jueves, 29 de noviembre de 2007

PREMIO CERVANTES

ES TRISTE que la obra de un poeta, de un buen poeta, quede ensombrecida por la costura de un premio que cada vez es más nocivo, el premio Cervantes. Yo sabía que el premio se lo iban a dar a Juan Gelman, poeta que admiro, por otro lado, y que ya había recibido el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, entre otros tantos. Y lo sabía porque el propio Gamoneda, el ganador del año pasado, tenía en el entrecejo que así fuera; porque ciertos escribidores de malos versos en el poder así lo querían, y, en definitiva, porque así ha sido. Aunque, como el protocolo estipula, enhorabuena señor Gelman.
“¡el mundo se detuvo para oír tus caballos!/
¡Y nos descuartizás entre la furia y la humildad!/
¡por tu mercado pasa u párpado bruñido!/
¡hay que cerrar tu boca!/
¡sus callejones de menina!/
¡ahorquen al orlado de disculpas!/
¡corran la pascua de su combustión!/
¡adelante/universo!/
¡faltaba más!/
ANUNCIACIONES, JUAN GELMAN

ARTÍCULOS

Hoy vamos a ser claros. Es difícil (y obsceno) escribir, máxime cuando se tiene que cumplir semanalmente y en un semanario local. Escribir es difícil, aunque se publiquen más libros que nunca, y todas esas milongas. Muy difícil, cada vez más. Sin embargo, se piensa que el artículo de periódico tiene que cumplir con las tullidas expectativas del día a día, de la frescura caduca de los acontecimientos. Por ello, cada uno, con su estilo, sus influencias, sus inclinaciones, etc. empieza a criar una idea que hable acerca de un problema actual. Incluso algunos opinan que los artículos tienen que ser claros, sencillos, y cercanos a los lectores.
Están muy bien esas opiniones que algunos lanzan como dardos certeros. Toda opinión es digna de consideración, pero también tiene uno la necesidad de dejar a las claras cuáles son las suyas. El que escribe, normalmente, intenta opinar a pelo, en seco, sin más pretensión lingüística y estética que la cercanía a unas siglas políticas u otras. Y es esta circunstancia la que más se aleja de mis pretensiones. En este sentido, se alternan los articulistas que son voceros de siglas políticas, los que hacen de sus vanaglorias una historia personal del fracaso, los que se atreven a sentar la cátedra absoluta de la verdad, los que persiguen los ideales religiosos como posesos de lo bueno, los que vierten en sus artículos la incapacidad de sus entendederas, los que viven de la renta, es decir, los que fueron y ya no son, los que leen un libro y se piensan sabios, los que no han leído en su vida, los que andan mostrando al vulgo sus saberes acumulados y los que desde la taberna pretenden la eternidad, etc.
Hay semanas en las que el articulista se siente como un niño con su caja de juguetes, por mucho que rebusque siempre tiene los mismos. Así el articulista, por mucho que rebusque e indague siempre terminan acercándose a sus demonios personales, las constantes de su prosa. Y entonces, cuando se poseen dos o tres o cuatro temas, no más, con Borges, entonces, digo, se tiene que hurgar en las entrañas de esos temas hasta sobrepasar los límites que lo prefiguran. Y eso se consigue con la lengua, se trabaja con la idea y se aúna en la escritura. Por lo tanto, cuando hablan de que el articulista es claro y sencillo no sé bien a qué se están refiriendo, si a que sus ideas son endebles o a que su prosa es débil y pobre. Los grandes del periódico son los que con sus temas hicieron una forma de escribirlos.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

LA BRÚJULA DE JAVIER MARÍAS.

Gracias a las orientaciones de Javier Marías llegué hace poco a un libro magnífico. Maestros Antiguos, de Thomas Bernhard, es una novela que desarrolla gran parte del núcleo temático de Bernhard. Si uno lee afinando el oído al asomarse a alguna de sus páginas, rara vez no se encuentra con pasajes que bien pudiéramos insertar en una de las novelas de Marías.
"Todo lo que se dice se revela a la corta como absurdo, pero, si lo decimos convincentemente, con la más increíble vehemencia de que somos capaces, no es al fin y al cabo un crimen, dijo. Lo que pensamos lo que queremos decir también, dijo Reger, y en el fondo no descansamos hasta haberlo dicho; si nos lo callamos nos asfixia. Unas veces somos artistas de las palabras, otras artistas del silencio, y perfeccionamos ese arte al máximo, dijo, nuestra vida es precisamente interesante en la medida en que hemos podido desarrollar tanto nuestro arte de la palabra como nuestro arte del silencio".
(Ilustración, Thomas Bernhard)

domingo, 25 de noviembre de 2007

FRANCISCO ISIDORO ACEVEDO

Imaginé que el ciego estaba sentado en la misma esquina donde acostumbraba a verlo, la esquina rosada. Estuve recordando, al mismo tiempo, la última conversación a la que me sometió, porque hablar con él era una experiencia para los límites. Los límites, digo, de la memoria y sus satélites. El recuerdo, el olvido. El ciego lanzaba unas peroratas sobre la mesa, unas charlas que duraban el tiempo de unas cervezas frías. Tres o cuatro bien mantenidas.
La esquina, rosada, en donde lo veía sentado como un rey sin reino, coincidía con la plaza del pueblo: la Plaza del Cabildo y la biblioteca. En ese ángulo, hablábamos por espacio de horas que invadían como termitas la duración de los sábados. Era tan emocionante, el ciego. Tan deslumbrante en sus comentarios y glosas, en su verbo recordando las palabras y anécdotas de su compadre Macedonio. Era capaz de recordar de memoria una cantidad de versos inimaginables para el común de los ciudadanos. Era un prodigio de la espontaneidad, un adulador de los instantes.
Con él, en esa esquina, rosada, junto a la biblioteca y la plaza del pueblo, lo aprendí casi todo sobre libros y sobre los humanos. Curiosa coincidencia, sentados en una plaza, junto a una biblioteca. Humanos y libros. Con él, repito, aprendí a mirar con otras intenciones, con la pátina con que se pretende asir lo desconocido. Para ser sinceros, no poseía una locuacidad desorbitante, más bien, era la exactitud lo que abrigaba su discurso. Medía los adjetivos como su estuviera dictando alguno de sus cuentos; disponía la historia hasta desgranarla de la repetición y la vacuidad. Todo lo que contaba parecía pertenecer a un plan superior, a unas intenciones literarias. Todo él era literatura.
Este sábado no estuvo sentado en la esquina, rosada. Me sorprendió su ausencia, ya que durante muchos meses hemos estado conversando sin fin acerca de los hombres, su destino y algunos escritores mal leídos. Para él, existía un distrito, el sur, en que cabía la fundición entre la vida y la ficción, entre lo imaginado y lo imaginable. El sur, hablaba con tanto fervor sobre sus arrabales que un día le pregunté cómo podríamos viajar hasta allí, hasta ese territorio al que se refería a menudo. De repente, cayó un trozo de pan sobre la mesa. El tipo tenía pinta de esos antiguos payadores argentinos de la pampa, de gaucho matrero. El viejo se levantó, auspiciado por la fuerza de un tigre, dejó caer su mano sobre mi cabeza suavemente, como si acariciara a un gato. Me dijo algo al oído, algo así como un verso. No olvidé nunca aquella música en sus labios, ni el sosiego con que afrontó la disputa, siento que si hubiera podido elegir o soñar mi muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.
(Ilustración, grabado de Piranesi)

jueves, 22 de noviembre de 2007

MURMULLOS

RECIÉN terminados los párrafos de Notas sobre Macedonio en un Diario, de Ricardo Piglia en Formas Breves, comencé a escribir debajo del título de la siguiente brevedad que me disponía a leer: Un cadáver sobre la ciudad. Pensé, por unos momentos, sobre qué tipo de relato se extendía en aquellas páginas, qué estilo, qué ideas, qué literatura. Un cadáver. Sobre la ciudad.
La tarde anterior, había experimentado algo parecido a lo que Bretón denominó “azar selectivo”. Un encuentro, en definitiva, con situaciones que jamás formaron parte de mis más remotas previsiones. Orillé por las librerías revisando aquellos títulos y autores con que pretendía colmar mi biblioteca. Hojeé a Rimbaud, Benet, Piglia, T. W. Adorno, T. Mann, M. Schwob. Me arriesgué a leer, como de costumbre, los primeros párrafos de cada uno de los libros. Concluí sin comprar ninguno, excepto Doctor Faustus, de T. Mann.
Cuando finalicé aquella inspección literaria, subí por las escaleras que conducen hasta la segunda planta, filosofía. Tuve suerte, eso sí lo recuerdo, por orden alfabético T. W. Adorno se encontraba fácilmente. Imantado por el título, Sobre la música, rescaté el pequeño volumen. Era un libro idóneo para los viajes en tren al trabajo.
Al salir de la librería, caí en la cuenta de que tenía dos libros complementarios, uno de Mann y otro de Adorno; literatura que aspira a la condición inasible de la música, teoría sobre el ejercicio musical y sus relaciones con las demás artes, sonido y silencio.
Al día siguiente, no encontré mejor remedio para la purga de literatura que los Cuartetos de cuerda de Beethoven (modelo insuperable de escritura). Continué, sin embargo, con el libro que había dejado pendiente. Me encontraba más descansado y muy cómodo con Respiración artificial de Ricardo Piglia. Lo más importante en literatura nunca debe ser nombrado, leía yo que le decía Marconi a Tardewski, personajes ficticios. Lo más importante debe ser siempre pensado, propuse para mis adentros cuando cerré el libro al concentrarme en esa oración.
Esta mañana, descansaban los volúmenes sobre la balda maciza del estante. Los dejé aún en espera, como si lo más importante que tuvieran que decirme aún necesitara del silencio de mis retinas. A continuación, en unas páginas más adelante de Formas Breves leí lo que sigue, “cada vez que escucho los Cuartetos de cuerda de Beethoven, repitió Marconi[…] pienso: daría diez años de mi vida por llegar a escribir algo que sonara, al leerse, como los cuartetos de Beethoven. ¿Usted ha leído el Doctor Faustus? Me preguntó Marconi. No, le contesté, no me gusta Mann, prefiero a Kafka, pero he leído los ensayos sobre música de Adorno”.
Cerré el libro y los ojos. Mi estupor era de una especie irreconocible. Encendí el reproductor musical y dejé que la escritura, las citas reunidas y los murmullos de Beethoven me enseñaran a no decir más. Lo importante no debe decirse nunca en literatura. Brotó el silencio como la lección de las palabras. Entendí, sin decirlo, que todo intento de capturar en una idea lo que había ocurrido era un esfuerzo innecesario, un producto de la tonalidad y la respiración artificial a la que la vida me tiene acostumbrado.

LECTURAS DIARIAS

"Proust sentía que estaba condenado a ser el 'yo' de la ficción que había creado. En el Quijote es como si el 'yo' de la ficción estuviera condenado a ser Cervantes. Sancho y don Quijote comparados con el doctor Jekyll y el señor Hyde. Nicholas Rankin, en su admirable libro de viaje Dead man´s Chest, hace la siguiente observación:'Quizá no sea un accidente que la letra del alfabeto entre la H de Hyde y la J de Jekyll sea la 'I' de 'yo' en inglés".
DIARIOS DE LECTURAS, ALBERTO MANGUEL

miércoles, 21 de noviembre de 2007

BREVES, LAS FORMAS

CONCLUIDA la lectura de Respiración Artificial (y aún hipnotizado por la versatilidad narrativa, la introspección metaliterarira y las bifurcaciones que conducen a la crítica y a la ficción de orden policial), tuve la curiosidad de leer Formas breves, que dormía en los estantes. Deslumbrante. Mejorada condensación de la idea literaria de Ricardo Piglia. La impresión es parecida a estar en un quirófano donde el paciente es la propia literatura. No merece el libro que se subraye alguna parte, son un todo orgánico. Sin embargo, las cumbres de este accidente literario es Notas sobre Macedonio en un diario y Nuevas tesis sobre el cuento. He aprendido que la literatura iguala lo que existe con lo que se anuncia y todavía no es. Con las pinzas extraigo lo siguiente.
"El arte de narrar se funda en la lectura equivocada de los signos. Como las artes adivinatorias, la narración descubre un mundo olvidado en unas huellas que encierran el secreto del porvenir.
El arte de narrar es el arte de la percepción errada y de la distorsión. El relato avanza siguiendo un plan férreo e incomprensible y recién al final surge en el horizonte la visión de una realidad desconocida: el final hace ver un sentido secreto que estaba cifrado y como ausente en la sucesión clara de los hechos".
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"El arte de narrar es un arte de la duplicación; es el arte de presentir lo inesperado; de saber esperar lo que viene, nítido, invisible, como la silueta de una mariposa contra la tela vacía".


domingo, 18 de noviembre de 2007

AVENTURAS CIDINAS

Tenemos los filólogos -y lectores todos- un motivo de alegría para estos tiempos de desencanto humanista. Se acaba de publicar una inconmensurable edición del Cantar de Mio Cid. El hercúleo trabajo ha corrido a cargo de Alberto Montaner quien se ha valido de las últimas técnicas informáticas para descifrar aquellos pasajes que aún habían quedado ilegibles. Se trata de un compendio filológico de todas las propuestas de lecturas del afamado cantar de gesta. No en vano, el volumen lo completan más de ochocientas páginas repletas de variantes, notas, estudios e índice necesarios para una obra tan vasta. La editorial Crítica ha cumplido de nuevo con las expectativas; así como el estudio preliminar de Francisco Rico (una nueva ricada).

viernes, 16 de noviembre de 2007

IGNORANCIA ÓRFICA

UNO de los temas que se repite en este trópico es la música. La música es una mesnada del ocultamiento; como la noche, resguardo para las extrañezas. No pretendo reseñar los libros que sobre ella dedicó San Agustín -publicados ahora en Gredos-, ni atender a la correspondencia entre Adorno y Thomas Mann en que se rinde cuenta de las filiaciones entre la música y las artes; así como no voy a desarrollar los puntales del magnífico monográfico de Eugenio Trías. Por desgracia, cuando escribo sobre el desarrollo de la música en esta ciudad es para atestiguar la continuación de la catástrofe a la que tienen sumida a la Banda de Música Julián Cerdán y, ahora también, a la Escuela (Municipal, sería un improperio) de Música.
Triste es la historia que surge de la relación entre los distintos ayuntamientos y la Banda de Música. En este sentido, seguimos hilvanando las mismas incomposturas, la dejadez en el desarrollo de la educación musical y el menosprecio de los políticos por insensibles. En no pocas ocasiones he dejado entrever que los políticos no pueden atender a las artes, por insensibles e incapacitados para la tarea de marras. No pretendo expulsar a nadie de esta república bananera de las artes en que se ha convertido Sanlúcar, sólo señalar que el Ayuntamiento apoya a sus condiscípulos y allegados, buhoneros de los presupuestos locales y truhanes de la sinvergonzonería, aun dejando a otros en las tierras de pampa de los desterrados. No es nueva esta historia, es circular y eterna, por filosófica.
No es concebible que una ciudad con este número de habitantes y con los presupuestos que obtiene deje a un lado a una entidad que magnifica las herramientas culturales a lo más alto. Pocas entidades han sobrevivido con la gallardía de la Banda de Música y menos aún han soliviantado el repetido dos por cuatro de la política sanluqueña. Parece que estuvieran invocados por una tonalidad menor que los desvela y desabastece de la capacidad para solventar este problema.
Una Escuela de Música es un Liceo de las almas, un abono extemporáneo para los futuros conciudadanos de una ciudad que pretende evolucionar. Pero, obviamente, la evolución consiste en el número de farolas que alumbren las entendederas, no en la iluminación con que irrumpe un acorde en el espíritu. Poco importa eso, pero por desconocimiento. Una Escuela de Música hace posible que un número de individuos obtengan otros hábitos distintos a la chabacanería, y con ello, a un mejor y ponderado desarrollo de una sociedad. La noche responde siempre como una respiración artificial. En ella se consiente las extrañezas de lo oculto, la naturaleza órfica de los días. Pero todo esto es papilla de la bélica ignorancia de los gobernantes.

martes, 13 de noviembre de 2007

EN TIERRA, EN POLVO, EN SOMBRA...

Traigo un subrayado de lectura excitante. Se trata de un fragmento de Heráclito y de un comentario de la magnífica Historia de la Filosofía, de Martínez Marzoa. La propuesta es que el fragmento resuene tras su lectura hasta en los tuétanos; que divaguemos por las palabras como si de un surco en inicio se tratase; que inventemos, de nuevo, un significado nonato para nuestras mentes; que se produzca el principio de conocimiento que se arranque de sí mismo, que permita revelar los límites de lo ilimitado, dilucidar en qué consite que algo sea.


B 124. "El sol es nuevo cada día" (Heráclito)

"El kosmos es orden, reparto, a cada cosa su lugar. El orden mismo, que es el logos, no está ordenado con arreglo a nada, no es orden con arreglo a algún criterio distinto de él mismo; es porque sí; por lo tanto, es en definitiva azar. Como el ser no es esto, ni aquello, ni lo de más allá (ni se explica por esto, aquello o lo más allá), como no es nada, es en definitiva eso: nada. La presencia es en definitiva no-presencia." (Martínez Marzoa). Estamos ante el conjunto de palabras que dio inicio a la posterior introspección en el ser y su desembocadura en la nada de M. Heidegger.

ARTIFICIOS RESPIRATORIOS


"¿Y qué es en definitiva la biografía de un escritor sino la historia de las transformaciones de su estilo? ¿ Qué otra cosa, salvo esas modulaciones, se podría encontrar en el final de ese trayecto?"
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"Tardewski dice que la naturaleza ya no existe sino en los sueños. Sólo se hace notar, dice, la naturaleza, bajo las formas de la catástrofe o se manifiesta en la lírica. Todo lo que nos rodea, dice, es artificial: lleva las señas del hombre."
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"Tardewski citando Kant: La paloma que siente la resistencia del aire piensa que podría volar mejor en el vacío."

RESPIRACIÓN ARTIFICIAL, RICARDO PIGLIA
(Cuadro de Frans Hals [1584- 1666], citado de continuo en la novela)

martes, 6 de noviembre de 2007

OXIDACIONES

PARA los sábados, cuando llego a Sanlúcar, guardo la costumbre de pasear por la mañana y por el centro del pueblo. Atravieso sus céntricas callejuelas con la intención de perderme, siempre en buena compañía, por una esquina, revuelta o callejón desterrado de mi memoria. Cuando termino esta inspección aureolada de sensaciones añejas, me hospedo a la ligera en un bar situado en la esquina que está enfrente de una librería, de una biblioteca, de la Plaza del Cabildo y de la extensión de la calle Ancha hasta donde se funde con la calle San Juan. Puede decirse, a todo esto, que quizás lo imagino así, poco importa. Previamente, he comprado una tira de periódicos –entre ello este que lees ahora al mismo tiempo que yo- para que el ejercicio de observación se desarrolle con todas las garantías (en ocasiones, la realidad se convierte en un epitafio burdo de la costumbre, y encuentro en la prensa la suficiente motivación paralela para proseguir el curso de los días). Dependiendo de la hora a la que llegue, pido un café –en pocas ocasiones un café-, una tónica o una cerveza. Ya con la cerveza en la mano comienzan a producirse los desencuentros a los que tengo acostumbrada a mi memoria. El ritual es bastante monótono en su discurrir: observo con las sentencias del tiempo, conjugo los amarres del pasado y los interinos azares del futuro, porque el futuro en su esencia sólo puede ser azar.
Algunas veces veo a compañeros del colegio que se han convertido en nobles padres de familia, con la tripa aumentada y la vista perdida en la hipoteca sofocante; compañeras de afición, como la música, que han cambiado la pareja antigua (el verbo cambiar es endeble y, quizás, soez), esa que ya formaba parte de su atmósfera visual; antiguos profesores entregados a las vicisitudes hogareñas que arrastran un carro de la compra y que al verme desvían la mirada para no atestiguar el paso del carrusel de los días. Mientras tanto, como si la suma de varias cervezas provocara cierto estupor etílico, devengo en divagaciones sobre la más evidente de las antropologías y todas las miradas se van estrechando hasta la mesa en la que dejo reposar el vaso.
Por último, como el espejismo que el deshielo ha dejado sobre la superficie de la mesa, la observación se detiene en mí mismo. Abismo, exploración, extraña forma de vida. Con el escarpelo de las diferencias principio la búsqueda de mi orden en el cosmos de todos esos datos que he recogido con esmero; a fin de agradecer a los observados la ayuda prestada, brindo por ellos, detengo mi copa en alto y sonrío levemente. Me han demostrado que la virtud de la constancia es la utopía de la indiferencia, los deseos del pasado pura entelequia de los sentidos; nada es entre el fue y el será; la vida oxidada es la materia de la ficción.

domingo, 4 de noviembre de 2007

ESTRAPERLO

Hay una serie de temas que son constantes en las sobremesas, cuando los comensales han adquirido la confianza del encuentro y el alcohol ha abierto las compuertas de la palabra. De esta forma, la época de la posguerra española se convierte en un paradigma de desventuras y anécdotas que les vale a los que la vivieron para enriquecer el postre con los fantasmas del pasado. Así el recuerdo empieza a fermentar sobre la memoria y se mezcla el abuelo muerto con el hermano desaparecido, la tía nonagenaria con las costumbres del alcalde de turno. Uno de esos temas es el estraperlo. ¿Qué nos dice el Diccionario panhispánico de dudas?
Estraperlo. “Comercio ilegal de artículos intervenidos por el Estado”. Procede del acrónimo Straperlo, nombre de un juego de azar fraudulento que intentaron introducir en España en 1935 dos individuos llamados Strauss y Perlo. Hoy no debe usarse la forma etimológica *straperlo. Es incorrecta la grafía *extraperlo, ya que el prefijo extra- nada tiene que ver en la formación de esta palabra.

jueves, 1 de noviembre de 2007

COMPUESTOS DEL HOMBRE

Rescatar las vidas pasadas es como tomar un terrón de albariza en las manos. Tan solo al sostenerlo la arena comienza a perder la forma, a desarenarse entre los dedos, a precipitar su sustancia en mero componente imposible de volver a su concierto. De manera que si intentamos rescatar la memoria a través de una legislación, no haremos más que comprobar que los recuerdos son meras insinuaciones, imágenes precipitadas al abismo de lo inmediato. Es decir, los recuerdos configuran ese estadio de las imágenes que pretendemos alzar a verdad, cuando en pocos casos concretamos sus asideros verosímiles. Estipulamos, incluso, una pretensión de Bien y Verdad para esos recuerdos que hierven en la memoria. En este respecto, la literatura ha esclarecido que la biografía es un sucedáneo de la ficción o, más bien, que la ficción es el envés de la biografía.
Si beatifican la muerte de una serie de religiosos están dividiendo la memoria en dos mitades irreconciliables e innecesariamente sesgadas. La impronta que la religión católica está inyectando en sus actuaciones se acerca, cada vez más, a un fundamentalismo rayano en la costumbre de las sociedades arcaicas. Un chamán desde el Vaticano estipula que sus muertes son más importantes y significativas que cualquier otra por la simple razón de que son religiosos, esto es, poseen una creencia. Pero una creencia dirigida e impuesta, en la que no cabe ningún tipo de discrepancia so pena de ser extraviado de la verdad. De siempre, la religión se cree en posesión de una Verdad universal que siquiera conocen o , así parece, no hacen el intento de ir en su busca; parten, más bien, de la seguridad de encontrarse en ella. Es un mal endémico de estos tiempos defender las verdades, es un síntoma de sinrazón y mentalidad obstruida por la soberbia humana.
En este sentido, se está iniciando una reconciliación con tiempos pasados en que “tiempo” y “pasado” no son términos convenidos por los ciudadanos, sino que se proyecta una propuesta “política” muy apegada a una manera de entenderla, entre otras posibles. Es denigrante que el “pasado” quede resumido y macerado a la manera que la visión de una entidad política o religiosa proponga. ¿Acaso murieron, unos y otros, todos, en defensa de alguna institución; no fueron las instituciones y entes ideológicos quienes arrojaron al campo la dignidad, la honra ya enervada de campesinos, trabajadores y libre andantes por causas inocuas a sus vidas?
En estos ajustes de cuentas, en estos restablecimientos “legales” o “espirituales” con otros tiempos poco importa el conocimiento de la Historia; así que mientras unos revisen los acontecimientos estableciendo leyes de memoria y otros beatifiquen en sus sedes, sigamos leyendo, escuchando a familiares y buscando el surco que conduce a una verdad de la que sólo sabemos cómo acercarnos, palparla u olisquearla. No se impone el pasado a los hombres como tampoco se debe imponer el futuro, es decir, la visión de ambos compuestos del hombre.