida, guían las lecturas del grueso de los lectores. Aparecí de incógnito. No quise llamar la atención en ningún momento. Sólo mantenía mi entusiasmo por poder desplegar todas mis pesquisas sobre los tomos seleccionados. Apliqué mis argucias sobre un libro de cuentos - no me atreví a rescatar mi viejo monóculo-, otro de crítica literaria escrito por un novelista; revisé las ediciones de los clásicos grecolatinos –nunca se debe dar nada por sabido y archiconocido, menos en las letras, siempre la lectura es nueva-, y, finalmente, salí de la librería acompañado por el padre Brown. Sí, el mismo padre Brown agarrado de mi brazo joven. Sus cataratas y achaques óseos lo tienen destrozado, maltrecho.
El padre Brown me obligó a tomar unos vinos con G.K. Chesterton en una recoleta plaza cercana al centro de la ciudad, en plena ebullición de fiestas y celebraciones.
Arrellanado en un sofá de un café, esperaba la mirada achinada y bigotuda de Chesterton. Lo acompañaba un ciego con un bastón y una corbata de color azul, tan azul como un aire bueno y primoroso. Estaban discutiendo y no me pareció oportuno interrumpir aquel diálogo de citas y referencias miles, de asesinatos y sucesos en la rue Morgue, -ah, de la rue Morgue- y lo que vino después.
Sólo recuerdo una respuesta del ciego como un sueño lanzado por Júpiter. Para entonces, el padre Brown había desaparecido. Comprendí que me estaba esperando en las páginas de Los relatos del padre Brown que llevaba en las manos. Aturdido, me presenté de inmediato y sólo pude articular dos palabras: "este libro", -como si estuviese enseñando un cuerpo sin vida, un pedazo de carne pútrida-.
El ciego me hizo leerle las primeras páginas de “El Candor del padre Brown”. Ahora sólo puedo recordarlo todo como un sueño atrofiado, como un grito descoyuntado de un Titán que clama las virtudes de la ironía, la inteligencia y los dones.

martes, 9 de diciembre de 2008

SI HAY CAMINO HAY FIN: UN RODEO AL YO.

¿Qué clase de palabra es la palabra poética? ¿Qué camino procura la poesía al habla? Dijo Martin Heidegger que el habla es “la casa del ser”, pero también dejó esbozada una teoría que me permito rescatar a pesar de mi torpeza interpretativa. Las palabras de Heidegger desprenden que si el habla de los mortales nombra, aproxima realidad o la crea, el poema es el habla puro, dador de desnudez, en cualquier caso, la pureza de invocar del ser humano. Pero a continuación dejó escrito: “Lo contrario a lo hablado puro, es decir, al poema, no es la prosa. La prosa pura no es jamás `prosaica´. Es tan poética y por ello tan escasa como la poesía".
En pocas ocasiones me he topado con unas palabras tan certeras para aproximarme al fenómeno literario. En mi búsqueda, en ese raudo devenir de la lectura, me doy cuenta de que la prosa y la poesía, un verso de Juan Ramón Jiménez o Rilke, un capítulo de una novela de Proust o Mann, un pasaje de Dickens o Kafka, una elocuente página de Ortega y Gasset o de Schopenhauer, pueden procurarme el hábitat necesario para adentrarme en esa casa verbaloide e inasible del ser.

***
En cualquier caso, debemos suponer que el yo es una ficción. A pesar de lo que muchos autores
-entre ellos mis predilectos- hayan querido desvirtuar en las novelas. Disculpen el perogrullo, pero yo no lo tenía tan claro. Porque en poesía el atajo del yo es permutable, insustancial y felizmente reconocido, entre los lectores, identificado con el "sujeto poético". ¿Por qué no así en las novelas? ¿No procura la prosa la misma sustancia que la poesía? Abro un libro de Montaigne y lo primero que me encuentro es una ironía que presenta los volúmenes de sus Ensayos. El humor de Montaigne, no lo entiendo de otra forma, es paralelo al de Cervantes. Y escribo humor, y escribo ironía, el haz y el envés de la genialidad.
Montaigne: “Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro: no hay razón para que ocupes tu ocio en tema tan frívolo y vano”. Frívolo y vano el yo de Montaigne, a sabiendas de la profundidad de sus escritos en 1580.
Chateaubriand, en el "Prefacio" a sus Memorias de Ultratumba: “Como me es imposible prever el momento de mi fin, y a mis años los días concedidos a un hombre no son sino días de gracia, o más bien de rigor, voy a explicarme”. Esto lo escribió un señor a punto de cumplir setenta y ocho años. ¡Voy a explicarme!...y para ello escribe cuatro volúmenes de más de seiscientas páginas cada uno. La ironía de este vejete católico y perspicaz llegó al paroxismo cuando declaró a continuación en el mismo "Prefacio": “es hora ya de que abandone un mundo que me abandona a mí y que no echo de menos”. Así las cosas las memorias venían a contar l que nunca le sucedió al francés, lo que pudo conar el ángel caído del paraíso, el proscrito de la vida. Los escritores son demonios desobedientes de los colmillos celestiales de la vida eterna. No se la cren y por eso escribe desde el arco iris, allí donde la vida significa que ya no es.

***
Estoy convencido de que a Cervantes -“yo sé quién soy”- le ocurrió algo parecido. La vida lo abandonó, terminó por expulsarlo de sus límites y fue entonces cuando adquirió esa propiedad inaudita de los mortales que los dota para escribir más allá de su tiempo. Montaigne quiso escribirse a sí mismo, desgranarse en letras; Chateubriand, “explicar” su vida a la manera de unas memorias póstumas, Cervantes, desgajar de su visión tremebunda y vitalicia la otredad de su ser.
Imre Kerstész escribió Yo, otro para proferir un exorcismo a su yo, a sus días, para evacuar de sus recuerdos la vida del otro que habitó en él. Y por eso mismo el camino al habla, como casa del ser, prefigura en estos escritores una teleológica fascinación.

***
Escribir, dador de vida; escribir, escindir un abismo para habitarlo con la ficción. Esa escisión es la vida. ¿Tu tiempo? En un recuerdo acumulado. Sólo la palabra lo recupera, por eso es órfica y salvífica, recupera y sustrae de los adentros (de sí mismos) el tiempo perdido al ahora. Roba lo que fue y le otorga la sustancia del ahora, perenne, obviamente.

***
Como escribió Gracián en su Oráculo manual y arte de prudencia:” No se nace hecho: vase de cada día perficionando en la persona, en el empleo, hasta llegar al punto del consumado ser, al complemento de prendas, de eminencias”. Describen estas palabras de Gracián la manera de estos letrados que se han apoderado de esa aspiración como forma del ser.
De la misma manera que, en otro pasaje de Gracián, he querido ver a Don Quijote leyendo a carcajadas lo que Baltasar disponía.
Esto supongo que leyó el bueno y benigno de la Mancha: “El varón consumado, sabio en dichos, cuerdo en hechos, es admitido…[…]Algunos nunca llegan a ser cabales, fáltales siempre un algo; tardan otros en hacerse”.

***
También soñé con Don Quijote recitándome a los pies de la cama varios pasajes del Tractatus... de Wittgenstein. Como un rosario, no cesaba de repetirme: “El mundo es la totalidad de los hechos…”, una y otra vez, para terminar con la voz en grito: “fazañas, fazañas…”. Luego, sosegado, me decía: “Si una pregunta puede siquiera formularse también puede responderse”, y yo me escondía debajo de las sábanas como si quisiera encontrar entre ellas las migajas de mi entendimiento, el oráculo de mis fascinaciones, las memorias de ultratumba, las posesiones del yo, otro, el camino del ser...

sábado, 6 de diciembre de 2008

PATENTE EN BLANCO DE PÉREZ REVERTE QUE FUE VILA-MATAS.

Con patente de corso he leído en una entrevista a Arturo Pérez Reverte en El País, una afirmación vilamatiana, de esas que se clasifican inmediatamente como metaliterarias o metafictivas y que tanto irrita a los que buscan en el libro un meneo aventurero o un tobogán de espadas o malandrines. "El libro que no te lleva a otro es estéril, fallido", eso ha dicho Pérez Reverte, y por unos momentos, me he quedado cavilando sobre la posibilidad remota de que en literatura exista un territorio de encuentro, una especie de aleph, en que por un camino o por otro, la literatura sea un jardín de senderos que se bifurcan, pero que terminen enjugados por la misma sustancia.
En ese sistema de la literatura, cada libro viene a ser una delicada parte: una letra, un sonido, una sílaba de un lenguaje singular y propio. Hay libros que sólo alcanzan el nivel fonético y no pueden trascender más allá de las pretensiones epidérmicas del ser. Otros se instalan en el nivel semántico y producen nuevas significaciones a la vida humana, maneras insospechadas de dotar de significado a la vida. Sin embargo, hay libros que son la literatura misma, que de ellos emanan otros libros porque lo contienen todo, participan de todos los niveles y los reinauguran, se inoculan en el espíritu. Cervantes, Shakespeare, Montaigne, Platón, Aristóteles... son algunos autores que engendraron el seno de ese aleph.
Por todo esto, me alegro sobremanera de que, de vez en cuando, alguien que practica una literatura que no es de mi total agrado, confirme que ésta es simple y compleja, única y universal, un útero edificante que procrea a pesar de los bastardos que le salen alrededor.
Un libro que no te conduce a otros libros es un libro estéril, y hace poco hablé de la fecundidad del lector como el disparadero de las lecturas que se esconden, como marcas de agua, tras las líneas de un libro.




martes, 2 de diciembre de 2008

EN EL FESTÍN DE ESOPO.

En la mesa, un festín: la prosa y el pensamiento de Octavio Paz que emana tras la lectura de Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo. El tiempo, en esa lectura, se envuelve en la circularidad del mito; todo lo que toca con el verbo lo transmuta en primogénito, incestuoso, laberíntico, espíritu; algo que es nada y es todo.
Explica Octavio Paz que este libro surge tras la lectura de Lévi-Strauss y que el polígrafo francés sobrevive al devenir de la evolución etnolingüística porque nunca optó por una posición unívoca hacia el estructuralismo.
En la mesa, mientras dialogan Paz y Lévi-Strauss, dejo que las palabras vayan tejiendo esa solidaridad con la finitud humana. Me levanto de la mesa, pidiendo disculpas, y agarro un libro del francés que se titula Mito y Significado. Leo lo siguiente en el apartado referido a la Música y el Mito: “La música destaca los aspectos referidos al sonido ya presentes en el lenguaje, en tanto la mitología subraya el aspecto del sentido […]”. Luego viene a explicarnos que la relación entre la música y el lenguaje es espinosa porque, si bien comparten la existencia de sonidos, que por sí mismos no poseen significado, en el lenguaje existe la palabra para solventar el problema. En la música no hay palabras, hay frases, oraciones.
Esta visión eminentemente estructuralista de la música, me ha servido en buena medida para entender que la escritura de Octavio Paz es un discurso musical apoyado en los sonidos de la lengua pero cuyas palabras se establecen para conseguir eso que, en definitiva, llamamos arte. La opinión de Octavio Paz en este ensayo es una respuesta artística que procede a continuación de la lectura a levantar los límites del significado. Por este motivo, fui raudo a leer a Strauss, quería escuchar la melodía primera, para entender a continuación las variaciones sobre el tema del mejicano. De esta manera la lectura se convierte en un proceso bifocal, bifurcado, ambidiestro que plantea una encrucijada: el arte es transmutable en ensayo, en poesía. La crítica y la lectura no son más que posibilidades de esa transmutación. La poesía en sí es una lectura de la tradición, digo. Y a continuación afirmo que la literatura es la lectura del espíritu. El lenguaje son los sonidos, las novelas son las palabras, la poesía el significado. El arte procura la mixtura de estas tres sustancias bajo el dominio enigmático de un creador.


***

Quiero destacar el apéndice de la obra. Este apéndice está dividido en seis apartados. El primero es una defensa del concepto de formalismo más allá de las restricciones lingüísticas. El segundo está centrado en las aportaciones de Chomsky. El tercero aboga por un análisis de la mitología en Méjico. El cuarto procura una interpretación de los mitos desde la perspectiva lingüística, en que los mitos son frases o partes de un discurso que comprenden a todos los mitos de una civilización. Parada y fonda. En este sentido Paz propone la lectura de Góngora no como una poesía que está después de Garcilaso y antes que Rubén Darío sino un texto en relación dinámica con otros textos, no un texto aislado sino participante de un sistema de textos.
Así, al considerar la poesía como un sistema más que como una historia, la significación no depende de la cronología ni de nuestro punto de vista, más bien se alza dentro de las relaciones que mantiene con otros textos y del resultado de ese movimiento. Puede que la obra de Quevedo refulga en los versos de Vallejo o de Borges y es ahí, en ese estar ahí, el movimiento que debemos interpretar. En definitiva, explica Paz, “ La idea de de Lévi-Stauss nos invita a ver la literatura española no como un conjunto de obras sino como una sola obra. Esa obra es sistema, un lenguaje en movimiento y en relación con otros sistemas: las otras literaturas europeas y su descendencia americana”.
Al recibir esta invitación no puedo más que aceptarla con gratitud, con la benevolencia del que escribie leyendo, del que desgarra de su lectura las posibilidades de la ficción.


***

La poesía trasciende el lenguaje…dice Paz: “toda frase dice algo que puede ser dicho por otra frase, todo significado es un querer decir que puede ser dicho de otra manera. La frase poética no es un querer decir: es un decir irrevocable y final, en el que sentido y sonido se funden”. No puedo dejar de adquirir estas palabras para volverlas a escribir yo mismo. La inteligencia se hace presente, estructuralismo y poesía, pero escrito por un poeta. Lenguaje y pensamiento, pero trazada la virtud desde la posición artística. Así pues hay un antagonismo entre la matemática y la poesía que reside entre los significados múltiples y variables de la palabra poética y el significado unívoco de la matemática. Pienso ahora en los versos de fray Luis o San Juan de la Cruz, aspiraciones místicas que surgen de la inmovilidad finita del hombre hasta la hondura múltiple y desparramada del significado, de la aspiración a la armonía de las esferas.


***

Un círculo finito con aspiraciones rectilíneas, es la poesía mística.

jueves, 27 de noviembre de 2008

EL MOVIMIENTO PERPETUO DE LA FECUNDIDAD.

La literatura es una cuestión de fecundidad. No por ello todos los lectores terminan fecundando páginas en blanco, algunos son estériles al caso. Pero la mayoría logran hablar o comentar oralmente lo que acaban de leer, y lo lanzan al viento dejando la posibilidad de que otra ovulación mental las atrape y las procese hasta convertirlo en materia de la ficción. La literatura es, por tanto, una cuestión propia del instinto más primitivo de los hombres, aquella que profesa la inconformidad de alojarnos solos en el mundo.

***
…-Dijo.
Y ante aquellas palabras no tuve más remedio que volver a la encarnadura del libro, a las páginas que me convertían en una limaza que dejaba su rastro a fin de recordar el tiempo perdido.
Leí entonces que Heidegger defendía tres cualidades -si alguna vez las tuvo- del ser en El ser y el tiempo, a saber, es el más universal de los conceptos, es indefinible y es el más comprensible de todos.
Quise llevar a la experimentación esta propuesta sobre el sentido del ser. Si es el más universal, osado soy si pretendo condensarlo aquí, en esta inmediatez que me abriga. Así que me abandono a lo que soy con la citación de lo universal. Por otra parte, no puedo ser la predicación del ser, así que no soy, no quiero participar, bajo mi voluntad, del ser indefinible. Por último, en todo caso, cuando digo “Hoy soy una paloma multicolor o Escribir es un sacrificio pétreo”, al no descifrar el ser, debo sentirme un enigma, porque mis palabras buscan la escapada hacia la comprensión.
…- seguía diciendo.
Por cuestiones de salud, abandoné la reflexión con las ideas muy claras. Debía terminar esa charla y llevarme conmigo todas las incertidumbres del ser. Porque cuando digo estoy cansado de este mundo, no sé muy bien si me dejo a un lado o yo mismo estoy incluido en él.

***
Rápidamente me acordé del cuento de Monterroso que abre Movimiento perpetuo, sí ,un cuento en mi opinión: “La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo”. Ya obnubilado por la clarividencia, decidí leer el cuento unas doscientas veces para encontrar en él un mensaje cifrado, introducido por Monterroso tras leer a Heidegger.
La vida, un ensayo. Un cuento, los inventos. Un poema, los sueños. El ensayo del cuento del poema de la vida, un movimiento perpetuo. Un perpetuo movimiento.
A partir de entonces comencé a establecer las misteriosas relaciones que guardan estas predicaciones. Son universales, son indefinibles y comprensibles al mismo tiempo. La literatura, la vida. Es.

***
Fecundidad, del latín fecunditas. En su cuarta acepción significa reproducción numerosa y dilatada. “Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea”, escribe Monterroso en “Fecundidad”. A lo mejor el secreto lo dilató el de Tegucigalpa en este cuento. Por ejemplo, el ser es la fecundidad del ser.

***
Mañana me sentiré fenomenal; un Monterroso; concluiré esta línea. El ser es la aspiración del ser. La escritura, pensar qué se escribiría si se escribiese, como dice Vila-Matas.

lunes, 24 de noviembre de 2008

YO, OTRO, IMRE KERTÉSZ

Hay libros demoledores, que en sí mismos guardan una profecía que se me antoja propia y extraña al mismo tiempo. Un cifrado ajeno, pero que revoca sobre nuestra especie. Hay libros que ocupan el espacio de una elipsis equiparable a la conmiseración del ser humano, del relato de sus desvelos y utopías. Libros que detienen el paso atropellado y deforme del tiempo, que supuran el humor con que deberíamos añadirnos a lo que nos ocurre diariamente y llamamos vida. A eso que nos recorre inmisericorde y que igualamos con la muerte.
Yo, otro -Crónica del cambio-, de Imre Kertész, es la historia personal de una elipsis, que es un yo, y que se identifica con dos momentos cruciales para el autor: su paso por Auschwitz y la muerte de su mujer. El título del libro consiente una lectura que visualiza la historia que se narra como la ocupación de una elipsis; la desaparición, por conocida, de la vida. En el título falta el elemento verbal que dote de vísceras a un yo que ha surgido de la negación profunda del yo, esto es, de un campo de concentración.
La crónica con la que avisa el subtítulo es una encrucijada que no queda resuelta. Es la crónica de un yo que se afirma en la negación de ese yo, precisamente en el cambio hacia el otro que es, de la misma manera, un desconocido que surge y florece al calor de la muerte.
Pessoa, Rimbaud y Montaigne abren la caja de citas que antecede al libro, el bajo continuo que las armoniza. Tres autores que han mordido en el corazón las más profundas entrañas de las que tenemos noticias, que conocieron el alma humana como Caronte la laguna Estigia. Dice Kertesz: “Anoche traté de imaginar largo tiempo, con gran esfuerzo, mi no existencia. La nada subjetiva. […] Pero, ¿qué partícula de esta vida fragmentada se refiere a sí misma con la palabra “yo”?”. Ahora, tras leer el libro de este autor que nació en Budapest, me pregunto, bajo el hechizo de la fragmentariedad del yo, qué pedazo de mis letras me pertenecen, cuál es el eterno sustento que me lleva a afirmarme?

***
Escribió Wittgenstein en sus Aforismos, libro que estaba traduciendo Kertész cuando escribía el suyo: “Una cosa es sembrar pensamientos, otra, cosecharlos”. Así puedo afirmar que hasta ahora sólo he sembrado las partículas de un yo que jamás he cosechado. Escribir, acaso, sea una manera honrada y coherente de recoger la siembra de las lecturas, de la vida insospechada. Lo que ocurre es que la mayoría de las veces la cosecha está podrida.

***
Nuestra tarea en el mundo no es entender el mundo. Nuestra tarea es la incomprensión. La tarea del escritor es escribir las secuelas de esa incomprensión; la del poeta, hurgar en las profundidades del incomprendido; la del músico, proferir un arañazo en la materia de la nada.

***
Rescata I.K. unas palabras de Pessoa que traslucen buena parte de la escritura de su libro. Es una poética colocada en la mitad de la obra. Escribió Pessoa: “Estoy tan lúcido hoy, como si no existiera”. Por este motivo, entiende Kertész que su vida pasada pertenece a un espacio que fue devorado por los límites de su soledad. En ese estadio del alma, en que uno cree vislumbrar que ya no es, comienza la escritura. Entonces, bajo esa estirpe locuaz e irrazonable para los hombres, puede alguien, un genio, encontrar las palabras más exactas del universo para nombrar, siquiera, un pizca de nuestro deterioro. Cuando venga a darse cuenta, se habrá metamorfoseado en otro ser que deniegue su vida, que le entregue en las manos su muerte.

***
En este libro existe una secuencia perfecta desde todos los puntos de vista. Un escritor debe aspirar a algo parecido, a unas líneas semejantes. El sujeto narrado de este libro se encuentra en una habitación a orillas del Balatón, en Szigliget, lo que él llama "la casa de los escritores". A continuación comienza una reflexión que viene motivada por la fuerza de antaño. Allí cree recordar toda su vida, todas las vidas de todos los hombres: Nietzsche escribiendo El nacimiento de la tragedia, un hombre llorando, el tacto de un pelo lacio, el color de las orquídeas, el sabor de la noche. Es el espíritu de la narración del mundo. Recuerdos que son como perros abandonados que nos rodean y nos miran, que aúllan y nos lamen la mano.

***
El escritor piensa que su vida es inaudita, a pesar de que todos los indicios nieguen la mayor. Pero si no lo fuera, si yo no creyese que lo fuera, no escribiría. El escritor deja de ser hombre para vivir la vida de otro, para contar, a sabiendads, que en ese trance dejará de ser.

***
Por tanto, al final de cuentas, poco importa qué hayamos vivido. ¿Quién sabe cuál es su vida, hacia dónde dirigirnos, a qué entregarnos? Hagamos lo que hagamos no seremos nosotros, será otro. Yo, otro, tú, otro…quien nos narre. Ni nosotros mismos sabremos si en esa necesidad de escribir estamos ejecutando los deseos de otro mismo que somos nosotros.

sábado, 22 de noviembre de 2008

FRANCO Y LOS JÓVENES.

Los juegos con el pasado son peligrosos, máxime cuando se utiliza una época desastrosa y cruel como acicate para desvirtuar la presencia de la democracia y la tolerancia. Esta semana han retransmitido en televisión una película sobre los últimos días de Franco en que lo único que importaba era la salud patética de un dictador que terminaba sus días en la miseria física. La película, que cinematográficamente no posee virtud alguna, es un delirio insostenible de los últimos días de Franco ya medio moribundo entre llantos y dolores de toda ralea.
Mis alumnos, en el instituto, estaban avisados de antemano porque suelo hacer muchas referencias a nuestro siglo pasado, ya que el desconocimiento de lo que ocurrió en este país durante tanto tiempo es absoluto por estos jóvenes que se suponen el futuro de la patria. Hasta hace unos meses no sabían quién era Franco, no conocían nada de la guerra civil que se libró entre 1936 y 1939, desconocían que la dictadura diezmaba la libertad de expresión, pero tampoco sabían nada acerca del POUM y de la muerte de Andreu Nin; por supuesto, ni hablar de Paracuellos. En definitiva, no tenían ninguna noción de los males que nos azotaron en tiempos pasados, de la inquina con que se ensañaban los hombres por unos ideales ficticios que sólo eran coartada y pasto de las llamas, traiciones y juramentos en falso.
Estos jóvenes vieron la película con entusiasmo, movidos por mis palabras de aliento, pero acabo de arrepentirme porque han obtenido una imagen borrosa y desvirtuada, la pintura de un abuelo que siente venir la muerte, el ahogo de la finitud. Un abuelo preocupado por las cuestiones papales y por las nimiedades del fútbol. Pero nada se detalló de los fusilamientos que se firmaba en 1975, meses antes de su muerte; de las condenas que siguió firmando a pesar de sus enfermedades, de las posturas xenófobas contra los marroquíes, contra los homosexuales, contra los comunistas, contra viento y marea, contra todo lo que no llevara el marchamo de una España imperial que, gracias a nuestra naturaleza finita, se terminó un veinte de noviembre de 1975.
Por eso escribo ahora y les leo esto a mis alumnos con la carga ética de sentirme responsable de la transmisión de un pedazo de historia que, al morderla, transmite los hongos y las bacterias de la putrefacción. Si esta es la capacidad de análisis de nuestros medios de comunicación y las formas que poseemos para adecentar nuestra interpretación de los hechos, es evidente que todavía marchamos a ritmo de españas invertidas, vertebradas y químicamente pútridas. Porque la noción de Historia en este caso funciona como un elemento químico usado cuando venga en gana al historiador.

martes, 18 de noviembre de 2008

REGARDS Y GREGUERÍAS.

Últimamente sólo leo los libros que me hubiera gustado o me gustaría escribir. Más bien debería decir que compro y leo los libros que me ayudan a escribir y que me animan a ello, que me precipitan a la escritura tras leerlos o, mal que bien, me deparan horas felices de notas y reflexiones que se suman a la lectura ya olvidada. Uno de esos libros es el de Pessoa, porque Libro del desasosiego es un manual de filosofía estoica, un magnífico libro de poemas y un virtuoso relato que profundiza en las arterias de un yo que se remeda insustancial entre las letras que son los hombres. Por este motivo, considero que a Pessoa hay que leerlo como si estuviésemos adentrados en un libro de poesía; no puede leerse Hijos de la ira o Desolación de la Quimera de un trago, en una tarde, antes al contrario, hay que administar muy bien la lectura poética para no caer en el empacho. Así que llevaba algún tiempo alejado de Pessoa, hasta que me he vuelto a enredar en ese trance solipsista del desasosiego. “¿Por qué no ha de ser todo algo que ni siquiera podemos concebir, que no concebimos, un misterio de otro mundo? ¿Por qué no hemos de ser nosotros –hombres, dioses y mundo- sueños que alguien sueña, pensamientos que alguien piensa, puestos siempre fuera de lo que existe?”.
Aquí, sentado a mi lado, está Augusto Pérez, roto de la risa, leyendo estas palabras de Pessoa y tocándome las manos, para que no siga escribiendo estas inoportunas notas. Se ríe y yo mismo comienzo a reírme, buscando el humo de la ironía que desprenden, en el fondo, las palabras del lisboeta. Augusto viene con barba blanca, gafas plateadas, tirantes que recogen el pantalón maltrecho y mustio que sufre la inquietud de su amo. Cada vez se parece más a don Miguel y me pregunto si no está conmigo el verdadero Unamuno, aquí sentado, tronchado de la risa y leyendo esto que escribo acerca de un escritor que decía sentirse sueño de otro. "Quiero vivir, vivir...y ser yo, yo, yo...".

***
Hoy quiero escribir desde el lomo de un elefante o desde el trapecio de un circo. Pero, mientras tanto, quisiera mantener entre las manos la Biblioteca personal, de Borges, y leer en voz alta las palabras que le dedica a Ramón Gómez de Serna.: “Nadie ignora que Ramón Gómez de la Serna dio conferencias desde el lomo de un elefante o desde el trapecio de un circo”. Me bajo del elefante por dos motivos. El primero se refiere a la obra El Circo, de Gómez de la Serna. Ya dije que me sorprendió esa fuerza circense que hace que los sustantivos cojan un látigo y adiestren a los adjetivos, que los verbos armonicen la sesión haciendo que los adverbios parezcan infinitos. El segundo, paso a relatarlo a continuación.
Sorprendido por esta relación que hace Borges entre Gómez de la Serna y el circo, termino el Prólogo a la obra de Silverio Lanza escrito por Borges con el rostro encendido: “La note suffit (la nota me basta), escribió Jules Renard, cuyos Regards inspiraron acaso a nuestro autor la iridiscente greguería, que Fernández Moreno comparó con una burbuja”.
Renard, Gómez de la Serna, la greguería influida por el micrograma de Renard, por su laconismo y aspiración de sentencia. Y escribo esta greguería para mí: “El lector ama más, como la mujer, a quien más lo ha engañado”.

sábado, 15 de noviembre de 2008

GONZÁLEZ VIAÑA NARRA "LA MAYORÍA INVÁLIDA DE HOMBRE" DE C. VALLEJO.

Siempre he leído Trilce, de César Vallejo, teniendo muy presente su paso por la cárcel. Es más, cabe una lectura en clave que se puede interpretar como si Trilce fuera las pintadas que Vallejo hubiera dejado en los muros de esa prisión y, por lo tanto, en los muros de su vacío existencial, “en los muros de su patria suya”. Todo esto sin perder de vista que la madre y una amada habían muerto meses antes. Fue en el viaje para ver la tumba de la madre en el que se vio envuelto en los acontecimientos que lo conducen a la cárcel.
Siempre he leído Trilce, además, teniendo en cuenta que durante más de dos meses vivió clandestinamente en la casa de Antenor Orrego, en Mansiche y que, después de la cárcel, su vida siguió apegada a la transhumancia y la clandestinidad hasta que murió en París.
Un poco más tarde, al leer su narrativa completa, comprobé que Escalas melografiadas pertenece a este periplo carcelario o estancia en los infiernos. “Cuneiforme” se divide precisamente en "Muro noroeste", "Muro antártico", "Muro este" y "Muro dobleancho", "Alféizar" y "Muro occidental", una disposición que coincide con el espacio de la cárcel. Tampoco es casualidad que Coro de vientos comience con un cuento titulado “Más allá de la vida y de la muerte”.
***
Pensaba todo esto en la presentación de Vallejo en los infiernos (Alfaqueque ediciones, 2008), de Eduardo González Viaña, mientras el profesor José Manuel Camacho y el autor de la obra disertaban, con encendida verbalidad, sobre las virtudes de la obra y sobre el caso singular de este excelso poeta. No en vano, la obra de González Viaña toma la vida de Vallejo como el espacio por el que discurre el discurso narrativo; un paseo por las galerías internas de la vida de Vallejo, un ajuste de cuentas que efectúa un peruano para con la figura de su paisano C. Vallejo.
Gonzáez Viaña se centró en el caso que le ocurrió a Vallejo con un crítico que venía a ser el vate incontestable de la literatura peruana, Clemente Palma. Vallejo le había enviado un poema, “Amada”, y el crítico vino a decirle que se dedicara a otra tarea distinta a la poesía, que aquello no tenía virtud ninguna.
Entonces comencé a recordar el caso del crítico chileno Hernán Díaz Arrieta, que aparece en Nocturno de Chile, de Roberto Bolaño, una figura enquistada en el poder que dirigía las letras a su antojo. También quiso acompañar a mi memoria el caso actual de Fernández Retamar en Cuba, dueño absoluto de las tribulaciones poéticas de la isla; la trifulca verbal que mantuvieron Ángel Rama y Vargas Llosa y, por abandonar las letras hispanoamericanas, las recientes incursiones de críticos literarios en episodios de novelas como las de Javier Marías, en las que el profesor Rico aparece fantasmagóricamente para sentenciar con alguna boutade debidamente erudita. Relaciones, todas ellas, con distinta suerte, pero que comparten la presencia de un crítico que fustiga verbalmente la creación literaria de los escritores.
Incluso recordé, con cierto humor, el espisodio que narra Andrés Trapiello en La manía en el que mantiene una discusión con un escritor en Barcelona que roza la persecución y la esquizofrenia.

***
Todo ello me condujo a la estantería para rescatar una obra que acabo de comprar, Contra Sainte-Beuve. Recuerdos de una mañana, de Marcel Proust. Toda una novela dedicada a desdecir las teorías de un crítico y a poner por escrito, en forma de poética, lo que significa la literatura para el autor del tiempo recobrado.
Por último, no puedo dejar de señalar el caso de Borges. En “Segunda mano”, que pertence a El factor Borges, Alan Pauls rinde cuenta de las palabras que le dedicó Ramón Doll a J.L. Borges. Doll le críticó su postura de "parásito de la literatura", esto es, de escritor que se vale de las letras de otros escritores para construir la suya. Borges vio una virtud en esas manifestaciones y escribió “Los traductores de las 1001 noches” para salir en defensa del parasitismo literario.
Una defensa de la libertad es lo que hace González Viaña en Vallejo en los infiernos, el trazo de las trílcicas desgracias de un poeta, el encargo de narrar los círculos que atraparon una vida y la dejaron en el olvido al calor de los heraldos negros, mas nunca estuvo más viva la poesía que en los versos de César Vallejo, en el cáliz apartado de la razón. Una novela que narra, con el verso, "la mayoría inválida de hombre" de un poeta maltratado por la vida que escibía versos humanos, demasiado humanos.

jueves, 13 de noviembre de 2008

UNA TARDE DE CIRCO EN EL HOTEL DE GÓMEZ DE LA SERNA.

Llegué a casa feliz por las dos presas que llevaba en las manos. Sendos libros pertenecen a la singular y virtuosa pluma de Ramón Gómez de la Serna, pero hasta que no las leí no supe de la extrañeza y de la genialidad que se cobijaba entre el oxido de estas viejas ediciones que ahora miro con una sonrisa.
Escribir sobre El Circo, de Gómez de la Serna, es como escribir cruzando la cuerda floja, una cuerda destensada, interminable, maltrecha, enjuta y necesariamente curvilínea. Las ilustraciones que acompañan el libro son del propio don Ramón y de Apa. Es una edición de 1943 y publicada en El monigote de papel.
¿Qué tipo de libro tengo entre las manos? En el apéndice escribe el autor de las greguerías: “Muchas veces han llamado a mi prosa funambulesca y me han aludido con los venerables títulos que representan las más altas categorías en el circo. Por eso, nada me ha parecido mejor que hacer bueno lo que me decían”.
La otra obra se titula El gran hotel. Es otra edición, de 1942 y publicada, igualmente, en El monigote de papel. Según Nora, es un folletín aliñado con la prosa magistral y desconcertante de Gómez de la Serna, pero “un folletín inconsistente”. Una galería de personajes sin par tamizada al calor de una prosa que fermenta en el ingenio y en la hechura de la ironía. Manuel Quevedo, gracias al azar, tiene la oportunidad de hospedarse en un hotel de Ginebra rodeado de todo tipo de lujos. Al final, cuando se queda sin dinero se vuelve a Madrid. Es la trayectoria del hastío de un personaje carnavalesco y bravucón que encuentra en este desengaño erótico un argumento idóneo para reordenar su vida.
Ambas obras me han dicho más de literatura que muchos libros que llevo leídos y que presumiblemente hablan de literatura. Los encontré arrumbados, debajo de una colección dirigida por Borges en Siruela hace ya algunas décadas.

***
Siempre he defendido que un lector es alguien que va a las librerías, hojea el libro que tenía pensado comprar, lee el primer párrafo, termina la primera página. Continúa enredado en otros volúmenes que han llegado a él, no se sabe cómo, una referencia, por caso, y que terminan en las baldas de su biblioteca. Un lector es aquel que va a una librería con una brújula y termina perdido pero regocijante; en la pérdida del rumbo anidaba el hallazgo. Este lector reconoce el rostro irreconocible de la literatura, ha aprendido que las previsiones en las letras son falsas indicaciones, la voz de los libros un reclamo inexcusable.

***
El silencio de una habitación de hotel es parecido a un abismo, a un lugar de tránsito de fantasmas. Porque en un hotel se hospedan los fantasmas que vuelven al lugar de sus apariciones. Esas apariciones somos nosotros leyendo. El tiempo, el óxido que se trasluce en los libros antiguos.

***
La literatura es un cálculo escondido en las profundidades del ingenio.

***
La línea de sombra de Conrad es una cuerda floja que une varios límites. Primero, el de lector. La categoría de máxima aspiración para su libro. La segunda, la de adulto. El adulto que inocula la prosa de Conrad queda poseído por el hechizo de la literatura. Todo lo demás es juego de hotel, tarde de circo sin Ramón.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

OFICIO EN LA NIEVE.

Algunos dicen que no se debe escribir poesía antigua, de otros tiempos, decimonónica. Me pregunto, ¿cuándo se volvió antigua la poesía? ¿Qué entienden por poesía antigua? Un solo verso de Rilke levanta estas palabras de su insolencia. Por no hablar de Horacio, Leopardi, Quevedo… ¿No será que no han visto lo moderno de estos y otros antiguos?

***
Enquistado en un adjetivo que usa Hemingway en un cuento, me pregunté si aquellas líneas las había escrito en la Plaza de Contrescarpe, donde me encuentro ahora pensando que un señor de barba blanca y cuerpo envirotado entra en la mesa de este bar parisino, saca su moleskine y anota las quinientas palabras que decía escribir cada mañana.
Contemplando la geometría de la tarde cayendo sobre la piedra, comprendí que una palabra es una errata en el blanco del mundo, un desdecir la realidad. París es lítica, ya se sabe, y la piedra es el resguardo de la memoria. Un adjetivo que me detiene en la ya lenta relectura de Hemingway. Las nieves del Kilimanjaro, el cuento. Abandono el adjetivo y me doy cuenta de que la palabra está ubicada en un párrafo perfecto, de inmejorable factura. Hay una lección del uso del punto y coma, además. Con un párrafo como ese me sentiría satisfecho. Entonces escribo: Escribir es alcanzar el silabeo de la nada.

***
Sólo me siento el mismo cuando soy un desconocido. Vivir en otras ciudades, pasear por lo que nunca fue rutina, entender el horror dulcificado de no ser nadie y de que mi voluntad termina en mi voluntad. “Toda vida, como sus páginas, se repite muchas veces, en sus propias pasiones, en sus propios gestos y en sus propias aprehensiones. Su autobiografía tiene la coherencia de la fragmentariedad”, dice Magris de un personaje que visita el Café San Marcos todas las tardes, en Trieste. Y yo me imagino esa coherencia de la fragmentariedad y me convierto en el personaje de Magris y le obligo que escriba unas páginas para mi vida, para dejar por escrito que fui un buscador de cafés inencontrables en que nadie impone nada, ni una ideología, ni una estrategia, ni una sola palabra hacia el otro. Todos entienden en el café que la autobiografía es fragmentaria y que las vidas que allí se reúnen vienen a trazar una suerte de anonimato familiar, de intrínseco sentido de democracia.
Uno puede mondar el yo y dejarlo meditabundo y observando cómo nos alejamos de él. En sus lágrimas nos reconoceremos.

***
Antes de terminar de escribir esta entrada, hojeo unas páginas del Oficio de vivir, de Cesare Pavese. El 9 de octubre de 1935 escribe: “Aunque sintamos un pálpito de alegría al encontrar un adjetivo acoplado con acierto a un sustantivo, no es asombro ante la elegancia de la cosa, ante la prontitud del ingenio, ante la habilidad técnica del poeta lo que nos conmueve, sino maravilla ante la nueva realidad puesta de manifiesto.” Y entonces me levanto de esta silla en la Contrescarpe, maravillado por encontrar en la literatura las razones de la vida; y de entender que la nieve y la literatura comparten el blanco del universo y las borrables palabras como huellas. De nuevo abro las páginas de Hemingway y me encuentro con una fiesta que no se acaba nunca y que sin embargo sólo se traduce en evidencia cuando uno se entrega al oficio de vivir la literatura.

domingo, 9 de noviembre de 2008

NOCTURNO A DOS VOCES.

“No me parece el sueño el mejor paradigma para que un personaje de novela revise las barbaridades que ha realizado en su vida; menos cuando se trata de un cura, de un cura chileno, y aun menos cuando hay una dictadura en una vida” -me desgarró el chileno, autor de la obra, apoyado sobre sus codos, como Sebastián Urrutia Lacroix, el cura protagonista de su Nocturno de Chile-, “pero no tuve más remedio que hacerlo llorar con las palabras bajo un estado febril y de insomnio y con los efectos de la muerte agarrándolo de los cojones”.
No supe transmitirle con mi rostro la emoción que sentía esa tarde, antes al contrario, quise seguir con mis inoportunas pesquisas. Fue entonces cuando me espetó, “No me vengas con huevadas”.
Había leído la obra con deleite. La historia del cura pinochetista que siente la pulsión de delatarse a sí mismo en una noche de fiebre a través de su conciencia. Los episodios que se engarzan unos tras otros, unos tras otros, sin más dilaciones ni capítulos ni secuencias introductorias, me parecieron virtuosos. El monólogo que conforma la reflexión de Sebastián y el juego de voces, en un acercamiento al teatro, no eran recursos nuevos, pero sí suficientes para que su ingenio trabajase rozando la perfección. Por descontado que Nocturno de Chile era un ajuste de cuentas que el propio Bolaño tenía con la dictadura de Pinochet, con toda la tormenta de mierda que despliega un estado poseído por el árbol de Judas y por las raíces pútridas de una tormenta de mierda que se dispara por unas calles solitarias, repletas de ausencias, colmadas de miedo. Y yo pensaba todo eso con Roberto delante de mí, sentado en aquella plaza donde las voces de los niños se entrecruzaban unas con otras, unas con otras, y en donde las nubes conocieron un gris ensordecedor, como quedaban las calles de Chile con el toque de queda.
“Acabas de releer a García Márquez, El otoño del Patriarca. El lector nota que la temática es muy parecida, que el acercamiento a la dictadura es similar. El mismo final de la novela contiene ecos de El Coronel… tormenta de mierda –quise entrar por esa fisura. Fíjate, Roberto, cuando estuve leyendo Nocturno de Chile, se me vino a la memoria un poema de Novalis, de sus Himnos a la noche: “Se funden los recuerdos en las aguas/oscuras, refrescantes de las sombras; la poesía cantó nuestra tristeza, mas el misterio de la eterna noche/seguía todavía inescrutando/ el grave signo de un poder lejano”. Eso me parece que hace Sebastián, un escrutinio del poder, de ese mal lejano".
Sólo al final entendí aquel silencio prolongado, no atendía a mis ilusas manías de lector, a mis requerimientos, a mis imprecaciones sobre su novela. Sólo al final entendí aquel silencio, aquella carcajada perpetua en su boca.
Tabucchi publicó una novela, después de la tuya, que se titula Se está haciendo cada vez más tarde, y que se asemeja en el uso de la finitud como remedio de la culpa. El hombre siente una culpa infinita sobre sus hombros finitos, viene a decirnos Tabucchi, y creo que, en el fondo, tu usas ese elemento de orden católico y religioso para hacérselo sobrellevar al personaje cual Sísifo”, dije.
El chileno me miraba sonriente, todavía apoyado sobre sus codos, sosteniendo en sus manos un cigarro. Callaba y fumaba bajo el signo de otros tiempos, compartía el estado febril del personaje, como si conociese de primera mano la luz que nos legará, antes o después, con la fuerza del infinito.
“El cura debió leer en algún momento algún pasaje de la obra de Quevedo, citar algún pasaje de sus Sueños. Aparece Neruda junto a un crítico, Farewell, que hacía las veces de vate y censor de las letras chilenas, un crítico afín al golpe de Pinochet, un crítico que, sin embargo, va al entierro del poeta comunista en una escena muy bien construida y memorable”, pensé meditabundo. ¿Por qué no escribiste el título de la obra de Quevedo, Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios, y engaños, en todos los vicios y estados del mundo?, pensé de nuevo en silencio.
Soltó una carcajada tremenda al verme tan exaltado y volvió al cigarro, al amparo de una calada intensa y tardía, que lo mantuvo mirándome de nuevo como se mira en el juicio final de una vida. Sus ojos contenían una música, acaso los Nocturnos de Chopin.
“Muy bueno, Quevedo, qué bueno, esas páginas, claro…”, dijo Roberto con unos ademanes disfrazados que lo ayudaron en la explicación. Para entonces decidí afiliarme al silencio, entendí que la lectura es colocar sílabas a la muerte, darle palabras a la memoria.
De repente comenzó a recitar de memoria los versos de Infinito, el poema de Leopardi, “Siempre cara…”, recitaba Roberto. Era el poema que había hecho recitar a su personaje junto a Pinochet, en las imaginarias y terribles clases que el cura impartió de marxismo a Pinochet, al alumno más aplicado en el conocimiento del materialismo histórico, del libro de Marta Harnecker, “me fue esta yerma loma…”, -seguía con su acento chileno-, a partir de ese momento, recordé las escenas en la casa de Marta Canales,“y esta maleza la que tanta parte…”, -seguía y seguía-, la pseudo escritora que cobijaba en el sotáno de su casa un cuarto de torturas que dirigía su marido, un espía norteamericano, “del último horizonte ver impide”, -sus palabras eran un rosario, un rosario impenitente sus palabras. Recordé los impulsos sexuales y homofóbicos del crítico literario con el cura, “Sentado aquí contempló…”,-sus palabras eran ya salvíficas-; la geometría del toque de queda, esto es, el desierto implantado en Chile por una dictadura y también de la potencia literaria de ese pasaje en que los personajes deambulan por la Colina de los héroes y que estoy seguro que es fruto de la criatura cervantina en la Cueva de Montesinos, “interminables espacios detrás de ella,…”, -una oración, Roberto, una oración parecía aquello-.
Recordé todo eso cuando Roberto ya se había levantado y con ello me había dejado sólo en aquella esquina triste y desalmada de París, con las mismas preguntas y con un gris distinto, confundido con la noche, al tiempo en que los sueños son de otra materia, “y sobrehumanos silencios, y una calma profundísima mi pensamiento finge…”, -sigue rebotando en la esquina, una calma, Roberto, un silencio sobrehumano, ya lo entendí-. Esa era la respuesta, "Ahora me muero, pero tengo muchas cosas que decir todavía", el mismo inicio de la novela.

martes, 4 de noviembre de 2008

A NOVEL IS A WRITER´S SECRET LIFE, ...

La cita viene de antiguo y la sitúo en un triángulo secreto que linda con los sueños. Justo Navarro, Sergio Pitol y Enrique Vila-Matas, “A novel is a writer´s secret life, the dark twin of a man”, afirmó W. Faulkner. Pero la realidad es creada por la ficción y en esa posesión demiúrgica de los escritores surge una especie de contorno inaccesible, de áurea meditabunda por la que pasean solitarios e inadvertidos los secretos. Difuminado, sin trazos sólidos, se muestra ese lugar de apariciones en que se convierte la lectura. Borges lo dejó claro cuando escribió: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años. Puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.
*El texto en francés pertenece a Vila-Matas.

***
El escritor es un microcosmo que sueña con convertirse en una galaxia. Su vida, un desfile constante de destellos; sus libros, los restos calcinados de esos sueños.

***
La lectura, con Arreola, es el lugar de las apariciones de los fantasmas que habitan en los lectores. El recuerdo es el diálogo con esos fantasmas. La novela, entonces, es un espacio para los vivos y para los muertos, una mónada sobre blanco que adquirió las propiedades del negro.

***
Hoy compruebo, sentado en un café, con las páginas humecidas por el ambiente acuático y grisáceo en esta plaza de París, en Saint-Sulpice, que José Donoso reparó en la cita de Faulkner y la utilizó como umbral de la novela que leo, Donde van a morir los elefantes. El protagonista es un crítico literario, Zuleta, que, a su vez, es testigo de los desmanes que ocurren en los ámbitos académicos. Con todo, el personaje reflexiona sobre la crítica y la creación literaria.
No puedo estar de acuerdo con las palabras que inician las divagaciones del crítico y que, de la misma manera, abren la novela: “El que escribe una novela lo hace, generalmente, no porque estime que su propia vida sea novelesca, sino todo lo contrario: por un anhelo vergonzante de participar en hechos que, se figura, tuvieron esa condición”.
Evidentemente, ninguna vida es literaria si no se comienza a vivir literariamente. A partir de ahí, de ese momento en que uno decide vivir literariamente, la vida se transforma en un texto indescifrable, un texto que es un caudal demasiado inmenso para narrarlo. Se conforma el escritor con insinuar que alguna vez quiso ser literatura, como Gould quiso ser el piano, no el intérprete de la partitura ni el mediador entre una cosa y la otra, sino el piano mismo. Ser literatura, por tanto, es la aspiración de los escritores y de los que viven literariamente.

***
La literatura no existe más que en el oído sordo de la virtud verbal.

***
Vivir la literatura supone un suicidio del que nos enteramos tarde. La sangre, los libros que escribimos.

***
Una obra literaria viene a ser el cobijo de los que vencieron a la vida.

***
Leer, escribir, sístole y diástole de un mismo fenómeno coronario.

sábado, 1 de noviembre de 2008

PASEO DE ALAMEDA POR LA LITERATURA DE ESTE TIEMPO.

No debería estar tan preocupado después de comprobar que los poetas jóvenes, lo nuevos poetas, están sumidos en un naufragio que toman como las aguas de la poesía. No debería tampoco malgastar mis lecturas en buscar una explicación que me saque del estupor que me posee, ni convertirme en un vate que enjuicie la vida de cada cual y los versos ajenos, porque nadie soy para tal tarea, "menos que nadie", como decía el filósofo. Más bien trato de no perder el rumbo, de mantenerme fijo en unas coordenadas que no marcan ritos ni jerarquías sino que solamente señalan e indican los caminos de la creación. Los poetas son esos mojones a lo largo de la escritura que marcan la ruta, el equívoco o la buena dirección. Sólo camino, trayecto, como un espejo en medio de nosotros mismos.
Ninguno de los escritores (jóvenes) –y ahora me extiendo a la narrativa- que ha asistido al X Congreso de la Fundación Caballero Bonald ha sido capaz de establecer una poética (entendida como una hoja de ruta) desde la que parten a la hora de la creación. Ni siquiera han señalado autores u obras que alberguen las cualidades que ellos aspiran a alcanzar. Nada, ni una frase brillante ni un libro destacado ni un autor como maestro. Siempre he pensado que el escritor es un lector con privilegios: el de leer una obra como no la lee nadie, el de encontrar en una obra lo que no encuentra nadie y además rehacerlo todo escribiendo algo nuevo.

***
Intuyo que el teatro ha quedado, definitivamente, engullido por las series de televisión y por el cine. Ninguno de los ponentes, incluidos críticos y especialistas, poetas y narradores, ha hablado acerca del teatro. Será que el género dramático ha sido relegado a la representación de las obras capitales del Barroco y de un puñado de obras del XIX y del vanguardismo del XX. A lo sumo, algún festival juvenil de obras clásicas.
Vista la desaparición del teatro, me pregunto si la narrativa, la que se practica mayoritariamente, no caerá en las redes de los medios audiovisuales. En más de una ocasión, mi compañero Iván y el que escribe, hemos manifestado que las historias ya se cuentan muy bien en las series de televisión y en el cine. ¿A qué viene un escritor a contarme en trescientas páginas lo que puedo ver en dos horas? Claro, luego existe un componente que los diferencia. Se llama literatura.
***
Para no ofuscarme y para terminar con el paladar repleto de transparencia, me paseo por la Alameda verde de Juan Ramón Jiménez –prodigiosa, esencial, -: “Nunca he vivido el presente; mi vida es toda de recuerdos y esperanzas”. Claramente optimista, la esperanza sustituye al futuro. Pero el futuro de la literatura, en manos de estos literatos inflados y bendecidos por los que dirigen las editoriales y los medios de comunicación, no tiene asidero actual. Así que en las palabras de J.R.Jiménez está la clave: la poesía es un recuerdo estancado en las aguas del futuro. Un presente que hilvana las esencias, un hilo que recorre los cronos y los sobrepasa.

***
En un recital poético asiste uno a un espectáculo insólito. Primero aparece la figura deleznable de un presentador que hace las veces de egregio amigo; luego los poetas leen muchos versos y con torpeza diletante. En cualquier caso es cierto que la poesía no se escribe para ser leída, ¿o sí?, y que cualquier poema mal leído, sobre el papel, puede tener todas las virtudes de un pájaro solitario. Sin embargo, ¿No estamos en que la poesía es un chupito y la narrativa una jarra de cerveza? ¿No quedamos en que la poesía se sirve a cuentagotas y la narrativa a borbollones?

***
Recurro de nuevo al paseo de eucalipto y menta que es la palabra de J. R. Jiménez: “En poesía la palabra debe ser tan justa que se olvide el lector de ella y solo quede la idea; algo así como un río que no hiciera pensar en que lleva agua, sino en que es corriente…”.

viernes, 31 de octubre de 2008

EN EL CONGRESO.

Ayer, en el X Congreso de la Fundación Caballero Bonald (Jerez de la Frontera), titulado “Las sílabas del futuro”, fue José María Merino quien mejor trazó, junto a Andrés Neuman, las palabras que deben silabearlo. Y destaco a Merino, porque venía en calidad de autor consagrado, alejado de los nuevos cantos literarios -un disparate en toda regla.
Hasta el momento ni Yolanda Castaño ni Elena Medel ni Juan Carlos Abril ni Carlos Pardo ni Marta Sanz ni Mercedes Castro ni Luis Artigues ni Luis Muñoz ni Isaac Rosa ni Eva Díaz -autores que debieran orientar las letras hispánicas, en teoría- consiguieron aportar nada al congreso. Mientras estos no dejaban de naufragar por los lodos del mercado editorial, reprochando los dimes y diretes de cada cual, poniendo en solfa las difilcutades a la hora de publicar un libro o haciendo la crónica de la vida de Ruiz Zafón...Neuman y Merino ejercieron como escritores: hablaron de literatura y leyeron literatura. Por lo tanto, si las sílabas del futuro están en manos de los que asistieron al Congreso como nuevos valores, deberíamos hacer acopio de un buen manual de supervivencia para que no terminemos ahogándonos en la pena. ¿No está el futuro en Cervantes, en Kafka, en Chéjov, en Proust, en Mann…? ¿No son acaso los autores que han llegado a una madurez narrativa y poética -porque el teatro parece inexistente- los que delimitan y orientan la literatura que ocupará el futuro: Muñoz Molina, Vila-Matas, Marías, Pere Gimferrer, Brines, Gelman? ¿Es la juventud una cualidad que en sí misma guarda los prodigios de la poética futura?

jueves, 30 de octubre de 2008

DE UN LADO A OTRO.

El tiempo que mantuvo el silencio quiso parecerse a la eternidad. Movió el café con una cucharilla de un lado a otro, de un lado a otro, lentamente, sin querer perturbar el poso de su meditación. Era costumbre que fuese yo el que preguntara y creo recordar que aquella tarde llevaba preparadas muchas preguntas sobre autores, libros y conceptos literarios. Hacía mucho frío. Llovía tímidamente.
“Hay conversaciones abocadas al fracaso, al fracaso entendido como una búsqueda resolutiva de conflictos. Una de ellas es hablar de la verdad y, sobre todo, de la verdad en la literatura”. A pesar de sus advertencias, de las horas que llevábamos sentados en el Café Bonaparte, de las continuas anotaciones que hacía de sus palabras, de su mirada cansina y aletargada, continué insistiendo, “¿Qué es la literatura?”.
Ahora que está muerto y que leo sus Diarios, me pregunto si aquella conversación en Saint-Germain de Près tuvo algo que ver para que el 22 de agosto de 1910 escribiera, “La verdad siempre desencanta. El arte está para falsificarla”.

miércoles, 29 de octubre de 2008

CARTA A PAUL PAGE.

Querido Paul:

He de decirte que te escribo tarde porque nunca pensé que fuera a escribirte. He leído con entusiasmo tus notas, tus reflexiones diarias, tus comentarios en los bares y, de la misma manera, he ido de tu mano hasta los confines de la vida. Paul, allí me he sentido bien, he llegado a comprender territorios de la vida humana que jamás vislumbré; gracias a tu Diario he podido escribir como un animalillo revolcándose en los lodos de la inocencia, trazar las vidas imaginarias de los personajes que supuse vírgenes de trato.
Ahora que los estoy terminando, que apuro las últimas páginas de tu escritura, me siento al final de un trayecto que culmina en la nada, si entendemos la palabra como “la más exacta, la más llena de sentido”.
No he dejado ni un solo día de escalar tu árbol. Se me han afilado las garras, Paul, de tanto leerte, de tanto imitarte, de querer escribirte una carta, por ejemplo, a sabiendas de que tu pelo de zanahoria no lo conoceré jamás. Una vez leí en tus Diarios, Paul, “la punta de la rama acompaña un poco al pájaro que se va”, y es así como quiero que me acompañen estas páginas en el vuelo de la literatura, a mi lado, sin que me abandonen las ramas de tus ojos.
Porque hablo de la felicidad emboscada, lo hago como un susurro, con la discreción que proviene de la evidencia en la batalla de construir una oración, una historia, un conjunto de signos negros que garbean por el tramo escocido de la vida. Me permito terminar con una cita tuya, Paul, “cuando uno habla de su felicidad debe ser discreto, y confesarla como si confesase un robo”. Te he robado palabras e ideas y te las devuelvo en forma de homenaje y de carta a tus entrañas.

Un saludo afectuoso,

Marcel Schwob
París, 1900.


Post Scriptum. Te dejo un retrato reciente, Paul, me lo regaló Marguerite Moreno.

martes, 28 de octubre de 2008

UN ÁNGEL CAÍDO.

El joven lector comenzó a imaginar su muerte. La muerte sin fin. “La muerte tiene forma de vaso, de transparencia mantenida en la ecuación de la forma. La muerte así vista, paseando por estas calles repletas de seres humanos, es sorda y taciturna, débilmente imaginable”.
El joven lector asomó sus brazos por la baranda del puente que atravesaba todas las tardes y que lo llevaba al pequeño cafetín, al otro lado de la ciudad, donde la literatura era una página mojada y lítica, terriblemente libre, como ocurre en París con los sueños. Llevaba en las manos un libro del escritor del silencio, Jules Renard. Leyó unas páginas y lo cerró.
Imagino que leyó lo que Renard dejó escrito días después de la muerte de Marcel Schwob, un 27 de febrero de 1905, “¿Por qué los hombres de letras no escriben sus propios discursos fúnebres cuando aún están vivos?”. Algo así debió leer porque la nota que dejó sobre el puente justo antes de tirarse al río, arrumbada y maltrecha, contenía un verso de José Gorostiza, “un desplome de ángeles caídos/ a la delicia intacta de su peso”. El discurso sobre la muerte tenía forma de vaso; era redonda y transparente, tallado con el sol de la inocencia.

lunes, 27 de octubre de 2008

ROER EL TIEMPO.

El jueves noche en la ópera. Turandot, de Puccini. Esperé el In questa reggia ansioso de comprobar que el prodigio de la voz seguía siendo posible bajo el signo de la emoción y lo dramático; una nota tenida mientras la implacable Turandot explica su comportamiento mezquino y pérfido. Todavía la ópera concentra lo mejor de la condición humana: la voz, las aspiraciones enmascaradas, las historias inventadas, la música. Nessum Dorma...pertenece a ese tiempo la educación sentimental, de la huella imborrable.

*
A pesar de todo,-cavilo- un hombre vale más que su expresión. Un hombre es un dédalo indescifrable, sus palabras un pequeño reguero de símbolos y reflejos. Entonces recuerdo a Juan de Mairena, un hombre nunca tendrá el valor más alto que el de ser hombre. Un escritor es recoleto por naturaleza, aunque Renard escriba el cuatro de octubre de 1904 “todo hombre vale más que su forma de expresarse”; por eso un diario es la forma mayestática de la escritura. Ella no es más ni menos que un hombre. Es el hombre.

*
Y entonces morimos. Y dejamos que la escritura hable por nosotros. Al menos Marco Aurelio dejó escrito en sus meditaciones: “como hombre que ha muerto ya y que no ha vivido hasta hoy, debes pasar el resto de tu vida de acuerdo con la naturaleza”; y si debemos pasar el resto de la vida como quien ya la ha vivido, como quien vive en la piel de la muerte y en la desinfección vívida de lo difunto, entonces debemos entregarnos a la escritura. Una oportunidad es tomar una cita literaria: es vivir la expresión de otro, de un muerto que dejó constancia de la vida. Habitar en ella, verterle calor de unas sílabas. Lamerla a lengüetazos, disfrazar nuestra miseria con sus logros. Una cita, es decir, las palabras colocadas en el tiempo por otro, es un bisbiseo con la nada. O Con el todo. Al mismo tiempo, con la fusión que es el presente.

miércoles, 22 de octubre de 2008

LOR GIRASOLES CIEGOS, ALBERTO MÉNDEZ.

El libro es la alucinación razonada de los hombres durante una guerra. La reflexión viene desde el interior de cada uno de los personajes que puebla este maravilloso campo de girasoles ciegos. Los cuatro relatos que configuran el volumen se comparan con cuatro derrotas, a saber, Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir; Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido; Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos y Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos. Es una ascensión cronológica de la derrota que aspira a convertirse, sin embargo, en una concepción amplia de la misma en situaciones de extrema debilidad física y psíquica.
¿Qué es la derrota para el Capitán Alegría? Un capitán del bando sublevado, semanas antes de confirmar la invasión y la toma de Madrid, siente el impulso interior de “rendirse”. Después de muchos días de reflexión y de ser víctima de la sinrazón y el absurdo, decide entregarse entre las trincheras, “con las manos medio levantadas”. Se entrega preso a su propio bando y es llevado a Capitanía General, donde conocerá la suerte del fusilamiento y de las comisiones de guerra.
La historia quedaría truncada si el final de la misma fuera el fusilamiento. Sin embargo, es en ese punto cuando comienza el prodigio de la narración de Alberto Méndez y la verdadera épica en la vida de un militar que conocerá en su fusilamiento las oscuras y tremendas virtudes de la muerte.
¿Qué es la derrota para un poeta comunista que decide cruzar la frontera en Portugal? El manuscrito encontrado en el olvido narra las vicisitudes de un joven comunista y poeta que había alentado en las trincheras con sus versos a los soldados republicanos. Su novia, una joven llamada Elena, está embarazada y a punto de parir. A pesar de esta circunstancia, deciden intentar cruzar por el bosque la frontera hasta Portugal. El planteamiento de la historia no es más que una excusa para que Méndez desarrolle un relato jalonado por una ambición lírica que consigue llevar al lector al terreno del personaje que lo escribe, Miguel. El manuscrito es un puñado de anotaciones en un cuaderno que se encuentra en el Archivo General de la Guardia Civil, en un sobre amarillo clasificado como D.D. (difunto desconocido). La narración está atravesada por referencias literarias (Garcilaso, Lorca, Góngora, Neruda,…) y sobre todo por la descripción que hace Miguel de su propio estado cuando ocurre, en aquella casita abandonada del bosque, lo que sí entendemos como derrota.
¿Qué es la derrota para Juan Senra, un violonchelista que finge conocer al hijo del Coronel Eymar, presidente de su tribunal de guerra? A Juan Senra lo llevan de la cheka de Chambery, en 1938, a Capitanía General. El coronel Eymar, momentos antes de firmar su sentencia de muerte, le pregunta si conoció a Miguel Eymar, “Sí. Sí, mi coronel”. El músico ve una salida a su derrota con el relato benévolo, pero falso, de las actuaciones del hijo del coronel. De este forma, cada cinco o seis días es llamado al tribunal para que siga relatando, delante de la mujer del coronel, lo que Miguel Eymar hizo antes de ser fusilado por los republicanos. Pero Senra conoce en la prisión a un compañero repleto de liendres y piojos llamado Eugenio Paz. Eugenio es fusilado a los pocos días de estar allí y esta circunstancia lleva al músico, al violonchelista que había trazado la melodía perfecta para los oídos del coronel, a la desafinada verdad que nunca fue capaz de contar por el miedo a la derrota.
¿Qué es la derrota para Salvador, un diácono lascivo y morboso que persigue a la madre de un alumno y ante su rechazo provoca la muerte de un hombre? Este relato, adaptado magníficamente al cine por José Luis Cuerda, cierra prodigiosamente, la derrotas de unos personajes que parecen macerados a fuerza de sufrimientos que pertenecen a otro orden del tiempo. Un profesor que se esconde en su casa, porque había participado en el Congreso de Escritores Antifascistas y que decide recluirse en una habitación secreta y tapada por un armario. La mujer y su hijo, Lorenzo, mantienen las formas de la viudez y del hijo sin padre.
En este sentido, Méndez cambia de técnica narrativa para afrontar el desarrollo de esta historia. Por una parte, la carta de Salvador a su superior explicándole todo lo sucedido. Por otra, las palabras de Lorenzo, ya mayor y maduro, proyectando la memoria sobre su infancia. Por último, el relato en tercera persona de los hechos. Una triple visión de una misma acción que ayuda a entender las confusiones y las distintas perspectivas que se mantuvieron en esos tiempos de himnos en los colegios y sotanas en las aulas.
Salvador se obsesiona con la madre de su alumno, Elena, y quiere convertirse en el padre de familia a pesar de estar en el diaconato. La derrota última, la que culmina el libro como una bala que se ha disparado de la nada y que proviene de tiempos remotos, es como una piedra lanzada al agua; nosotros, los lectores, debemos determinar hasta dónde y cómo llega su onda expansiva.
Los girasoles ciegos está, además, muy bien escrito, con un pulso lírico e íntimo bien templado por el léxico y los periodos sintácticos (sólo una estructura galicada afea una página: “problema a resolver); una trama bien dosificada con excelente criterio y tino y con la habilidad de incluir a los mismos personajes en otros relatos, como el capitán Alegría en la cárcel con Juan Senra. La versión cinematográfica, repito y con ello culmino, es merecedora de los mismos elogios que resultan tras la lectura, plácida y emotiva, de la primera y única obra del difunto Alberto Méndez.